Habían
quedado a una hora temprana de aquel miércoles de febrero, para
acompañar a la casa de Serrer de Neres a Edwin. Con lo cual se
presentó justo a la hora, para resolver aquel procedimiento tan
nefasto.
Como
lo era para aquel hombre, que de buenas a primeras; recibe una
citación urgente y, además es de un familiar que han encontrado
frito en la cama, por motivos que hasta la propia policía desconoce.
No
les hizo esperar y como le advirtieron aguardaba, con antelación
para evitar esperas.
La
caporal Esmirna le había entregado al pariente las llaves de la casa
y esperó en el acceso de la comunidad, hasta que llegó un joven que
nadie hubiera imaginado era policía.
Sin
uniforme, con barba de dos días, vestido y calzado, como suelen
hacerlo en la actualidad los hombres medio maduros de cualquier
centro cívico. Más bien simulaba ser uno de esos estudiantes que se
mezclan con cualquiera en el metro, escuchando la radio o la música
desde su teléfono Smartphone.
Edwin
observaba su reloj, apoyado en la esquina del portal, con los
pensamientos fuera de compás, hasta que en aquel instante le abordó
el agente que disimuladamente preguntó, desde una distancia más
bien corta.
__
Por casualidad te llamas Edwin.
__
¡Sin casualidad!, respondió absorbiendo su estampa de arriba abajo,
¿Tu eres…? Y enmudeció esperando respuesta por si acaso no era
quien esperaba.
__
¡Claro, soy el cabo Espinella, de los Mossos d’Escuadra. Mi colega
Esmirna me ha comentado, que has de subir al piso de Irene Delapeire
y querías ser acompañado por alguno de nosotros.
__
¡Es cierto! No sé qué es lo que puedo encontrarme ahí dentro y
como no quiero ningún tipo de responsabilidades, ni tener a
posteriori problemas, prefiero sea de esta forma.
Lo
que busco son los documentos para poder darle entierro y después
imagino que alguna de sus hermanas se harán cargo de lo restante.
__
Pues si te parece subimos_ indicó Espinella.
Ascendieron
por las escaleras, hasta el segundo piso sin dejar de mirarse y de
recelar.
Era
una situación que les tensaba los nervios, consiguiendo dejarles
desubicados por no ser común, ni habitual.
La
puerta la abrió el propio Edwin y en un gesto de educación o de
miedo, dejó pasar por delante a Espiniella, que se adentró y lo
dejó solo en el umbral.
Cuando
penetró dentro del salón de la casa, ya traspasado un pequeño
recibidor, el olor que le sobrevino, era el de una humedad notoria
por el frescor del tiempo, al no tener calefacción aquel recinto y
ademas una emanación que normalmente destilaba Irene. Con lo que se
aferró a mirar sin detener la mirada en parte alguna, ya que la
iluminación que prendieron al acceder al piso, era de escasa
potencia y dificultaba el ver a simple vista los objetos.
La
persiana que daba frontal al entrar, la subió Espiniella,
manifestando a Edwin.
__
No se apures amigo, yo te guio. Fui uno de los agentes que hizo la
intervención y sé como está casi todo. Inclusive si me preguntas
por ella, en anónimo te diré como la encontramos. ¡Claro si te ves
con fuerza de escucharlo!
__
Gracias, Espiniella yo te digo en cuanto me parezca. Ahora permite
que tome frecuencia, o sea que atine en este lugar, que hace más de
quince años no visitaba y como podrás comprender, fue de una forma
tan distinta, que me confunde y me provoca una desorientación
manifiesta.
__
Lo comprendo y vislumbro. Tú mismo y ya me preguntarás si crees
pertinente.
Aquella
sensación de ser abrazado por alguien que no se veía; no se
dispersaba, diluyéndose en el espacio y el lugar. Como si un ser o
espíritu fluyera por el ambiente, queriéndose hacer notar y en
ocasiones estremecer al afligido Edwin
Todo
lo contrario a no apercibir sucedía en aquel perímetro. Fue “in
crecendo” a medida que los oídos le chirriaban de forma sutil,
como un bordoneo de viento en calma que le iba exhortando donde debía
poner la vista y llevar las manos.
En
un principio fue pasando de estancia. De una a otra, sin control,
queriendo tropezar con algo familiar, algo que fuera directo, que de
una forma clara, le despertara de un sueño. Le dijera que es lo que
había pasado en aquel habitáculo, en los últimos dos meses y de
qué y como había perdido la vida.
El
efluvio del ambiente, se fortalecía según donde se acercaba Edwin,
denotando que de un momento a otro iba a aparecer Irene, y le iba a
preguntar sin mas.
Una
vez tuvo el norte de donde estaban situadas las estancias, comenzó a
preguntarse para sus adentros que es lo primero que necesitaría para
poder darle descanso a Irene.
Saber
si tenía póliza de defunción, algún seguro de vida, la cartilla
de la seguridad social, la libreta de ahorros de su banco.
Encontrar
determinado teléfono de amigos que pudiera llamar para decirles
sobre el suceso de Irene, y a la vez preguntar si es que sabían
algo, tenían idea de sus últimos deseos. Conocer si era preciso
dirigirse a alguna otra parte, para poder discernir algo mas de aquel
completo y delicado crucigrama.
No
sabía por donde empezar y al pronto fue a la mesilla de noche de la
difunta. En el cajón esparcidas halló un sin fin de pastillas
mezcladas y difíciles de denominar, ya que sueltas sin la caja
estaban entre los pañuelos moqueros. Dando una sensación de ser
ingeridas a pares, o cuando menos con frecuencia.
Sobre
el respaldo de una silla de la habitación, pendían dos pechos de
silicona muy reales, un viso transparente blanco encima de la cama y
dos prendas íntimas que arrebujadas dibujaban una imagen bastante
desconcertante.
La
practica totalidad de la habitación revuelta, sin ni una joya, ni un
reloj de pulsera, ni cualquier anillo de metal.
Siendo
ella tan sumamente presumida y yendo casi siempre cargada de
pulseras, cadenas, atavíos y medallas de primera calidad.
Entre
sus cachivaches solo había desorden y desconsuelo.
La
cama una moderna de esas que el somier es de los articulados
eléctricos, que tanto alzan los pies, como el cabezal, extendiendo
un badén profundo en la parte central del mismo, para que descansen
de las caderas.
Con los ropajes medio caídos y dando una imagen de in pulcritud normal, después de tantos días como se habían sucedido con un cadáver inerte.
Con los ropajes medio caídos y dando una imagen de in pulcritud normal, después de tantos días como se habían sucedido con un cadáver inerte.
Dentro
de un apartado de la librería, encontró la tarjeta de la seguridad
social, unos informes de los últimos análisis que se había
realizado, y en el margen derecho de la misma, los papeles del banco,
detalles, cuentas corrientes y devengos en las diferentes entidades
de la ciudad.
En
cuanto a seguro de defunción no pudo encontrar absolutamente nada.
Lo que hacía prever que darle descanso a la señora Irene, no iba a
ser por lo menos cómodo, ni fácil, dadas las expectativas que
demostraba una de sus hermanas.
Espiniella
le ayudó a recoger, todos los efectos y carpetas necesarios y
salieron del apartamento sin mediar palabra, hasta que llegaron a la
puerta de la casa, donde el agente de la policía le dio idea de lo
que debía hacer en principio y donde dirigirse, para que la pudieran
incinerar.
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