En el hotel Ritz de Barcelona, Mila había despedido a Narciso, tras la urgencia que éste presentaba por ir a poner la denuncia a la comisaría y ella, se preparó para recibir a los dos abanderados Dominicanos, que la visitaban en pocas horas. A fin de traspasar el negocio que dejaba Nayim definitivamente.
Cuando recordó en sus adentros a Irene, su protectora desinteresada, una persona que siempre la respetó y acogió en los momentos más delicados de Milagros, cuando no sabía donde ir ni a quien acercarse. Portándose con ella, mejor que si hubiera sido de la propia familia, facilitándole favores y prebendas intentando establecerla en el nuevo mundo real, el honrado. Donde ella trataba de integrarse.
Irene, que llegaría a ser su valedora, en momentos de crisis emocional y pecuniaria. Franqueándole muchos refugios y quitándole de muchas adversidades por el mero hecho de ser una mujer desorientada que siendo agradable, cercana y sincera llegó a estar por méritos propios bajo el cariño y afecto de su mamita “Sirene”, como le llamaba con tanto respeto.
Fue su “Sirene”, la que se brindó, al recalar en Barcelona, a ofrecerle amplio amparo. Prohijada por su gran amiga Pupi, aquella cubana, tan sensual y sandunguera, que así se lo había solicitado.
La misma que dirigió a Mila, a casa de Irene, sabiendo que ésta la acogería si se presentaba en su nombre y bajo su responsabilidad.
Cobijo que le ofreció en su propia vivienda. Habilitándole una cama en la dirección de la calle Serrer de Neres. Apartamento habitual de la señorita Delapeire.
Milagros había recalado en la ciudad, prácticamente en la inmundicia.
Hasta que no la recogió Irene, era carne de cañón y sin conocerla, le brindó acogida, tan solo por indicios que Pupi, le adujo.
Iba tan desaliñada, sucia y hambrienta, que parecía fuera otra clase de gente. Simulando ser un espécimen desalmado, una mujer de esas que simulan lo que realmente no son. Un cuerpo olvidado, que se mantuvo pidiendo limosna, hasta que dio con la que sería realmente su “Sirena”.
Recalando en el país un año y medio antes procedente de Colombia.
Camuflada con papeles falsos, dentro de la trama de un negocio oscuro, que administraba Nayim, y los amigos de Miami.
Negocio del que ahora, se quitaba de encima, o por lo menos lo intentaba el propio Narciso, por no estar en su mejor momento. Ni estar en la mejor forma física y, además no contar con la salud y el genio, necesario para todos esos meneos.
Huía de de una ciudad preciosa perteneciente a la Guajira, escapando de un cruel marido. Un tipo malhechor, brutal con su gente.
Traficante de narcóticos y a la vez sicario de uno de los “Cárteles” de la zona de Medellín.
Con lo cual harta de pasar penurias, palizas y vejaciones y ayudada de su carácter tenaz, contactó con unas amistades de Santa Marta, que a la vez conocían a Nayim, por el trapicheo de tantos negocios turbios entre ellos. Los cuales la hicieron desaparecer para traerla a España.
Dentro de su particular programa de tráfico de personas sin papeles hacia Europa.
Milagros Lucrecia, una mujer entrada en los cuarenta años, airosa y seductora, con estampa de actriz de vodevil. Sin bochorno en marcar caderas, cintura y mamas, que le hacían poseer una donosura vistosa de un tono endrino.
Atraía y embelesaba, a todos los vanidosos y engreídos caballeros con que tropezaba, dejándoles una mácula indeterminada.
Preparada para cualquier alteración que la vida le pusiera por delante, por muy intensa y corrosiva que fuera.
Una hembra valiente que no conocía el riesgo, completamente natural, sin prever el peligro, ni tener susto por su futuro.
La prudencia, el vaticinio, el recato, la previsión, se la enseñó Irene, que le tomó además de mucho afecto, cordialidad.
Regalándole muchas de las prebendas que ella poseía y ofreciéndole lo primordial, cuando estás sola y desamparada. Un consejo adecuado, un cariño verdadero y un apego familiar.
El servicio de recepción del hotel, volvió a interrumpir el sosiego de Mila, advirtiéndole que las visitas que esperaba, estaban en recepción esperando su presencia, para ir al salón comedor a almorzar.
Gesto que Milagros, había preparado de antemano.
Obsequiarles con un buen recibimiento y un refrigerio, mientras dejaba el negocio en sus manos.
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