Habían
subido en el trenecito de Tortosa en dirección al Aragón inmediato
frontera con Cataluña, que debía pasar por Xerta, en su camino
hasta Horta de Sant Joan y Cretas para llegar a destino que no era
más que el precioso Valderrobres.
Aquellos jóvenes iban buscando pasar unas fiestas de Semana Santa diferentes a las que solían pasar en su ciudad. El calendario marcaba finales de marzo del año 1967, aquellas jornadas de luto sacramental que se festejaban en aquel tiempo, aquellas abstinencias obligadas que les exigían, estaban previstas para el 24 viernes Santo, sin embargo la juventud del grupo sobresalía por encima de todas las prescripciones exigidas que les proponía la iglesia y las normas.
Aquella
muchachada se distinguía por jubilosos y emprendedores, llenos de
vida, en edad de cosecha y en estudios comenzados. La mayoría de
edad de aquella época, estaba fijada para los 21 años, no la poseía
más que Lluis, que además era el único que tenía su futuro
encarrilado.
Los
hermanos gemelos Narcís y Nuria, hijos de los Dinarés, matrimonio
ejemplar donde los hubiere, que se habían comprando en esa villa de
Valderrobres; una casa, derruida y antigua, paras reformar.
En la calle de San Roque, que en aquella época se estaba reformando para poder habitar. Dado que el tiempo que llevaba desocupada había dejado huella.
Esteve y Eulalia, hermanos de estos últimos eran además, los hijos menores de la familia formada por Pepet y Nuria, procedentes y oriundos de Sant Boi.
La
más rubita del grupo, aquella que tenía los cabellos preciosos, la
mirada cristalina dibujada desde sus ojos azules, la que irradiaba
felicidad y alegría era Rosa. Prima hermana de los Dinarés y
sobrina de Pepet y Nuria.
El
que restaba de la expedición, un amigo de todos los nombrados, el
cómplice de muchas de las bravatas y disimulados que suele ejercer
la juventud a espaldas de sus mayores y que es moneda de cambio de
uso fácil en esas edades.
Emilio,
que siempre agradeció al cielo, al destino y claro que sí a Pepet
Dinarés, que Dios lo tenga en la Gloria y a su esposa Nuria
Peñalver, más alegre que unas castañuelas, llena de vida y risas
estrepitosas y afectivas. Le permitiesen vivir aquella experiencia
que perduraría en el tiempo.
Al
tomar aquel convoy, con aquel rumbo y aquella velocidad deliciosa, se
dispararon los sentidos hacia unas sensaciones no vividas aún en las
vidas de los componentes de aquella expedición. El viaje
maravilloso, inaudito, acogedor y romántico. Largo, por la celeridad
escasa y fantásticas paradas en las diferentes estaciones y
apeaderos, pero a su vez aprovechado por la cantidad de sentimientos
que surgieron en cada uno de los amigos.
El
recorrido tuvo su primera parada en Aldover, situado sobre dos
plataformas fluviales, en la interior dónde radica su población. La
superior ocupa la mayor parte del perímetro campestre. Espejismo a
su paso disfrutando de la vegetación de la desembocadura del Ebro,
las esparragueras, los encinares. Al paso del convoy iban
rejuveneciendo aquel precioso lugar, armonizando la alegría de
aquella chiquillería con la espesura variada, florestas de romero y
tomillo prosperaban en los andurriales, en un juego hechizado con las
mariposas y los estorninos silvestres.
Al
límite del regadío y el secano, divisándose las estribaciones de
la Sierra de la Espina, les daba pié a soñar con lo inmediato,
apareciendo a lo lejos la estación de Cherta (“Xerta”), viéndose
en la distancia el "Coll del Musso",
olor a naranjas y a vida. El camino era gracioso, su velocidad
en momentos hacía que casi pudieses descender del tren para tomarlo
a la carrera después de haber recogido alguna fruta de los campos de
la linde de las vías, subiendo tras una carrera de nuevo a los
vagones abiertos. Vivencias que aquellos jovencitos aprovechaban para
demostrarse a sí mismos, lo sobrados que se sentían.
Pasaron
por Benifallet, El Pinell del Bay, Prat del Compte, Bot y Horta de
Sant Joan, dónde el hambre se había despertado y aparecieron
aquellos bocatas tan elocuentes que rezumando aceite y oliendo a
fritangas devoraron en casi un abrir y cerrar de ojos. En Horta,
frontera de Aragón con Cataluña, divisoria y franja, término solo
en la geografía política, nunca entre sus gentes. Se prolongó un
buen rato la reanudación del camino. Aquella línea bucólica la
llamada del Val de Zafán, debía dirimir sus dificultades y entonces
la tecnología no era puntera. Por lo cual, el viajero debía asumir
retrasos y dificultades no ya en los viajes y desplazamientos, si no
en todos los órdenes de la vida cotidiana. Quedaban dos estaciones,
la de Cretas (“Queretes”) y ya el soñado Valderrobres.
El
tramo del viaje que faltaba, ya no pudo ser más entretenido,
aquellos amigos, comenzaron a explicar anécdotas y Nuria, que además
de ser una estupenda moza, dominaba el francés, el idioma de moda,
cantaba como los ángeles, baladas de Silvie Vartan, la conocida como
“El bombón francés” que a todo aquel grupo les hacían
poner si cabe más rechonchos y endulzados. Con la tonada de “Tous
les garcons”; sorprendió Nuria a los compañeros y viajeros de
aquel vagón de madera, que lentamente se desplazaba por la línea
entre Tortosa hasta Hijar.
Hacía
poco tiempo los Dinarés, habían adquirido la propiedad de la casita
en Valderrobres, aconsejados por unos conocidos e, hijos del pueblo
que emigraron después de la guerra civil al bajo Llobregat.
Necesitaban
encontrar un lugar de descanso, con meteorología continental y poder
curar reumatismos, desde otro clima más seco y riguroso.
La
casa rural, estaba en el centro de la villa, no muy grande pero lo
suficiente para hacerla acogedora y familiar, necesitaba de una
remodelación exhaustiva, para tomarla en confortable. Obras que poco
a poco, iban prosperando ya que el oficio de Pepet, era el de maestro
albañil y eso adelantaba mucho la comodidad que iba tomando.
El
tren llegaba a la estación de Valderrobres, con su característico
sonar, la máquina con sus fluidos iba incorporando bríos diferentes
en la zona, deteniendo sus vagones, para que pasajeros bajasen y
otros iniciaran la marcha. La distancia entre el apeadero y el centro
del pueblo, no sería superior a cinco kilómetros y ese trayecto
estaba auspiciado por un servicio que lo sustentaba, sin embargo
aquellos jóvenes, hicieron el avance hasta el pueblo caminando,
cantando y con la alegría que soporta el tener una edad temprana.
De
pronto al bajar por el Coll del Moro, se divisa como una ilusión,
una imagen recortada que surca de entre las nubes y el cielo, dejando
al viajero en conexión con lo sublime. Un panorama ecléctico
presenta a modo de estampa una visita a la época Medieval, dando la
bienvenida y el amparo con los clásicos caballeros del Temple.
Dejando
a la espalda la Font del Miro y el cruce de Beceite. Carretera que
mirando al mar lleva hacia Tortosa, y al oeste te adentra al Aragón
profundo. El perfil que se descubre es del Castillo y de la Iglesia,
que dando un abrazo instala y acepta a todos los visitantes con la
hospitalidad que suele dar a cualquier parroquiano. “El puente de
hierro” a mano izquierda y el rio Matarraña. El rio que no engaña,
el de las aguas cristalinas, que besan la población en silencio y
con respeto. El acceso por la calle principal, nos propone a pocos
metros el Casino, que con sus arcos en piedra, nos saluda dándonos
un principio de algo que ha de transformarse en habitual mientras
resides dentro de los lindes de Valderrobres.
Al
fondo el Ayuntamiento, que preside la plaza, centro neurálgico de la
urbe. Las escaleras muestran el camino a seguir, ascendiendo por
ellas, el olor a leña quemada y a hogar invita al mejor de los
placeres.
La
casa de la calle San Roque, muy cercana al centro de la población,
con su chimenea al rojo vivo, esperaba a los primeros invitados de
aquella familia llegada tan recién. La estrechez y el gozo de la
calle les dieron la bienvenida al hogar, Era una casa prieta y alta,
con un portón de madera de encina y un cerrojo que no habría
bolsillo potente para acarrear la llave. El picaporte era de hierro
forjado y tan austero como la propia fachada. Al adentrarte el olor a
buena comida se apreciaba. El recibidor era angosto y sobrio,
adornado con unos muebles intactos de algún maestro carpintero del
Medioevo.
Escalera
de obra y baranda de madera, esperaba para ascender a la planta de la
vivienda, donde esperaban con alegría el matrimonio. En las paredes
del pasillo unos utensilios de labranza, distribuidos en la pared,
como a modo de escenificación y ornato. Se apreciaba la diferencia
de temperatura entre la calle y aquella morada que tenía una
temperatura justa para brindar aquel amor de arribada a los recién
aparecidos.
Alumbrado
eléctrico exiguo por la impotencia de las bombillas escasas de
vatios, ayudaban al gran chorro de luz que penetraba por los
ventanales que a contra luz, emergían las personas como en los
frescos del pintor Goya.
El
cariño que existía entre las personas de aquella estancia de tan
pocos metros cuadrados se expandió quedando repartido entre todos
los allí presentes.
_
¡Estáis en vuestra casa! _ dijo Nuria, la madre con una
alegría inusitada, abrazándose a su hija mayor que es la primera
que se adelantó a saludar. Con unos besos sonoros, vaciaron el
depósito de cariño que ambas guardaban para compartir. _ Que tal
el viaje en el carrilet_ replicó de nuevo la madre, mirando a
Narcís, el otro hijo gemelo, que también se apresuraba a fundirse
con mamá. Esteban y Eulalia, esperaban turno para granjearse a la
madre, detalle que ya habían hecho con Pepet, el padre, que con más
recato y paciencia esperaba el saludo de sus hijos recién llegados.
_
El viaje ha sido fenomenal, no imaginaba, lo bucólico y apacible
del trayecto, ha sido genial_ respondió Eulalia, mientras se
estrechaba tiernamente con su madre.
¡Hola
Lluis y Emilio! Que os parece este rinconcito que hemos
encontrado en ¿este pueblito tan bonito?_ Preguntaba Pepet, a
los muchachos, amigos de los hijos.
Lluis,
dejó que fuese Emilio, el que respondiera a la pregunta, con un
plácet de hombros y de mirada de agrado y complacencia. _ Con
sinceridad, he de decir que; lo que hemos visto y pasado en el
viaje, es del todo fantástico. No esperaba, unos paisajes tan
vistosos y románticos, desde luego me ha encantado_ Confirmó el
amigo con naturalidad.
_
Rosa, guapa que te cuentas, que estas muy calladita_ Le dijo
su tieta Nuria, mirándole a los ojos. ¿Lo has pasado bien?
¿Estás contenta de haber venido, al pueblo con tus primos y tus
amigos? _ Lo estoy pasando genial, tampoco yo, imaginaba el
trayecto, lo bonito; hemos reído mucho, hasta música hemos tenido.
Nuri, la cusineta; nos ha cantado una canción muy chuli; Lluis nos
ha hecho reír con sus cuentos, de verdad “tieta”, me alegro de
haberme decidido a acompañarles y estar juntos en esta excursión_
adujo Rosa, meciéndose su cabellera.
_Coincidís
todos en visitar el pueblo por primera vez_ Decía Nuria
dirigiéndose a los dos amigos_ Mis hijos tampoco habían estado
aquí. Nos decidimos Pepet y yo, en cuanto la vimos. Nos la acaban de
entregar …hace nada. _ ¿Cuánto hace Pepet?_ Preguntaba
Nuria, mirando a su marido. _ ¡Nada, seis días! _ Matizó el
esposo, respondiendo a la pregunta.
_La
verdad, es que llevábamos algún tiempo pensándolo; en si la
compramos, mejor dicho …en tratos y nosotros si la habíamos
visto y visitado en varias ocasiones, pero todos juntos, es la
primera vez que la disfrutamos. Falta mucho, hasta que quede como
pretendemos, pero por algo se empieza y si tenemos salud, la
dejaremos divina_ remataba Nuria con aplomo.
Ya
se habían manifestado todos y estaban acomodados, calentitos por la
buena temperatura de la estancia, contando todo lo bueno que habían
experimentado con ese viaje a la zona del Matarraña, tan inesperado
como real. En esa población tan auténtica y bella como es
Valderrobres, que se dejaba pretender por sus nuevos visitantes,
dejando esa impronta diáfana de “No podrás olvidarme “;
que se suele plasmar en la arquilla de los recuerdos de cada
individuo, cuando visita el pueblo por primera vez.
La
cena, se dispuso entre anécdotas, contadas por el matrimonio, una
vez que la mesa estaba preparada, todos tomaron asiento alrededor de
ella, para degustar todo lo mucho y lo bueno, que se ofrecía. Las
conversaciones y charlas tras el banquete se extendieron hasta que el
sueño, les atrapó con todo el velo de intransigencia haciendo que
cada cual, fuese a descansar allí dónde le habían asignado. Hubo
reparto de ubicaciones y dada la gran cantidad de personas que había,
Nuria la madre, estableció los lugares y las compañías, dado que
las estancias no todas estaban preparadas por las reformas que ya
habían comenzado. La familia, tenía sus propios aposentos que
fueron a ocupar y los invitados: Lluis y Emilio, durmieron en la
cámara de los huéspedes. Recogida antesala, muy limpia, con una
gran cama amplia, dónde podían dormir por lo extensa, mas de tres
personas. Bien parecía que los usuarios de aquella morada hubiesen
sido personas grandes en estatura, que necesitaban todo aquel
perímetro para poder descansar. Dos mesillas de noche una a cada
lado en madera especial, que sujetaban una planicie de mármol
veteado en tiras amarronadas, con patas muy altas, que sobresalían
muy por encima del colchón, casi tenían la misma altura que el gran
cabezal del mismo material y color que los nocheros citados. El
jergón de lana molluda dejaba que el cuerpo se hundiera entre sus
crines, quedando medio inmerso en el mundo irreal del sueño.
Estancia fría con un ventanal mirando al norte, en el centro de la
sala, una palangana con peana incluida y dos toallas, con jarrón de
cerámica turolense lleno de agua, para la higiene. Bajo la gran
cama, un par de orinales de bronce, por si la evacuación nocturna
apremiase. En el techo una lamparita de latón a modo de alcachofa de
donde salía una bombillita de poco vataje, dejando las sombras
planear por el aposento dormitorio.
Ni
Lluis ni Emilio, tenían estaturas gigantescas, más bien eran
cortitos y recogidos, lo cual bendecía que podían tomar posición
dentro de aquel lecho sin problemas de molestias, ni contrariedades.
El frío de la estancia era palpable, la calefacción aún no llegaba
a las salas dormitorios y verdaderamente, el gélido ambiente, hacía
que los detalles fuesen aún mucho más pequeños y exiguos. La
izquierda fue tomada por el más joven, Emilio, que no tardó en
taparse con la ropa de abrigo que soportaba el catre y Lluis, más
metódico y susodicho, quiso comprobar una serie de medidas de
seguridad, que deberían ir con él, doquiera que fuese.
_
¡Estoy helado! _ espetó Emilio a Lluis, una vez se hundió
en el jergón, tapándose hasta la cabeza.
_
¡Collons quin fred! _ dijo entre dientes Lluis, haciendo de
su ingreso en la cama, una odisea como si se tratase del acceso al
“Gulag ruso”. Se metió entre las ropas, pero tuvo que
volver a sacar su cuerpo esquifido, para apagar la luz, que se hacía
desde una “pera”, ( interruptor al uso de los años
cuarenta), que pendía a más de dos metros de distancia, al final
del gran cabezal morrongo.
Al
entrar en la cama, el suspiro de frescor al contacto con las sábanas,
hizo que ambos pensaran en una primavera gélida y que el Matarraña,
se escribe con eñe.
El
sueño ganó al frescor, sin embargo, en el transcurso de la
madrugada, hizo que los termómetros iniciaran un descenso en su
escala, haciendo que esos sueños se tornaran en tiriteras. Al punto
que los amigos, se vistieron con sus ropas de montaña y volvieran al
núcleo del gran descanso, durmiéndose profundamente, hasta que en
la siguiente mañana fueron despertados entre los humillos de una
gran taza de café y unas “casquetes”. (Pastas
tradicionales de Valderrobres de cabello de ángel)
La
Caixa y la Picosa, lucían blancas por la nieve, que había caído en
aquella madrugada y el sol arrendatario de los buenos presagios,
lucía como astro rey desde el cielo. La visita al pantano de la
Pena, hizo que se disparasen las emociones y el retorno al pueblo,
deteniendo los relojes y las prisas hizo que ese vermut del medio
día, lo pudiesen tomar en el bar de la Plaza, frente a ese
Ayuntamiento, que tanto reconocimiento tiene en el Pueblo Español de
Barcelona y que Montjuich presume de tanto abolengo e historia.
Los
días iban transcurriendo en aquella población magnifica, rebozada
de historia, de edificios históricos con ralea, como el Castillo de
los Heredia y Arzobispo de Zaragoza, que fue en su tiempo, de la
Iglesia de Santa María la Mayor. El casco antiguo, que es una de las
zonas más características de la población, la cual le da vida a
tantos millares de turistas que visitan esa franja. El rio Matarraña
a su paso por la población, el puente de Piedra, tan magnífico que
se erige entre la muralla y la parte nueva del pueblo, el puente de
Hierro que da acceso a todo el tráfico rodado que ha de cruzar la
villa.
Aquel
día comían en la Fonda, en casa de la Angeleta. El matrimonio
Dinarés, había reservado mesa y buena nota había tomado de ello,
Salvador que los situó en una de las preferenciales, dado la
cantidad de personas que se reunían en una de las mesas de aquella
fonda.
Situada
en el comienzo de la carretera hacia el pantano y Fuentespalda. Era
día 24 de Marzo del 67, viernes Santo. En aquel tiempo pecaban los
que comían carne en esa fecha y dado que nadie estaba enfermo y
tenía aquiescencia, fue el menú a base de las “baxocas”,
(judías verdes), del bacalao, del vino de casa Martí y de los
sentimientos.
Era
ya la comida de la despedida, algunos debían volver a sus lugares de
procedencia, tras haber disfrutado de unos días de hospedaje y de
amparo en casa de los Dinarés, gente buena, amiga y cordial. De
recorrido por todos aquellos parajes que quedaron en la retina de
todos y que con el paso de los años, de los muchos años tuvieron
transcendencia en algunas personas allí congregadas.
Salvador,
con su gratificante imagen, cordialidad y buen hacer, fue sirviendo a
todos los comensales, con el entrante que la casa pone como
galantería a los huéspedes y la deriva de la conversación fue por
derroteros disímiles, sin embargo, siempre se volvía al mismo
epicentro, que no era otra cosa, que aquellos días pasados en
Valderrobres.
Nuri,
la hija primogénita, la muchacha educada que hablaba en francés tan
bien, como el catalán y castellano, adujo lo que le encantaría ser
de mayor. Estrechando sus aspiraciones, las propias de una señorita
con estudios. No teniendo previsto ser como la mayoría de las
jóvenes de su generación; fuera del común denominador de las
chavalas de la época, en ser y estar destinadas a funcionar como:
ama de casa y mamá de sus niños. Quedando claras sus aspiraciones
y deseos, de seguir con sus estudios fuera incluso de la ciudad donde
residía.
Su
hermano gemelo Narcís, gran jugador de ajedrez, joven preparado para
logros fuera de lo común, asintió como no podía ser de otra forma,
las palabras y objeciones de su hermana y seguir pasos de extranjero
o de nuevas fronteras para abrirse un camino que sus antecesores no
habían podido conseguir por los motivos que todos sabían y
comprendían.
Esteban,
más conocido por “Estevet”, más tradicional y ponderado, quería
aprender el oficio de Calderería y ser un buen mecánico, casarse
con su novieta de toda la vida, seguir siendo el tipo tranquilo y
feliz que era. Cumplir con sus obligaciones y disfrutar de cuanto le
ofreciera el destino que él, entendía sería benévolo y
acompasado. Ahorrar para comprarse un terrenito al lado de la playa y
tener un coche utilitario de marca francesa.
Eulalia,
más emprendedora y empresaria, anunció que pretendía ser dueña de
unos grandes almacenes de venta al por mayor de ropa de diseño,
poder casarse con el chico más guapo de la zona y con el tiempo,
tras haber disfrutado de todo lo bueno que ofrece la vida, tener
hijos y criarlos como Dios manda y sobre todo ser dichosa y feliz.
Rosa;
la rubita admirable, poco podía pedir ya, porque todo lo tenía en
aquel instante. Sus padres, la preparaban con cariño y con dulzura
para que fuese una doctora de la Seguridad Social. Además estudiaba
para sobresalir por encima de la media, quizás pensara para ella, en
todo lo que había dicho su prima Nuri, como deseo, sumando también
lo que anexaba Eulalia, prima más pequeña, que tampoco era
desdeñable y que en aquel tiempo se podía firmar sin pensarlo. Sin
dejar desprotegidos sus deseos. No revelaba con certeza, sus
preferencias de futuro; reía confiada y escuchaba.
Lluis,
ya tenía su futuro planteado, hijo de unos panaderos pasteleros de
donde ellos eran originarios, con negocio boyante y expectativas
abiertas a los negocios más exigentes. Preparación no le faltaba,
además que era el heredero de la saga Silvestre. Mente abierta y
despejada para dominar las finanzas de su tiempo. Visión clara de lo
conveniente y lo desechable. Algo entusiasmado por Nuri, de donde
hubiera bebido el agua si esta se la hubiere servido incluso con las
manos.
Emilio,
que comenzaba a sentirse valeroso, con sus estudios en proceso, con
muchas ilusiones en la cabeza, creyendo que todo el mundo es
perfecto, confiando en sus posibilidades y sabiendo que en este mundo
nadie regala nada y si quieres algo, lo has de pretender con esfuerzo
y denuedo, fue juicioso en sus pretensiones y no fue mas allá de lo
que esa prudencia permite y no sobrepasa los límites de la
coherencia y con mucha calma y tranquilidad afirmó mirando a la
anfitriona de la mesa. La madre, la señora Nuria. _ Lo que si
tengo muy claro, señora Nuria, es que cuando sea mayor, esté
instalado y sea un hombre, me compraré una casa en Valderrobres,
para poder disfrutar de este entorno que me ha encantado.
Aquel
trenecito procedente de la Puebla de Hijar, y de Alcañiz les retornó
a Tortosa, empujaba todos aquellos vagones de madera, una máquina,
que parecida a la original “Torica” hacía las veces de
locomotora con su velocidad de desmayo y su confianza en que todos
debíamos llegar a la ciudad de la desembocadura del Ebro, para
enlazar con otra línea que nos dejaría en Barcelona.
Los
años han pasado, aquel trenecito ha dejado de subir por aquella vía
estrecha que nos traía a la felicidad, que nos sumergía dentro del
paisaje de olivos, de cosechas y de naturaleza, que rompía
agradablemente con la uniformidad y lo grisáceo de las grandes
ciudades. La Línea de la Val de Zafan, dejó de existir por motivos
financieros, no haciendo más aquel recorrido, que tanto bien hacía
y necesita la franja para salir a la playa y llevar sus mercancías
hasta un puerto de Mar.
Aquellas
personas que disfrutaron de la Semana Santa del año 1967, crecieron,
otras envejecieron, se desarrollaron y formaron sus respectivas
familias. Algunas desgraciadamente ya no nos acompañan. Que Dios,
las tenga en la gloria.
Otras
han surcado fronteras intentando encontrar la felicidad, con la
seguridad que siempre que escuchen noticias relativas de la línea de
la Val de Zafán, los gentilicios de las diferentes poblaciones, el
hablar característico del Matarraña, las normas y características
de sus pobladores, las artes, los detalles hermosos de esta tierra
del bajo Aragón, la estarán echando de menos y añorando por todas
las virtudes que entraña el terreno y sus habitantes. No pocas de
aquellas almas que estuvieron sentadas en la mesa seis, de la Fonda
Angeleta, aquel 24 de marzo de 1967, han establecido su vida y las de
sus descendientes dentro de la fronteras y de la franja, dejando su
impronta y su esfuerzo y recibiendo todo aquello que esta tierra
regala, que es mucho y que se agradece. Otros por el propio meneo de
la vida, por la circunstancia del subsistir, van y vienen con tanta
frecuencia como pueden.
Lo
que si podemos certificar es que aquella máxima pronosticada a Nuria
en día de viernes Santo. Se ha cumplido: “Lo que si tengo
muy claro, señora Nuria, es que cuando sea mayor, esté instalado y
sea un hombre, me compraré una casa en Valderrobres”.
Que
por cierto, la disfruta con salud y mucha ilusión.
Fin
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1 comentarios:
Amigo Emilio,me has hecho retroceder en el tiempo,se han apoderado de mi los gratos recuerdos de juventud en Valderrobres y también he sentido una pena por los que no están pero que los llevo en mi corazón.Muchas gracias por ser como eres y hacerme sentir estas emociones,todo esto te lo digo con lágrimas en los ojos,lágrimas de agradecimiento y felicidad por este relato de una época de mi vida muy feliz.muchas gracias amigo Emilio
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