Había
estado en trance de muerte. Sabía perfectamente que es lo que pasa
en esos momentos. Estuvo a punto de palmarla definitivamente y ni
sabe como volvió a la vida.
Memorias
que mantendrá aquí en la tierra y tal vez ni siquiera las podrá
erradicar, cuando esté abrasándose por el terreno del mal llamado
infierno.
Jamás
explicó que sintió mientras lo tenían desnudo encima del mármol,
esperando que reaccionara.
Mientras
gente de la familia y amigos, entraban a verle y a llorarle.
Algunos
fingidamente, otros de verdad, para que siguiera muy muerto.
Siendo
aquella lápida, el lugar donde descubrió ciertos secretos que se
daban a sus espaldas.
Llorando
entró su mujer, y esperó a quedarse sola con el cuerpo inerte de su
marido.
Se
le acercó y cuando estuvo a su altura, frente a su cara, a pesar de
tener los ojos cerrados y estando muerto, tomó fuerzas y con rabia
le espetó sin ningún tipo de piedad.
__
Que alegría me has dado Florencio, morirte ahora__ miró alrededor
para asegurarse la soledad, entre ella y su muerto.
__
Ni te imaginas el favor que me haces. Me evitas el tener que pasar
por un mal trago, explicaciones a diestro y siniestro y pedirte el
divorcio con urgencia. ¡Sí has escuchado perfectamente! ¡Divorcio!
__ Volvió a comprobar de nuevo su compostura.
__
Estoy liada con Anastasio, ¡Si ese que te hace tanta gracia! Tu
amigo de la infancia es el que me entretiene en la cama y sin
pretenderlo, nos has facilitado nuestro deseo.
El
vivir juntos para siempre y dejarte a ti que te pudras como un
gusano.
Excitada
seguía hablándole en la oreja al fiambre de su marido.
__
Perdona que finja y llore, pero es que he de ser creíble, ante tu
gente. Siempre han presumido que yo era una sumisa idiota, que te lo
permitía todo. Nadie esperaba, te retiraras de la vida, dando tan
poco ruido.
¡Jódete,
ahora es mi tiempo!__ se paró en seco y vio que se acercaba alguien.
__
Luego sigo, que entra tu colega.
Apareció
súbitamente el socio de Florencio, Edgardo, con un acongojo
extraordinario, los párpados abultados y una depresión emotiva
acentuada
__
Hola, como estáis__, dijo el caballero__, imagino que como todos,
desesperados__ comentó el recién entrado, a la viuda imperfecta por
el dolor
__
Tu verás, me deja desconsolada y sola. Aún no me lo creo. Estoy
rota__ acabó la frase aquella mujer.
__
Te creo__, dijo Edgardo__, imagina como y con que fuerza, seguiré yo
con el negocio. Siendo él el líder de todo. Sin él, veremos como
nos apañamos.
Haciéndole
un gesto al socio y al amigo, se retiró Mercedes, a lamentar con los
demás familiares, dejando frente a Florencio a su buen colega
Edgardo, que limpiándose los mocos y mirando en torno a si, para que
nadie supiera de aquella confesión le dijo.
__
Jódete pedazo de cabrón, con tu muerte, solucionado todo.
Así
no tendré que dar explicaciones de cuanto dinero me has prestado, el
que jamás te retornaré, porque ni siquiera hay documento que lo
indique.
Eras
tan tonto, que siempre te has fiado de los mangantes y además, ni
sabes cuanto te he sisado, mientras tu confiabas en mi.
Siempre
te has creído superior, pues las cosas se ponen en su sitio. Te
jodes, y que sepas que todo el negocio quedará para mis “santos
mojones”.
Continuó
disfrutando dentro de aquel teatro que le ponía, sin ninguna pena ni
sentimiento.
__
¡Ah otra cosa, que jamás te dije!, del balance y las pérdidas del
año pasado no hay nada. Fui yo el que modifiqué los libros
contables y los puse en negativo, pero todo aquel montante, fue a mi
bolsillo.
Tan
fácil como suena ¡Ahora ya ni fastidiarte puedes! ¡Nos veremos en
el cielo! Espérame que llegaré, y espero tardar.
Los
médicos, tras los esfuerzos sometidos, con esas técnicas tan de
vanguardia, creyeron en un principio que tenía posibilidades de
reacción. No con certeza, ni con la convicción de un apóstol.
Lo
sospechaban por ciertos impulsos que a veces intimidan a los galenos
y estos no abren la boca, porque tampoco saben que es lo que sucederá
en adelante, con casos tan singulares. Pero no tenía reacción
alguna y Florencio se había marchado. ¡Todos lo daban por
fallecido!
Mantuvo
con la muerte un estira y afloja y ésta al final le dejó que
volviera a latir su corazón, después de haber estado por mas de
siete horas frenado, sin respirar y tieso como la mojama.
Detalles
que la reconocida dama negra, la famosa Madame “Defun”, controló
desde el mismo momento, que le avisó que moría en aquel instante.
Aprovechó
la señora. La temida doña muerte, en una de esas charlas coléricas
que tenía para pedirle un instante.
Y
cuando colgó el teléfono, Se colocó frente a él y le dijo
escuetamente.
__
¡Florencio ya no tienes solución! ¡ Estás muerto!, y además no
te dejo despedirte de tu gente, porque ellos te odian, sin que tu lo
sepas.
El
interfecto, quedó mudo y sin vida, cayendo de bruces sobre la
acolchada alfombra del despacho. Haciendo disparar las alarmas y las
alegrías de cuantos conocía y él creía que le respetaban.
Estaba
ya situado dentro del armazón de su tumba, los especialistas de la
morgue, entre risas lo estaban preparando y peinando, para
depositarlo y cruzarle las manos sobre el pecho, en señal de
contrición.
Cuando
abrió los ojos, y les preguntó a los empleados de la funeraria,
__
¡Que hacéis!, y que le había pasado__ Preguntó sabiendo muy bien
que había ocurrido y como, y el por qué de todo lo vivido mientras
estaba muerto.
Les
hizo frenarse en el susto y les dio tiempo para que reaccionaran y
dieran aviso a los médicos o al personal asistente preparado.
Estos,
con un síncope entre pecho y espalda, salieron del lugar echando
chispas y dando rebato a los responsables de la benefactora “El
viaje hacia el cielo” Cajas y cajones para difuntos, Sociedad
Comandita”
Entre
tanto la muerte, pactó con él, le solucionara un par de asuntos que
eran de suma importancia. ¡Nada! Un par de errores que ella había
cometido con unos vecinos!
Le
concedió a Florencio a cambio una prórroga de tres años más de
sufrimientos en este valle de lágrimas.
Tiempo
suficiente, para que él también pusiera a cada cual en su lugar.
El
que de hecho le correspondía, por méritos propios de revivir, a su
muerte.
Dejando
que con su maestría pusiera en solfa, a aquellos que le rodeaban tan
fielmente.
Tuvo
paciencia para disponerlo todo, y dejar sus pensamientos y vivencias
en el lugar correspondiente, y justo a los tres años, Florencio se
despidió de esta vida, para no volver jamás, ni tener de nuevo otra
oportunidad.
D.E.P.
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