El
calendario marcaba el 23 de febrero del año 1981. Era un día
mordido por el mal tiempo, fresco y lluvias, amaneció para perdurar
durante toda la jornada. En casa del Licenciado Ortuño, un
especialista programador de informática, las cosas no iban del todo
bien.
Se
habían complicado la última semana, con unas cosas y otras y hacían
que la travesía de aquella quincena fuera de las pesadas. Habían
operado a su padre, el día anterior y las esperas, las idas y
venidas y demás ayudaban a que todo se desorbitara. Además del
cargo de su padre, tenia el de la madre, que se había instalado unas
fechas en la casa del hijo por no estar sola, y a todo lo demás se
le sumaba la circunstancia que esa misma noche comenzaba con la
rotación nocturna, a modo de establecer un tercer recurso en la
empresa donde trabajaba y aprovechar la sinergia, de la maquinaria
las veinticuatro horas.
Su
padre, un hombre raro y desconfiado, ya mayor, que le detectaron de
buenas a primeras un quiste en el pecho y los doctores decidieron
extirparlo, ahora ya recuperándose esperaba en el hospital de Sant
Gervasi, sin repercusiones. La madre, una mujer sosa, que nunca decía
lo que sentía y siempre llevaba aquel estigma, de molestar a cada
momento y por todo, con lo cual no eran personas demasiados abiertas
ni tampoco generosas en el sentido de la ayuda, o del apoyo.
En
aquella casa, además de la rutina familiar, del matrimonio de
Ortuño, con su mujer y sus dos hijos, se le sumó un ente mas al que
se le había de hacer absolutamente todo, desde ponerle el desayuno
hasta quitar las migas de la mesa, antes de recoger la cena; porque
la gran mamá, era de las que ni se meneaba.
Así
que la esposa de Ortuño, llevaba más carga de la habitual, con la
operación del suegro, atención a los dos niños en edades
infantiles, que se les tenía que hacer absolutamente todo, además
de lavarlos para ir a dormir. Procurar que cenaran con la tutela de
la mamá y un poco de juego con la abuela, hasta que llegara en la
programación de televisión, aquella marca característica del
anuncio, que todos los chiquillos esperaban para despedirse de los
mayores y quedar descansando en sus dormitorios.
Con
melodía incluida y muy popular de: “Vamos a la cama, que
hay que descansar” que aún deben estar en las memorias de
muchos de los habitantes de esta zona.
El
telediario de las nueve de la noche del 21 de febrero, no arrancaba,
y parecía según las noticias, que se habían difundido durante la
tarde, que el Ejército andaba revuelto, o alguna cosa rara poco
propicia, se estaba dando en aquellos instantes, en los que aquella
familia ya cenaba, con tranquilidad, y con la sorpresa de no tener
las noticias al abasto, como era habitual todas las noches.
En
aquella vivienda, todo estaba controlado y había llegado la hora de
partir para el trabajo, así que Ortuño, fue a la habitación de sus
nenes y les besó como cada noche. Se despidió de la madre, y de la
esposa para salir en busca del auto, que le llevaría a las
dependencias del trabajo, ya sin pensar más qué; en lo que se le
venia encima, por tener que hacer a partir de entonces y por un
periodo de quince laborables, su trabajo en las horas nocturnas.
Raramente
no había tráfico rodado apenas, siendo un lunes de trasiego,
normalizado del segundo mes del año ochenta y uno. En la radio del
vehículo, pudo cerciorarse de lo que intuía desde hacia un par de
horas. Un convoy de guardias había asaltado el Parlamento y todos lo
políticos estaban retenidos sin poder salir de aquellas
dependencias.
Cuando
llegó a las instalaciones de su empresa, su compañero de tareas
Manolo le esperaba medio muerto de miedo, un hombre con poca valentía
natural, con muchos gramos de cobardía personal, recién casado y
este; en vez de dejar a su mujer, en casa con la suegra, los niños,
la tele y demás. Quedaba sola, sin nadie con quien hablar,
defenderse, o cenar. Sin saber a donde iban a llegar aquellas
muestras de fuerza que se daban en el país.
El
transistor de radio, transmitiría toda la velada, fue el
protagonista de la noche. En nuestro Departamento de Operaciones, el
amplio Centro de Cálculo, sufría de los mismos rigores de siempre,
un alto grado en decibelios, producidos por los equipos de aquellas
altas y grandes bandas magnéticas, la lectora de tarjetas
perforadas, la perforadora de datos, impresoras de velocidades altas
y aquellos discos magnéticos, que no paraban de rotar en ningún
momento. Mucho ruido en la sala del Ordenador IBM 360 de la serie
alta, estaba ejecutando un proceso combinado de ventas y compras, con
resultados de los porcentajes de cada vendedor de la empresa, el que
en condiciones normales tenía una duración de unas cinco horas
aproximadamente, teniendo que a posteriori, imprimir unos listados
interminables en papel pautado, que sería la conclusión definitiva
del trabajo de aquella noche, en lo profesional.
Pronto
empezaron los tiros y los apretujones en el Parlamento, amenazas de
tanques por las calles de Valencia, y muchos paisanos preparando las
maletas para huir de la quema, estaban dispuestos. Nervios entre los
partidos políticos y sus gentes, llamadas a todo trapo desde Madrid,
a los cuarteles de la Legión, a los cuerpos de seguridad del Estado,
a todo Quisque.
Se
le denominó aquella confusión “la noche de los transistores”
Manolo,
estaba cagado, no es que Ortuño no tuviera aquel resquemor por la
incertidumbre, que a la postre era también un miedo generoso, pero
su compañero, comenzó a temblar y lo primero que hizo cuando
llegaron las diez y treinta y tres fue comerse su bocadillo, fuera de
la sala de procesos y seguir la escucha de los acontecimientos, que
les suministraba aquel transistor Philips modelo 611, que poseían.
Manolo
Honijesa__, todos le conocían en la empresa__ no es que fuera un
trabajador comprometido con sus obligaciones, un productor de los de
quitate el sombrero y, a la primera excusa, salia de sala a
descansar o a camuflarse, con los envites del periódico Sport o
Marca, pero aquella noche se pasó tres pueblos. Cuando entró en la
sala de Cálculos y le dijo a su compañero de turno, que se
marchaba, que su mujer le esperaba con el hatillo hecho para huir al
extranjero.
Le
dejó patidifuso, no sabiendo si entender lo que quería aclarar o
fuera otra de las muchas exageraciones inventadas y mentirosas de su
cosecha.
El
motivo de la deserción de aquella noche __ le dijo el señor
Honijesa fue __, que en su población de residencia, ya iban casa por
casa buscando valores inmobiliarios, escrituras y dinero, para las
causas de un partido que se había erigido leader, de todo aquel
chocho y que Manolo se había inventado para no trabajar y marcharse.
Han
pasado treinta y seis años, de todo aquello, que por suerte y
gracias a Dios, acabó bastante bien, sin apenas daños materiales y
pocas victimas relativas al susto. Manolo Honijesa, como Ortuño,
están jubilados los dos.
El
primero sigue con sus miedos y mentiras. Aquella noche se libró de
su responsabilidad dejando solo al compañero Ortuño defendiendo el
trabajo, que debía ser de los dos. Su vida ha sido desnaturalizada y
cuando en el bar salía la conversación de aquella noche del “23F”
23 Febrero. Era uno de los que salvó la situación, al compañero y
las instalaciones de la empresa.
Ortuño,
jamás quiso explicar el por qué de la ausencia de Manolo, ni de lo
que aquella noche sufrió, sólo atendiendo todo un turno no fácil
de trabajo y en cuanto a los sucesos, tampoco es que se haya
desabrochado la boca, para explicar su punto de vista. Aquellos niños
son adultos y va recordando cada 23 de febrero, aquellas
connotaciones ya obsoletas.
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