En aquella marina el sol caía desoladamente y de pronto se cubrió
el cielo de unos nubarrones ferósticos, horrorosos los clásicos “mammatus” henchidos
de lluvia, que amenazaban una incipiente tormenta. En la playa tomando los rayos
del astro rey, una preciosa dama, que cubierta de crema del doble cero,
intentaba tomar aquellos rayos huidizos para dar color a su piel.
De repente, sin pensarlo, aquella mujer comenzó a caminar
en dirección de la orilla, para tomar un baño, antes de que la tormenta,
llegase y diera por finiquitado el favorecedor momento.
Al llegar probó con su pie izquierdo la temperatura del
agua del mar, que de sopetón pasó de mar llana a atrevida, como indicando que
el temporal, estaba encima y no rezagaría en empapar el arenal.
Es una playa de esas que en cuanto entras envuelve a los
bañistas, sin tener necesidad de caminar mucho trecho, para cubrirte por completo.
Profunda y brava sus olas comenzaban a dar latigazos contra las rocas.
La mujer comenzó a nadar hacia la hondura, con brazadas
potentes y duras, ganado distancia en breve con el borde de la tierra.
La marejada se notaba con rotundidad, atrayendo hacia la
profundidad del mar, con su traslación cualquiera de los objetos varados en la
orilla, barcas y patines, que demostraban a todas luces que la atracción del
mar engullía con fiereza, debido a la permuta repentina del tiempo
En ese instante la bañista no hacía suelo, sin ya tocar con
los pies en la tierra, nadaba con atrevimiento hacia adentro, descubriendo que la
tracción de la fuerza del mar, la adentraba hacia la profundidad,
irremisiblemente. Nadie se había dado cuenta que la bandera roja de peligro,
estaba inhiesta, delatando la peligrosidad que los servicios de asistencia y
salvamento auguraban para las próximas horas.
Desde los altavoces de rescate se oyó una alarma y una
notoria alerta, seguida de voces de personas que, a gritos, indicaban la salida
inmediata de las aguas del mar, para que los bañistas abandonaran de inmediato
las aguas, por peligro de avistamiento de tiburón en la zona, “Carcharhinus falciformes”,
una especie que suele tragarse a sus víctimas enteras, que habían divisado desde la torreta
de vigilancia y con urgencia la daban a conocer de inmediato.
Ni rastro de la mujer, únicamente la toalla y el cesto de
mimbre que en un rincón de un recoveco aguardaba a su propietaria. La silueta
de la cola del tiburón era lo único que se veía a no demasiada distancia del
borde de la duna.
Salvamento, sabiendo que una bañista estaba en zona de
peligro, usó la lancha de asistencia para mirar de recoger a la mujer, en su
esfuerzo de retorno, dos pasadas en la zona, media hora de búsqueda y ni rastro
de la mujer. El tiburón ya había sido espantado. No hubo manera de encontrar a
la bañista con los denodados esfuerzos hechos. Cuando fueron a recoger los
pertrechos de la desaparecida, en el cesto de mimbre, había una nota que decía.
Adiós; Perdonadme
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