Subía las escaleras muy a prisa, su edad se lo permitía y su
complexión ayudaba a que su corazón bombeara con fuerza la sangre que
transportaban sus arterias. Ninguna duda en su pensar, jamás temía nada aunque
se suscitaran dilemas que no vinieran a cuento, ni estuvieran dentro de lo
corriente, por no ser de recibo y por no ser medroso.
Sabía que aquel día algo le iba a suceder fuera de lo usual,
porque así se lo decía su instinto proclive a ver situaciones futuras más lejos
de lo que un ser normal, podía asentir. Tampoco era cosa que le perjudicara
aquella mañana de mayo, lo tenía todo bastante planeado y tan solo debía hacer
una visita antes de la hora del almuerzo, para continuar con su marcha.
Al llegar a la cuarta planta, se encontró con un vestíbulo con
cuatro puertas, cuatro viviendas exactas en su exterior, sin modo alguno de
conocer en cuál de ellas había de llamar y tuvo que detenerse, y se detuvo para
mirar y comprobar con exactitud donde llevaba anotada aquella dirección que le
había dado su camarada, y que presentía desde hacía horas, que alguien de aquel
domicilio, alguien que aún no sabía, alguien que ni imaginaba, le iba a cambiar
la vida por completo.
En el rellano del hall de la escalera, perfectamente iluminado,
no habían indicios ni indicativos del orden cardinal de las puertas, por lo que
no se mostraban cual era la que correspondía al primero, ni cual podría ser la
última.
Cuatro timbres exactos en el margen izquierdo del marco del
portón, equidistantes a una altura prudencial y situados cada cual para el
aviso de llegada. En el centro de cada una de las cancelas, un orificio
artificial vitrificado a modo de espía que soportaba el visor de comprobación
de presencias. Conocido vulgarmente con el nombre de "mirilla".
Cuatro rejillas, una en cada puerta, sin pestañas ni cejas,
cuatro visores muertos en vida, esperando ser usados desde el interior de cada
una de las viviendas, para conocimiento del que aterriza por aquella puerta y
siempre delator del que espera fuera, que sin darse apenas cuenta, le sonríe y
sobrepone, para dar su mejor traza.
Supo cual era el pulsador que había de tañer y el ojo
indiscreto, callado e inerte donde tenía que mirar y sonreír, de forma tontuna,
para dar una impresión solemne. Un signo causal que su destino le había
preparado desde que nació y al que inexorablemente estaba sentenciado.
Se situó frente a la primera puerta, según se sube por la escalera
a mano derecha y se arregló el cabello, meciéndolo para dejarlo más
acondicionado y quedase más presumido, buscó dentro de su forro de recuerdos la
sonrisa más apropiada para poner cuando le observaran y apretó la membrana de
aquel timbre que esperaba paciente, haciendo sonar la chicharra de la alarma y que
apareciera tras aquella puerta algo que ni imaginaba.
Tanto era así, que puso cara de bobo, haciendo jeribeques con
los morritos y labios, y gestos, contorsiones faciales y muecas al que le
estuviera mirando. Creyendo que sería persona reconocible para él y a la que no
tuviera que dar demasiadas explicaciones.
El sonido grave del avisador penetró en aquel domicilio, perturbando
a los que no esperaban visita y al poco se iluminó la lentilla cristalina del
mirador por el torrente de luz que provenía desde el interior de la casa, a la
vez que otro susurro perteneciente a una puerta interna se escuchaba en su
trayectoria de cierre.
Aquel ojo muerto de la puerta, tomaba vida por el alquiler de
otra pupila humana que se servía de él, para observar quien estaba tras la
puerta cerrada, alguien miraba, callado, sin más mérito que aguzar los sentidos
e imaginar en segundos aquella presencia no de mal ver, que hacía mohines y que
parecía no estuviera en su sano juicio por los tics, muecas y arrumacos que
hacía.
En el lado anverso de la frontera, analizándole en un segundo de
arriba a abajo, escudriñándole hasta el alma, dentro de los posibles y entrándole
nunca mejor dicho por el ojo derecho, que es el que usaba la señorita, que iba
a abrir la puerta de un instante a otro. La cual quedó impresionada; no por los
esguinces faciales y cucos, si no por la atracción que ofrecía el payaso.
No sin antes demandar con una voz maravillosamente femenina y
con un tono de regocijo imperativo_ ¿Quién es?_ sin de momento, hacer el más
mínimo gesto de confianza para dejar aquella cancela de par en par y esperando,
a la vez que lo copiaba para su ensueño y retentiva, escuchar la modulación de
la palabra del caballero sandunguero que esperaba en el zaguán de su entrada.
_Soy Benôit, buenos días señorita ¡Perdone mi idiotez! No
imaginaba que sería usted, la que acudiría a mi reclamo, lo siento de veras,
solo quería ser lo más simpático posible, creyendo que sería otra persona, la
que acudiría a mi llamada.
Ella, sin preámbulos ni
medias tintas interrumpió la conversación de presentación con sus prisas,
acelerando la ligereza por abrir aquella cancela _: Un momento_ volvió a sonar
aquella voz mujeril que a su vez descorría la cerradura para dar paso a la
imagen de uno hacia la otra y que se inundaran ambos de esa mezcolanza de
seducción autentica y brutal, que entra por los ojos y acaba en el alma, cuando
hay química explosiva.
Aquel portón blindado de tres cerrajas, se abrió plenamente,
entrando la luz del rellano de la escalera desde fuera hacia dentro, sumada con
el arco radiactivo de la sonrisa de Benôit, que se presentaba frente a la dama
y que con un simple gesto de cabeza, le regalaba toda su confianza, preguntando
sin dejar de mirarla_: ¿Acaso te llamas Colet? y eres hermana de ¿Jean Prudens?
Dejando a la joven mujer agitada por una especie de luz
desenfocada y un preludio en el tiempo de amor apasionado.
La respiración de ambos quedó cortada, como hendidura en la
manteca; a la hora de preparar un bocadillo. Aquella mirada de ida y vuelta, imposible
de interrumpir, se hacía del todo fascinada. Ella repasó en una visión
pronunciada y fugaz, aquello que su subconsciente asimilaba para debatir a
solas y en silencio. Él, quedo prendado mirándole su talle escueto, su delantal
medio atado y su cintura de mariposa.
Al momento una voz bronca espetó contundente desde el interior, haciéndoles
volver a la realidad_ ¡Colet es Benôit! _. Pues dile que pase y no haga tonterías de las
suyas, ni lo dejes que te confunda con
su mirada cautivadora.
Colet, ha cumplido sesenta años, y sigue sonriendo a las tonterías
de Benôit, con su sonrisa estupenda y su
cara de ángel, siendo la artífice de otra familia que sigue sintiéndose feliz
con poco.
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