martes, 2 de junio de 2015

Seducción por la mirilla





Subía las escaleras muy a prisa, su edad se lo permitía y su complexión ayudaba a que su corazón bombeara con fuerza la sangre que transportaban sus arterias. Ninguna duda en su pensar, jamás temía nada aunque se suscitaran dilemas que no vinieran a cuento, ni estuvieran dentro de lo corriente, por no ser de recibo y por no ser medroso.


Sabía que aquel día algo le iba a suceder fuera de lo usual, porque así se lo decía su instinto proclive a ver situaciones futuras más lejos de lo que un ser normal, podía asentir. Tampoco era cosa que le perjudicara aquella mañana de mayo, lo tenía todo bastante planeado y tan solo debía hacer una visita antes de la hora del almuerzo, para continuar con su marcha.

Al llegar a la cuarta planta, se encontró con un vestíbulo con cuatro puertas, cuatro viviendas exactas en su exterior, sin modo alguno de conocer en cuál de ellas había de llamar y tuvo que detenerse, y se detuvo para mirar y comprobar con exactitud donde llevaba anotada aquella dirección que le había dado su camarada, y que presentía desde hacía horas, que alguien de aquel domicilio, alguien que aún no sabía, alguien que ni imaginaba, le iba a cambiar la vida por completo.


En el rellano del hall de la escalera, perfectamente iluminado, no habían indicios ni indicativos del orden cardinal de las puertas, por lo que no se mostraban cual era la que correspondía al primero, ni cual podría ser la última.
Cuatro timbres exactos en el margen izquierdo del marco del portón, equidistantes a una altura prudencial y situados cada cual para el aviso de llegada. En el centro de cada una de las cancelas, un orificio artificial vitrificado a modo de espía que soportaba el visor de comprobación de presencias. Conocido vulgarmente con el nombre de "mirilla".


Cuatro rejillas, una en cada puerta, sin pestañas ni cejas, cuatro visores muertos en vida, esperando ser usados desde el interior de cada una de las viviendas, para conocimiento del que aterriza por aquella puerta y siempre delator del que espera fuera, que sin darse apenas cuenta, le sonríe y sobrepone,  para dar su mejor traza.

Supo cual era el pulsador que había de tañer y el ojo indiscreto, callado e inerte donde tenía que mirar y sonreír, de forma tontuna, para dar una impresión solemne. Un signo causal que su destino le había preparado desde que nació y al que inexorablemente estaba sentenciado.

Se situó frente a la primera puerta, según se sube por la escalera a mano derecha y se arregló el cabello, meciéndolo para dejarlo más acondicionado y quedase más presumido, buscó dentro de su forro de recuerdos la sonrisa más apropiada para poner cuando le observaran y apretó la membrana de aquel timbre que esperaba paciente, haciendo sonar la chicharra de la alarma y que apareciera tras aquella puerta algo que ni imaginaba.

Tanto era así, que puso cara de bobo, haciendo jeribeques con los morritos y labios, y gestos, contorsiones faciales y muecas al que le estuviera mirando. Creyendo que sería persona reconocible para él y a la que no tuviera que dar demasiadas explicaciones.
El sonido grave del avisador penetró en aquel domicilio, perturbando a los que no esperaban visita y al poco se iluminó la lentilla cristalina del mirador por el torrente de luz que provenía desde el interior de la casa, a la vez que otro susurro perteneciente a una puerta interna se escuchaba en su trayectoria de cierre.

Aquel ojo muerto de la puerta, tomaba vida por el alquiler de otra pupila humana que se servía de él, para observar quien estaba tras la puerta cerrada, alguien miraba, callado, sin más mérito que aguzar los sentidos e imaginar en segundos aquella presencia no de mal ver, que hacía mohines y que parecía no estuviera en su sano juicio por los tics, muecas y arrumacos que hacía.

En el lado anverso de la frontera, analizándole en un segundo de arriba a abajo, escudriñándole hasta el alma, dentro de los posibles y entrándole nunca mejor dicho por el ojo derecho, que es el que usaba la señorita, que iba a abrir la puerta de un instante a otro. La cual quedó impresionada; no por los esguinces faciales y cucos, si no por la atracción que ofrecía el payaso.

No sin antes demandar con una voz maravillosamente femenina y con un tono de regocijo imperativo_ ¿Quién es?_ sin de momento, hacer el más mínimo gesto de confianza para dejar aquella cancela de par en par y esperando, a la vez que lo copiaba para su ensueño y retentiva, escuchar la modulación de la palabra del caballero sandunguero que esperaba en el zaguán de su entrada.

_Soy Benôit, buenos días señorita ¡Perdone mi idiotez! No imaginaba que sería usted, la que acudiría a mi reclamo, lo siento de veras, solo quería ser lo más simpático posible, creyendo que sería otra persona, la que acudiría a mi llamada.

 Ella, sin preámbulos ni medias tintas interrumpió la conversación de presentación con sus prisas, acelerando la ligereza por abrir aquella cancela _: Un momento_ volvió a sonar aquella voz mujeril que a su vez descorría la cerradura para dar paso a la imagen de uno hacia la otra y que se inundaran ambos de esa mezcolanza de seducción autentica y brutal, que entra por los ojos y acaba en el alma, cuando hay química explosiva.

Aquel portón blindado de tres cerrajas, se abrió plenamente, entrando la luz del rellano de la escalera desde fuera hacia dentro, sumada con el arco radiactivo de la sonrisa de Benôit, que se presentaba frente a la dama y que con un simple gesto de cabeza, le regalaba toda su confianza, preguntando sin dejar de mirarla_: ¿Acaso te llamas Colet? y eres hermana de ¿Jean Prudens?

Dejando a la joven mujer agitada por una especie de luz desenfocada y un preludio en el tiempo de amor apasionado.

La respiración de ambos quedó cortada, como hendidura en la manteca; a la hora de preparar un bocadillo. Aquella mirada de ida y vuelta, imposible de interrumpir, se hacía del todo fascinada. Ella repasó en una visión pronunciada y fugaz, aquello que su subconsciente asimilaba para debatir a solas y en silencio. Él, quedo prendado mirándole su talle escueto, su delantal medio atado y su cintura de mariposa.

Al momento una voz bronca espetó contundente desde el interior, haciéndoles volver a la realidad_ ¡Colet es Benôit! _.  Pues dile que pase y no haga tonterías de las suyas,  ni lo dejes que te confunda con su mirada cautivadora.

Colet, ha cumplido sesenta años, y sigue sonriendo a las tonterías de Benôit,  con su sonrisa estupenda y su cara de ángel, siendo la artífice de otra familia que sigue sintiéndose feliz con poco.




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