Ahora que pienso_
farfullaba Bruno_ ya hace más de una quincena que ocurrió este episodio ¡qué
digo! Ha pasado casi un mes y no lo parece. ¡El reloj no se detiene y pronto
será pasado lejano_ continuaba pensando mientras caminaba hacia su paseo
diario.
!Dios mío! Como pasa mi tiempo, no consigo controlarlo.
Casi un mes de lo que os quiero contar_ cavilaba aquel hombre, sabiendo que
dentro de un rato; mañana, habrá pasado un mundo. ¡Veinticuatro horas! Lo que
os decía ¡Ilusión pasada!
Su memoria inmediata, perpetuaba
cómo se desarrolló aquel retorno de los turistas a sus destinos de partida, en
aquel aeropuerto donde volvieron a tocar con los pies en el suelo y que desde
ahí volverían a sus casas, a la localidad donde estaban empadronados y en el
distrito donde cada uno de ellos cobra sus pensiones, tiene sus amigos y
familia y a lo mejor han pasado la mayor parte de su existencia. Volvían a sus
casas.
Cada cual con sus cruces _ Ni
uno se salva de cerrar los ojos y no temer por aquello que le perturba_, apuntaba
de nuevo desde su reflexión mientras centraba su atención en el recorrido final
que estaba haciendo del habitual ejercicio por la "ruta del colesterol".
Itinerario famoso en la villa de
Sant Boi_, recorrido llano que bordea la carretera entre el antiguo hospital y
la zona de la ronda San Ramón_, bautizada así: ruta del colesterol, como suena,
denominación de origen dada por los sufridos hipertensos y por los diabéticos
que necesitan caminar para perder peso, ganar salud o por prescripción
facultativa.
Habían pasado juntos siete días
de los quince que el viaje contemplaba. ¿Es esto destino?, es ¿otra casualidad y una coincidencia?
Volvió a adentrarse Bruno, en la historia que había vivido en su último viaje
de placer, recordando de nuevo a lo que se le denomina origen de procedencia de
lo que está escrito, y que nos ha de suceder, sin esperarlo.
Es una suerte, coincidir con
individuos tan coherentes, conocer a personas tan agradables y tan especiales,
que se familiarizan sin mediar negocio, ni interés. Por pura fortuna de haber estado
allí, en aquel lugar y en aquel preciso instante. Aunque sea como en este caso_
seguía imaginando Bruno_, después de una carambola de la propia existencia.
Nuevamente y por enésima vez, su
recuerdo le llevó al archipiélago, una vez habían arribado a la terminal de los
Rodeos, del aeropuerto denominado Norte, de la Isla de Tenerife, tras más de
tres horas de vuelo sin percances, cuando comenzaban aquella quincena que
prometía ser distinta a las que durante el año habían gustado en la península.
Tenían que retirar su equipaje.
Aquel que debían bajar de las bodegas del avión para que cada cual acopiara sus
pertenencias. Por indicación de los rótulos de dirección, los recién llegados
fueron caminando a la sala de recogida de maletas. No había pérdida ninguna, en
esas cercanías todo está controlado y el que va medio despistado, se deja
llevar por el grueso de la manada que toda ella, va hacia el mismo lugar.
Todos los viajeros se
arremolinaron ante la cinta expendedora, debidamente marcada con el numero del
vuelo y de la procedencia, lo que no dejaba lugar para las dudas. Escuchándose
los comentarios de cuantos aguardaban para recoger sus valijas.
Allí mismo se conocieron aquellas
personas y con la misma prontitud, volvieron a distanciarse temporalmente sus coincidencias
y sus destinos, que se pospusieron a capricho del futuro inmediato, en otra
isla del mismo archipiélago: Gran Canaria.
El autocar de Giuseppe y Susan, no era el mismo que transportaría a Anie y
Bruno, venían en el mismo vuelo, desde el mismo origen y ciudad, pero
contratados por diferentes agencias de viaje, por lo cual_, pensaba Bruno
haciendo un repaso a los hechos ocurridos_, nos volvieron a apartar, nosotros
fuimos al hotel Concordia y ellos fueron al Plaza Swing. Con lo que la
caprichosa casualidad, no nos mezcló ni una sola vez, durante la estancia en el
Puerto de la Cruz.
No coincidimos ni en un solo
encuentro, no tropezamos con ellos por la Avenida de Colón, ni en la plaza del
Charco.
Somos del mismo barrio y jamás
nos hemos tomado un café juntos_. Finalizaba sus tribulaciones Bruno, para
despedirse de los acompañantes que le seguían por la ruta del colesterol y emplazarlos en otra salida; para después volver a iniciar aquella circunstancia que le
magnetizaba, a la vez que tomaba camino de retiro y llegar a su domicilio.
Realmente es casualidad o
brujería_ seguía defendiendo Bruno entre sus adentros, pensando sin dar tregua
a nada más, queriendo llegar al final de sus elucubraciones que no dejaban de
ser curiosas y como venidas de unas circunstancias agradables y predestinadas,
como si estuviese escrito_ Nos conocimos en la cinta de servicio de equipajes
del aeropuerto de Sant Cruz de la isla de Tenerife _ seguía matizando Bruno,
evidenciando lo que son, las disposiciones de nuestra existencia y el capricho
de los sucesos.
Las dos señoras rieron
complacidas por algún detalle que había pronunciado Susan, que se dirigía a su
compañero Giuseppe y le decía_ fíjate qué casualidad, somos del mismo
territorio y nos vemos aquí_ que gracia_
confirmó Anie, mientras observaba a Bruno y con un gesto le participaba la
casualidad. Ambas rubias y muy amables, desbordantes de alegría, quizás por los
nervios del viaje o porque en realidad son de ese duende, afable, dúctil y sensible
por el perfil que mostraban.
El amigo Giuseppe, más
concentrado pero al loro de todo porque no veía llegar sus maletas por el
servidor mecánico y sin dejar de pensar como cualquiera_ "No las habrán
perdido"_ reflexión fugaz que pasó como una centella por su instinto dejándole
muy ensimismado en lo que debía. Saludó a los encontradizos vecinos, sin dejar
de pensar_ Ya hace un buen rato que el trasto está transportando equipajes y
los suyos no aparecerían.
En un par de minutos las
presentaciones estaban hechas, los dos viajeros que estaban pendientes del
equipaje, también se conocían por lo menos de vista.
En ellos la fisonomía había
jugado al despiste, ya que ahora ambos eran menos reconocibles, por aquello de
la curva de la felicidad. Habían pasado alrededor de cincuenta años de las
referencias de las que hablaban, de sus infancias, del barrio de Sant Pere, de
la calle L'Alou, del bar Pirret, de la bodega Roc, del famoso Ateneo, la
farmacia la Cruz, de la carbonería y del estanco de la esquina, de la Rambla, y
de sus juegos, del pueblecito donde crecieron y del caprichoso destino que les
mostró el camino diverso que habían tomado, para el reencuentro en otro mar, en
otra luz, en otro horario, en otra latitud tan alejada y a la vez tan próxima,
habiendo pasado más de medio siglo.
_ Hola Giuseppe, yo soy Bruno,
mucho gusto, sí que es cierto, que tu fisonomía no me es desconocida_
comenzaron a charlar, a la vez que se saludaban y seguían ambos a la guay de
ver llegar sendos equipajes.
Aquel martes de un mayo florido habían
embarcado en un avión que les llevaría a tres horas de vuelo, aterrizando en
unas islas de ensueño, Las Canarias, pertenecientes a la Macaronesia, nombre
colectivo de cinco archipiélagos del Atlántico Norte más o menos cercanos a
África.
El termino procede del griego "makaron nesoi", o islas afortunadas, el
conjunto de islas perteneciente a la nombrada Macaronesia son: Azores,
Canarias, Cabo Verde, Madeira, e Islas Salvajes.
Su clima especial denominado macaronésico,
y a la vez dando nombre al gentilicio del grupo viene determinado por los
vientos alisios que proceden desde la América Central y el sur de México.
El trayecto sobre aquel Boeing
A430, fue de lo más regular, quitado el trafico de incontinentes en el pasillo
de la nave, buscando los lavabos para aliviar y dejar floja su delicada
próstata.
Una maravillosa travesía por alta
mar, sobrevolando Casablanca en Marruecos y con un tiempo extraordinario.
Además de contar con los buenos oficios del piloto, un audaz y experto
comandante de la compañía afiliada a Iberia, que nos dejó a todos los turistas
en el aeropuerto Norte de la Isla Tinerfeña. En la propia Santa Cruz de
Tenerife ciudad que da capitalidad a la isla.
Muchedumbre gentío, barbaridad
de peatones podríamos decir a tenor de lo que esperaba en aquella sala de desembarque
de maletas y bultos, que nadie tenía prisa por desempolvar los equipajes y el
tiempo pasaba sin más.
Como tardaban los equipajes,
nadie se había dado cuenta que estábamos en las islas, carácter tranquilo,
diferente al de donde nosotros arribábamos, y que prisa tenían todos por llegar
al hotel.
En aquellos momentos la cinta de
transporte de bultos y maletas del dispensador de la sala estaba sin movimiento,
fija; como si por alguna causa estuviera clavada sin vida, inerte.
Alguno de los turistas
impacientes se arremolinaban a la vera de la cinta, inquietos, esperando ver
primero: que comenzara a menearse el dispositivo transportador y luego más
importante, ver aparecer su equipaje indemne y sin percance.
A lo lejos voces chirriantes sin
conexión solo servían para aumentar los decibelios de aquella inmensa sala, con
sus diversos canales de distribución de equipajes para la recogida de pertenencias.
En la proximidad y cálidamente
una especie de susurro preguntaba_: ¿tú eres de Sant Boi? _ esperando una
respuesta inmediata, hacía Susan, de Anie.
_ ¿Tú también eres de allí,
¿verdad?, porque te tengo vista, y me eres conocida
_ ¿Verdad que sí?, anda que
casualidad, habéis venido en el vuelo con los viajeros de Mundo Sénior?
_ ¡Sí! ¡Claro y muy bien no? _
le respondía Anie, con una sonrisa amplia que le salía del alma.
Susan, girando su cuerpo hacia
la derecha y dirigiéndose a su compañero, que estaba a pies de la cinta, diciéndole_:
¡Anda Giuseppe!, esta señora es de dónde venimos, ¿no es casualidad?
Giuseppe contestó agradable y
miró llenándose los ojos esperando una señal de Bruno, que lo saludó y
exactamente igual que Giuseppe esperaba ver arribar sus pertenencias, que ya comenzaba
a ser sospechoso aquel retraso en la distribución habitual.
Aquellos residentes trasladados
por motivos de vacaciones a 2438 km aproximadamente de su perímetro de
residencia, se conocían en las islas del encanto, se hablaban por primera vez,
cuando sus vidas se habían intercalado sin duda desde hacía más de diez lustros,
vivencias sin una aparente certificación, sin una claridad meridiana, cuando
con certeza habían compartido escuela, iglesia, noticias, amigos, ilusiones,
paseos y plazas, cines y porque no, sin saberlo juegos callejeros. Todos
ellos, estaban censados en la misma plaza, y vivían bajo los mandatos de los
mismos censores políticos.
_ A que
hotel vais vosotros ? _ preguntó Giuseppe a Bruno, con
idea de verse ya desde esa incursión en el archipiélago_. Estamos inscritos en
el Hotel Concordia del Puerto de la Cruz_, respondió con una sonrisa tenue
Bruno y dejando que Giuseppe, dijera dónde iban a pernoctar_, yo no sé ni donde
nos llevan, pero esto no debe ser demasiado liado y seguro que nos
encontraremos por ahí paseando o en algún bareto.
El ruido de un motor se hizo
patente y audible la iniciación del movimiento de aquella cremallera metálica
plana y a lo lejos los enseres saliendo a la luz procedentes de las bodegas del
Airbus, para que los viajeros pudieran recoger sus maletas.
Se volvieron a encontrar en el
puerto, con destino a Gran Canaria, en el trayecto del catamarán Fred Oldsen.
Todos ya con destino al Hotel Green Field en la playa del Inglés, para
disfrutar del resto de sus vacaciones.
Su recorrido físico había terminado
a la par que el repaso mental, cuando llegaba a su barrio, y enfilaba aquella
calle tan empinada, la suya; cuando el teléfono sonó, con fiereza y sin mirar introdujo
la mano dentro de su bolsa, sacó el aparato y sin más, sin ver el display para conocer quien llamaba, sin pensar preguntó_:
¡Dígame!
_ Hola amigo, soy Giuseppe, en
media hora os espero en la plaza Cataluña, para tomarnos un cubata, ¿Qué te
parece?
_ ¡Hola amigo! ¡Qué alegría! Dijo
Bruno sorprendido, ¡Claro que sí! ¡Allí
nos encontramos!
1 comentarios:
Me ha encantado este relato, muy real y descriptivo, una situación que suele pasar a menudo. Toda una vida viviendo en el mismo barrio y por caprichos del destino en el lugar más inesperado en una hora cualquiera te encuentras puede nacer una amistad
para toda la vida. Por cierto mi hija vive en Sant Boi y conozco la "Ruta del Colesterol"
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