jueves, 12 de junio de 2014

Tinta morada

La necesidad de escribir. !Bien o mal!, mejor ...peor, de aquella manera o de la otra, sin ánimo de ser un artífice, pero con deseo de que sus impresiones quedarán en hoja de cuartilla, eran una urgencia potente. En definitiva, ya despuntaba como un jovencito especial, quería ser reconocido por sus familiares y ser adorado, le venía desde muy niño, por todas las tribulaciones que le habían inculcado, sus abuelos, en especial los cuentos fantásticos que le contaba Timoteo, su yayo.

Recordaba Octavio, su niñez y sus inclinaciones no tan infantiles cuando aún vivía en las "Casas baratas de Ramón Albo". Más conocidas por las casas baratas de Horta, en los años de la nada, del estraperlo, de las mentiras sociales, de las causas pérdidas, de los líos en las casas de alquiler, compartidas entre dos y tres familias distintas.


Sus padres, en aquellos tiempos también dominados por la sinrazón de sus miserias, sus egoísmos, sus "neuras", pasaban bastante de los chiquillos, tenían que trabajar mucho para poder llevarse a la boca un pedazo de pan duro. Eso hacia que el cariño, en según que familias brillará por su ausencia, y los hijos dejaran de ser la principal preocupación. Dejándolos casi abandonados a su suerte.

Octavio estudiaba por obcecación de alguien de su familia, que le había notado algún gesto de valía. No precisamente por sus padres, los cuales habían traído al mundo a dos  niños, para que fuesen sus criados. Dos hijos que no eran deseados, dos polvos que mal disfrutaron una noche de jodienda y que iban a dejar huella profunda tanto en los creadores como  en los afectados chiquillos.

El primogénito tenia siete años y pudo entrar en el colegio de los hermanos de la Salle, Isaac, el menor, se quedó a las puertas de acceso,  por dos  motivos  el primero porque no sabia leer todavía y tampoco le acompañaban las ganas de desprenderse de sus padres.

Octavio ya comenzaba a vislumbrar detalles grotescos en  su familia. Una madre, muy delicada de espíritu, muy cobarde y ramplona y con mucha teatralidad para camuflar las realidades. Fingiendo siempre, mintiendo en más ocasiones de las necesarias, ocultando realidades claras, simulandolas y medicandose sin necesidad, para que los humanos que le rodeaban pensarán que se moría a chorros. Una mujer mezquina.

El padre, un listillo de manual, un hombre pobre de recursos, con una infancia infame, que había tenido que vérselas con la disciplina de un orfanato, sin el cariño de persona alguna.
Engreído sin medida, y bastante corto de entendederas. Celoso hasta límites insospechados, por su falta de preparación y muy dictatorial e intransigente con sus hijos y esposa. De cara a los demás, daba una imagen errónea de la clase de tipo que era.

Octavio comenzó a fabular todo aquello que veía en primera fila de su existencia, que era sin duda el comportamiento de su mamá, y su papá, en relación con ellos mismos y para con sus hermano. Rápidamente comprendió a pesar de la poca edad, que debía portarse de forma mezquina para disimular ciertos momentos con el devenir y lo que le llamaban entonces "el no se entera de nada es un nene". Por lo que aprendió con rapidez y su propia identidad le generó una salida sistemática, que además de ayudarle a escribirlo de forma ilegible para los componentes de su entorno, le diera la posibilidad de no olvidar y guardarlo en un rincón de su cerebro para recordarlo y reproducirlo, en el momento que lo necesitase. Enfermó de pena y quedó tocado para siempre, haciendo de él, una persona destructiva y feroz, que vaga por el mundo disimulando esa tristeza de espíritu que le contagiaron sus propios descendientes.

Isaac, no superó los mínimos indispensables para formarse como un tipo normal, educado y sobre todo equilibrado. Fueron tan graves las lesiones disimuladas e imperceptibles que le quedaron que jamás llego a ser aceptado por el común de las personas como un ser digno. Se mezcló con maleantes y malhechores, hasta que su propia imaginación le llevó a ni siquiera llegarles a la suela de los zapatos, por su mente infantil y enredosa hasta que lo echaron de la banda.

Los tiempos pasaron, las personas se van quedando en el camino, aquellos chiquillos traviesos de entonces, que se escondían jugando, bajo la mesa del comedor de  su casa, sin que nadie lo supiera y que disimulados por los faldones de la mesa, hacían como si fuesen desaparecidos, y escuchar toda la conversación mantenida. Crecieron y se hicieron personas no demasiado normales.

Ni siquiera escribió una línea aprovechable de sus locuras el fantástico de Octavio, que dada las condicionantes en el seno de su gran y desastrosa familia, le aburrieron hasta límites impensables. Hoy malviven escondidos, Octavio e Isaac, sonriendo para paliar sus desgracias, con una sumisión extraordinaria, con disimulo profesional, tras unos cuerpos, que igual nos tropezamos con frecuencia en la parada del bus.

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