viernes, 27 de junio de 2014

El camicace del Ford



Amaneció aquel día, el tiempo estaba milimétrico para desarrollar todo lo que tenía previsto y aquello que no imaginaba, sumaría en el debe. No había lugar para el break.
Salió de casa con una sola idea, dejar zanjada la pesadilla de la llamada telefónica que recibió al alba. No la atendió de inmediato, ya que sabía sin descolgar el teléfono de quien y de que se trataba. ¡Era una intuición! 
No pecaba de ignorancia, conocía el paño y fue directo a conocer el mensaje grabado en el buzón de voz y cuando descolgó el fono, quedó certificado, al escuchar.

  
_ Nene, soy el papa, voy tras el coche de reparto de cervezas, ¡No creas ya hace un buen rato! Y este tío _el conductor digo_,  se para en todas las esquinas y todos los bares y tienduchas del recorrido. Creo que estoy perdido, ven a buscarme, y no te entretengas, que sabes que me agobia mucho la espera. ¡Así que ponte las pilas y muévete! que tú eres joven.
Ahora mismo me encuentro a las afueras de una población, que tiene una rotonda muy grande en el centro de la carretera. Con una estatua de unos tambores, que los toca un muchacho_ bueno, los toca; es un decir, el chaval es de piedra_. Te espero, no tardes que tu madre, se pone muy pesada y en este móvil, me queda poco saldo...

               
Ahí concluyó la cháchara, incluso había agotado el tiempo que da la compañía para dejar el aviso a los remitentes. Mientras colgaba su teléfono, pensaba en los pecados que había cometido en su vida, para tener que pasar por semejante castigo. Sólo y en voz alta, comenzó a hablar para convencerse así mismo de que era realidad lo que estaba sucediendo.

_ No sé qué hacer con este hombre, le digo que deje de conducir, que no tiene edad y no hace puto caso, cualquier día nos da otro disgusto_ decía mientras arrancaba su automóvil en dirección del encuentro de su anciano padre_.  Iba directo al lugar de siempre, donde tenía acostumbrado detenerse y esperar el socorro, que sin duda ofrecería su hijo. 
Aquel abuelo pasaba de los 80 y creía que todo permanece sin variar, que la aparente juventud continuaría por los siglos de los siglos, sin percibir que ya no estaba capacitado para salir a las carreteras sin crear conflictos comprometedores para su salud y los que circulaban alrededor de su utilitario de hacía más de veinte años y que tan sólo sacaba a viajar los festivos, para ir a su chalet.

     
No tardó en llegar al pueblo con la gran rotonda hermosa, verde y en altiplano no equidistante, donde se veía cierto es; el monumento de la figura de piedra que representaba unas efemérides del país, que repicando sus tambores, hizo retroceder a las tropas francesas, creyendo éstas que tras de las montañas se encontraba un ejército militar enorme.
Inerte como cuando lo instalaron, el tamborilero miraba al auto mal aparcado, de aquel conductor senil y cabreado, que pagaba sus deficiencias con la pobre vieja que llevaba al lado izquierdo.
              
Un Ford Fiesta, color amarillento, cargado de entresijos, accesorios, fruta, comida perecedera, y dos sandías,  además con los dos abuelos en su interior, discutiendo y más sosegados que el cloroformo. Allí parados, como dos pasmarotes, esperando a que el escudero de turno los sacará de nuevo de aquel atolladero.

Con resignación llegó a la altura del vehículo y se hizo notar de que había llegado, tras aparcar donde pudo, se acercó a patita hasta donde estaba su condena.

_ Papa, no te he dicho mil veces, que dejes de ¿conducir? _ Le dijo el hijo en cuanto llegó a la altura de sus oídos, para asegurarse de que le escuchaba y entendía.

_ Lo dejaré cuando me dé la gana  ¡Quien eres tú, para mandarme!  ¡Habrás visto que descaro! _ Alzó la voz mirando a la abuela que sentada a su lado, juraba en hebreo._ ¡Mira gracioso!, para que te enteres, ¿sabes?  Esta rotonda la han puesto aquí, sin avisar por lo que me la encuentro de buenas a primeras y claro, pues, por prudencia, detengo el tráfico rodado y te llamo, no sea que vengas con esas prisas tan locas que siempre llevas y te tragues, la figura, al tamborilero y el bombo. Que tú eres muy intrépido para todo.

_ No sé, si seré muy listo_, dijo el hijo_, pero con ésta me has llamado diez veces, para que te saque de este punto kilométrico. Haz el favor de no perseguir al camión de reparto, y quédate en tu casa, que corres peligro de accidente.

_ ¿Quién te ha llamado a este invento?  !Dime listillo! Si no te metieras donde no te llaman, me ahorraría tener que darte explicaciones. ¡Quién te necesita! ¡Eres inaguantable, como tu madre! Llévame a mi chalet ahora mismo, que quiero decirte cuatro cosas que te van a dejar fino ¡Descarado! O piérdete para siempre.




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