sábado, 27 de julio de 2013

Volver a evocar


Sé que en cualquier momento, se dará que nos encontremos, porque tú debes saber que las personas son las únicas que se hallan, las montañas a pesar de querer, les es imposible. 

 Es bastante difícil, reencontrarse con el destino o el futuro, sin embargo a veces sin proponerlo, se dan circunstancias que te acercan a recuerdos tan propios y tan personales, que ni siquiera lo entendería el gran público, aunque hiciésemos el intento de explicarlo. 

Cierras todas las entradas de la retaguardia para proteger nuestra privacidad,  para que no haya filtraciones ajenas, para evitar el dolor que en un momento sufrimos y ya no queremos volver a tolerarlo. Aunque tengo la certeza que mis escritos, los lees cuando te es posible, y eso me alegra en lo profundo de mi esencia.

La tarde de ayer, estaba dando un paseo inconsciente y me hizo muchísima gracia. Recordé aquellos años de alegría, y los disfruté. El  banquito de la plaza, estaba ocupado por una parejita_ para no molestar me retiré un poco_  y pude acomodarme en otro,  que en diagonal queda dando una visión preciosa del lugar. 

No pretendía incomodarles para nada, aunque confieso que de vez en cuando les miraba a hurtadillas, no lo pretendía, sin pensar y sin malicia mis ojos reincidían en el lugar, el banco y el recuerdo. Recreaban aquella estampa que resonaba en mí,  de hace una friolera de tiempo. Cuarenta y muchos años. 

Sin precisar estuve un buen rato renegando, otorgándome el oficio de espía bueno, haciendo de cómplice de una historia caducada que sucedió y que tan solo puedo recordar vagamente, si me lo propongo. 

¡Que gusto ¡  parecía una secuencia matemática de las vivencias y de los sueños que aun retengo, ¡ fenomenal ¡

Al acercárseles el heladero, disfruté pleno de alegría, en ver que las cosas se repiten y suceden en diversos sitios, y lugares, y se representan tan sencillas y simples como lo son en realidad.  

Estaba viendo la película, la mía propia. Una comedia de las más vulgares y sencillas, con personajes repetidos, tantas veces interpretados por las gentes. El film o mejor dicho el insomnio que normalmente soporto y que me visita con frecuencia en los paraísos de Morfeo. 

Dejando marca, que me tienta y no me toca, pero que deja signo de presencia, que me dice y no me habla a la vez. Dejando el lastre del recuerdo para que no se olvide, y lo ubique en el momento que no espero, representado por artistas, que como estos chavales que están sentados en ese banco de la plaza, y que veía ahora, bajo los árboles frondosos.

Sentados en mi banco_ que iluso, mi banco_, en la butaca de mi juventud. Saboreando lo que entonces yo mismo pensaba ¡Que estampa tan bonita! 

¡Sí! de fresa tomó la dama el helado_ pensaba recordando_, y el caballero, mostró preferencia por la vainilla, quedaron degustando el cucurucho cuando observé que el vendedor de esas delicias ya me había divisado a lo lejos, y se me acercaba, la sonrisa que portaba era de mucha alegría, y su cojera es el paso exacto de antes. Un poco más relajado, y más cansino, pero no cabía la mínima duda. Es Pixin y, venía a por mí. 

_Buenas tardes Hugo, hoy llegaste tarde ¿eh?_ Le miré y sonreí, pero con agrado, y él lo detectó diciéndome_: Tu banco está ocupado, ¿sabes quienes son verdad?

_ ¡No! no les conozco, de nada_ Aduje.

_ ¿No te traslada en el tiempo?_. Siguió charlando_: antes de la desbandada de españoles hacia ultramar, que sería…  ¡Bueno  tú debías ser muy jovencito!, igual no lo recuerdas, sobre los años sesenta, a mediados, igual tú habrías acabado los estudios primarios, y estrenaste los pantalones largos.  

Vosotros fuisteis los primeros. Estrenaste las tendencias por la rambla, por el banquito, y  por venir a comer tu helado cada tarde con aquella rubita tan flaca_, rió con picardía el viejito del casquete blanco.

_ ¡Claro que lo recuerdo!  Sin embargo prefiero olvidarlo y no puedo_ dije con nostalgia. 

_También ocupasteis ese banquillo. Puedo verte comiendo el de sabor a vainilla ¿Seguro, que no recuerdas? Después; como son los destinos y las cosas que pasan en la vida, y las prohibiciones familiares, que antaño, perjudicaban a los siempre menos favorecidos_, siguió contando Pixin, reclinándose en un saliente, hasta que se le acabó el suspiro. Sin pausa, prosiguió levantando el recuerdo dormido o estacionado que llevaba en el zurrón. 

 _ Como entonces, ella viene de la familia ¡bien! de los Mendoza_, haciendo un gesto, y refiriéndose a la señorita que estaba sentada con el mozo, en ese instante ocupando el banco de madera  y se refería a una familia de mecenas de la ciudad_ y él_, asentó con complacencia_, pues hijo de mecánico y de costurera, de la casa del señor Pablo y de Catey  que viven en la bajada de San Lucas_. ¿No lo sabes?_, aducía mirando a uno y otro lado. 

Pregunté sin dilación y con interés_ ¿y eso  que tiene que ver conmigo?, ¿qué les ves parecido a nosotros?_, acabé la frase, advirtiendo que había pluralizado, volviéndoles a mirar. 

El heladero Pixin prosiguió_: ¿sabes lo que son los intereses?_, sin esperar la contestación continuó_  ¡Sé que lo sabes!_, me miró a los ojos directamente, y dejó su languidez dentro de mí_, o es que no recuerdas, no me dirás que a los cincuenta y pico de años te has despintado, ¡que no lo creo! ¡Tú no, eres de esos! _ Sonrió y volvió a hacer el tic nervioso con sus cejas que toda la vida ha hecho. 

Ella, se casó con Don_ Hizo un gesto preocupante de falta de memoria ¡Como se llamaba aquel señorito barato!_, expelió una palabrota al aire.

_Roque_, le apunté yo, muy serio.

_ ¡Eso es!_ dijo al pronto_ mira a mi niño, como no se le olvidan las cosas. 

Arrancó una sonrisa falsa de mi boca,  sabía que no me hacía ninguna gracia, pero continuó_: y ambos, se marcharon a Julia, creo que es, un pueblo del extranjero, que no sé donde está

 _ ¿Qué sitio? _ ¡Le respondí!  Con seguridad_ ¿No será Zulia?, una ciudad que está junto al lago de Maracaibo, en Venezuela.

 _ ¡Eso sí; ahí!, ni idea, por ahí, tan lejos como puedas imaginar. 

Sabía dónde estaba ese lugar. Roque, lo había comentado cuando se instaló con ella, hace años. Presumió delante de todos los amigos y compadres un día en el Casino de forma jactanciosa y quedé en la memoria con el nombre de Zulia.

Con el tiempo y gracias al baile esa ciudad, famosa por el turismo y por sus festivales de “Salsa” 

_ Han estado un montón de años, ahora está jubilado y creo que volvió solo y divorciado con su familia a Barcelona. Ella, quedó en Venezuela_, puso fin a su charla el vendedor ambulante_.  He de irme a vender estos heladitos tan ricos_. Se elevó de la posición de descansado en aquel árbol junto a bancada y se despidió arrastrando su carrito de ruedas con radios metálicos. El mismo carro frigorífico que llevaba antaño. 

 Al poco hice lo propio, me retiré pasando frente a la pareja que festejaban su ternura en el banquito.  Mirándoles con curiosidad, al cruzarme  frente a ellos, ambos me saludaron vergonzosos, en sus manos sendos helados de vainilla y fresa, que se derretían excitados de cariño e ilusión.

 

 

1 comentarios:

Lili dijo...

líndo este escrito amigo E

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