_ ¿Vamos a ver la
Presentación?_ Preguntaba Robinson a Liliana.
_ ¿Crees que se habrán
corregido las dificultades que tuvieron el año pasado? _ Respondía la guapa
señora, como los gallegos, con otra propuesta.
_ Podemos comprobarlo si
asistimos. ¿No crees? y de paso nos tomamos un calmante en la plaza_. Dándolo
por hecho, asentía Robinson
_ No tengo demasiadas
ganas, pero por complacerte, ¡vamos! _, refunfuñó la dama.
_ ¡Mujer! No seas tan
corrosiva, cuando tú fuiste Reina, aquel año, ¿Cuál fue?...
_ Anda, no me hagas
recordar, que me entra nostalgia de todo aquello tan bonito.
Bajaron por la cuesta
del Brinco en busca de un espectáculo que se inicia en la plaza: la recreación
de una entronación a las nuevas reinas de aquel pueblo. Con la llegada de la
banda musical y las jóvenes y bellas, que han sido seleccionadas ese periodo
para representar a la villa, como Reinas y Damas del año.
Eran casi las doce de la
noche, en esa calleja tan desnivelada y oscura, residen más gatos que en toda
la urbe, les miraron los felinos al descender como si les estuvieran analizando,
ellos; no precisaron en el detalle del maullido gatuno que les informaba que no
iban a ver nada del otro barrio.
Al llegar a la
intersección con la calle Plana, notaron que las mesas de los bares estaban más
vacías que el verano pasado, en los baretos de los arcos poco gasto, en el
Casino Mercantil los clientes de siempre y algún que otro turista despistado
intentando que le saliera la cena lo más barata posible.
No existe esa alegría
acostumbrada. En los platos que sirven los camareros menos chicha, poco fondo,
menos carne y en los vasos la misma cerveza o quizás más cantidad, de otra
marca que es más económica.
La plaza Mayor, llena de
gente madura con sus nietos jugueteando por las escaleras, dentro de las
arcadas del ayuntamiento y sobre las balaustradas del claustro. El tenderete de
juguetes, no es el mismo del pasado año. Es más grande y venido de quien sabe
dónde, despacha caramelos, golosinas y globos, para los nenes, y los trocitos
de coco para los lamineros
Como norma los
habituales del pueblo vigilantes de todo…, de aquel que se marchó a la ciudad a
hacer fortuna y parece que no es para tanto, de la hija del banquero, que ya se
ha divorciado tres veces y resulta que está sentada con un tipo diferente,
extranjero bastante oscuro, que no tienen controlado de momento. Del antiguo
propietario del bar de la Cuesta, que ha tenido que cerrar porque se creía que
iba a comerse el mundo y lo que se cogió fue una deuda morrocotuda y se las ve
y desea para pagar las letras al Banco Atlántico. De la panadera, que se junta
con el dueño del secadero y Don Rosendo el de los electrodomésticos. Doña
Juana, la esposa de Don Dimas, el nuevo Registrador, que vienen de un pueblo de
Extremadura destinados, tratan de caer
bien a ese grupito para que les dejen entrar en su peña; dicen ellos con algo
de razón que los de aquí, les cuesta mucho abrirse a las nuevas amistades.
En la terraza de las Amables,
no había prácticamente sitio, algunas mesas completas de parroquianos, cenaban
en plan bocata, los demás con sus cafés y sus copas, esperando como todos, que
comenzara el espectáculo. En el bar de la cera de frente, …el típico de Doménico, tampoco rebosa el
trabajo, habían mesas completas pero Liliana y Robinson se pudieron acomodar en
la número tres, donde al poco de esperar, una camarera de estas que son y se
les nota de temporada, por sus pocas dotes de: servicio, presencia,
profesionalidad, se les acercó con una libreta y demasiadas dudas, mirando a
todos sitios menos donde debería hacerlo y tomó glosa sin precisar exactamente
quien lo estaba solicitando, tanto es así que al marchar tuvo que dar sus pasos
a la inversa, para fijarse en el dígito de mesa que debía facturar esa
petición.
La gente, en plan
agradable paseaba y sonreía, unos vecinos, otros forasteros, los demás cercanos
de otras poblaciones afines, recorrían la calle Plana tras la hermosa oscuridad
que ofrecía la noche sonreída por las farolas de luz de tungsteno que ofrecen
esos hermosos fanales y el buen clima que les regalaba aquel momento de julio.
Distribuidos los amigos,
departían en su velador. Con grandes voceríos, sin percatarse que los demás
pudieran escuchar sus conversaciones. No importaba, no eran charlas para
ocultarlas a nadie, reunidos por sagas, o por gremios, todos ellos afines a gustos,
caprichos y posibilidad equitativa en el costo. Los más ricos, separados del
resto de los mortales y si pueden bajar la cara para no saludar, la bajan y se
quedan tan frescos. Después cuando te necesitan dicen que no te han visto o no
te han conocido.
El sonido de la
chiquillería avisó que la banda llegaba a la plaza, para prepararse con sus
atriles y pertrechos y ofrecer aquellos estupendos pasodobles. Al llegar la
Reina de la Fiestas y sus Damas de honor, custodiadas por los recientes quintos
de la leva, que son la juventud del lugar. ¡Cómo no!, el señor Alcalde, y los
representantes del Cabildo, no podían faltar en una velada como esta, donde
pueden sacar el pecho de lata, para presumir de sus pocas virtudes y de sus menos
desvelos.
La gente fue
arremolinándose alrededor de los artistas en el pasadizo y dejaron sin vista a
los que orgullosos estaban sentados en las mesas de los bares de aquel precioso
lugar.
De repente el director
de la Banda Municipal, levantó la batuta con la mano izquierda y con su
diestra, indicó el comienzo de la copla, que retumbó en toda la plaza, saliendo
notas musicales de los instrumentos de viento, que hacían henchir el pecho de
los escuchantes. Todos quedaron anonadados de la calidad de la orquesta, que encumbraba
el ánimo de los allí congregados. Mientras la Reina, pasó con su vestido blanco
tocado con detalles azules en sus hombreras y con una pamela multicolor que aún
le engrandecía la belleza a aquella muchacha tan ilusionada y a la vez nerviosa
por el papel que tenía que representar desde ahí en adelante y por el espacio
de una anualidad competa.
El acto de protocolo prosiguió
recogiendo a la Reina y sus Damas de Honor, desde el Ayuntamiento y
conduciéndolas a la pista de baile, para que allí fueran recibidas por el
grueso de la población, y de las autoridades locales, haciendo sendos homenajes
a la Reina saliente y la bienvenida oficial a la Reina Actual y entrante, dando
el toque de apertura con el Vals Vienés, que interpretaría una de las muchas
orquestas que intervendrán en las Fiestas Mayores de la Villa.
Los aplausos fueron
atronadores, los vítores a las guapas incalculables, los agasajos a los padres
y familiares de las mismas incontables y la poca organización surgió a las
primeras de cambio. Detalles que bien merecían la pena tener en cuenta para
hacer majestuoso si cabe el acto.
La presentadora hizo
gala de su cometido presentando al señor Alcalde, el que intentó tener unas
palabras acertadas para la ciudad, los presentes y sobre todo para la Reina,
quedando esas frases atenuadas por la poca convicción del respetado edil, que
más bien parecía que estaba anunciando un jabón de lavadora por la poca gracia,
y sentido que le puso al acto.
Pasaron todos los
regidores por el escenario y aquel micro inalámbrico, transmitió todo aquel
manojo de palabras fatuas. Estuvieron esperando foto del periódico comarcal en
la entrega de flores compartida con las diferentes muchachas, que siendo las
Damas de Honor de la Reina entrante, hubieren merecido de buen grado tener un
poco más de cariño y atenciones en el acto y algo más de bombo y boato a todo
aquel acontecimiento, que con seguridad jamás se volverá a repetir con ellas.
El Danubio Azul, Vals
interpretado por la orquesta, que magistralmente bailaron la Reina y el mozo
acompañante, dos bailarines de pro, que supieron encandilar a los pocos que les
podían divisar mientras danzaban, dado que la organización evitó que lo
saboreara todo el público asistente, por la desastrosa habilidad del acomodo
del respetable a lo largo y ancho de todo el perímetro disponible.
Después la desbandada,
todos a bailar a “gogo” y a lo loco, dándose golpes, patadas y empellones, bajo
la música del conjunto. Bebiendo sobre todo, y sin control aquellos brebajes
que preparaban los bármanes en el margen frontal de la pista.
Bailaron dos piezas
lentas, música de amor Liliana y
Robinson_ “Unchained Melody y Everybody Talkin; esta última de Harry Nilsson”_,
en aquella pista polvorienta, sin suelo apropiado para deslizar los borceguíes
negros de danzarín, sin poder lucir Liliana, el gran escote palabra de honor de
su vestido, sin poderse besar bajo la
luna arruinada en su decrecer a cuarto menguante. Con las correrías entre
bailadores de los niños mal educados, que los padres sueltan para joder a los
demás, en vez de atarlos a la pata la silla. Con el sabor del cubata de
garrafa, que le habían servido en la inestable barrita de la esquina,
decidieron marcharse sin haber gozado de lo que pretendían.
Retornaron su camino de
vuelta, dejando atrás un festejo que hace unos años, era una maravilla
disfrutarlo y vivirlo. Ahora se ha transformado en un reclamo para nadie, por
su falta de absolutamente “todo”. ¡Una pena!
La crisis ha hecho acto
de presencia en todos los ámbitos, incluido estos de los espectáculos
populares, aunque si quien debe ocuparse de estos festejos estuviera más por lo
que debe y se ganara de verdad el sueldo, haciendo lo que debe, los que
intentan disfrutarlo lo conseguirían.
Los políticos no pueden
estar al frente de estos actos, que son desinteresados, porque ellos, están muy
ocupados en otros menesteres.
Al subir de nuevo la
cuesta del Brinco, aquellos gatos, estaban pertrechados en diferente postura
que al inicio, pero relamiéndose los bigotes de hambre, de aburrimiento y de
nostalgia al comprender que Liliana, recordaba su reinado donde la agasajaron y
la hicieron sentir sobre todo que era: mujer y era tan deseada como ahora.
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