Debía salvar el examen de salud, ese
que cada año se practicaba después de haber pasado por aquel susto monumental,
cuando la providencia le sirvió la parálisis sufrida y que casi no cuenta. Gracias
pudo dar al cielo que lo atendió un colega en los vestuarios del trabajo,
cuando se le presentaron los primeros síntomas y le llevaron directamente al
hospital.
Perdió temporalmente el habla y la
fuerza motriz. Sin embargo con su esfuerzo y los desvelos del logopeda pudo ir
recuperándose cuando nadie daba por esta mejoría ni un céntimo.
Ahora le tocaba comprobar la
próstata, análisis que cada año la Seguridad Social hace a los varones mayores de cincuenta y cinco
años. Todo obedeciendo a unos cálculos del riñón que le daban la lata desde ya
hacía unos años.
Eustaquio, había acabado de pasar
una infección renal y urinaria debido a estas piedrecitas del tamaño de una
semilla que se le alojaban en las vísceras y que solía desprenderse de ellas
con paciencia, dolor y fármacos.
Aquel día el médico, le suministro
la receta y a las pocas fechas debía presentarse sin ingerir alimento alguno en
la consulta de visitas externas del hospital. Detalle que tuvo en cuenta y no
dejó se le olvidara, concluyendo aquellos análisis que debía presentar a su
médico de cabecera.
En aquel tiempo a un amigo de la
infancia le habían diagnosticado una arterioesclerosis múltiple, y la verdad no tenía el cuerpo para
zarandajas, él mismo tenia síntomas de que incubaba algo y no sabía a qué
atenerse o, quizás fuera el miedo que se le presentaba cuando pensaba en lo que
había pasado, en el poco ánimo que tenía para hacer el severísimo régimen que
el doctor le había prescrito y las pocas fuerzas que ya le van quedando a las
personas, cuando se van encontrando con una complicación tras otra.
_ ¿Qué me pasa?_ se decía Eustaquio para sus adentros_,
no sé que es, me encuentro raro, tengo miedo veo que me cambia la noche y el día,
creo que no estoy bien, me da miedo pensar que otra vez estoy perdiendo salud.
¿A quién se lo digo que no le preocupe y me escuche?
La navidad de aquel año se
precipitaba sobre el calendario, el tiempo no era demasiado crudo, el frío no
atacaba de pleno y la lluvia, tampoco se establecía como demasiado caudalosa.
De ningún modo se imaginaba lo que le caería encima sin derroche.
Con urgencia le llamaron desde el
ambulatorio, para que imperioso se presentara, ya que el resultado de la
analítica no era demasiado correcto. Un nivel de
PSA alto le había sido asociado con un incremento en la probabilidad de tener
cáncer de próstata. Un PSA de 4 nanogramos por mililitro para la mayoría
de los hombres es lo normalizado, aunque va por edades y dentro de su franja lo
normal hubiese sido estar por encima de 3.5 ng/mL. Lejos de aquellos guarismos,
fue lo que asustó al cuadro clínico, ya que superaba con creces los 250
nanogramos.
Cuando llegó Eustaquio a la
consulta, le dieron toda clase de facilidades para que fuese atendido por el
urólogo que lo llevaba normalmente, y fuera de las esperas tan dramáticas
habidas en los enfermos, por la crisis y el estado de la Medicina en el país, le dieron visita ese mismo día. Con
ello daba imagen de la premura con la que se estaban desarrollando los hechos.
Cuando el doctor Céspedes le visitó,
le dijo que no había nada que ya se pudiera hacer, que es una enfermedad que
puede tocarle a cualquier hombre y que el propio Eustaquio, llevaba todos los
números en aquella ocasión. Le recetó un tratamiento de choque mucho más
poderoso y brutal y que volviera pasadas las fiestas navideñas.
_ Como me lo monto yo ahora, para
hacer buena cara con toda la gente que conozco, amigos, familia y demás. En
Navidad, que todo el mundo está tan contento y feliz_ pensaba de retorno a su
domicilio, sin perder la hechura y las formas y deshecho por otro nuevo achaque.
Sin dejar de darle vueltas toda la
noche, amaneció aquella mañana, y se volvió a dirigir a su galeno de cabecera,
el mismo que dos meses antes le había enviado medicación para deshacer sus
piedras de riñón. No fuera que toda aquella poderosa química, tuviera que ver,
con los niveles prostáticos dados en el resultado.
_ ¡Qué tal Eustaquio! ¿Cómo lo
llevas? – le preguntó el doctor, al verle de nuevo y compadeciéndose de una
forma educada con el paciente, que no entendía como tenía aquellos niveles tan
altísimos de PSA, más altos incluso que los que pudiera tener un cadáver.
_ Mira doctor, yo no entiendo nada,
pero recuerdas que me recetaste enmienda para deshacer aquellas piedras que no
había forma de derretir y de echar. No tendrá que ver con todo este jodido
episodio. Mira que no me fío de vosotros, a la vez que no puedo dejar de estar
en vuestras manos y quisiera tener la seguridad de despedirme de todos mis
allegados siendo realmente contrastado el diagnostico de cáncer y de fin de la
vida.
Aquel doctor, no le costaba nada
hacer un esfuerzo por complacer a Eustaquio, que llevaba en la cara, un padecer
fuera de norma y decidido quiso adelantar por otras vías, para asegurar todo
aquel expediente.
_ Voy a enviarte de nuevo a un ensayo
más completo y certero, donde analizaran todas las variantes, además de una
biopsia, para tener constancia y realidad de los hechos_ dijo aquel matasanos,
que tenía sus dudas por cómo había ido todo el proceso y en la forma que se
había sobrevenido.
Con presteza y sin pérdida de
tiempo, se realizaron aquellos exámenes, con la premura que lleva el agobio y
el trance para dejar de padecer, o de centrarte en las últimas voluntades, dado
lo acuciante que son estas enfermedades concluyentes, que se te llevan al otro
barrio, mas pronto de lo que imaginamos.
Todo había sido un mal sueño, un
error, un padecimiento para Eustaquio, que se tragó unas navidades de
padecimiento como nadie puede llegar a comprender, en silencio, con la certeza
que eran ya las ultimas, que ya no habrían más villancicos, ni mas historias.
Los resultados del PSA, habían
bajado ipso facto, dejando los niveles en lo normal y habitual para un hombre
de su edad. ¿Fueron los analgésicos que le recetaron? para desintegrar las
piedras, los causantes del episodio. ¿Fue la incompetencia de los laboratorios,
que se equivocaron? y que los doctores no supieron leer. ¿Fue la nulidad de su
facultativo? no recordar que le había prescrito para erradicar aquella
infección renal.
Fue una Navidad, inolvidable para
Eustaquio. ¡Irrepetible!
Ojalá que cuando nos visiten según
que matasanos, les prendamos en buena forma, y completamente instruidos, sin errores.
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