Aquella oficina era como otra cualquiera, si no fuese por
la envidia y la maldad de los propios administrativos, que facilitadas las
malas condiciones que se daban en la empresa por despidos improcedentes y falta
de negocio, había despertado entre sus empleados una serie de chivatazos, malos
modos y desconfianzas que nadie ya podría frenar.
El jefe era una nulidad, un hombrecillo y no precisamente
por la talla que exhibía; colocado por enchufe desde las altas esferas. Un individuo
falto de preparación mundana, carente de don de gentes y pericia mental clara,
que se dejaba llevar por el último que
le confiaba un secreto; un comentario malvado, o el clásico soplo que ponía a
parir al compañero.
Esas insuficiencias
personales del mandamás la descubrieron las empleadas y con ello jugaban,
poniéndolo ardiente, fogoso y mojado, al mostrarle parte de sus zancas bajo el mini
refajo. Luciendo anchos descotes sin mangas y torpezas de las chicas que se les
desabotonaba la blusa en el despacho mostrando sin querer aquellas tetas que
solo enseñaban para empalmarlo. Usando además aquellas picantes conversaciones
verdes y altas de tono, que ellas gestionaban para ponerle tieso el bálano y
sacarlo de la realidad inmediata.
La sala de servicio y perforación estaba dispuesta por
cuatro grabadoras de impulsos informáticos, y una central de base con el
control para la recogida de los datos, que eran pertrechados sobre una cinta magnética
para su posterior proceso. Cinco bufetes dispuestos todos en perímetro cercano,
con la división de mamparas correspondiente, que es donde se gestionaban las
funciones burocráticas. Se analizaban los proyectos de recogida de expedientes
e informes, que luego serían debidamente ejecutados y los posteriores resultados
de la cadena de aplicación, entregados a las diferentes secciones de la firma,
una vez resueltos por el Ordenador Central.
Las cuatro mujeres mecanógrafas adiestradas como
perforadoras de tarjetas primero, y después el mismo trabajo pero con diferente
tecnología. Oficialas distinguidas en la rapidez de transcritos de signos y
caracteres a velocidades vertiginosas, que querían salvar su puesto de trabajo
a toda costa y sin paliativos. Curadas de todo espanto y sin preocupación por
el juicio de crítica, llevaban muchos años en la profesión, para perderla
ahora, por el capricho de unos accionistas relamidos, que decidieron que ya no
ganaban tanto como antes y ese era uno de los motivos para trasladar aquel
departamento de cálculo a otro lugar.
El país entonces se estaba abriendo de toda una serie de
prescripciones y prohibiciones en indivisos conceptos, que había durado
cuarenta años en cerrar heridas viejas, muchas de ellas incurables y casi todos
estaban necesitados de decir la suya, aunque no viniera a cuento. Destacar por
encima de los demás, hacer notar su valor y su dominio, confirmar su
predilección política, y recuperar todo el tiempo que se había perdido,
mientras se estaba sufriendo por aquella falta de libertad.
El amor libre, las reuniones y manifestaciones legales y
aquellas que se producían a las bravas, el aborto, la libertad de expresión, el
derecho de huelga, las playas nudistas, el divorcio, la aparición de revistas
sexuales, el cine erótico, con escenas tan reales, jamás vistas en las
pantallas, la publicidad de condones y líquidos amatorios y tantas libertades
más que produjo aquel cambio.
Conceptos que ya eran presentes y que ya nadie se mordía la
lengua, al tener que decirle a cualquiera si quería un ligue o pasar un rato en
cualquier cama, y menos en los trabajos, en el trato a su jefe, llamarle
libremente por su nombre o por el de explotador, negrero, déspota, ladrón,
adjetivos que los traía la propia libertad del tiempo.
Así de instruidas estaban las señoritas del Centro de
Proceso de Datos.
Los técnicos de aquel Complejo de Cálculo, algo más
miedosos y poco dados a las alegrías, tampoco se mordían los labios para airear
los descaros, o para críticas despiadadas sobre opiniones referentes a sus
compañeros y por salvar su continuidad en las instalaciones del negocio. Nadie
se fiaba de los demás y eso hacía que el ambiente fuese muy tenso e indeseable.
Por ello, la jefatura de aquella oficina, se las veía y
deseaba para frenar aquella avalancha demócrata de despropósitos que se les
venía encima. Razón de más, cuando estos jerarcas, no llegaban a la altura de
las circunstancias y les venía grande el saber llevar a gente tan experta y
preparada.
Nadie usaba su uniforme de trabajo, aquellas batas blancas
con el logotipo de la empresa bordado en el bolsillo superior derecho. Sobre
todo las mujeres habían pasado a lucir sus vestidos de calle, que en ocasiones
eran fantásticos y transparentes, dando un toque de diversidad a todo aquel
mundo tan escueto y fútil. Los propios jefes admitían todos aquellos deterioros
a las normas establecidas, para evitar que los ánimos se encresparan más de lo
que estaban y a la vez disfrutar del concurso de modelos en “Prêt-à-porter”, que ejercían las empleadas en su
afán de ser la más sensual y snob; la
más guapa y maciza, o quizás la más atrayente y elegante.
El porcentaje de errores en los procesos aumentó de forma
destacable. Los despistes, olvidos y pifias en el tratamiento de los ejecutables,
llegó a niveles inauditos, teniendo que repetirse aquellos trabajos con la de
consecuencias que ello comportaba: ausencia de responsabilidad en el
procedimiento, fallos en los protocolos de calidad y pérdida de credibilidad en
el recurso informático.
A medida que se iban acortando las faldas y se ensanchaban
los escotes, en proporción de la transparencia
de carnes en los corpiños y blusas, y de la flexibilidad de las medias
ajustables en los muslos de las hembras, crecían más y aumentaban las
imprecisiones y los resbalones en los procedimientos de calidad, por parte de
los varones, haciendo insostenible la razón de aquel departamento.
En la sección técnica, se sentaban cuatro especialistas que
llevaban la tramitación de los encargos, el repaso de las cadenas de trabajo,
la revisión de archivos, el control de calidad y el servicio de atención al cliente,
que no era otro, que el despacho y aceptación del tratamiento de soluciones
dirigidas a otras secciones de la empresa.
Konya Morales, una mujer divorciada con un desparpajo
innato, llevaba unos menesteres adjuntos a esas labores administrativas, y
además mantenía un contencioso con las otras chicas, por aquello de ser más
sexy, ser más elegante y estar más buena que las demás. Su falda era
prácticamente una blonda de seda y sus pechos se notaban entre aquellas
montoneras de papel continuo, que debía repasar, sin dejar de perder el hilo en
lo que se disertaba y se cocía en aquella oficina.
El señor Cisco, el jefe del negociado, la invitaba con
frecuencia a entrar en su despacho a departir, así sentada frente a su mesa,
podía divisarle las bragas y toda la comisura de sus piernas. Amén de sus
redondos y abultados pechos que emergían sobre el borde de aquel top claro
oscuro que se procuraba para una muestra de su figura femenina.
Mientras las demás, clamaban al cielo entre ellas, con
críticas abusivas y fuera de toda clemencia, buscando excusa para entrar a
interrumpir al jefe y a la empleada descarada. Trataban de inmiscuir a los dos
varones que haciendo su misma labor, estaban viendo en silencio, todo lo que
ocurría.
_ Esta tía es una marrana_ ¿No creéis vosotros que sois tíos?_,
dejó una interrogante para ser contestada Jovita, la compañera de elaboración
de Konya, que no podía ni resistirla, por encontrarse en inferioridad con ella,
al usar su complexión dos tallas menos
de sujetador que la compañera.
_ ¿Y tú; no haces lo mismo, que ella, cuando te viene a
cuento? Porque yo te veo muy a menudo sentada en la misma silla que está ahora
ella, con las piernas arqueadas para que el asqueroso de Cisco, te coma bien con
su mirada entre los muslos, y aunque no lo creas, esto lo vemos todos _ Adujo
Elías, uno de los que ocupaban lugar en aquel grupo de mesas_. Además_, siguió
argumentando Elías, muy risueño y saboreando aquella respuesta, que le había
brindado la ocasión_, lo mismo diría ahora tu amiga, si en vez de estar en el
despacho ella, estuvieras tú.
_ No sabía yo…, Elías que tuvieras tan mal concepto de mi_
acompañó con una mirada tras los cristales, para observar en qué punto estaba
de la conversación Konya con el jefe.
_ Daos cuenta_ intervino Benito, que estaba sentado en el
pupitre de la izquierda de Elías_, que se os ve el plumero a las dos, nos enseñáis
chicha fláccida sin venir a cuento, a nosotros y a quien se ponga por delante,
y ahora vais de estrechas y de inflexibles, ¿creéis que con eso, conservaréis
el puesto de trabajo? Ellos…_refiriéndose a la jefatura empresarial_, lo tienen
todo estudiado, van tres años por delante de nuestros conocimientos y ya deben
tener la lista hecha de quien sobra y quien se queda y aunque le enseñes el
mismo culo al idiota ese, que se las da de “play boys” aquí en la oficina, en
su casa su mujer lo ningunea por ser un redomado imbécil y a lo mejor, con
seguridad por ni siquiera verla sexy cuando le pide guerra.
_ Yo no tengo que justificar ni defender nada mostrando mi
sexo, porque soy lo suficiente cachonda como para quedarme y hacer mi trabajo
en mejores condiciones que esa pelandusca, que le hace la pelota a Cisco.
Dejó de conversar con sus colegas alzándose de su mesa con
un solo propósito, interrumpir la charla que tenían aquellos dos en el
despacho. Se levantó, se desabotonó un botón más de la pechera, se apretó las
tetas de abajo arriba y se las pellizcó desde el mendrugo, para que estuvieran entrenadas,
se manoseó la falda, girándola hacía su estómago y se dirigió al despacho de
Cisco.
_ ¿Molesto… si;
interrumpo? _ pronunció sin pedir permiso al llegar al umbral de la
puerta del recinto y exigiendo a la voz de ¡Ya!_. Señor Cisco, ha de firmar
estos documentos sin falta ¡Ahora mismo! que nos vienen de gerencia, sobre el proceso
de control de materiales, que debo subirlos a la secretaria de Herr Jelliestrasse,
antes de la pausa.
_ ¡No… no…, adelante!, puede usted pasar Jovita_ alegó Cisco, con
ojos de emborrachado, tras haberse destrozado la vista, mirando tanta rebanada
bajo la saya de la empleada, que ya se levantaba y se despedía_. Konya, ya se
iba_ ¿verdad señorita Morales?
Aquella mujer, se alzó con un movimiento sexy, otro aspaviento
de cabeza meneando y despeinando su cabello, trasteándoselo, miró con desprecio
a su compañera, que le venía con cuentos, para usurpar aquel ligue que
mantenía, con el irresponsable y calenturiento gerente.
_ ¡Sí, ya me iba, que mi trabajo no puede esperar! _
Quedamos en lo que usted ha apuntado tan sabiamente señor Cisco, mando por
correo certificado los protocolos de acción y esperamos la respuesta de la
jefatura de Recursos Humanos.
_ ¡Bien hecho señorita Morales! ¡Buen trabajo! _ respondió
con la mirada en el culito respingón de la nena, que zarandeándolo a modo de
lambada salvaje se retiraba de aquella silla donde había podido revolverse
entera para que el jefe, supiese como se cotizaba el precio de la lujuria.
Una vez dejó el quicio de la puerta, y certificando ese
instante Jovita, ocupó la misma butaca que dejó vacante su compañera diciendo_:
¡Uyyy está viva Konya! que caliente va, la pobre… ¡Está ardiendo el taburete!
Estallaron de risa los dos, mirándose con gancho y
esperando el baboso de Cisco, aquello tan importante que traía Jovita para
sacarle de un negocio con tantos efluvios y vapores sensuales.
Jovita, se aposentó escarranchada, con sus dos muslos
festivamente entre abiertos para que pudiera penetrar por esa abertura, aquella
mirada felina de don Cisco, que buscaba ardiente esa vía de visión regalada por
la dama de la mini falda rosa y el top desabrochado.
Ya en el patio de operaciones, apareció Konya, saludando a
Elías y a Benito, que se lo estaban pasando en grande. Tras la representación erótica
de ambas mujeres, que se estaban rifando a Cisco, como si se tratase de un mono
de circo. Sabiendo que no se podía exceder con ellas en horario de oficina, si
quería conservar su jefatura de trabajo, y a la vez estas cachondas empleadas
probar los puntos flojos del calenturiento jefecillo, para a posteriori entrar en ataque frontal y
dejarlo si fuese necesario en calzoncillos en el mejor de los casos.
Se anidó Konya en su bufete olvidando las formas y
disponiendo sus dos piernas como se le antojó en gana, detalles que los dos
hombres, notaron y observaron al unísono. Al instante el bolígrafo de Benito
fue a caer al suelo, debajo de la mesa de éste que se apresuró a recoger, sin
demasiada prisa, mientras Elías quedó quieto observando aquella oquedad, que
mostraba el despiste de la señorita Morales. Un espectáculo totalmente peculiar
y semi tenebroso que mostraba al fondo de la calleja de sus muslos, una
presencia cuando menos desestabilizante.
_ ¿Os habéis dado cuenta, la putada que me ha hecho la
mosca muerta de Jovita? parece que no puede soportar mi “feeling” con el jefe.
¿Deben ser celos, o es que quiere joderme en exclusiva?_ matizó Konya con
verdadero asco, esperando contestación de Elías, ya que Benito, aún estaba
buscando el bolígrafo debajo de la mesa, sin demasiadas prisas_ ¡Por cierto
Elías, tú que estás mirando! Tan descarado y ¿con tanto atrevimiento? _
preguntó insolente la mujer, sin titubeos, mirando febrilmente a Elías, que
disfrutaba viéndole el triangulo vaginal.
_ ¡Miro, lo que enseñas! Lo que de original presumes y
muestras a todos de forma natural, ¡Creo es cosa de humanos, poder echar un
vistazo! ¿No lo crees Konya?_ proclamó
Elías con suma llaneza.
_ Por lo menos, eres sincero y lo expones mirándome a los
ojos, cayéndote la baba, disfrutando del panorama… y no haces como este pendejo de Benito, que
tira adrede su bolígrafo al suelo, para verme de cerca la concha.
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