jueves, 18 de julio de 2013

¡Te vimos el culo!


Aquella oficina era como otra cualquiera, si no fuese por la envidia y la maldad de los propios administrativos, que facilitadas las malas condiciones que se daban en la empresa por despidos improcedentes y falta de negocio, había despertado entre sus empleados una serie de chivatazos, malos modos y desconfianzas que nadie ya podría frenar. 

El jefe era una nulidad, un hombrecillo y no precisamente por la talla que exhibía; colocado por enchufe desde las altas esferas. Un individuo falto de preparación mundana, carente de don de gentes y pericia mental clara, que se dejaba llevar por  el último que le confiaba un secreto; un comentario malvado, o el clásico soplo que ponía a parir al compañero. 

 Esas insuficiencias personales del mandamás la descubrieron las empleadas y con ello jugaban, poniéndolo ardiente, fogoso y mojado, al mostrarle parte de sus zancas bajo el mini refajo. Luciendo anchos descotes sin mangas y torpezas de las chicas que se les desabotonaba la blusa en el despacho mostrando sin querer aquellas tetas que solo enseñaban para empalmarlo. Usando además aquellas picantes conversaciones verdes y altas de tono, que ellas gestionaban para ponerle tieso el bálano y sacarlo de la realidad inmediata. 

La sala de servicio y perforación estaba dispuesta por cuatro grabadoras de impulsos informáticos, y una central de base con el control para la recogida de los datos, que eran pertrechados sobre una cinta magnética para su posterior proceso. Cinco bufetes dispuestos todos en perímetro cercano, con la división de mamparas correspondiente, que es donde se gestionaban las funciones burocráticas. Se analizaban los proyectos de recogida de expedientes e informes, que luego serían debidamente ejecutados y los posteriores resultados de la cadena de aplicación, entregados a las diferentes secciones de la firma, una vez resueltos por el Ordenador Central. 

Las cuatro mujeres mecanógrafas adiestradas como perforadoras de tarjetas primero, y después el mismo trabajo pero con diferente tecnología. Oficialas distinguidas en la rapidez de transcritos de signos y caracteres a velocidades vertiginosas, que querían salvar su puesto de trabajo a toda costa y sin paliativos. Curadas de todo espanto y sin preocupación por el juicio de crítica, llevaban muchos años en la profesión, para perderla ahora, por el capricho de unos accionistas relamidos, que decidieron que ya no ganaban tanto como antes y ese era uno de los motivos para trasladar aquel departamento de cálculo a otro lugar. 

El país entonces se estaba abriendo de toda una serie de prescripciones y prohibiciones en indivisos conceptos, que había durado cuarenta años en cerrar heridas viejas, muchas de ellas incurables y casi todos estaban necesitados de decir la suya, aunque no viniera a cuento. Destacar por encima de los demás, hacer notar su valor y su dominio, confirmar su predilección política, y recuperar todo el tiempo que se había perdido, mientras se estaba sufriendo por aquella falta de libertad.  

El amor libre, las reuniones y manifestaciones legales y aquellas que se producían a las bravas, el aborto, la libertad de expresión, el derecho de huelga, las playas nudistas, el divorcio, la aparición de revistas sexuales, el cine erótico, con escenas tan reales, jamás vistas en las pantallas, la publicidad de condones y líquidos amatorios y tantas libertades más que produjo aquel cambio.

Conceptos que ya eran presentes y que ya nadie se mordía la lengua, al tener que decirle a cualquiera si quería un ligue o pasar un rato en cualquier cama, y menos en los trabajos, en el trato a su jefe, llamarle libremente por su nombre o por el de explotador, negrero, déspota, ladrón, adjetivos que los traía la propia libertad del tiempo.

Así de instruidas estaban las señoritas del Centro de Proceso de Datos. 

Los técnicos de aquel Complejo de Cálculo, algo más miedosos y poco dados a las alegrías, tampoco se mordían los labios para airear los descaros, o para críticas despiadadas sobre opiniones referentes a sus compañeros y por salvar su continuidad en las instalaciones del negocio. Nadie se fiaba de los demás y eso hacía que el ambiente fuese muy tenso e indeseable.

Por ello, la jefatura de aquella oficina, se las veía y deseaba para frenar aquella avalancha demócrata de despropósitos que se les venía encima. Razón de más, cuando estos jerarcas, no llegaban a la altura de las circunstancias y les venía grande el saber llevar a gente tan experta y preparada. 

Nadie usaba su uniforme de trabajo, aquellas batas blancas con el logotipo de la empresa bordado en el bolsillo superior derecho. Sobre todo las mujeres habían pasado a lucir sus vestidos de calle, que en ocasiones eran fantásticos y transparentes, dando un toque de diversidad a todo aquel mundo tan escueto y fútil. Los propios jefes admitían todos aquellos deterioros a las normas establecidas, para evitar que los ánimos se encresparan más de lo que estaban y a la vez disfrutar del concurso de modelos en “Prêt-à-porter”, que ejercían las empleadas en su afán de ser la más sensual y snob;  la más guapa y maciza, o quizás la más atrayente y elegante.  

El porcentaje de errores en los procesos aumentó de forma destacable. Los despistes, olvidos y pifias en el tratamiento de los ejecutables, llegó a niveles inauditos, teniendo que repetirse aquellos trabajos con la de consecuencias que ello comportaba: ausencia de responsabilidad en el procedimiento, fallos en los protocolos de calidad y pérdida de credibilidad en el recurso informático.  

A medida que se iban acortando las faldas y se ensanchaban los escotes,  en proporción de la transparencia de carnes en los corpiños y blusas, y de la flexibilidad de las medias ajustables en los muslos de las hembras, crecían más y aumentaban las imprecisiones y los resbalones en los procedimientos de calidad, por parte de los varones, haciendo insostenible la razón de aquel departamento. 

En la sección técnica, se sentaban cuatro especialistas que llevaban la tramitación de los encargos, el repaso de las cadenas de trabajo, la revisión de archivos, el control de calidad y el servicio de atención al cliente, que no era otro, que el despacho y aceptación del tratamiento de soluciones dirigidas a otras secciones de la empresa. 

Konya Morales, una mujer divorciada con un desparpajo innato, llevaba unos menesteres adjuntos a esas labores administrativas, y además mantenía un contencioso con las otras chicas, por aquello de ser más sexy, ser más elegante y estar más buena que las demás. Su falda era prácticamente una blonda de seda y sus pechos se notaban entre aquellas montoneras de papel continuo, que debía repasar, sin dejar de perder el hilo en lo que se disertaba y se cocía en aquella oficina.

El señor Cisco, el jefe del negociado, la invitaba con frecuencia a entrar en su despacho a departir, así sentada frente a su mesa, podía divisarle las bragas y toda la comisura de sus piernas. Amén de sus redondos y abultados pechos que emergían sobre el borde de aquel top claro oscuro que se procuraba para una muestra de su figura femenina. 

Mientras las demás, clamaban al cielo entre ellas, con críticas abusivas y fuera de toda clemencia, buscando excusa para entrar a interrumpir al jefe y a la empleada descarada. Trataban de inmiscuir a los dos varones que haciendo su misma labor, estaban viendo en silencio, todo lo que ocurría.

_ Esta tía es una marrana_ ¿No creéis vosotros que sois tíos?_, dejó una interrogante para ser contestada Jovita, la compañera de elaboración de Konya, que no podía ni resistirla, por encontrarse en inferioridad con ella, al usar  su complexión dos tallas menos de sujetador que la compañera.

_ ¿Y tú; no haces lo mismo, que ella, cuando te viene a cuento? Porque yo te veo muy a menudo sentada en la misma silla que está ahora ella, con las piernas arqueadas para que el asqueroso de Cisco, te coma bien con su mirada entre los muslos, y aunque no lo creas, esto lo vemos todos _ Adujo Elías, uno de los que ocupaban lugar en aquel grupo de mesas_. Además_, siguió argumentando Elías, muy risueño y saboreando aquella respuesta, que le había brindado la ocasión_, lo mismo diría ahora tu amiga, si en vez de estar en el despacho ella, estuvieras tú.

_ No sabía yo…, Elías que tuvieras tan mal concepto de mi_ acompañó con una mirada tras los cristales, para observar en qué punto estaba de la conversación Konya con el jefe.

_ Daos cuenta_ intervino Benito, que estaba sentado en el pupitre de la izquierda de Elías_, que se os ve el plumero a las dos, nos enseñáis chicha fláccida sin venir a cuento, a nosotros y a quien se ponga por delante, y ahora vais de estrechas y de inflexibles, ¿creéis que con eso, conservaréis el puesto de trabajo? Ellos…_refiriéndose a la jefatura empresarial_, lo tienen todo estudiado, van tres años por delante de nuestros conocimientos y ya deben tener la lista hecha de quien sobra y quien se queda y aunque le enseñes el mismo culo al idiota ese, que se las da de “play boys” aquí en la oficina, en su casa su mujer lo ningunea por ser un redomado imbécil y a lo mejor, con seguridad por ni siquiera verla sexy cuando le pide guerra.

_ Yo no tengo que justificar ni defender nada mostrando mi sexo, porque soy lo suficiente cachonda como para quedarme y hacer mi trabajo en mejores condiciones que esa pelandusca, que le hace la pelota a Cisco. 

Dejó de conversar con sus colegas alzándose de su mesa con un solo propósito, interrumpir la charla que tenían aquellos dos en el despacho. Se levantó, se desabotonó un botón más de la pechera, se apretó las tetas de abajo arriba y se las pellizcó desde el mendrugo, para que estuvieran entrenadas, se manoseó la falda, girándola hacía su estómago y se dirigió al despacho de Cisco. 

_ ¿Molesto… si;  interrumpo? _ pronunció sin pedir permiso al llegar al umbral de la puerta del recinto y exigiendo a la voz de ¡Ya!_. Señor Cisco, ha de firmar estos documentos sin falta ¡Ahora mismo!  que nos vienen de gerencia, sobre el proceso de control de materiales, que debo subirlos a la secretaria de Herr Jelliestrasse, antes de la pausa.

_ ¡No… no…, adelante!,  puede usted pasar Jovita_ alegó Cisco, con ojos de emborrachado, tras haberse destrozado la vista, mirando tanta rebanada bajo la saya de la empleada, que ya se levantaba y se despedía_. Konya, ya se iba_ ¿verdad señorita Morales? 

Aquella mujer, se alzó con un movimiento sexy, otro aspaviento de cabeza meneando y despeinando su cabello, trasteándoselo, miró con desprecio a su compañera, que le venía con cuentos, para usurpar aquel ligue que mantenía, con el irresponsable y calenturiento gerente. 

_ ¡Sí, ya me iba, que mi trabajo no puede esperar! _ Quedamos en lo que usted ha apuntado tan sabiamente señor Cisco, mando por correo certificado los protocolos de acción y esperamos la respuesta de la jefatura de Recursos Humanos.

_ ¡Bien hecho señorita Morales! ¡Buen trabajo! _ respondió con la mirada en el culito respingón de la nena, que zarandeándolo a modo de lambada salvaje se retiraba de aquella silla donde había podido revolverse entera para que el jefe, supiese como se cotizaba el precio de la lujuria. 

Una vez dejó el quicio de la puerta, y certificando ese instante Jovita, ocupó la misma butaca que dejó vacante su compañera diciendo_: ¡Uyyy está viva Konya! que caliente va, la pobre… ¡Está ardiendo el taburete!

Estallaron de risa los dos, mirándose con gancho y esperando el baboso de Cisco, aquello tan importante que traía Jovita para sacarle de un negocio con tantos efluvios y vapores sensuales.

Jovita, se aposentó escarranchada, con sus dos muslos festivamente entre abiertos para que pudiera penetrar por esa abertura, aquella mirada felina de don Cisco, que buscaba ardiente esa vía de visión regalada por la dama de la mini falda rosa y el top desabrochado. 

Ya en el patio de operaciones, apareció Konya, saludando a Elías y a Benito, que se lo estaban pasando en grande. Tras la representación erótica de ambas mujeres, que se estaban rifando a Cisco, como si se tratase de un mono de circo. Sabiendo que no se podía exceder con ellas en horario de oficina, si quería conservar su jefatura de trabajo, y a la vez estas cachondas empleadas probar los puntos flojos del calenturiento jefecillo,  para a posteriori entrar en ataque frontal y dejarlo si fuese necesario en calzoncillos en el mejor de los casos. 

Se anidó Konya en su bufete olvidando las formas y disponiendo sus dos piernas como se le antojó en gana, detalles que los dos hombres, notaron y observaron al unísono. Al instante el bolígrafo de Benito fue a caer al suelo, debajo de la mesa de éste que se apresuró a recoger, sin demasiada prisa, mientras Elías quedó quieto observando aquella oquedad, que mostraba el despiste de la señorita Morales. Un espectáculo totalmente peculiar y semi tenebroso que mostraba al fondo de la calleja de sus muslos, una presencia cuando menos desestabilizante. 

_ ¿Os habéis dado cuenta, la putada que me ha hecho la mosca muerta de Jovita? parece que no puede soportar mi “feeling” con el jefe. ¿Deben ser celos, o es que quiere joderme en exclusiva?_ matizó Konya con verdadero asco, esperando contestación de Elías, ya que Benito, aún estaba buscando el bolígrafo debajo de la mesa, sin demasiadas prisas_ ¡Por cierto Elías, tú que estás mirando! Tan descarado y ¿con tanto atrevimiento? _ preguntó insolente la mujer, sin titubeos, mirando febrilmente a Elías, que disfrutaba viéndole el triangulo vaginal. 

_ ¡Miro, lo que enseñas! Lo que de original presumes y muestras a todos de forma natural, ¡Creo es cosa de humanos, poder echar un vistazo!  ¿No lo crees Konya?_ proclamó Elías con suma llaneza.

_ Por lo menos, eres sincero y lo expones mirándome a los ojos, cayéndote la baba, disfrutando del panorama…  y no haces como este pendejo de Benito, que tira adrede su bolígrafo al suelo, para verme de cerca la concha.

 

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