Marchaban los dos
abuelos carretera arriba, montados en su Peugeot del año setenta y tres, con
las discusiones veniales, que solía tener aquel matrimonio después de llevar
casados cincuenta y dos años.
Como norma se hacía lo
que decía Carmen, aunque Paco, tampoco se quedaba atrás a la hora de disponer y
si hacía falta mala educación, la sacaba de donde fuera, poniendo los esféricos
encima de la mesa, para resolver por la vía rápida y haciendo lo que a él se le
antojaba.
Bien estaba que debido a
su edad, habían perdido algo de practicidad en según qué detalles y sobre todo
Paco en la conducción de su vehículo, que lo llevaba más limpio que el espejo
de un barbero; pero más lento que una legión de caracoles en busca de una verde
lechuga sembrada.
Dudas en la conducción, tenía
muchas; en la forma de orientarse ostensibles, aunque nadie podía decirle nada.
A pesar de saber y notarse que ya no llegaba a lo de antes, pensaba fuera un
virus pasajero y que de buenas a primeras, le volvería de nuevo a brotar la
juventud en cualquier instante.
En lo que se refiere a
sus modos de maniobrar el coche, se creía ser el mejor chofer del mundo.
Una especie de Fitipaldi,
un corredor de fórmula uno, con ochenta y tres años a cuestas. Imaginando en su
fuero interno por las trazas que se daba; iba a seguir viviendo tan descarado y
conduciendo por espacio de doscientos años más, sin ninguna complicación. Debe
ser una ilusión, no mirarse al espejo nunca y cuando lo haces, es para
encontrarse como el artista invitado de la Casa de la Pradera.
Aquel domingo, habían
salido temprano, ¡Mucho… demasiado! No
eran las seis de la mañana, cuando ponían el estárter para arrancar el motor sin
dificultad, del coche que hacía más de tres meses dormía en el aparcamiento plácidamente
olvidado.
Aprovechando horas de
casi madrugada para evitar el colapso de las carreteras, partieron casi como
ilegales, con la nocturnidad y el atrevimiento de un par de irresponsables.
Eran muy caprichosos y disponían en un santiamén, aquello que se les ocurría de
pronto. Sin analizar, sin estudiar si era el mejor momento para echarse por
esas calzadas mundanas, a buscarse las posibles complicaciones y contratiempos que
no tenían; desobedeciendo las instrucciones que les habían dado sus familiares
más allegados, sus hijos en particular en lo referente a la peligrosidad de
ponerse al frente de un volante a ciertas edades.
No circulaba nadie por
aquella comarcal, absolutamente ningún turismo, ni un alma. El día iba
levantando progresivamente y dejaba ya lucir los primeros rayos del sol, Paco
había perdido la orientación, hacía minutos conducía y no sabía demasiado bien
donde iba, aquel trozo de la ruta, no lo recordaba, por lo que se puso tras el
rebufo de una camioneta, que repartía cervezas y refrescos por todas las
poblaciones que se iba encontrando a su paso, hasta que pudo detener su
vehículo y preguntarle al repartidor, aprovechando una descarga de mercancía en
uno de los comercios de aquel pueblo:
_ ¡Buenos días
amigo! ¿Sabe usted si voy en buena
dirección para llegar a La Rovira City Show? _ Interrogó Paco, al sudado y
barrigudo repartidor
_ En la dirección buena
va…, pero apenas en veinte kilómetros, cuando encuentre una rotonda semi
ovalada, de colores magenta, que indica a la izquierda playa, al centro rio y a
la derecha montaña, ha de desviarse por la salida segunda, la que dice Ciudad
Dormida, y en el tercer recodo a su derecha, según el sentido de la marcha a
unos doscientos metros, encontrará una señal muy grande de Stop, en ese punto
usted verá que a su izquierda, sale una carreterilla que a kilómetro y medio,
le abocará en el carril que le llevará a la parte sur de la City Show.
_ ¡UY… demasiado lío!_
¿Usted va en esa dirección, para seguirle?
_ ¡Sí claro! pero yo voy
haciendo reparto y entro en esos veinte kilómetros en varias poblaciones con el
reparto, lo que quiere decir que si viene tras de mi camioneta, tardará
demasiado tiempo_ Le contestó el conductor, viendo que no se aclaraba.
_ ¡Sabe, yo le persigo!
y si me canso, ya tomaré mi propio camino.
_ ¡Usted mismo abuelo!
pero son ganitas de ir despacio pudiendo ir a su rollito y atendiendo a las
señales de indicación.
El Peugeot, en una
marcha súper cansina recorrió persiguiendo a la cargada camioneta de bebidas,
hasta que pasadas tres horas y veintitrés minutos, llegaron a la rotonda semi
ovalada, color magenta, donde el repartidor, les hizo una señal para que
tomaran el segundo desvío, donde indicaba Ciudad Dormida.
Dormido o quizás
despistado, estaba el octogenario, que en lugar de tomar su dirección correcta,
se pasó y en lugar de salir por el tercer recodo a la derecha, lo hizo a la
inversa, llevándole de nuevo a la hermosa rotonda semi ovalada de colores
magenta, la que recorrió en sentido circular por espacio de tres vueltas.
Viendo que no sabía
salir de allí el hombre, le comentó a su señora esposa, que refunfuñando y
dirigiéndole todo el camino había estado_: este tío es imbécil, pues me ha
informado al revés y encima de ir guardándole las espaldas y la carga para que
no le roben la mercancía, por más de tres horas, ahora va y me deja colgado, el
muy cabrito.
_Así, de esta manera, no
se puede ir a ningún sitio_ dijo Carmen_, estás torpe para todo y más para
salir de casa con el coche. No te das cuenta, que me has hecho madrugar y van a
dar las diez de la mañana y no hemos llegado aún al chalet. Cuando de trayecto
en circunstancias normales solo tardamos media hora_. Achuchó con desprecio la
mujer, que dejándolo por imposible, pensó_: ya te arreglarás y ya llegaremos_,
volviendo a caer cómoda en el asiento
del acompañante.
_ ¿Qué hacemos? Dime
Doña lista, que parece ser que, tú lo sabes todo. ¡Dime que hago ahora!
_ Pues que vas a hacer…
llamar a tus hijos, que nos vengan a sacar de este atolladero, que nos has
metido, por tu gracia dominguera_ Le ordenó la mujer, con un índole desagradable_
Y esta es otra, a ver cómo hacemos para llamarles, porque igual el teléfono
móvil, está sin batería_, finalizó Carmen su tormento, haciendo de su lamento
una constante.
Salió de la rotonda como
pudo y aparcó en el arcén poco antes de llegar al desvío de la señal que
indicaba Ciudad Dormida, a la vez que su displicente esposa, rebuscaba dentro
de su bolso para encontrar el Motorola portátil. Pulsando la primera tecla
programada de llamada rápida. Cuando al tercer tono, sonó una voz somnolienta
varonil.
_ ¿Dígame?
_ ¿Eres mi hijo? _
preguntó Paco, a la voz, conociendo perfectamente, quien era.
_ ¡Sí, lo soy! Dime, que
te ocurre ahora Papá.
_ Verás, que por hacer
un favor y seguir sus consejos, a un gordinflón que repartía refrescos, me
encuentro en una rotonda semi ovalada, de colores magenta, que indica playa y
no sé qué más.
_ ¿Es la misma rotonda de
siempre? _ Preguntó el hijo, con la paciencia del Santo Barón_ la que
tiene tonos casi azulados y rojizos y un
cartel que dice: ¿Ciudad Dormida? _ siguió apuntando y suspirando al cielo,
mientras se veía reflejado por los cristales del salón
_ ¿Cómo lo sabes, estás
cerca? ¿Te lo ha dicho tu madre?
_ No papá, ¡Ni lo sabía,
ni estoy cerca! No os mováis de ahí, que ahora voy a recogeros
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