martes, 23 de julio de 2013

Pretexto seníl


Marchaban los dos abuelos carretera arriba, montados en su Peugeot del año setenta y tres, con las discusiones veniales, que solía tener aquel matrimonio después de llevar casados cincuenta y dos años.

Como norma se hacía lo que decía Carmen, aunque Paco, tampoco se quedaba atrás a la hora de disponer y si hacía falta mala educación, la sacaba de donde fuera, poniendo los esféricos encima de la mesa, para resolver por la vía rápida y haciendo lo que a él se le antojaba.

Bien estaba que debido a su edad, habían perdido algo de practicidad en según qué detalles y sobre todo Paco en la conducción de su vehículo, que lo llevaba más limpio que el espejo de un barbero; pero más lento que una legión de caracoles en busca de una verde lechuga sembrada.

Dudas en la conducción, tenía muchas; en la forma de orientarse ostensibles, aunque nadie podía decirle nada. A pesar de saber y notarse que ya no llegaba a lo de antes, pensaba fuera un virus pasajero y que de buenas a primeras, le volvería de nuevo a brotar la juventud en cualquier instante.

En lo que se refiere a sus modos de maniobrar el coche, se creía ser el mejor chofer del mundo.

Una especie de Fitipaldi, un corredor de fórmula uno, con ochenta y tres años a cuestas. Imaginando en su fuero interno por las trazas que se daba; iba a seguir viviendo tan descarado y conduciendo por espacio de doscientos años más, sin ninguna complicación. Debe ser una ilusión, no mirarse al espejo nunca y cuando lo haces, es para encontrarse como el artista invitado de la Casa de la Pradera.
 

Aquel domingo, habían salido temprano, ¡Mucho… demasiado!  No eran las seis de la mañana, cuando ponían el estárter para arrancar el motor sin dificultad, del coche que hacía más de tres meses dormía en el aparcamiento plácidamente olvidado.

Aprovechando horas de casi madrugada para evitar el colapso de las carreteras, partieron casi como ilegales, con la nocturnidad y el atrevimiento de un par de irresponsables. Eran muy caprichosos y disponían en un santiamén, aquello que se les ocurría de pronto. Sin analizar, sin estudiar si era el mejor momento para echarse por esas calzadas mundanas, a buscarse las posibles complicaciones y contratiempos que no tenían; desobedeciendo las instrucciones que les habían dado sus familiares más allegados, sus hijos en particular en lo referente a la peligrosidad de ponerse al frente de un volante a ciertas edades.

 

No circulaba nadie por aquella comarcal, absolutamente ningún turismo, ni un alma. El día iba levantando progresivamente y dejaba ya lucir los primeros rayos del sol, Paco había perdido la orientación, hacía minutos conducía y no sabía demasiado bien donde iba, aquel trozo de la ruta, no lo recordaba, por lo que se puso tras el rebufo de una camioneta, que repartía cervezas y refrescos por todas las poblaciones que se iba encontrando a su paso, hasta que pudo detener su vehículo y preguntarle al repartidor, aprovechando una descarga de mercancía en uno de los comercios de aquel pueblo:

_ ¡Buenos días amigo!  ¿Sabe usted si voy en buena dirección para llegar a La Rovira City Show? _ Interrogó Paco, al sudado y barrigudo repartidor

_ En la dirección buena va…, pero apenas en veinte kilómetros, cuando encuentre una rotonda semi ovalada, de colores magenta, que indica a la izquierda playa, al centro rio y a la derecha montaña, ha de desviarse por la salida segunda, la que dice Ciudad Dormida, y en el tercer recodo a su derecha, según el sentido de la marcha a unos doscientos metros, encontrará una señal muy grande de Stop, en ese punto usted verá que a su izquierda, sale una carreterilla que a kilómetro y medio, le abocará en el carril que le llevará a la parte sur de la City Show.

_ ¡UY… demasiado lío!_ ¿Usted va en esa dirección, para seguirle?

_ ¡Sí claro! pero yo voy haciendo reparto y entro en esos veinte kilómetros en varias poblaciones con el reparto, lo que quiere decir que si viene tras de mi camioneta, tardará demasiado tiempo_ Le contestó el conductor, viendo que no se aclaraba.

_ ¡Sabe, yo le persigo! y si me canso, ya tomaré mi propio camino.

_ ¡Usted mismo abuelo! pero son ganitas de ir despacio pudiendo ir a su rollito y atendiendo a las señales de indicación. 

El Peugeot, en una marcha súper cansina recorrió persiguiendo a la cargada camioneta de bebidas, hasta que pasadas tres horas y veintitrés minutos, llegaron a la rotonda semi ovalada, color magenta, donde el repartidor, les hizo una señal para que tomaran el segundo desvío, donde indicaba Ciudad Dormida.
 

Dormido o quizás despistado, estaba el octogenario, que en lugar de tomar su dirección correcta, se pasó y en lugar de salir por el tercer recodo a la derecha, lo hizo a la inversa, llevándole de nuevo a la hermosa rotonda semi ovalada de colores magenta, la que recorrió en sentido circular por espacio de tres vueltas.

Viendo que no sabía salir de allí el hombre, le comentó a su señora esposa, que refunfuñando y dirigiéndole todo el camino había estado_: este tío es imbécil, pues me ha informado al revés y encima de ir guardándole las espaldas y la carga para que no le roben la mercancía, por más de tres horas, ahora va y me deja colgado, el muy cabrito. 

_Así, de esta manera, no se puede ir a ningún sitio_ dijo Carmen_, estás torpe para todo y más para salir de casa con el coche. No te das cuenta, que me has hecho madrugar y van a dar las diez de la mañana y no hemos llegado aún al chalet. Cuando de trayecto en circunstancias normales solo tardamos media hora_. Achuchó con desprecio la mujer, que dejándolo por imposible, pensó_: ya te arreglarás y ya llegaremos_, volviendo a  caer cómoda en el asiento del acompañante.

_ ¿Qué hacemos? Dime Doña lista, que parece ser que, tú lo sabes todo. ¡Dime que hago ahora!

_ Pues que vas a hacer… llamar a tus hijos, que nos vengan a sacar de este atolladero, que nos has metido, por tu gracia dominguera_ Le ordenó la mujer, con un índole desagradable_ Y esta es otra, a ver cómo hacemos para llamarles, porque igual el teléfono móvil, está sin batería_, finalizó Carmen su tormento, haciendo de su lamento una constante. 

Salió de la rotonda como pudo y aparcó en el arcén poco antes de llegar al desvío de la señal que indicaba Ciudad Dormida, a la vez que su displicente esposa, rebuscaba dentro de su bolso para encontrar el Motorola portátil. Pulsando la primera tecla programada de llamada rápida. Cuando al tercer tono, sonó una voz somnolienta varonil. 

_ ¿Dígame?

_ ¿Eres mi hijo? _ preguntó Paco, a la voz, conociendo perfectamente, quien era.

_ ¡Sí, lo soy! Dime, que te ocurre ahora Papá.

_ Verás, que por hacer un favor y seguir sus consejos, a un gordinflón que repartía refrescos, me encuentro en una rotonda semi ovalada, de colores magenta, que indica playa y no sé qué más.

_ ¿Es la misma rotonda de siempre? _ Preguntó el hijo, con la paciencia del Santo Barón_ la que tiene  tonos casi azulados y rojizos y un cartel que dice: ¿Ciudad Dormida? _ siguió apuntando y suspirando al cielo, mientras se veía reflejado por los cristales del salón

_ ¿Cómo lo sabes, estás cerca? ¿Te lo ha dicho tu madre?

_ No papá, ¡Ni lo sabía, ni estoy cerca! No os mováis de ahí, que ahora voy a recogeros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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