sábado, 15 de junio de 2013

Chucherias


Que sea la última vez que cuando estemos de visita, pidáis nada_ decía un padre a sus dos hijos Onofre y Eliseo de nueve y siete años de edad_, dando justificación a las prohibiciones que estaba estableciendo y aclarando los conceptos bastante serio_. No hay detalle más feo y de mala educación que a las primeras de cambio os comportéis como unos hambrientos y mal criados jovencitos. Las normas de urbanidad siempre las tenéis que llevar presentes.

Finalizó la matraca, mientras aquellos chiquillos miraban a su padre. Convencidos que lo iban a cumplir. Conociendo perfectamente como las gastaba Don Florencio, si no se obedecía.

_ Papá, y si es nuestra tía Ambrosia, también decimos que no, siendo mi madrina_ presentó cara el menor de los hermanos, Eliseo, que era el que menos podría entender aquellas órdenes.

_ He sido claro, no quiero que os pueda la incorrección, sois unos niños y debéis saber en todo momento como estar frente a los demás.

_ Entonces papá_, replicó Onofre, no queriendo callar por una prohibición de la que no estaba muy de acuerdo y defendiendo la postura de su hermano_. ¿Cómo decimos, que no lo queremos? ¿De qué manera podemos ser más educados, si negamos recibir el regalo? Pueden pensar que somos unos atontados.
 

_ No voy a repetir más lo que habéis entendido perfectamente, no sois unos imbéciles y estáis recibiendo una educación muy cara. Espero cumpláis como a mí me gustaría _. Resoplando acabó aquel hombre de bigote exiguo y corto de talla su deseo.

Don Florencio era una persona infeliz y con mal carácter, que nadie estaba a gusto cerca de él. Su propia esposa le temía. Amedrentada por sus normativas y ahogada por su falta de libertad. Teniendo ella otro proceder, además de su talante espontáneo y sincero, penaba a menudo. Vivía dentro de unos márgenes falsos y carecía de placidez.

La habían casado a la fuerza con Florencio, un hombre apenado que necesitaba más que una pareja una concubina en la cama, para desahogar toda la presión sexual fisiológica y seguir concentrado sin dar cariño a nadie.

Marciana había sido una joven alegre y la mejor y más atenta hija de la familia de los Flórez. Una preciosa mujer, que pretendía a un farmacéutico, y que por los caprichos de las familias y los convenios estipulados por aquello del apaño, queda en nada, muriendo sus ilusiones, como la de aquel boticario en las puertas de la realidad.

Gente venida a menos los Flórez, por las dificultades económicas que atravesaban desde hacía años. Pretendiendo colocar a sus tres hijas con lo más provechoso del pueblo. Aunque no hubiera amor, ni atracción. No miraban títulos ni categoría, los padres de Mariana, querían o aspiraban tan solo, gente con dinero.

Pretendientes para sus sucesoras con la vida resuelta, para que una vez establecido el vínculo matrimonial de las hijas, ellos pudieran aprovecharse de la situación y vivir de ellas.

Casando a Mariana con Florencio, que este era un millonario con abolengo y propiedades en las Américas, un potentado que había nacido en Veracruz, y que educado por los jesuitas, recaló en el pueblo con vanidades de conquistador, para hacerse cargo del patrimonio y heredades de sus antepasados. Un caballero sin gracia y sin experiencias en mujeres, un tipo insípido y tenaz que se avergonzaba de lo mejor que ofrece la vida. La propia existencia.

Un señoritingo que además de afligir a su ralea, tenía al servicio de la casa, a los obreros, criados y como no a su esposa e hijos, completamente tiranizados y a todos trataba como si no fuesen humanos. Un imberbe que no satisfacía a Mariana en ninguna de las principales necesidades de la pareja.

Mariana, era lo contrario, absolutamente madre. Al revés que el brusco de Florencio. Era una mujer sensual y seductora, una enamorada de la música, romántica, con ganas de ser amada y que la satisficieran. Una revolución en el amor, un encanto de señora, que sabía donde debían ir las caricias, y como distribuirlas para que parecieran aquellas consecuencias amatorias, aún más deliciosas.

Tuvieron dos hijos estupendos, que estaban siendo educados por dos caminos: el serio, sin márgenes, sin apego, con poca comprensión por parte del padre; la otra vereda: la amena, la cariñosa, edificante y tierna de la madre, que gracias a ella, los hijos en todo momento estaban amparados y consolados. 

 

Aquellos niños, habían regresado de unas minis vacaciones desde Londres, de donde solían ser enviados por aquello del perfeccionamiento del idioma y aquella misma tarde los esperaba el doctor Bernabé, para pasarles la rutinaria revisión médica a los recién llegados.

Trayecto y visita que hicieron acompañados de sus padres, Mariana y Florencio. Cada vez que los Valdeblanquez Bordíu, aparecían por la consulta de la Clínica, les recibían con una especie de devoción inusual, haciendo el recibimiento en los propios salones de la consulta privada, Don Bernabé Chulíes y su esposa Laura Villacoñosa. Preciosa enfermera y esposa del doctor, con una armonía para los enfermos, en especial para los niños, que brotaba fuera de lo común. Cariño exclusivo para estos amiguitos, Onofre y Eliseo, que ella misma había ayudado a su esposo el médico a traerlos al mundo.

Onofre y Eliseo formaban una fiesta, cada vez que se encontraban entre las atenciones de Laura, como si del cielo hubiesen caído los estados emocionales más divinos para un encuentro. Por su confianza, su familiaridad y seguridad al estar con ella.

Una vez recibidos, los papás quedaron perfectamente en la sala de espera y los dos niños, acompañando a Laura, siguieron el camino del gabinete de auscultación y control de salud.

Una vez revisado el estado general de los hijos de la familia Valdeblanquez Bordíu y entre tanto que el doctor preparaba los correspondientes documentos para entrevistarse in situ con los padres, Laura, les ayudaba a vestirse y acompañaba para que se sintieran lo más entretenidos posible, acercando a sus manos un par de caramelos, por si les apetecía degustarlos.

_ ¡No! _ contestó Eliseo, de forma categórica_, no nos gustan, ni nos apetecen

_ ¿Desde cuando, no te gustan los dulces? _ Preguntó extrañada Laura, con mucho tacto hacia el niño, viendo el nerviosismo que presentaba.

_ Te digo que ni queremos caramelos, ni regalos_, muy serio respondió de nuevo Eliseo, mirando a su hermano e interrogándole ¿Verdad, que no nos gustan Onofre?

_ ¿Qué ocurre Onofre? _ preguntó Laura_. Siempre os han gustado los caramelos y con mucho gusto os los he ofrecido, desde que erais bien chiquitajos. ¿Por qué este desprecio tan tajante? ¿Ocurre alguna cosa, que desconozca? _. Volvió a interrogar preocupada Laura, ya más en su papel de enfermera.

_ No es nada, Laura. Nos ha prohibido mi padre, que aceptemos nada, que esos detalles nos hace ser muy mal educados, y nosotros debemos obedecer a papá, para no vernos metidos en una indisciplina.

Aquella mujer, Laura, llenó los bolsillos de golosinas a los dos mozalbetes, sin perder la sonrisa y acariciándoles con aquel cariño, que tan solo puede distribuir una persona, buena y generosa.

_ Si quieres Laura, no se lo decimos a papá y será nuestro secreto ¡vale!_, asintió Eliseo, el más pequeño de los dos hermanos.

_ Decidle a vuestro padre, de mi parte, cuando se entere del regalo, que estos caramelos son como medicinas que os ha recetado Laura, que no es un regalo, que son medicamentos infantiles que entran dentro de la visita al médico.

Y que de seguir así, tendremos que llamarle a él, a Don Florencio, para pasar una revisión obligatoria de comportamiento, para que el propio doctor Bernabé, pueda recetarle algunos de estos estupendos medicamentos, que toman los mayores para ser más graciosos: caramelos medicinales sin azúcar.
 
 
 

 

 

 

 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

UNA HISTORIA ENTRAÑABLE.NIKITTA.

Anónimo dijo...

Una historia muy bonita...

Anónimo dijo...

Emilio, muy linda la historia, gracias por compartirla.
Guillermina.

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