Aquel
hombre fue a su cajero automático a sacar dinero aquella mañana de diciembre,
como fuera, tenía tiempo de sobras y lo que pensó hizo: entrar en la oficina y
poner su libreta de ahorros al corriente, harto que la impresora del automático,
emborronara las líneas, y no se pudieran leer con claridad los motes del extracto.
Al
entrar, observó que la empleada habitual no estaba, aquella chica tan simpática
y tan atenta estaba ausente y la reemplazaba otra señora, muy atractiva con
cara de pocos amigos y de menos ganas de currar. Se acercó a la tanda y esperó
que pudiera atenderle sin pensar en ninguna dificultad. Delante tenía dos
personas que hicieron su gestión lo mejor que pudieron, sin embargo, ya atisbó
que el geniecito de la señora Carmen, que era el nombre que reflejaba el membrete
que pendía sobre aquel mostrador, no estaba para florituras. Al llegar su
turno, Carmen miró con cara de pocos amigos al cliente y le expresó
escuetamente, haciendo con sus manos un gesto, de tranquilo, stop a las ligerezas.
Como
de tener mucha prisa. Igual, se estaba meando la nena, y no podía mantener el esfínter
tranquilo, cosa que le hacía remenearse encima de su silla, como si de un
botarate se tratara.
En
el despacho de al lado, no muy retirado del mostrador de atención al público,
estaba el director de la sucursal, que trabajaba en sus números, y que tan solo
se divisaba su contorno puesto que los cristales mateados al ácido no permitían
más que se transparentasen las imágenes corporales, sin demasiada claridad, por
motivos obvios. En la puerta de más a la izquierda el reservado donde tienen
los aseos los empleados y el mini almacén de repuestos. Sobre la puerta de
acceso al despacho, una cámara registraba todos los movimientos, clientes,
conversaciones, y reseñas de la dependencia
_
Que quiere usted_. Dijo aquella señorita, sin dejar de hacer muecas y jeribeques.
El cliente, se puso sus gafas de ver, y alargó la libreta para decirle al mismo
tiempo, que quería recoger de sus ahorros, la cantidad de quinientos cincuenta euros,
detalle que le repitió por dos veces, para matizar. Dado que vio preocupado,
que los movimientos viscerales que tenía Carmen tanto en sus gestos faciales,
como los físicos bajo estomacales, no eran normalizados en un banco del
prestigio del que tratamos.
Aquella
empleada, imprimió velocidad y colocó la cartilla por la ranura del expendedor
a la vez que la máquina escupía los billetes, con tanta velocidad, como la
prisa que tenía su inestable conductora. Antes de ofrecerle el efectivo en mano,
Carmen, puso delante del cliente un documento para que firmara la justificación
del reintegro que había solicitado. Sin apresurarse el caballero, miró lo que
firmaba y dejó el bolígrafo verde, atado a una cadena justo en el cubilete de
posición. Mientras que la dama nerviosa, contaba los billetes de curso legal,
sin ser correcta la cantidad demandada, los contaba mal, entregándoselos al
caballero, con aquel tembleque de: ¡Que me cago ya; si no aprieto el culo!
Las
prisas son para los malos toreros y los camareros fulleros, aunque ésta Carmen,
podría incluirse en esta tanda de gremios, por sus formas, y su talante.
El
cliente, contó los billetes y faltaba uno de cincuenta euros, diciéndole ipso facto
que no estaba correcto aquel reintegro a la empleada que ya no miraba,
respiraba, oía, ni hacia su trabajo en condiciones.
_
Oiga, usted, señorita; se ha equivocado. ¡Me faltan cincuenta euros! He firmado
el documento por quinientos cincuenta y solo me ha entregado quinientos. ¡Que
no lo está viendo!
_
No puede ser, Señor, la máquina no se equivoca.
_
Pero no me hagas reír; ¡Que me estás diciendo! ¿Que la máquina no se equivoca?
¡Y Tú…
te has equivocado tú! Que me entregas un
billete menos.
Señor,
yo solo le puedo decir, que la máquina no se equivoca, en todo caso cuando
hagamos el recuento al final de la jornada, si sobra un billete de cincuenta
euros, sabremos que es suyo.
_
Pero bueno, tú me tomas por imbécil o te crees que soy tardío_. Le inquirió con
malas artes el cliente, que ya estaba comenzando a ponerse bravo.
_
No señor, yo solo le digo lo que hay, no puedo hacer más_. En aquel momento, a
la señorita Carmen, se le escapó una ventosidad expelida por el ano y se le
salió un zapato del pie; por el miedo que estaba pasando y, porque ya no aguantaba más. ¡Se cagaba patas
abajo!
A todo esto,
el cobarde del director de la Sucursal, no sacaba la cabeza de su escondite y
procuraba moverse poco, para que el trasluz de los vidrios, no le delatara más.
Un tipo, de esos que no te miran a los ojos cuando te hablan, que además
parecen haber nacido por otro sitio distinto al del resto de los humanos, por
esa clase que creen tener que ni por asomo constituye en ellos naturalidad.
Los
clientes que estaban en aquel momento en la sucursal de la entidad bancaria,
miraban con extrañeza al interesado, que sofocado quería conseguir lo que era
suyo. Sus cincuenta euros de curso legal, que le habían robado a cara
descubierta en el mismísimo mostrador del banco, y para más inri; con la
grabación de la cámara de seguridad encima de su cabeza. O sea ninguna trampa
por parte del usuario.
Ninguno
de ellos, los que esperaban su turno; alzó su voz para mediar a favor del
atracado. Todos acojonados, daban la razón al atropello de la meona empleada,
que le había achicado un billete.
_
Vamos a ver, te llamas Carmen, ¿Verdad?
_ Sí;
como lo sabe, le dijo la cajera, con el semblante roto, la camisa medio
abierta, y a punto de excretar en sus bragas.
_
Si no leo mal, lo indica en este cartel, que tienes frente a ti_. Dijo con voz
tranquila aquel señor, que ya perdía la paciencia, mientras el resto de
clientela, pasaba un buen rato, viendo el panorama que ofrecía aquella entidad
bancaria, le birlaba a las claras al tipo protestón, parte del dinero que era
suyo.
_ ¡Ah…!
¡Sí! Soy Carmen, perdone, no recordaba,
que estaba mi nombre en el dispositivo de atención al público.
_
Yo no me he movido a ningún lado, y te he mostrado lo que has hecho tu solita,
me descuentas de mi cartilla bancaria, quinientos cincuenta euros y me entregas
quinientos, a donde debo ir a reclamar este entuerto, a quien debo dirigirme,
para decirle que me habéis desvalijado, porque veo; que ayuda del director de
la oficina, tienes poca, ni se atreve a salir con tanto bramido y con tanto balanceo,
igual se ha cagado en los calzoncillos y ni puede despegarse de su butaca de
piel, lo mismo se ha ensuciado con su propia grasa excremental.
De
alguna manera, se podrá verificar que esta máquina que no se equivoca, da en
ocasiones mal los billetes y deja en entredicho la veracidad de la gente de
bien.
Eso
por una parte_, continuó expresando aquel señor, harto de hacerle guiños al
director para que saliera_. Por otra, deciros, que estoy acostumbrado a que me
atraquéis a base de tributos, gastos de la tarjeta electrónica, comisiones de
mi propio dinero, cuando debo hacer una transferencia de mi capital, tampoco es
gratis, con intereses negativos por descubiertos, etc. etc. Tan solo faltaba, este
hurto a cara descubierta, que he sufrido. Así que dime que he de hacer ahora,
para que me retornéis mi dinero.
_Ya
le digo, Señor, la máquina no se equivoca, cuando hagamos el arqueo esta tarde
a la hora del cierre, veremos si sobra ese montante. Si es así, le
reintegraremos el importe en su cuenta.
_
¿Y si como dices tú, la máquina, no se equivoca? pero; vuelve a haber otro ¿error con otro cliente?, o
vuelves a equivocarte al contar dinero y ¿no cuadran las cantidades? ¡Qué… hago
yo! ¿Pierdo mi dinero? Aún y pudiendo
ver el movimiento de tus manos y de las mías, por la película tomada con la cámara,
que está ahí encima de mi cabeza. ¡Contesta!
_
Deje su número de teléfono móvil, que le llamaremos, en cuanto se arquee el
capital del día.
Hubo
que agotar la jornada de trabajo, la empleada solo sabía decir como un
papagayo, que: la máquina no se equivocaba, el director no salió a la palestra
y dejó que se comiera el marronazo, aquella empleada del esfínter flojo y tan
poco de fiar para la clientela.
Entre tanto
aquel señor, salió de la oficina, para tomar cartas en el asunto y comenzar a
buscar nueva entidad para traspasar todo el fondo del capital que permanecía en
aquel banco. A la vez que gestionaba nueva entidad, quiso llamar por teléfono al valiente director de la
Caja en cuestión, con las debidas garantías de que la conversación quedase
grabada, para futuros menesteres. Así que procedió a hacer la llamada directa
al despacho del director de aquel banco.
_ Bon
día le atiende el Interventor de la Caixa Forra Collins
_ Buenos
días, ¿Es usted el director de la oficina, de la plaza Ayuntamiento?
_
¡Sí! naturalmente, el mismo, para servirle.
_ Pues
haber si me sirve un poco mejor que hace hora y media.
Antes
que nada, decir que esta llamada, está siendo grabada por la importancia que
tiene. Soy el titular de la cuenta… el
cliente que ha estado esta mañana en su oficina al cual se le ha escatimado
cincuenta euros, de los cuales nadie sabe qué ha pasado puesto que la máquina,
como dice la empleada de turno; la
señorita Carmen, no se equivoca.
Lo
cual quiere decir que están llamándome ladrón; en pocas palabras y quería saber si ya han
hecho el cuadre del día. Estoy expectante por saber si he de ponerles una
denuncia en regla.
_
Mire; normalmente la máquina no se equivoca_, dijo el ejecutivo, con una leve
sonrisa perceptible desde el otro lado del teléfono_, pero como le dijo Carmen,
le llamaremos, no padezca.
_
Entonces, me está diciendo, que si la máquina no se ha equivocado, yo me quedo ¿sin
el dinero que me falta?
_
Hombre, pues así sería_, fue la respuesta de aquel ejecutivo, ahora ya con la
risita más acuciada y asquerosa, por parte del delincuente directivo.
_ Bueno
director, que esa risita, no se transforme en llanto, mientras puede ir mirando
el saldo del mismo nº x126…….No sé que le parecerá al Director General, cuando
reciba mis noticias.
Porque
pienso ir donde haga falta y aunque tan solo tenga que recuperar cincuenta
euros, y deba gastarme mucho más, lo haré con gusto para por lo menos evitar
que no le pase esto, a otro confiado cliente, como es mi caso. No me extraña,
que la gente andemos tan quemados con los banqueros, si todos son como usted,
mejor sería que nos partiera un rayo.
Pasaron
veinte y tres minutos, cuando sonó el teléfono móvil del atracado cliente.
_
Hola es usted don Mario Conde, el titular de la cuenta nº. X126…. De la Plaza
del Ayuntamiento de Sant Bocadillo.
_
¡Sí! el mismo, ¿Quién llama?
_ ¡Buenas
tardes! Soy Carmen, es para decirle que se le han ingresado 50 euros en su
cuenta de ahorro. Hemos arqueado caja y sobraba un billete de curso legal. Con
lo que, la máquina se ha equivocado. Ya los tiene en su haber y perdone las molestias.
Estamos a su servicio.
4 comentarios:
ESTE RELATO ES MUY MUY DIVERTIDO. UN BESO MUY FUERTE.
Divertido, auque algo escatológico. Lo del Sr. Mario Conde, no sé si encierra mensaje..., ¿quién roba a quién?
Hasta pronto.
Muy Bueno y ademas de verdad
Tu vales para director de cine. De banco no, pues darías la cara, y eso no se estila.
Saludos.
Publicar un comentario