domingo, 16 de septiembre de 2012

La lista de la memoria tonta


Aquel hombre, comenzaba a perder la memoria, ¿La perdía de verdad? o quizás era un equívoco de la propia retentiva, debido a la pesada temporada que llevaba, cargada de trabajo, preocupaciones y, penurias por alguna distorsión física en la conducta de su cuerpo, que podría no ser enfermedad, pero que no obedecía a una norma habitual en su vida.
¿Equívoco de la propia retentiva?  ¿Estaba confundiendo vivencias personales suyas? Mezcladas con guiones, nombres y secuencias de películas que le habían dejado huella. ¿Tocando su fibra, tan emocional como vehemente? Palabras que pretendía pronunciar y, no podía por falta del recuerdo, sin embargo, si veía claramente la imagen de lo que significaba y tenía una sensación brutal, al ver el ritmo, la fotografía, el desarrollo que pretendía explicar y la imposibilidad de hacerlo por falta de esa pronunciación que no le llegaba al cerebro para soltarla mediante el lenguaje.
Se notaba raro, el cuerpo le estaba ahorcando los hábitos, pasando detalle, quizás a los excesos o a la falta de previsión, y al abuso silencioso que se suele cometer sin atender a las futuribles consecuencias del mucho trabajo, poco cuidado en la alimentación, sobrepasarse en las bebidas virtuosas, comidas fuera del control médico, consumición excesiva de cigarrillos, noches de fenomenales francachelas, vicios permitidos de la hermosa sociedad y medicamentos poderosos para ser más viril y súper varón atrayente y seductor.
Él mismo, se daba cuenta de esas deficiencias, al intentar recordar algunos hechos de: no hacía demasiado tiempo. Mensajes que antes, le sobrevenían impetuosos y a borbotones, nada más iniciar su pensar, tenía formada la narración en su hipotálamo. Ahora le costaba mantenerlos en el recuerdo y hacerlos llegar hasta la oratoria en el instante oportuno.
Ya se hacía demasiado frecuente, en sus charlas, chistes y explicaciones concretas con detalle y puntualizaciones, definir con exactitud y querer, pronunciar el apelativo adecuado, ese denominado que bien sabía que existía en el vocabulario del idioma, y que no tenía la destreza de articularlo fácil, porque su recuerdo, o su memoria no se lo prestaba. Pormenores como: el apodo de un antiguo amigo, un fragmento guardado en el baúl de las efemérides y tener que suplantarlo por otra denominación, por no poder explicarlo debido a esa durísima situación que le presentaba; la falta de memoria. Dejar de explicar esa idea, por el retardo en encontrar la expresión, por el derrumbe automático de la retentiva y de prontitud en el recurso de acertar el dicho menester, la voz que pretendía, la onda justa y adecuada. La que cuando ya no la necesitaba, le sobrevenía sin más. Mortificándole muy mucho en el conjunto personal y emocional.
Por todo ello, se hizo de una especie de breviario cerebral, una fórmula eficaz, para que esas frases que había de menester con frecuencia y que se le resistían sin premura, le fueran cómodas de pronunciar, sin darle demasiada presión a su cerebro. Con ello, las podía practicar en su soledad, haciendo un ejercicio práctico de memoria, y con esa gimnasia de tono refortalecía el comienzo de una posible pérdida de retentiva, o del inicio de una enfermedad que podría presentársele en un momento de su trayectoria existencial.
Inició su praxis y sacó su esencia, aquella memoria que había gozado tanto en su juventud, de la cual presumía y podía hacerlo por ser un don que le había donado el cielo, una dádiva que portaba desde su nacimiento y que ahora, la merma no la notaba casi nadie: excepto él. Como avergonzado de lo que le sobrevenía, callaba y se mortificaba en cada ocasión que analizaba sobre su falta de bienestar memorístico.
De su bolsillo extrajo un papel que disimulaba en uno de los pliegues de su cartera, para repasar esos diez nombres que de momento había anotado, como si fueren los “Mandatorios del Santo Equivalente”, decena de  intensidades que le habían llevado de cabeza, por la falta de la retentiva puntual  y que remachaba una y otra vez, dando lugar a un perfecto entrenamiento y una afluencia de sus remembranzas. Decenio de nombres, que obedecían a unas lagunas momentáneas sufridas y que intentaba con ese ensayo, mantener ocupado su cableado cerebral y aseado siempre, para evitar esos olvidos. Era un pliego de cuartilla blanca, en donde solo figuraban borroneados los designes, los sustantivos y ninguna reseña más. El resto debía hacerlo su psiquis, su esfuerzo, su repaso, su decreto por no llegar a perder la cordura.
_ Estoy perdiendo mi memoria, ¡Estoy acojonado! con tanta recordación como tenía ¡Dios mío! que desconfianza llevo en mi cuerpo, igual estoy enfermo y tengo principios de Alzheimer, Parkinson, o Demencia senil_, repasaba mentalmente sin percatarse.
_ Una vez más,   …lo repito otra vez y desisto_, coreó de nuevo el enunciado esta vez sin mirar la chuleta_. Araceli, Artemia, Áurea, Bayona, Jack Nicholson, Miralles, Neil Diamond, Orona, Varinia, Zihuatanejo. Advirtió que incluso esta vez, las pronunció en riguroso orden alfabético y continuó conduciendo su Chevrolet Astoria.
Comenzaba otro episodio de dolor, al intentar meterse en sus adentros para vivir de nuevo aquel padecimiento, y mientras conducía fue encadenando las secuencias, y el porqué: registró aquellos nombres en su libreta que además unos con otros tenían alguna coincidencia en el modo de relacionarse y de sucederse, que por algún motivo se le hacían tan difíciles de recordar y que tanta angustia le proporcionaban.
La primera palabra escrita en su reserva mental fue la de: “Araceli”, un nombre de mujer, que había tenido que ver con ella, en una relación profesional, simplemente una señorita que no significaría nada en sus estructuras particulares. Una empleada que por motivos de categoría, había estado bajo su responsabilidad en el trabajo. Sin deseos de enredarla con motivaciones carnales o sexuales, ni fue de su gusto ardoroso. Una hippy mal vestida y enormemente dejada en su aspecto, pero muy buena persona, con un corazón de oro y muy desaplicada en las labores de higiene y despreocupada de las profesionales. Araceli una amante del cine, una encaprichada de Jack Nicholson, una mujer insólita, que vivía escenas del “Resplandor” película dirigida por Stanley Kubrick, con escenarios opresivos y de claustrofobia, que nos instala en un entorno repleto de locura, paranoide. Alejados de la ciudad, encerrados en un hotel desocupado por las condiciones climatológicas. Araceli, en sus momentos de inmersión en la cinta, comparó a Torrance, personaje protagonista del film, con el que tenía esos trastornos de memoria tan esporádicos y, el encargado de su departamento, calificándole de olvidadizo de loco y de chiflado.
Araceli, administraba las recepciones de embalajes en una empresa familiar. Se ocupaba de los entresijos de llegadas y admisión de materia prima a la empresa. Había tenido sus más y sus menos con su jefe. Por su persecución innata en el recuerdo de los plazos de entrega, por sus absentismos laborales y por su falta de puntualidad en el trabajo.
Le sobrevino en una ocasión, el tener que mencionar a Araceli Martín, fuera de la empresa por una semejanza que hizo ella entre él y el actor de la película “El Resplandor” detalle que surgió de forma esporádica, con unos amigos y no pudo nombrarla, imposible recordar su nombre, ni el del protagonista del film.
Esa imagen quedó anotada en su cerebro y el esfuerzo brutal por ocurrirse el nombre, que no consiguió por esas fallas que solía tener. Esas lagunas memoriales, que no le permitían continuar, el detalle de verla en la imaginación sin poder nombrarla. Viéndola muy presente, sin recordar como le llamaban.
Artemia, es la segunda situación, de nuevo se vio obligado a cambiar el tema, por ese declive mental, quedando en apuros con aquellos contertulios, sin poder especificar el sustantivo de Artemia, que lo sostenía una persona mayor, que se ayudaba de un cayado labrado de madera, en tonos azulados y que a la vez, era esposa del fallecido Don Floro Andrade, dueño de media población en la provincia de “Jamalajeta”. Mujer que en sus años verdes, fue preciosa, deseada por todos y con sus deseos sensuales más íntimos por salir de los armarios. Dada a las presunciones más caras y a fabulosas recepciones en un ambiente pueblerino, dándose a conocer por sus grandezas grotescas, sus excentricidades y desequilibrios. La había conocido en sus años mozos, cuando ella estaba bien dura y maciza y presumía de tetas y de un culo estilizado de esos que comienzan debajo de la espalda y termina casi pasadas dos cuartas de la pierna huesera. Dada a provocar a los hombres con la mirada, y a comerse con los ojos a aquellas mozas que ella creía merecían y eran de su apetencia. Escudada desde su posición de gran señora y de ricachona, tenía la facultad de engañar a todos. Seducir a los tíos solo con los ojos, y si alguno de ellos, por la propia bravata se le insinuaba, no quería seguir con la jácara y lo dejaba caliente y desbordado.
Ella tenía otros gustos no confesos y además tenía que simular aquella máxima de buena cristiana: no tentemos al pecado. Alguna aventura había tenido con la cocinera de la finca donde veraneaba. Veintidós años más joven, era sin duda la que se encargaba de engrasar esos músculos femeninos que necesitan tanto meneo y la que enjabonaba, gratamente de forma oculta las partes más impalpables e invisibles de la gran y respetable señora.
Varinia, la exclusiva sirvienta, nombre excepcional en el pueblo, sacado de la película “Espartaco”, (la que daba figura a la esclava de origen Tracio, que fue esposa del gran gladiador, protagonizado por Kirk Douglas), Se hizo con el empleo en la casa de Doña Artemia, mientras para poder proseguir sus andanzas y necesidades básicas, engañó en su adolescencia al pobre y despistado caballero de la flaca memoria. El que en una ocasión quiso acordarse y tan solo, pudo ver las imágenes de las dos mujeres, en sus años de esplendor y cuando no estaban tan envejecidas.
La tercera reacción deficitaria de memoria sufrida por aquel desprovisto, fue Áurea, hija de un ferroviario de la ciudad norteña de Santones, que había mantenido con él, sabana, manta y caricias. Una mujer, que le gustaba presumir, más que dejarse coger. La clásica persona que se encapricha de lo que sus amigas tienen y se ha de comprar, aunque no pueda.  Aquello que ellas han estrenado, lo ha de poseer, y aunque se endeude en la joyería, corsetería, sastrería, ha de conseguirlo, a costa si es necesario, de dejar a su  hombre sin el concubinato. Sin dejar que le toque la piel, que le acaricie los glúteos y de no permitirle cama, hasta que no lo tenga en su poder.  
La preñó un caballero desconocido procedente de Zihuatanejo, población Mexicana de la costa del Pacífico, perteneciente a la Costa Grande, y en la actualidad  pernocta con la persona de Áurea, y sus descendientes.
Una noche soñó uno de sus capítulos inacabados y al despertar quiso pronunciar el nombre de la embaucadora que además de quedarse con un buen fajo de billetes de curso legal, supo sonsacarle un reloj de platino que aún paga en la actualidad. Sobre Zihuatanejo, no sabía ni donde se encontraba situado en el mapa.
Don Policarpo Bayona, jefe de la fábrica de embutidos Virgen del Quejido. Gran seguidor del cantante americano Neil Diamond, el gran baladista, detalle que compartía con el amigo de las lagunas de memoria, el que le había proporcionado música sobre este gran intérprete y que fue el avalador en sus primeros negocios.
Cuando Bayona llegó a hacerse cargo de este establecimiento, no era ni por asomo, ni tenía la enjundia que ahora tiene, con trescientos trabajadores, y la matanza de todos los animales de la comarca. Hombre déspota y mal carado, con pocos amigos y los que tiene alrededor, es para reírles las gracias y a la vez que les respete el empleo. Policarpo, había tenido una juventud algo dificultosa, con el estraperlo y la trata de productos prohibidos, debido a la falsificación de marcas y de productos, llegando a la comarca sin futuro, con una mano detrás y otras adelante, pero con suficientes recursos como para meterse a los políticos en sus bolsillos, a sus mujeres en su cama y a los campesinos y agricultores explotarlos al máximo. Caballero postizo de la Orden de “Camajana”, y honoris causa por el “Excelsius”.  Antro de vicio, varietés con nenas desabrigadas, paseando en bolas por el lugar de ambiente y desplumando a todo el que se acerca a ellas. Bareto y prostíbulo de la carretera catorce, la que une, Pomilla con Pulachas. Bayona el amo: jefe de la mafia de la ciudad, mafioso repartidor de estupefacientes y controlador de todos los chulos del barrio. Casado con la hija del cacique del almacén de cervezas y refrescos el tío “Comedias”, que arruinado, puso su hacienda, sus deudas, su hija y su coche al servicio de Policarpo.
Al estilo de la gran ciudad un local nocturno, propicio para los ligues extra conyugales, la recreación de la vista, humo de color verde por el antiséptico utilizado y la mejor música del gran Neil Diamond, esas baladas que siempre le habían encantado se borraban del recuerdo en ocasiones “Sweet Caroline”  igual que el nombre del amo del prostíbulo.
Miralles es el dueño de un Hotel, que había coincidido con el memorias, en el transcurso de una boda, más que eso un “bodorrio de barrio” donde lo único que importa es lo bien “que se casa la nena” y con el tipo que se lleva, que aunque no sirva más que para tacos de escopeta, la nena ya tiene rabo, y además con dinero. Gofre Miralles, un empresario hábil y persuasivo, que trabaja para el futuro sin dejar de lado el presente.
Dando cobijo en su hotel a pequeñas familias, con precios populares pero no olvida esos grandes soberanos, que se traen a las afueras del ruido, a esas mujeres que de tan guapas que son, no pueden bajar solas del coche.
Estos magnates locales piensan en verde y en positivo, queriendo dejar el pabellón personal en lo más alto. El negocio de los ladrillos, y que las cosas suban, (sobre todo una), pero que no bajen. Que pasar una noche de insomnio, y de comprimidos reconstituyentes, es un logro, y un sueño cumplido. Mientras ella, la chica guapa, la más pop de la comarca, espera que al “gentil” le vuelvan las ansias locas de chorrear por el fregadero, las gotitas de orina, que le proporciona su próstata, o escurrirse como un gusano, pensando que es el number one. Cuantas veces había ido el desmemoriado a ese hotelito de Miralles, que ahora, en ocasiones no puede recordar lo vivido en él. ¿Por qué será? ¡Qué tacaña es la memoria!  
Orona es el cura que confiesa al señor olvido. El que le está poniendo cada vez más el miedo en el cuerpo, el que le indica que no irá al cielo cuando se muera, por embustero y por no contar más detalles que todos queremos conocer. Pepe Orona, capellán del barrio, hombre pasado del medio siglo, y con el designio entre otras cosas de hacer buenos cristianos. Aquel que cada vez que da una homilía, eriza los prejuicios de los feligreses, e insulta al más pintado, desde el arzobispo, (que le huye), al alcalde, (que le teme), pasando por la señora Paca, la que le hizo una tarde un favor al desmemoriado y que aún no ha relatado.
Es un sacerdote bastante generoso con los débiles y con las señoras mayores, acoge a los niños descarriados y hace una buena labor. Con las mujeres se pasa, en confesión, les hace lo mismo que le está haciendo ahora al “olvidos” chantaje para que le cuente aún más detalles y pinceladas y que según el tribunal del cielo, se ha dejado referencias omniscientes en el tintero, las cuales debe saberlos para poder darle una necesaria receta de contrición y quede fuera de pecado.
 
 
 
 


2 comentarios:

José Añez Sánchez dijo...

Al principio describes muy bien la angustia del personaje. Después pasas a otros que no los sé relacionar con el primero. Creo que la historia que describes da para más artículos por la fluidez que tienes con la escritura; además de tu gusto y conocimiento por el cine.
De todas maneras siempre es interesante leerte porque tienes una cierta ironía no exenta de picardía.
Un abrazo José.

SHE dijo...

...al contrario de José entiendo perfectamente la}relación de las diez palabras y sus porqués...sin embargo concuerdo con él en que
tu escrito es tan fasinante que dá para más
casi lamenta uno llegar al final,lo cual se
compará al sentir que expresas del saserdote
jajajaja,probablemente nuestro morbo sale a
flote en fin y como sea es una narración espec-
tacular,me encantó!!

pdt. sólo una corrección de estilo en la frase
que dice consumación excesiva de cigarrillos,
lo correcto es decir "consumo excesivo de cigarrillos" en lo demás todo perfecto.

un gusto saludarte

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