“La Casona
de las Dichas” se encuentra a media subida del Cerro del Águila, camino
poco frecuentado por los vecinos, ya que se contaban del lugar, zozobras un
tanto angustiosas y nada halagüeñas. Son notorias y excesivas, las leyendas a cuál
de ellas más grotescas. Haciendo que ese páramo no tuviera una muy buena fama.
Allí se alojaban la flor y
nata de los ancianos pudientes de la provincia, no les faltaba más que salud,
estaban mejor que en sus propios domicilios: atención las veinticuatro horas, tantos
días como tiene el año, con sus fiestas de guardar, sus cumpleaños, sus
bailecitos, sus revistas circenses y encantos todos, bajo aquel influjo de radiante
y venerada comodidad.
La mansión estaba delimitada
por una flora inimaginable; arbustos propios de la franja, mezclados con olivos
retorcidos y vigorosos, frutales y gran variedad de especies autóctonas: el
fresno, el roble, el magnolio y el latonero. Agua abundante y cristalina como
en el mejor de los vergeles, canalizada de forma inteligente para que además,
fuera garante del contento de los clientes más exigentes.
La fauna, de los
alrededores, servía para que alguno de los cazadores adinerados, pudiese darle
capricho al dedo, con el jabalí salvaje, las codornices y demás asilvestradas. Siempre
pasando por la dádiva, para el sufragio de privilegios exclusivos. Entre ese
paraje idílico sobresalía la casona, antigua heredad de los “Can Xurret”, gente millonaria venida a
menos, por los vicios, el juego, las enfermedades y el mal fario.
Se había transformado en una
residencia majestuosa, tras adquirirla el afamado cirujano Don Saturio, el… tantas
veces reconocido y agasajado, por los hallazgos en medicina para viejos, que
normalmente era candidato en los rankings, de los círculos doctorales americanos.
Discípulo de Freud, y experto en enfermedades del sistema nervioso, síndromes
derivados de la mente, trastornos psicóticos, ataxias. Aquello que se reconoce
como un genio.
Saturio Zulemita un casi
Dios, en aquellos parajes; que delimitan la franja entre Cataluña, Valencia y
Aragón.
Los habitantes de la “Pomposa”, que es como se le denominaba a
la “Casona de las Dichas”, es una residencia para ancianos muy acaudalados. Ingresos
limitados para cuentas corrientes saneadas; las plazas numeradas; no exceden del
medio centenar entre damas y caballeros. Todos los residentes actuales de la
Pomposa, en sus años verdes; fueron capitalistas,
politicastros, eruditos, meretrices
baratas, leguleyos, esposas de defraudadores, ahora llamados capos del tráfico
de estupefacientes, putas de alto standing y, como no; alguno sin oficio ni beneficio, el oportunista
del pelotazo, la venta de humo con grandes comisiones, constructores de casas
baratas y barrios mal acabados para gentes modestas. Los denominados: “Mesías; Todopoderosos de los negocios de la oportunidad”
Aquella institución estaba
gobernada por Doña Virtudes. Huérfana de un general libertador y patriótico que
perteneció a la Legión y de Dorothy Barriere, comadrona del Frente de
Juventudes Francés, venida a más; condecorada por su valentía en el campo de
batalla y galardonada por sus efusivos galanteos con la tropa. Asimismo; madre
de Virtudes y usufructuaria del geriátrico.
Dorothy, afligida por la enfermedad del protagonismo. El deterioro
compulsivo de la atención, motivada por la amnesia. Una variante de
perturbación receptiva. Un desorden mental severo, con daño orgánico, que acaba
transformándole la realidad y desbaratando sus funciones sociales.
El personal habitual que
estaba a cargo de los abuelos: médicos internistas, enfermeras, psicólogos, psiquiatras expertos
en desordenes seniles, Alzheimer, Delirium, Parkinson, Pick, estaban todos implicados
al cuidado intensivo de los pacientes. Un mimo especial, para aquella
congregación, que perezosa esperaba, sin prisa pero sin pausa, el viaje del “irás y no volverás”, a ese terrenito de los callados. Que sin dudar todos tenemos billete de
ida.
Allí vegetaba Sinesio; diagnosticado
de Alzheimer en grado medio. Bisabuelo, agradable, forjado a sí mismo y
desilusionado por el trayecto terminal. Sucesivamente perdía aquel brote de
lucidez que le acaparó durante toda su juventud. Había sido un hombre
emprendedor, busca vidas y se hizo con un negocio textil que sacó de la ruindad
en la que se encontraba.
Gracias a su tesón, imaginación
y desempeño del arte de la aguja, el remiendo de las telas y muchas artimañas y
equilibrios financieros, sin contar con los engaños sucesivos empleados con las
tejedoras y zurcidoras pagándoles sueldos miserables en jornadas interminables.
Llegaron la vejez y las
tiendas de los chinos; comenzó el declive, la crisis y la bajada de
las ventas reventó el globo. La empresa, en manos de sus hijos y descendientes;
no era ni la sombra del imperio, que había florecido de la nada y que tantas satisfacciones
y amarguras les dio. Cuando quiso darse cuenta, su lozanía se había esfumado,
detrás de su ahínco y su tozudez en busca del éxito, solo lo hacía feliz el
trabajo. La vida había saltado con él, como agua que desciende del río, sin
detenerse en los meandros de su cauce, sin hacer mella en su distrito cerebral del
recuerdo, sin saborear la chispa de las diversas maneras de gozarla. Había
nacido para ser una máquina, para no dejar rastro, casi para que ni siquiera le
conocieran en su propia casa, por la falta de roce, de condición y de la mínima
dedicación a ellos. Ahora; solo y sin apego, ni se daba cuenta de lo que sucedía.
Le visitaban de tanto en
vez, pero…sin ganas, es un trámite consistente, “en el vamos a verle…ya está muy viejo y que no puedan decir.”
Sinesio está vacío; ni siquiera se irrita, respira
del minuto que vive, pero huelga a su pasado, esperando ese certero final.
En el vestíbulo, hacen su
aparición Dorothy en la silla de discapacitados, tras de ella; sonriente y
complacida Toñi: enfermera de tronío, madura, guapa y no solo por su exquisito
y exuberante marco; agradable de
carácter y afectiva, de esas personas que se hacen querer, por el áurea que
dimanan en su perfil. Una mujer que no se acobarda, la celadora que les
sustenta, les cambia, y les peina, entre otros tantos auxilios y apoyos.
Ubican a Dorothy y Sinesio,
juntos, muy cercanos, tanto que si proyectaran sus brazos hacia adelante
podrían tocarse. Paralíticos de emoción se consumen con la vista, sin falsos
disimulos, con esa lucidez que tan solo brilla de tanto en vez en los chiflados.
Dos crisis diferentes,
yuxtapuestas en su pronóstico, sin embargo, humanos a fin de cuentas y no haciendo
gala de aquel aforismo: “sonreír tres veces al día hace inútil, cualquier
medicamento”. La asistente, les deja con sus sueños inalcanzables y le advierte
a Sinesio, que procure aguantar ese esfínter que tiene tan flojo y a la aristócrata
que perturbe y regocije al caballero, con una ilustración de su boda con el
primo hermano de un principesco soberano
Con el tiempo la soledad
atrapa y no se va. Dorothy; imagina y repite una y mil veces a Sinesio, el
pasaje de un amor; incluyendo el goce apasionado y sensual que llevó en una
relación infiel vivida, con un subordinado de su marido, durante la campaña del Rif; en Marruecos; allá en
la primavera de 1930, dónde vivieron unos meses de amor y desenfreno, interviniendo
en esas locuras además del agregado del esposo, un especialista de las tropas
francesas. Todo a espaldas del ya; fallecido general.
Con tintes de una realidad
imaginaria, ya trastocada en su veracidad por el paso de las fechas, de los sucesos
y de las desilusiones. Ponía en solfa su deficiencia del síndrome del disco rayado, con todos los trastornos psicóticos y
una pérdida de contacto con la realidad, que demostraba el desorden mental de
la anciana. A su vez alternaba esa fábula, con otra concebida con un Infante,
que monta en un alazán y que dice, tener parentesco con los Duques de York, que
en algún momento la ha de salvar, para comenzar a disfrutar de las bondades de
una vida, repleta de pasión y sexo.
Él; Sinesio, encerrado dentro
de su cosmos; de la huida del pasado, por la falta de recuerdo en su disfunción
y amnesia; cada vez que Dorothy le manifiesta alguna de sus chifladuras;
Sinesio revive en su laberinto, una emoción
que tan solo le dura unos segundos, que no la puede alagar, pero que trata de
emocionarse como si fuera el protagonista. Expresando.
_ ¡No me digas!
_ Sinesio; cariño; no te he
contado que mantuve un romance con; ¡…ahora
no recuerdo! si fue Alberto o Norberto de Sajonia; heredero; mejor dicho, primo
del hijo de Enrique y la Bolena; un hombre maravilloso, montado en un caballo
blanco. Le añoro.
_ ¡No me digas!
_ Se dedica a salvar a las
mujeres encerradas en castillos como este, presas en contra de su voluntad. Escarmienta
a nuestras hijas que nos condenan en estas Residencias, sin vida digna, sin
calidad para morir a gusto, nos abocan a esta esclavitud; mientras ellas puedan
seguir presumiendo de sus disparates.
_ ¡No me digas!
_ Aplaza mi liberación porque
no es fácil encontrarme. Virtudes ¡El esperpento de mi hija! No le permite pasar a la Pomposa, pero al final conseguirá mi júbilo. Nos escaparemos juntos
para no volver jamás y seremos dos bandidos enamorados
Estás muy callado Sinesio, ¡no
dices nada! ; ¿sabes que pronto partiré? ¡Háblame!
_ ¡No me digas!
Una campanilla estrepitosa,
llama la atención de los visitantes; es la hora del almuerzo. Todos comienzan a
despedirse de sus parientes, les dejan confiados en buenas manos y en mejores
atenciones que las que ellos podrían ofrecerles. El ruido hace imaginar a
Dorothy, que su caballero ya llegó; Cree que es el momento y le toma la mano a
Sinesio.
_ Cielo; es mi hora, vienen
a por mí. Te recordaré siempre; me llevo lo mejor de ti.
_ ¡No me digas!
En la sala dónde les habían acomodado,
les calentaba el sol mañanero que penetraba por el gran ventanal de aquel
aséptico lugar. Dorothy y Sinesio; seguían una; declamando y el otro,
exclamando, cada cual en su órbita, en su desierto particular.
Toñi volvió con ese garbo
personal, acompañada de Juana una compañera del geriátrico. Allí seguían inertes
sus ojos humedecidos, inmóviles; como las tarántulas negras cuando tejen su
propia redecilla.
_ Bueno Dorothy; ¿Le has
contado a Sinesio, esa aventura, de ese delfín tan apuesto, que intenta ligar
contigo? ¿No le vas a decir nada del príncipe de Sajonia? – Le incito Toñi, con
una sonrisa muy agradable y cariñosa.
_ Sí; ¡claro! ¡lo sabrá a su hora! Está a punto de salvarme
de esta jaula. ¿Y tu como lo sabes? No lo había comentado con nadie.
_ Anoche le vimos tras la cancela,
con su corcel intentando llegar a tu ventana. _ Comentó Toñi, _ mirando
a Juana y haciéndola cómplice, de lo que decía.
Los ojos de Sinesio se encendieron,
llevó su mano temblorosa a su frente y con una voz ronca; entonó:
_ ¡No me digas!
Dorothy, con una lágrima incipiente, en su mejilla marchita
y un tanto excitada exclamó: _ ¿Lo sabe Virtudes? ¿No le ha dejado pasar …verdad? ¡Esa hija mía me buscará la ruina!
_ No es eso Dorothy: El mocetón
quiere estar seguro de que le seguirás y no te hayas enamorado de Sinesio, ¿que
últimamente…? Vamos que se os ve muy
juntitos.
Sinesio al verse nombrado
exclamó:
_ ¡No me digas!
Las dos enfermeras, condujeron
las sillas hacia el comedor principal, para que así pudiesen tomar sus
alimentos.
_ No creas Toñi; que estos maridajes
son, los que duran para toda la vida. ¿No piensas igual? _ Dijo Juana_ mientras acercaba la cuchara a la abuela.
_ Ellos se llevan mejor que
cualquier matrimonio, no ves que se sorprenden a diario y se enamoran cada
mañana, se soportan todo el santo día y de noche; todo se olvida._ Musitó Toñi chasqueando la lengua.
_ Lo sé. – Contestó Juana; y
pensando en silencio, imaginaba y se preguntaba._ ¿Cuánto les puede durar esta atracción? No has visto la mirada de Sinesio hacia
Dorothy, es como si a cada rato se despidiera. La adora, se entristece y está complacido;
cada mañana escucha la cantinela, ni ella misma se da cuenta, que la lleva
remachando hasta que le vence la fatiga. Sin embargo a él; parece que cada día es una nueva canción; se
sorprende ensimismado sin recordar que la lleva soportando día tras día.
Mientras comía su sopa,
Dorothy, observaba a Sinesio, y este perturbado se esforzaba por hablar; de repente moduló, con grandes esfuerzos pero
muy claro:
¿Sabes, que eres mía?
¿Sabes que me estoy
muriendo?
Lo imaginabas ¿verdad?
Dorothy contestó amarrándose
el alma.
_ ¡No me digas!
1 comentarios:
Has hecho un relato con mucho encanto, quita el miedo a ingresar en una residencia, a pesar de que algunos compañeros de los que hay en ella, no sean muy recomendables pero… como la vejez nos iguala a casi todos pues ese pequeño "detalle" pasaría por alto.
Al principio cuando describes la residencia, entra ganas de ir a veranear una temporada, después te pasan cuando vas describiendo algunos residentes, y vuelve a tomar brío con la pareja medio enamorados ¡Lo has conseguido!
Total que has nacido para la narrativa, puesto que sabe a poco todo lo que cuentas. Mi enhorabuena. Cuando publiques tu novela quiero ser el primero en leerla.
Nota:Las fotos desmerecen tu escrito, no lo necesita.
Un abrazo José.
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