sábado, 3 de septiembre de 2011

Aquel abrazo del retorno


Un taxi le dejó en la nueva terminal. Tras mucho correr, llegó a validar el pasaje de su vuelo; que salía justo en treinta y seis minutos. Anduvo, hasta la puerta de embarque y allí se percató, por los altavoces de que en el último momento, se retrasaba la salida del JKF216, con destino a la capital.

Tras cruzar los fielatos de seguridad; tomó asiento en una de aquellas filas de sillones de la sala de tránsitos.
Frente a él; en el pasillo, dos personas se abrazaban con tristeza y lamento, sus sonidos sollozantes, le sedujeron y le llevaron muchos años atrás, a unas imágenes que estaban olvidadas.
Aquel hombre, tropezó con unos episodios lejanos que lo trasportaban en el tiempo para soportar de nuevo una pena desgarradora.
Su recuerdo, le asistió en silencio y le trajo a la mente aquellas secuencias vividas en su infancia.

_ Su cabeza le obligó a recordar y entre sí... Susurró _ Ni por asomo, no tienen la misma fuerza los abrazos, ni las ansias que emplean son igual a lo que recuerdo.
No tenía relación con éste episodio. ¿Verdad?, ¿Recuerdas aquel abrazo? Aquel llanto y ese dolor que te quedó impregnado. ¡Lo habías olvidado! …pensaba taciturno, recordando con detalle, las caras de aquellos hermanos, que no se vieron en veinte y tantos años.
Los ojos se le vidriaron y quedó inmerso en sus recuerdos; volviéndose a repetir, aquella vivencia...
... ... .... ... ¿...shiiii...?...




Se escapó con unos parientes liberales que estaban a punto de ser apresados por motivos políticos. Las cosas no deparaban del todo bien. La guerra civil, estaba llegando a su fin.

La ciudad, a punto de ser tomada, las tropas entraban por el norte del barrio del Torrent. Las partidas moriscas arrollaban, se temía por las mujeres y chavalas, el caos era grande y no se sabía, que iba a suceder.

Marcó, el número de teléfono del hospicio, en busca de su hermano, que no tardaron en localizarlo.

_ ¿Palmira? ¿Eres tú? ¡Sucede algo importante!

_ Paquito; ¡me marcho con la familia del Brigadier!

_ ¡Dónde vas! con el follón que hay montado. ¡Estás loca!

_ Creo que nos fugamos a México

_ Pero tú sabes lo que hablas ¡Se lo has dicho a la mama!

_ ¡No! …No me ha dado tiempo.

_Que no te ha dado tiempo, o no tienes “agallas” y te largas así como si nada y a nosotros que nos zurzan ¿verdad?

_ ¡Paco! No tengo tiempo, he de dejarte, Ángel, está contigo ¿No es cierto?  ¡Cuídale!  En cuanto acabe todo esto, volveré.

_ No te vayas ¡joder! ¡Esto lo hemos de pasar juntos! O es que no piensas más que en tí.

_ Si me quedo, al haber estado sirviendo en casa del Comisario, creerán que era otra vividora y me pueden hacer cualquier faena. Cuando solo les he quitado la mierda.

_ ¡Palmira! te digo; que no te vayas, piensa un poco en nosotros y olvídate de pirártelas. Tu madre, está trabajando como una miserable por nosotros y tú, solo piensas en salvar tu culo.

_ Paquito, ¡Os quiero! – Los sollozos al colgar aquel teléfono fueron muy dolientes, ninguno de los dos podía tragar aquella baba que se había vuelto caldo agrio avinagrado. La hermana cortó y siguió con la mirada perdida, agobiada por la huida.

Les esperaba un Citroën negro, conducido por un chofer del partido, que los llevaría al puerto, para embarcar en un navío con destino a México.
No podía dar más rodeos, si quería que la incluyeran, en esa tocata y fuga, para viajar a un paraíso desconocido, en busca de una supervivencia más aliviada, dejando aquí el hambre, el rencor y a su familia.
Con lo puesto y un hatillo con ropa y zapatos, montaron en el vehículo y se dirigieron hasta embarcar en el “Moll de la fusta”, frente a las Atarazanas donde tenían pasaje en el : «Wons Meyer», hasta Marsella.

La Casa de la Misericordia de Alella, albergaba a dos niños de corta edad, Paco de 14 y Ángel de 9, hermanos de Palmira y residentes en ese asilo.
Recluidos en régimen de carentes, intentaban sobrevivir de la mejor manera que, era la de pasar mucha miseria, frío y maltratos. Encerrados desde casi el comienzo de la contienda, pasaban los días sin saber nada de su familia. Su madre, paupérrima, sin posibles, haciendo de tripas corazón y sustentándose del trabajo diario, en el trueque, estraperlo, venta de tabaco y miserias varias por entonces habituales en la clase baja para poder mal vivir.

Esa madrugada emergía con mucho frío, Paco; no encontraba a su hermano y nada hacía pensar que estuviese en lugar seguro, dadas aquellas fechas de deportaciones que se realizaban. Su desazón y angustia era evidente, inquieto y nervioso removió y revisó todas las estancias.
No le localizaba, por ningún lugar de aquel flemático y desaborido orfanato y desde la ventana, divisó un Hispano Suiza, esos camiones grandes; los T66, usados para el movimiento de tropas. Con sigilo recolocaban a los niños por edades, como si tuvieran que marchar de excursión. Sin pensarlo, bajó como un relámpago en busca de lo que resultó un hecho.

_ Ángel, ¡dónde estás!_ Llamó con voz en grito.

_ ¡Aquí Paquito! ¡Estoy aquí! En el altillo detrás del fardo de paja, para que no me vean, me he escondido, sabía que vendrías _ Replicó el chiquitín, con levedad, como si estuvieran jugando al escondite

_ ¡Salta!, corre, que te ayudo.

Se abrazaron como si les fuera la vida, rompiendo a llorar amargamente; los dos recordaron a Palmira y a su madre, que todavía desconocía la tragedia.
Ocultos entre unos fardos de paja, que servía para azuzar el fuego y alimentar alguno de los animales de las cuadras, hasta que pudieron poner distancia; viendo como los demás niños iban subiendo como borreguillos para el degüello. Llorando algunos y otros mudos por el terror a distanciarse de sus padres.

_ En cuanto tengamos lleno el remolque, arrancamos y nos vamos, que el navío Magallanes espera para llevarlos a los puertos de Feodosia y Odessa en Rusia. _ Decía uno de los agentes políticos.

_ ¿No tenían que pasar por Tarragona y Valencia? Cargar más niños de la zona y aprovechar el viaje _ Le preguntaba al brigadier una militante de la CNT, escupiendo groseramente en el suelo.

_No puedo darte esa información, desde Presidencia se ha decidido que sea así, que los niños cuanto antes para Rusia, que los fascistas entran con los batallones Moriscos y según parece arrasan. _Voceó el militarizado uniformado.

En cuanto estuvo completa la carga, comenzaron a contar y faltaban cinco o seis párvulos de las listas que llevaban. Los más atrevidos pudieron escabullirse de entre todo el lío que reinaba, saltando de aquel furgón, que les había de transportar hasta el muelle.
Aquellos milicianos del ejército popular, intentaban hallar junto con los celadores del hospicio, los chiquillos ausentes y comenzaron a buscar y a pasar lista de los inocentes, que ya estaban sentados en aquella gran cesta de mercancías del camión. El tiempo les era valioso, con lo que optaron por sustituir aquellos muchachos por otros niños, elegidos al azar.
Entre tanto miedo desorden y sorpresa, Paquito y Ángel, huyeron de la inclusa, yendo a buscar a su madre que no podía suponer, ni adivinar todas aquellas inconveniencias.


En la Habana esperaron cuatro días, hasta tener los visados de la Embajada y la entrada en franquía, del país al que solicitaban amparo. Fue cuando la Presidencia de la República Mexicana, gobernada por Lázaro Cárdenas, dio el visto bueno para que los refugiados, procedentes de España, auspiciados por Negrin, pudieran acceder al territorio y establecerse entre sus gentes, para comenzar en algunos casos, nueva vida y en otros una esperanza sin temores hasta que la contienda finalizara. Poder volver de nuevo donde les esperaban, sus familias y sus raíces.
Palmira; la linda joven, morena, simpática, supo ganarse el cariño de los que la rodeaban, mezclándose con usanzas, rutinas y costumbres, granjeando todo su cariño a la muchedumbre diversa que con agasajos y simpatías la iban admitiendo a medida que pasaban los meses. Adoptando como suyas las fiestas y tradiciones, hasta tal punto que sin tardar, estaba entre los componentes de asociaciones de baile autóctono poniendo su granito de arena y disfrutando de todo cuanto la vida le regalaba. Llegó a pertenecer en un tiempo record al Orfeó Catalá en el exilio, atenuando de esa forma las posibles carencias y costumbres de su terruño de nacimiento.

Trabajó en lo que pudo, adaptándose a lo que hubiere y sin el más mínimo desprecio, queriendo tanto al país que la acogió como al suyo propio. Oportunidades no le habían de faltar y se acomodó con dulzura y agrado hasta llegar a conseguir un empleo en el entorno textil.
Con los años de estadía, contrajo matrimonio con un apuesto joven. Nieto de españoles, por parte de padres, descendientes de una familia de rancio abolengo asturiano, que fue a hacer las Américas a finales del siglo XIX.
Por parte materna, una familia mexicana, de un linaje francés de la Borgoña. Asentados durante las explotaciones mineras de la península de Baja California y Sonora, estableciéndose con las comunidades francesas en las ciudad de Loreto. Estos llegaron a México después de las guerras napoleónicas y fueron protegidos por el emperador Maximiliano de Habsburgo para que se establecieran sin problemas.

Así pasaron sus mejores años verdes, con la alegría propia de una mujer agradecida y amante de su nueva familia y con la distancia y la ausencia de su tierra sus hermanos y su madre.

Paco; una vez terminada la contienda, hizo de su vida una resignación y el trabajo honesto ocupó su tiempo, pasando de grandes pretensiones y bienestares irreales. Vivieron de las cartillas del racionamiento popular, de las colas para obtener lo esencial, de los mendrugos de pan duro, de la crianza del pollo en una caja de madera en el patio de la casa. Del “ ¡ Sí señor… lo que usted mande !”, de la tutela de Acción Católica, los pantalones remendados y las alpargatas de esparto.
Cumplió con su Servicio Militar, contrajo matrimonio y tuvo sus hijos. Designio de cualquier obrero de la época.

Ángel, siguió un poco siendo el lazarillo de todos ellos, continuando y admitiendo las expectativas, que veía dentro del seno familiar. Arrugado de por vida, por no exteriorizar su carácter y sus realidades perentorias y siempre estando como el mozo de estoques de la gran corrida de toros.

La madre tuvo que reponerse de la ausencia de su hija, de una forma que no llegó jamás a perdonarle, ni a admitir el que se marchara en el momento y en la forma que ella decidió.
Siempre puso en tela de juicio las noticias que le llegaban, sobre el bienestar de su Palmira; sosteniendo una impresión, que su hija en el exilio no era feliz ni estaba contenta como aparentaba. Preguntándose, si lo hubiese sido con ella; a su lado, dónde las cosas no eran celestiales y menos en un tiempo que a las mozas de clase baja no les esperaba más y con suerte; que, encontrar marido para desposarse y ser la madre y la criada de toda la plebe, engordar y obedecer debidamente sin rechistar, ni exigirle más a la vida.

Jamás se volvieron a encontrar, el exilio y la ausencia les ganó y la falta de dinero y el escaso deseo, dilató demasiado la urgencia de volver a reunirse.

Una mañana de lluvia pertinaz, con una tormenta de rayos zigzagueantes y relámpagos con descarga de fusilazos y chispas, donde hasta la luz diurna faltaba y el frío calaba los huesos; sepultaban a la mama.
Dejó de existir. Le daban suelo en la fosa común del cementerio de “Can Túnez”

Murió; sin ruido, sin reclamar nada, sin el roce de su hija, sin participar en sus venturas. Con su pena.
Fue su destino, quien le volvía a dar un zarpazo y, una enfermedad se la llevó con premura. La apartó de la vida, dejándola descansar para los restos.
Víctima de la poca fortuna, de la soledad y quien sabe que otras amarguras.
Al borde de aquella fosa, empapados por un diluvio, estaban; Paco y Ángel, repitiendo aquel abrazo, ese estrujón, agrio, sollozando la pérdida de su madre, sin la presencia de Palmira.
No importaban las desnudas vergüenzas de llorar frente a extraños, porque no sobraban los acompañantes.


Saltaron bastantes inviernos del almanaque, tantos que Ángel, vivía en París, desde hacía años, con su familia y la caterva de hijos que tenía. Buscando trabajo y bienestar, tuvo que ser el segundo en cruzar la frontera para poder comer, realizarse y vivir.

Paco; igual, con más tesón, ganas o astucia, supo abrirse paso en la gran metrópoli y desde haber estado trabajando en la “Lata”; unos talleres metalúrgicos, de la calle Espronceda. Pasar por el empleo de tranviario; ( conductor de tranvías ), llegó a estar empleado como oficial mecánico en una empresa de nombradía semi relevante.

Las posturas políticas en el país estaban más suavizadas, la gente hacia horas extraordinarias a “tuti ple” los obreros querían comprarse con esos dispendios que ganaban en horarios tiranizados, ese terreno en la playa, quizás cerca de la urbanización en la montaña, otros querían llegar a motorizarse y tener aquel seiscientos que tanto “molaba”, o la “guzzi” de 49cc, la del cambio de marchas, de palanquita cerca del manillar y que tantas alegrías consiguió.

El turismo hacia furor en la península ibérica, llegaban gentes de todas las latitudes. España, estaba de moda, a pesar de las estrecheces cerebrales, el miedo al pecado, las represalias y la política  implantada.
Sin embargo, comenzaban a plantearse las bondades del clima, de la cocina admirable, del carácter de los celtíberos, del agrado de sus gentes, de lo bueno y barato que se encontraba todo aquello que hacía feliz a la mayor parte de Europa.
Entonces cuando las aperturas políticas incipientes comenzaban a resurgir, cuando los escenarios de opinión, no eran tan herméticos; es cuando desde América, da señales de retorno Palmira.
Retornaba; pero esta vez, sin escalas en la Habana, ni Marsella, sin temores de nadie, sin ataduras, sin visados ni permisos de adopción, sin aquel hatillo de la ropa precaria y precisa. Sin escapar pitando. Sin miedo.
No había dudas. Vuelve a casa; visitaba a su tierra con pasaje de ida y de vuelta.
Cinco lustros desde que Paco, se enteró que; Palmira se fugaba y salía soplando, prácticamente sin decir adiós. Volvía tras tantas decepciones, soledad y amarguras del pasado. Tantas alegrías, tantos buenos momentos, tanto cariño de su nueva familia, tanto agrado, dejando tantos amigos y sobrada de amor.

Era una mañana de primavera de un día abierto, claro y despejado, en el aeropuerto, 23º grados centígrados, sin nubes; el gentío se aglomeraba tras aquellos cristales desde dónde se divisaban las pistas de aterrizaje.
De nuevo los altavoces, comunicaron la llegada del vuelo procedente de Madrid, que es de donde enlazaban las llegadas transoceánicas y sin demorarse mucho, se observó un Iberia Spantax que tomaba tierra. Un recorrido hasta el final de la pista y quedó anclada una nave majestuosa.



_ ¡Esa es!  La del traje grisáceo, ¡mi hermana! ¡Es Palmira! _ Exclamó Paco, con una risa nerviosa y gotas de llanto visibles en los ojos.

_ ¡Es ella! No hay duda, no ha cambiado nada, está mayor; pero es la mismita. ¡Es ella!

En el hall de llegadas, al acercarse los dos hermanos se habían reconocido y en sus pupilas, se bordaba la humedad que producen las lágrimas.
Tantos reproches que hacerse, tantas alegrías que contarse, tantas penas que tragarse, todos recuerdos imborrables e imperecederos. ¡Tanto tiempo perdido! ¡Cuantas incógnitas indescifrables!  

_ La mama; se quedó con las ganas de verte, antes de morir._ Asintió Paco, en cuanto se le acercó,  recriminándole sin perder tiempo.

_ ¡No pudo ser Paco! Es difícil de explicar, no lo entenderías. ¡Dime! como está Ángel, ¿Tienes contacto con él?_ queriendo cambiar un poco de tema, dijo; la hermana recién llegada.

_ Debe estar bien; hace meses, que no escribe; ya sabes como es. Si no dice nada, es que no nos necesita._ Contestó Paco, queriendo retomar el primer asunto, no dejándolo que se pudriera entre sus rabias contenidas.

_ Sabes lo que hemos tenido que tragar y el hambre, que hemos pasado, ¿Lo imaginas? Además, tú, lejos y con pocas noticias.


_ ¿Si me hubiese quedado, no habríais pasado calamidades? ¿Ni hambre? ¿Soy yo la responsable de tus penas? ¿Has sido desgraciado por mi culpa? Tuve que espabilarme solita, sin ayuda de nadie y nunca me he quejado.
¡Paquito! La vida no es fácil para nadie. ¿Crees que yo no he tenido dificultades? ¿Piensas, que no tengo corazón? Y no he sufrido por aquellos momentos y los que vinieron después._ Matizó Palmira, con resignación y sin esperar que la comprendiera.

_ ¿Qué tal te fue la vida, allá tan lejos? Sin familia, sin amigos, ¡Buscándote una desgracia! _ dijo Paco con disgusto y sin mirarle a los ojos, mientras ella, tranquila le respondía con naturalidad, como si aquella escena la hubiese ensayado mil veces.

_ Me fue, mucho mejor que si me hubiese quedado. Familia no tardé en hallarla, ya sabes que con frecuencia hacen más la buena gente que te rodea, que los que te tocan por sangre. Procuré rodearme siempre de buenas personas, nunca imaginé lo tanto que me han respetado, cosa que si hubiera permanecido aquí, igual no se hubieran cumplido esos privilegios que me otorgaron lejos del lugar donde nací. Cuando es necesario aprietas los dientes y te muerdes los labios, recuerdas las cosas que han ido bien y los que fueron errores. No me arrepiento de lo que hice, lo volvería a repetir si se diera el caso. _ Aclaró tajante Palmira con genio sosegado.

_ ¿Por qué, quisiste escapar? Contigo no iba la cosa, tú; no eras más que una niña._ habló el hermano ya con más pena que exigencia.

_ Era una niña, pero estaba abandonada. Estábamos solos, yo sirviendo en unas condiciones inconcebibles, vosotros en el hospicio dejados de la mano de Dios y mama, sin aparecer en ningún momento. Que podía pensar cuando me ofrecieron la posibilidad de romper con toda esta mierda y marchar a un lugar que además de estar en paz, demostraba que eran civilizados y no se mataban entre hermanos.

_ ¡Tu sitio estaba entre nosotros!

_ ¡No Paco! Aquí, no teníamos sitio nadie, aquí solo había desconcierto y algo más que ya no nombraremos por respeto a los que ya no están ¿Crees que no releía entre líneas? tus cartas y comprendía, que lo estabas pasando peor que mal. ¿Qué hubieras hecho conmigo? Tú que tuviste que cargar con el peso de la situación. Hubiese sido un problema añadido a los que, ya teníais y mientras yo; hubiese acabado en cualquier alcantarilla. ¡Lo sabes bien! Con que ahora no pretendas querer disimular los hechos. Me las he arreglado siempre, he trabajado mucho, sin descanso para tener lo poco que tengo, pero ¡es mío! ¡Me lo he ganado! y estoy orgullosa de haberme dirigido en la forma que siempre lo hice.




El abrazo, fue de los que no pueden explicarse entre renglones de tinta muda, los que consiguen hacer flaquear los amarres de serenidad, los que inducen al auténtico llanto por sentimiento verdadero.









... ... .... ... ¿...shiiii...?...


Al pronto, se escucharon de nuevo los avisos, para pasajeros rezagados.

¡¡ Último aviso a los pasajeros del JKF216 !!

_ ¡Señor; por favor reaccione!  Todos los pasajeros están acomodados para partir. Sólo falta usted ¿Está indispuesto?   ¡Se encuentra bien!
_ ¡Si; por supuesto! Perdona, estaba involucrado en un recuerdo especial, especulando y se me fue el “Santo al cielo”. Tanto que me dormí. ¡Disculpa!

_ ¡No para nada! Por favor, tenga la bondad de darse un poco de prisa, que todos le esperan ya embarcados. ¡Sígame! Yo misma le acomodaré en su asiento.


_ ¡Gracias, es usted muy amable!

1 comentarios:

Anónimo dijo...

El 5 de septiembre de 2011 11:57, Pedro Sánchez escribió:

Estás como el horno que espera recibir la masa para fabricar el pan. Tu ya estás preparado para publicar tu novela, porque tienes los ingredientes a punto. Que podría ser de género negro o narrativa de la posguerra española (esas siempre interesan). Me ha gustado, lo he disfrutado. José

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