martes, 20 de septiembre de 2011

¡No me digas!



 La Casona de las Dichas” se encuentra a media subida del Cerro del Águila, camino poco frecuentado por los vecinos, ya que se contaban del lugar, zozobras un tanto angustiosas y nada halagüeñas. Son notorias y excesivas, las leyendas a cuál de ellas más grotescas. Haciendo que ese páramo no tuviera una muy buena fama.
Allí se alojaban la flor y nata de los ancianos pudientes de la provincia, no les faltaba más que salud, estaban mejor que en sus propios domicilios: atención las veinticuatro horas, tantos días como tiene el año, con sus fiestas de guardar, sus cumpleaños, sus bailecitos, sus revistas circenses y encantos todos, bajo aquel influjo de radiante y venerada comodidad.
La mansión estaba delimitada por una flora inimaginable; arbustos propios de la franja, mezclados con olivos retorcidos y vigorosos, frutales y gran variedad de especies autóctonas: el fresno, el roble, el magnolio y el latonero. Agua abundante y cristalina como en el mejor de los vergeles, canalizada de forma inteligente para que además, fuera garante del contento de los clientes más exigentes.
La fauna, de los alrededores, servía para que alguno de los cazadores adinerados, pudiese darle capricho al dedo, con el jabalí salvaje, las codornices y demás asilvestradas. Siempre pasando por la dádiva, para el sufragio de privilegios exclusivos. Entre ese paraje idílico sobresalía la casona, antigua heredad de los “Can Xurret”, gente millonaria venida a menos, por los vicios, el juego, las enfermedades y el mal fario.
Se había transformado en una residencia majestuosa, tras adquirirla el afamado cirujano Don Saturio, el… tantas veces reconocido y agasajado, por los hallazgos en medicina para viejos, que normalmente era candidato en los rankings, de los círculos doctorales americanos. Discípulo de Freud, y experto en enfermedades del sistema nervioso, síndromes derivados de la mente, trastornos psicóticos, ataxias. Aquello que se reconoce como un genio.
Saturio Zulemita un casi Dios, en aquellos parajes; que delimitan la franja entre Cataluña, Valencia y Aragón.




Los habitantes de la “Pomposa”, que es como se le denominaba a la “Casona de las Dichas”, es una residencia para ancianos muy acaudalados. Ingresos limitados para cuentas corrientes saneadas; las plazas numeradas; no exceden del medio centenar entre damas y caballeros. Todos los residentes actuales de la Pomposa, en sus años verdes;  fueron capitalistas, politicastros, eruditos,  meretrices baratas, leguleyos, esposas de defraudadores, ahora llamados capos del tráfico de estupefacientes, putas de alto standing y,  como no;  alguno sin oficio ni beneficio, el oportunista del pelotazo, la venta de humo con grandes comisiones, constructores de casas baratas y barrios mal acabados para gentes modestas. Los denominados: “Mesías; Todopoderosos de los negocios de la oportunidad
Aquella institución estaba gobernada por Doña Virtudes. Huérfana de un general libertador y patriótico que perteneció a la Legión y de Dorothy Barriere, comadrona del Frente de Juventudes Francés, venida a más; condecorada por su valentía en el campo de batalla y galardonada por sus efusivos galanteos con la tropa. Asimismo; madre de Virtudes y usufructuaria del geriátrico.
Dorothy, afligida por la enfermedad del protagonismo. El deterioro compulsivo de la atención, motivada por la amnesia. Una variante de perturbación receptiva. Un desorden mental severo, con daño orgánico, que acaba transformándole la realidad y desbaratando sus funciones  sociales.
El personal habitual que estaba a cargo de los abuelos: médicos internistas,  enfermeras, psicólogos, psiquiatras expertos en desordenes seniles, Alzheimer, Delirium, Parkinson, Pick, estaban todos implicados al cuidado intensivo de los pacientes. Un mimo especial, para aquella congregación, que perezosa esperaba, sin prisa pero sin pausa, el viaje del “irás y no volverás”, a ese terrenito de los callados.  Que sin dudar todos tenemos billete de ida.

Allí vegetaba Sinesio; diagnosticado de Alzheimer en grado medio. Bisabuelo, agradable, forjado a sí mismo y desilusionado por el trayecto terminal. Sucesivamente perdía aquel brote de lucidez que le acaparó durante toda su juventud. Había sido un hombre emprendedor, busca vidas y se hizo con un negocio textil que sacó de la ruindad en la que se encontraba.
Gracias a su tesón, imaginación y desempeño del arte de la aguja, el remiendo de las telas y muchas artimañas y equilibrios financieros, sin contar con los engaños sucesivos empleados con las tejedoras y zurcidoras pagándoles sueldos miserables en jornadas interminables.
Llegaron la vejez y las tiendas de los chinos;  comenzó el declive, la crisis y la bajada de las ventas reventó el globo. La empresa, en manos de sus hijos y descendientes; no era ni la sombra del imperio, que había florecido de la nada y que tantas satisfacciones y amarguras les dio. Cuando quiso darse cuenta, su lozanía se había esfumado, detrás de su ahínco y su tozudez en busca del éxito, solo lo hacía feliz el trabajo. La vida había saltado con él, como agua que desciende del río, sin detenerse en los meandros de su cauce, sin hacer mella en su distrito cerebral del recuerdo, sin saborear la chispa de las diversas maneras de gozarla. Había nacido para ser una máquina, para no dejar rastro, casi para que ni siquiera le conocieran en su propia casa, por la falta de roce, de condición y de la mínima dedicación a ellos. Ahora; solo y sin apego, ni se daba cuenta de lo que sucedía.
Le visitaban de tanto en vez, pero…sin ganas, es un trámite consistente, “en el vamos a verle…ya está muy viejo y que no puedan decir.
 Sinesio está vacío; ni siquiera se irrita, respira del minuto que vive, pero huelga a su pasado, esperando ese certero final.
En el vestíbulo, hacen su aparición Dorothy en la silla de discapacitados, tras de ella; sonriente y complacida Toñi: enfermera de tronío, madura, guapa y no solo por su exquisito y exuberante marco;  agradable de carácter y afectiva, de esas personas que se hacen querer, por el áurea que dimanan en su perfil. Una mujer que no se acobarda, la celadora que les sustenta, les cambia, y les peina, entre otros tantos auxilios y apoyos. 

Ubican a Dorothy y Sinesio, juntos, muy cercanos, tanto que si proyectaran sus brazos hacia adelante podrían tocarse. Paralíticos de emoción se consumen con la vista, sin falsos disimulos, con esa lucidez que tan solo brilla de tanto en vez en los chiflados.
Dos crisis diferentes, yuxtapuestas en su pronóstico, sin embargo, humanos a fin de cuentas y no haciendo gala de aquel aforismo: “sonreír tres veces al día hace inútil, cualquier medicamento”. La asistente, les deja con sus sueños inalcanzables y le advierte a Sinesio, que procure aguantar ese esfínter que tiene tan flojo y a la aristócrata que perturbe y regocije al caballero, con una ilustración de su boda con el primo hermano de un principesco soberano
Con el tiempo la soledad atrapa y no se va. Dorothy; imagina y repite una y mil veces a Sinesio, el pasaje de un amor; incluyendo el goce apasionado y sensual que llevó en una relación infiel vivida, con un subordinado de su marido, durante la campaña del Rif; en Marruecos; allá en la primavera de 1930, dónde vivieron unos meses de amor y desenfreno, interviniendo en esas locuras además del agregado del esposo, un especialista de las tropas francesas. Todo a espaldas del ya; fallecido general.
Con tintes de una realidad imaginaria, ya trastocada en su veracidad por el paso de las fechas, de los sucesos y de las desilusiones. Ponía en solfa su deficiencia del síndrome del disco rayado, con todos los trastornos psicóticos y una pérdida de contacto con la realidad, que demostraba el desorden mental de la anciana. A su vez alternaba esa fábula, con otra concebida con un Infante, que monta en un alazán y que dice, tener parentesco con los Duques de York, que en algún momento la ha de salvar, para comenzar a disfrutar de las bondades de una vida, repleta de pasión y sexo.
Él; Sinesio, encerrado dentro de su cosmos; de la huida del pasado, por la falta de recuerdo en su disfunción y amnesia; cada vez que Dorothy le manifiesta alguna de sus chifladuras; Sinesio revive en su laberinto, una  emoción que tan solo le dura unos segundos, que no la puede alagar, pero que trata de emocionarse como si fuera el protagonista. Expresando.
_ ¡No me digas! 
_ Sinesio; cariño; no te he contado que mantuve un romance con;  ¡…ahora no recuerdo! si fue Alberto o Norberto de Sajonia; heredero; mejor dicho, primo del hijo de Enrique y la Bolena; un hombre maravilloso, montado en un caballo blanco. Le añoro.
_ ¡No me digas!
_ Se dedica a salvar a las mujeres encerradas en castillos como este, presas en contra de su voluntad. Escarmienta a nuestras hijas que nos condenan en estas Residencias, sin vida digna, sin calidad para morir a gusto, nos abocan a esta esclavitud; mientras ellas puedan seguir presumiendo de sus disparates.
_ ¡No me digas!
_ Aplaza mi liberación porque no es fácil encontrarme. Virtudes ¡El esperpento de mi hija!  No le permite pasar a la Pomposa, pero al final conseguirá mi júbilo. Nos escaparemos juntos para no volver jamás y seremos dos bandidos enamorados
Estás muy callado Sinesio, ¡no dices nada! ;  ¿sabes que pronto partiré?   ¡Háblame!
_ ¡No me digas! 
Una campanilla estrepitosa, llama la atención de los visitantes; es la hora del almuerzo. Todos comienzan a despedirse de sus parientes, les dejan confiados en buenas manos y en mejores atenciones que las que ellos podrían ofrecerles. El ruido hace imaginar a Dorothy, que su caballero ya llegó; Cree que es el momento y le toma la mano a Sinesio.
_ Cielo; es mi hora, vienen a por mí. Te recordaré siempre; me llevo lo mejor de ti.
_ ¡No me digas!
En la sala dónde les habían acomodado, les calentaba el sol mañanero que penetraba por el gran ventanal de aquel aséptico lugar. Dorothy y Sinesio; seguían una; declamando y el otro, exclamando, cada cual en su órbita, en su desierto particular.
Toñi volvió con ese garbo personal, acompañada de Juana una compañera del geriátrico. Allí seguían inertes sus ojos humedecidos, inmóviles; como las tarántulas negras cuando tejen su propia redecilla.
_ Bueno Dorothy; ¿Le has contado a Sinesio, esa aventura, de ese delfín tan apuesto, que intenta ligar contigo? ¿No le vas a decir nada del príncipe de Sajonia? – Le incito Toñi, con una sonrisa muy agradable y cariñosa.
_ Sí; ¡claro!  ¡lo sabrá a su hora! Está a punto de salvarme de esta jaula.  ¿Y tu como lo sabes?  No lo había comentado con nadie.
_ Anoche le vimos tras la cancela, con su corcel intentando llegar a tu ventana. _ Comentó Toñi, _   mirando a Juana y haciéndola cómplice, de lo que decía.
Los ojos de Sinesio se encendieron, llevó su mano temblorosa a su frente y con una voz ronca; entonó:
  _ ¡No me digas!  
Dorothy,  con una lágrima incipiente, en su mejilla marchita y un tanto excitada exclamó:    _ ¿Lo sabe Virtudes?  ¿No le ha dejado pasar …verdad?  ¡Esa hija mía me buscará la ruina!
_ No es eso Dorothy: El mocetón quiere estar seguro de que le seguirás y no te hayas enamorado de Sinesio, ¿que últimamente…?  Vamos que se os ve muy juntitos.
Sinesio al verse nombrado exclamó:
 _ ¡No me digas!  
Las dos enfermeras, condujeron las sillas hacia el comedor principal, para que así pudiesen tomar sus alimentos.
_ No creas Toñi; que estos maridajes son, los que duran para toda la vida. ¿No piensas igual? _ Dijo Juana_   mientras acercaba la cuchara a la abuela.
_ Ellos se llevan mejor que cualquier matrimonio, no ves que se sorprenden a diario y se enamoran cada mañana, se soportan todo el santo día y de noche; todo se olvida._  Musitó Toñi chasqueando la lengua.
_ Lo sé. – Contestó Juana; y pensando en silencio, imaginaba y se preguntaba._  ¿Cuánto les puede durar esta atracción?  No has visto la mirada de Sinesio hacia Dorothy, es como si a cada rato se despidiera. La adora, se entristece y está complacido; cada mañana escucha la cantinela, ni ella misma se da cuenta, que la lleva remachando hasta que le vence la fatiga. Sin embargo a él; parece  que cada día es una nueva canción; se sorprende ensimismado sin recordar que la lleva soportando día tras día.
Mientras comía su sopa, Dorothy, observaba a Sinesio, y este perturbado se esforzaba por hablar;  de repente moduló, con grandes esfuerzos pero muy claro:
¿Sabes, que eres mía?
¿Sabes que me estoy muriendo?
Lo imaginabas ¿verdad?
Dorothy contestó amarrándose el alma.


                                                                                                            _ ¡No me digas!

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Has hecho un relato con mucho encanto, quita el miedo a ingresar en una residencia, a pesar de que algunos compañeros de los que hay en ella, no sean muy recomendables pero… como la vejez nos iguala a casi todos pues ese pequeño "detalle" pasaría por alto.

Al principio cuando describes la residencia, entra ganas de ir a veranear una temporada, después te pasan cuando vas describiendo algunos residentes, y vuelve a tomar brío con la pareja medio enamorados ¡Lo has conseguido!

Total que has nacido para la narrativa, puesto que sabe a poco todo lo que cuentas. Mi enhorabuena. Cuando publiques tu novela quiero ser el primero en leerla.

Nota:Las fotos desmerecen tu escrito, no lo necesita.

Un abrazo José.

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