martes, 28 de junio de 2011

Glaucoma congénito


Corría el mes de marzo de 1977, en uno de los viajes que hizo desde Arriondas_ Asturias_, a Barcelona. Mariana, una mujer de treinta y tres años de edad, hija de unos adinerados comerciantes llegados de Cuba los cuales se habían hecho millonarios en las Américas y que por motivos de una enfermedad que le afectaba seriamente a los ojos, visitaba la ciudad condal y la clínica donde le habían aconsejado podrían aliviar esa Maculopatía. Deterioro que su degeneración de mácula, la estaba sometiendo y que poco a poco perdía la vista sin remisión.
Una vez que desde su tierra natal, habían concertado visita en la prestigiosa clínica de Don Miguel Estaqué para ser visitada por sus doctores en el sanatorio de esa misma institución. Detalles, que les habían proporcionado los señores Miranda. Amigos de los padres de Mariana, a los cuales este mismo organismo había intervenido de cirugía de córneas en ambos ojos, a su ahijada y se los recomendaba efusivamente como uno de los centros punteros dentro del mundo de la oftalmología.

Como el tratamiento debía ser prolongado y para evitar que los viajes llegaran a mermar la salud ya, precaria de Mariana, habían reservado refugio en una de las residencias cercanas al complejo médico, una habitación en la Pensión de Angeleta, situada en la calle de Madrazo, donde estableció cuartel general durante la gran estadía en la ciudad del Mediterráneo.

Estando en la pensión y compartiendo mesa, vivencias y círculo de charla, incluso amistad y apego a los hospedados en casa Angeleta, conoció a Sixta, una negrita de Guinea, que también debía ser visitada por el doctor Estaqué, debido también a su dolencia, una glaucoma aguda híper acuciante de carácter congénito. Una enfermedad que es la responsable y se identifica por una elevación de la presión intraocular hasta un nivel que produce un daño irreversible en las fibras del nervio óptico. Esta dolencia que puede llevar a la ceguera es la más conocida por presentarse bruscamente con gran dolor y violenta disminución de la visión, perspectiva de halos coloreados alrededor de las luces, e incluso sensación de náuseas y vómitos.

Gracia; que le habían permitido las Cáritas Diocesanas, con la asistencia médica ofrecida por una de las incipientes organizaciones de Ayuda al necesitado en Naciones Unidas y, la colaboración de Médicos sin Frontera. Viajaron a España Motebu la mamá de Sixta y ella misma para ser tratadas.

Motebu, estaba preñada, en el espacio que acompañaba a Sixta para la curación de los ojos. Ella, también padecía la misma deficiencia y los doctores de igual modo la trataban. Por compasión y humanidad, unificando a las dos pacientes en un solo tratamiento, como auxilio añadido al cargo de la Beneficencia.

Mariana, apadrinaría a ese bebe, al que le pusieron Asanghono, y que pudo estrechar en sus brazos dado que el nacimiento se produjo en aquella época. Parto que como era de esperar fue atendido por el departamento sanitario de la ciudad y, bajo el amparo de las ayudas diocesanas y todas las organizaciones para refugiados que participaron.

Ya llevaba once meses en la pensión, tras una larga espera y evolución entre las operaciones el restablecimiento y las visitas de control, decidió mudar de alojamiento.

Mariana a pesar de seguir en contacto con los ya, amigos de la hospedería y volver frecuente a visitarles, se alquiló un piso chiquito en Plaza Molina. Haciéndolo residencia habitual para sus estancias en Barcelona. Cuando convenía lo cerraba y a temporadas lo usaba en sus frecuentes viajes, ya por causas medicas, como por visitas de turismo y de placer. Era su segunda residencia que le daba una comodidad amplia, sin contar el ahorro que le suponía frente al gasto de la pensión

Con los meses, le dieron alta médica definitiva, para poder retornar a su Asturias. Cuando aconsejada por los doctores, había quedado repuesta, a tenor de posibles complicaciones y de las visitas que de tanto en vez debía pasar para ser observada por el equipo de facultativos de la clínica.

A pesar de la muchísima amistad y cariño, el tiempo deja huella de olvido. Las distancias y las ausencias entre personas, anidan distracción y descuido. Dejaron de saber una de otra y la frecuencia terminó siendo poco asidua, se hicieron lejanas y las noticias dimitieron. Ya no era como antaño, el roce era diario y continuo entre las dos amigas. Mariana ya en su Arriondas, solía saber de Motebu, por carta y el contacto fue perdiendo fuerza y languideciendo a medida que la vida pasa su paño de franela y hace que se enfríen todas las condiciones pasando de cálidas a frías.


Tras veinte años y en los cientos de veces que venía a la ciudad para sus reconocimientos, un día tras salir de la clínica, recordó su paso por la antigua pensión y se dirigió a verles, después de una larga ausencia. Mariana, llegó a casa Angeleta y faltaban todas aquellas personas que ella recordaba. Saludó a los nuevos inquilinos de la pensión. De aquellos que se habían reunidos durante tanto tiempo, no quedaba ninguno, los descendientes de los patronos. Ya no era igual, aquel clima de amistad, aquel compartir los recursos, aquellas entregas de fervor a traguitos se había escapado como se nos esfuma el agua de entre los dedos.

En aquella misma fecha y por casualidades de la vida, una de esas tardes que Mariana paseaba por los aledaños del paseo de San Gervasio, le pareció conocer a Sixta. Aquella muchacha negrita y espigada con aquellas trenzas y aquel color bruñido. No había cambiado nada y la dentadura blanca y separada de los frontales, eran sello de presentación de Sixta, la hija de Mutube. Tan despabilada y metomentodo que había tratado como si fuera de familia y padecido en la pensión Angeleta de la calle Madrazo.

La hija de Mutube y en esta ocasión en lugar de resistir aquellas carreras por los pasillos de la posada, en vez de aprender lo que es conducta educada, en lugar de cultivar lo que es urbanidad, estaba tirada en la acera como un detrito.

Sentada en el portal del mercado Sant Gervasi en una esquina de la plaza Joaquín Folguera, desecha de la vida, sucia, muy dejada y con la presencia de una indigente de las de grado profundo en la marginación social, que con un cartón a sus pies y su recipiente, admitía cualquier tipo de ayuda o limosna que le pudieran dejar caer en aquel platillo los allí transeúntes. El cabello acaracolado e inmundo y con visos de grasiento y pringoso. Unas grandes y no convenientes anteojos de sol le tapaban gran parte de su fisonomía, que por sus grandes dimensiones le llegaba por la parte superior hasta media frente y por la inferior hasta casi la juntura de los labios. En otro tiempo carnosos y bien dibujados. Labios salvajes y ardientes que transmitían energía con la característica de ser pulposos y pertenecientes a una boca grande, denotando que eran femeninos, con ese color rojo intenso natural, que son los que más favorecen a una mujer.

El rasgo de su nariz, del estilo de las mulatas más atractivas, con ese tipo de trazas descriptivas que destacan por su descaro a la hora de husmear, esos que no evitan el disimulo al oler. Las clásicas narices simpáticas ecuatoriales. Sus brazos rudimentarios y fuertes del color del ébano acababan en unas manos poderosas acostumbradas a los esfuerzos mas excepcionales y diversos. Llevaba una blusa sin mangas abotonada hasta el cuello que adiestrada a recibir manchas de suciedad ya no disponía de parcela para que la vista reconociera atisbo de limpieza. Los pantalones en cuanto a pulcritud tenían la misma guisa. El color al estar limpios, sería amaranto. Difícil traducir modelo y textura dada la poca higiene que soportaban. Hasta media pierna mostrando unas extremidades fornidas y andadoras que descubrían al cabo unos pies sucios, mal cuidados y encallecidos que a pesar de todos los tormentos estaban acostumbrados a llegar a cualquier sitio, fuera selva, desierto o áspero asfalto, sin desfallecimiento ni descanso.

En el platillo unas monedas inertes pedían a gritos, que otros bolsillos generosos se desprendieran de algo para acompañar a los pocos caudales allí dispuestos y así hacer un montante divino que ayudara a su patrocinadora a comprarse las viandas necesarias para comer esa jornada. El cartón era un reclamo o leyenda donde se publicitaba el porqué de su autora estaba desmayada y sentada junto a él en aquella inmunda esquina.

Podía leerse en aquella proclama: “Cuando crea usted que en el plato hay monedas suficientes para comprar un panecillo. Avíseme por favor. Soy ciega. Que Dios se lo pague”.


_ ¡Sixta eres tú!

_ ¡La misma! Así me pusieron mis padres

_ ¿Me conoces? ¿Sabes quién soy?

_ ¡Eres Mariana Castañu! ¡De la Morca… en Arriondas! Tu voz es inconfundible para mí, con tantos regaños y puntualizaciones que me han dirigido. ¿Recuerdas?

_ ¡Qué haces aquí muchacha! ¡Por Dios, por Dios! Tan tirada y desasistida

_ Es la forma de poder comer y malvivir. No tengo otra opción como comprenderás.

_ ¡Dónde vives! … ¡Criatura!

_ Ahora mismo, por la zona del Parque Güell, debajo de unas verandas públicas pero es cambiante. Ya sabes cuando la policía se cansa te echa del sitio y has de encontrar otro. Recojo mis cartones, si me dejan y si no pues… ¡me busco la vida! Según viene. Como, de lo que saco en limosnas y de los contenedores de basura, de aquí cerca en el mercado. El género sobrante y de lo que encuentro o me dan por lástima. Una mierda si lo comparo con lo bien que se vivía y comía en la pensión Angeleta.

_ Cuanto tiempo llevas haciendo esta vida.

_ Pronto hará un año que llegué de Guinea con mi novio, buscando una vida más digna y ya ves. Porque yo a ti, no puedo hacerlo._ Se quitó las lentes y quedó a la vista de Mariana un espectáculo tan feo y cruel como penoso. Sixta no tenía ojos, en sus cuencas no existían globos oculares. Estaban vacías.

_ ¡Virgen del amor hermoso! _Exclamo Mariana, con un gimoteo de dolor y de rabia.

Todo aquel espectáculo sumado a la presencia tan horrenda de la negrita, daba una imagen de desespero y destemplanza particular.

_ ¡Dios bendito de los Cielos! _ Volvió a exclamar Mariana_ ¿Cómo has podido? permitir tal padecimiento a esta gente, que está tan necesitada y son tan sencillos ¡Cómo! _ decía ya para sus adentros mientras se le escapaba un llanto invisible y sincero.

_ ¡No llores Mariana! Por lo menos conservo la vida, que mis padres la han perdido.

_ ¿Cómo fue lo de Motebu? … Tu madre, ¿sufrió mucho mi buena amiga?


_ Una enfermedad infecciosa propagada en mi tierra, se los llevó a los dos por delante, aquella malaria no les respetó y tras un mes de fiebres altísimas, dejaron esta existencia. Mi madre si soy sincera, ya no tenía demasiadas ganas de vivir, después de aguantar tanta calamidad, muchos hijos y lo que me sobrevino a mí. Con tanto sacrificio de llevarme a España, para evitar mi ceguera, que por cierto, como sabes bien por lo que has padecido, la mía muy severa era de un tipo diferente al vuestro. Lo heredé de ella. Al final, no sirvió para nada.

_ No me digas que no pudieron hacer algo más para asistirte. En qué mundo vivimos, ¡Estamos dejados de la mano de Dios!


Sixta, perdió la visión, por una subida de tensión en los ojos, allí en su país. Dada las distancias tan enormes entre los poblados y la capital, sin apenas recursos ni carreteras, con escasa cobertura médica y otros asuntos que se suman, como el ser paupérrimo. Cuando las cosas se ponen difíciles, hacen que las desgracias no tarden en llegar. Los sanitarios que la asistieron para evitar dolores y complicaciones, no supieron hacer más que dejarle las cuencas, sin ojos.

Esta enfermedad de Sixta se produjo por el cierre brusco de las vías de eliminación del humo acuoso, como consecuencia de la forma especial del ojo, el recodo a través del cual se ha de eliminar este líquido, es muy estrecho y, las paredes de este ángulo se acercaron, cerrando por completo el paso. Esto le trajo como consecuencia la rapidísima elevación de la presión ocular y el intensísimo daño llamado “dolor de clavo”.

_ Allí, lo que hicieron es vaciarme las cuencas y dejarme como estoy. Hecha un trasto. Sin embargo, me consolé sabía que en mi país, no podría nunca abrirme camino y, vinimos a España apoyada por mi novio. Intentando buscar fortuna en la ciudad y para mitigar mi deficiencia, que por mucho que quisiera y por todo el dinero del mundo, ¡que no lo tengo! Los ojos y la vista jamás la recobraré. Al principio como conocía el idioma y con mi carencia, la gente comprendía o por lo menos, decía que lo entendía y nos íbamos apañando, en una habitación que realquilamos por la zona del Carmelo. Hasta que Tenghema, el que fue mi lazarillo y compañero, encontró trabajo en una empresa de reparto de bultos y conoció a Isabel que le gustó mas que yo y me dejo de la noche a la mañana, sin mas explicaciones que el adiós, que dijo cuando cerró la puerta tras de sí aquella tarde. De ahora hace dos meses.
_ Al dejar de pagar al casero, lo corriente es que me pusieran en la calle y eso es casi todo.

_ Por lo menos conservas la vida_, dijo Mariana entre dientes y muy entristecida_. Lo acabas de referir hace un rato tu misma y en eso te doy la razón ¡por lo menos vives! Y no estás sumida en una depresión.

_ Sabes Mariana_ dijo Sixta colocándose de nuevo aquellas horribles lentes_ Decía mamá a menudo, cuando las cosas iban regular, un dicho español que lo aprendió de los colonos llegados a Guinea y no era otro que: ¡Dios aprieta, pero no ahoga!

_ Estoy interpretando el mensaje que hay escrito en ese trozo de cartón que yace a tus pies y creo que el borde de ese plato ha rebosado la cuantía, para que puedas comerte esos bocadillos y además puedas tomarte un baño caliente. ¡Levántate y vámonos a casa! _ Asintió Mariana mientras ayudaba a Sixta a alzarse de ese portal y rescatarla de tanta desdicha



1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy triste, pero el final es como un respiro ante la desgracia.
Un abrazo José Añez

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