Aquel día recogió a Jacinta en el portal de su casa. Él; Amancio la esperaba en la acera de enfrente, justo al cruzar la Gran Vía, bajo un platanero que daba una sombra permanente evitando a ese sol tan relamido y desbastador de la tarde. Fuera de las suposiciones y los comentarios vecinales, procurando mantener esa pulcritud en el disimulo y esa discreción tan deseada en las relaciones incipientes.
Diligencia anglosajona la de esta joven, haciendo honor al dicho: “más vale llegar a tiempo que rondar un año”_ El muchacho había llegado con una cuarta de tiempo antes, para evitar imponderables que se suelen suceder cuando menos esperas. Cuando apareció en el zaguán de su vivienda aquella mujer, se paralizaron los semáforos de la avenida, entrando en parálisis titubeante de color ámbar, para permitir el paso a semejante gallarda. El edificio ganó varios enteros en lustre, decoración arquitectónica y diseño esnobista, dado el arco de luz que irradiaba Jacinta.
Amancio, se deleitó con la imagen y sintió una corriente deliciosa que desembocaba en el puerto de su satisfacción personal emocionándose y sintiendo un orgullo indescriptible por ser el mismo quien acogía dentro de su círculo de afectos a aquella señorita tan linda, que expandía la hermosura de la mejor manera.
Sencilla y feliz, aquella sonrisa estructural y blanquecina, radiante de luz le llegaba al chico hasta incluso el borde de la acera opuesta de la avenida. Al verla no pudo más que pensar para sus adentros lo bonita que era aquella criatura.
_ Hola guapísima ¿Cómo estás? ¿Contenta? ¿Dónde te gustaría ir esta tarde?
_ Hola, ¡muy bien que estoy! ¿No me ves? O te falta vista. A que vienen tantas preguntas seguidas. ¿Estás nervioso?
_ Por eso pregunto, por encontrarte preciosa y con buen humor. No estoy nervioso y si así fuere, sería por la prisa que tengo en agradarte.
_ Y por qué habría de estar enojada sin motivo. Estoy sana, me encuentro a gusto con mis medidas, imposible pedirle más al cielo.
_ Olé; esa boquita preciosa que pronuncia de mil amores palabras tiesas y que las perfecciona tu propia dicción.
_ Estás de broma o hablas con guasa ¿moreno? Me confunden esas gracias naturales que despilfarras para agradarme.
_ ¿En broma contigo? Imposible, sería una cobardía imperdonable la que evitara decirte el traducido de mis ojos.
_ Preguntabas ¿Dónde quería ir? Pues llévame al cine, abordan una película divina. Mientras en el camino de ida y el paseo de vuelta podré escuchar esos requiebros buscados que tratan de impresionarme.
_ Hágase tu voluntad en esa sala de proyección, con la historia que tú has elegido, esperando que los protagonistas seamos nosotros y vivamos felices y comamos perdices, mientras dure el influjo de la historia.
_ Será un tanto enojoso comer perdices en ese recinto y a oscuras. No te aterroriza mancharte la corbata, con las fritangas de la salsita.
Fueron paseando por la amplia calle hacia la zona donde están las salas de recreación, con aquel agrado y una gran alegría. Disfrutando de los márgenes del regocijo y la placidez desmedida. En aquel cine de barrio, las butacas no estaban numeradas y los asiduos entraban buscando el lugar donde se encontraban más cómodos. Las parejas de trato prolongado, solían buscar la platea trasera o el llamado “gallinero”. Aprovechando el lugar y el momento aunque la trama de la película, no invitara y beneficiándose de la poca luz, más bien escasa del extremo de la sala, se regalaban caricias y besos furtivos, que se disfrutaban con obsesión. Aparte de perder el hilo de la película, que llegaba en según qué casos a carecer de importancia, dada la conveniencia del trueque o trapicheo.
Amancio, muy gentilhombre, se excusó de Jacinta haciendo el gesto que le esperara un minuto mientras él se acercaba a expender un par de entradas, a sabiendas que la sesión de media tarde ya se había iniciado y la película que estaban pasando había comenzado.
_ Por favor, dos entradas si es tan amable._ Amancio solicitó a la expendedora.
_ Caballero, la película de esta tarde: Con faldas y a lo loco, ha comenzado hace un ratito.
_ No se preocupe, entramos de cualquier forma. Como es sesión continua, si nos parece veremos después el trocito que nos hayamos perdido.
_ De acuerdo _ respondió la taquillera mientras Amancio acercó el billete y la empleada le cobró sin problema.
Una vez tenía las entradas en la mano, volvió junto a Jacinta y le explico con detalle lo sucedido.
_ ¿Vamos a entrar, comenzada la película?
_ Sí mujer; tampoco hace tanto tiempo, entre que dan los cortes de la semana próxima y anuncian lo que se está preparando, no habremos perdido demasiado del film.
_ Si que llevas prisa por entrar, eres así de nervioso con las cosas.
_ Anda mujer, que no es para tanto. Que dejamos de ver media docena de escenas y luego lo aprovechamos para pasear, merendar o lo que desees.
Subieron la escalinata del Hall y un empleado cortaba las entradas pasadas la gran cortina de blonda anaranjada y gruesa, antes de cruzar el portón de la sala de proyección. El que dio aviso al acomodador, dado que las luces estaban completamente apagadas y no se sabía dónde había localidades libres para albergar a la pareja.
_ Síganme, por favor_, les orientaba el empleado mientras les daba razón_ que les alumbro con la linterna y les acomodo, ¿quieren muy adelante o prefieren…?
_ Preferible hacia atrás, si es posible_, le dijo Amancio, mientras se miraba a Jacinta, que ella, sonreía con ignota imaginación. Suponiendo de las intenciones saludables del acompañante, las debería controlar en aquella platea concurrida de excitados.
Pasaron pasillo hacia la izquierda, con un desnivel acentuado mientras en sus pies notaban el beneficio de una alfombra que se suponía mullida, por el regodeo que sentían sus plantas. En la pantalla, ya se comenzaba a mascar el carrete del argumento y el ambiente olía a desinfectante barato.
Los ya acomodados pedían silencio y otros, se quejaban de la llegada de público una vez la cinta estaba en marcha, por aquello del despiste que generan las interrupciones de esa índole. Tras del acomodador y su linterna iba concentrada Jacinta, que llegados a un punto dónde el ayudante observó habían plazas indicó para que los dos se acomodasen. Jacinta hizo una especie de escaramuza y, no ocupó ni la plaza ni la fila que el farolito le indicaba, detalle que pasó por alto a Amancio que mientras ocurría el detalle, estaba de espaldas y ofrecía una propina al servicial subalterno, perdiendo de vista el lugar donde se había sentado la guapa Jacinta.
Una vez guardó la cartera en el bolsillo izquierdo del chaleco, levantó la vista y se dejó llevar por su sentido de la ubicación hasta el fondo de aquella hilera de butacas, dónde se divisaba una despampanante melena al uso y formas muy parecidas a las de Jacinta.
Se apresuró en acercarse a la que creía era su butaca de destino y sin previo aviso y con oscuridad y alevosía, sin verificación individual, ni algo que se le pareciera dejó suelta sus ganas de amparo y creyendo que la mujer que permanecía acomodada, somnolienta por los efluvios de los encantos de los protagonistas Toni Curtis y Marylin Monroe, era la ilusión de su huerta.
Pasó su brazo derecho por encima de los hombros abrazando a la dama que tan tranquila y concentrada atendía las secuencias de la gran película emitida en aquella sala.
En décimas de segundo se cruzaron las miradas de las dos personas, quedando estupefactas y fuera de sitio, como el que se desorienta en un desierto rimbombante sin arena, como el que se pierde en un glaciar paranoico de nieves perpetuas, como el que se orina patas abajo sin echar gota y se le encojen los pantalones.
No era Jacinta, no lo era. ¡Dios mío, me la han cambiado! Jamás podré encontrar una muchacha más linda que ella, Habrá sido el acomodador que en el entretanto de la programada recompensa, la ha raptado de mis quicios enajenados de seducción.
Todo pasaba en un espacio de tiempo tan breve que llegaba a ser centesimal, en la pantalla del gran cine estaban las secuencias de la finalización de la película cuando:
“Jack Lemmon en el papel de Dafne le dice a Osgut _No puedo casarme con el vestido de tu madre, no tenemos el mismo tipo ._Decía Dafne ataviado y con vestimenta de mujer.
_ Podemos reformarlo_ Le decía Osgut con cara de y ¡…que pasa!
_ He de ser sincera contigo_ le decía en la secuencia final del film a Osgut, mirando de desentrañar un lio de hombre vestido de mujer”.
El estruendo que se escuchó, provocado por el grandioso guantazo, retumbó en toda la sala de proyección, como si el obús de un cañón hubiera hecho diana sobre una cacharrería. Llenando de dedos la amplitud de las facciones de Amancio, la extremidad de la señora que sentada a su izquierda le propinó en toda la fisonomía.
_Descarado, sinvergüenza, de que vas ¿Qué te has creído?
_ ¡Tú no eres Jacinta!
_ Qué coño ¡Ni soy Jacinta ni afortunada estoy! ¡Granuja!
Los espectadores, se giraron hacia atrás al escuchar semejante bocinazo, creyendo que alguien había quedado en estado de lipotimia seducida. Jacinta en ese instante se levantó y con un chillido, avisó a Amancio que estaba esperándole dos filas más atrás, justo en la diagonal de donde le habían abofeteado.
_ Amancio, ¡No te hagas el gracioso quieres! te espero hace rato, por favor no tardes. ¡No puedo concentrarme!
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