La conoció cuando menos lo esperaba. En un tiempo, que es imprescindible relacionarse y que no gusta habitar solo. Cuando se necesita además de la compañía del instante, aquella que precisas y que no había de ser la definitiva, ya que la adolescencia y las ganas de descubrir hacían que cada momento fuese único y presto para declarar afectos y apegos inquietantes.
Ellos iban a bailar los domingos al mismo lugar, lo que importaba era el trato con las chicas, el concurso de las miradas y las ilusiones del flirteo juvenil. Aprender diversas formas de bailar y de ambientarse. Aquellas situaciones hacían que el ego particular de cada joven se convirtiera en un sueño de inalcanzables magnitudes.
Una tarde de domingo aquel “Ateneo”, que hacía las delicias de todos los buenos melómanos, acopló a todos los románticos danzarines en aquella pista veraniega. Rodeada de árboles frondosos, con olores especiales todos ellos propios de la vegetación más ilusoria del embrujo, con sus luciérnagas preparadas para que llegado el momento prendieran en la motivación de realzar más aquella estampa del espejismo. Su firme completamente pulido y brillante, esperando el deslizar de las suelas del calzado de los danzadores, para ayuda del resbalar en los pasos del mambo o, del bolero interpretado por la orquesta de turno.
El aforo se iba implementando a medida que la tarde avanzaba, las señoritas se colocaban en orden de espaldas a la balaustrada del jardín, para que nadie les pudiera sobrevenir por las espaldas, todas ellas puestas como si de unas chicas de portada se tratara, con sus sonrisas abiertas, con sus peinados flamantes y sus modelitos encantadores que sumado a las apariencias y poses de sus preciosos plenos, daban ganas de estar en aquellas instalaciones y disfrutar aunque solo fuese del sentido de la vista.
Acogía los alientos frescos de cuantas personas se acercaban desde el amplio perímetro de la ciudad. Fama tenía de ser un establecimiento de postín por actuaciones de los mejores intérpretes, y las grandes orquestas. Donde la exquisita música; la del momento, la más actual se interpretaba en aquel complejo para que todos pudiesen bailar, conquistar, seducir y agradar bajo los acordes e influjo de la armonía.
Joan era el mayor del dueto, un muchacho serio pero con buen sentido del querer pasarlo bien, agradable, vergonzoso y poco experimentado, sometido a ciertas dificultades provenientes desde su infancia.
Dependiente de un comercio de perfumes y droguería, trabajaba de sol a sol, bajo el influjo autoritario de su jefe que llevaba a mal traer a todos los allí explotados.
Anhelos intactos y manifestaciones de agrado académicas, en plena mocedad, con el “caer en gracia” como virtud y en la máxima exponente del gustar a todo aquel que se cruzara en su camino. Gozador de sus alegrías y nervioso en su donaire al contacto con el sexo llamado débil. Educado y persuasivo, no demasiado alto, con su enjundia correcta. Padecía en sus brazos de una deficiencia provocada por una poliomielitis que había sufrido en su niñez, pero que no impedía para que defendiera su trabajo y pudiera desarrollar su vida dentro de una normalidad más que aceptable.
Roger, el complemento del dúo de amigos; de edad semejante a su camarada, el que apresuraba de alegría las tertulias, con aquella intuición y regodeo. Arrimaba a todos la risa y el buen estar de las tardes veraniegas, con salidas de tono perfectamente relacionadas con la semilla de la cordialidad entre afines. Protegiendo su codicia en ser complaciente, pero justo sin pasarse, con arbitrios rumbosos y simpatía desabrochada, para las relaciones con las féminas. Llamativo y dicharachero, chistosillo y grácil. Miraba de forma espectacular, como queriendo ser el Humphrey Bogart del Mediterráneo. Siempre en guardia, echando un vistazo hasta por el retrovisor de sus imaginaciones, pulido en su vestir y refulgente más que eso; hasta escrupuloso en su persona. Detalles de educación y urbanidad no los tenía que adoptar, puesto que en él, deambulaban desde el despertar.
Estos cofrades, se habían conocido hacía ya muchísimo tiempo, fue en un “Hogar Obrero”, asociación donde el mocerío, se ilustraba en su preparación para la salida al mercado de la vida, tras haber dejado los colegios y las instrucciones paternales, impartían doctrina y ayudaban a la parroquia, paliando con sus esfuerzos las necesidades más acuciantes del barrio.
Se brindaban como propagadores de las diversas ayudas, llegadas de las clases pudientes, donativos, ropajes y comida que lo repartían a quien lo necesitaba, además de culturizar un poco a los niños, mostrándoles la enseñanza mas básica como es la cortesía, algo de catecismo, educación y formas de comportamiento. Ellas; en la elaboración de recetas para niñas desamparadas o con insuficiente atención paternal, labores de la casa, instruir a remendar ropa, instaurar en el cuidado de su higiene íntima, encauzar los sentimientos femeninos y darles algo de distinción. Ellos; los mozos, a los niños les preparaban para el juego del futbol, para las artes manuales y enseñarles a ser un poco más humanos, más cristianos.
Las edades de estos catecúmenos oscilaba entre los diez y ocho y los veinte años y el tropezarse juventud diversa, jovencitas y mozalbetes todos en edad de merecer hacían que además del compromiso, se prepararan diversas actividades internas, excursiones, comidas en pandilla y concursos de bailes regionales, canciones en plan de divertimento, ballet para las chicas, demostraciones artístico musicales.
Toda aquella labor apostólica, hacía que aquellos esfuerzos y sacrificios fuesen más llevaderos, sin contar con la naturalidad para aquellos, que les costaba asociarse con los demás o eran tímidos a la hora de relacionarse instintivamente..
Aquella tarde de julio Joan se fijó en Manuela, una chavala muy sencilla, a la que no le faltaba dulzura y encanto, además de todo ello, su timidez le hacía que aun fuese más atrayente. Aquellos hombres jóvenes, por gentileza y buenas maneras se acercaban con buenos modos a las señoritas solicitando los bailes de una forma instruida y pintoresca. Manuela, hacía semanas que venía fijándose en Joan; ¿…con quien bailaba?, con que aires se movía en la pista, ¿a qué tipo de señoritas se acercaba?, que clase de refresco consumía, ¿cuál era el tipo de lesión que padecía en los brazos?
Se había percatado de todo lo más substancial sobre ese pimpollo, que de forma pintoresca se le iba acercando con más descaro.
Manuela; subida en sus zapatitos de tacón, parecía más esbelta de lo que era en realidad, su cabello no demasiado largo quedaba justo sobre sus hombros, deslizándose como agua en cascada. Ojos de verde valle que brillaban como los fanales marítimos en la penumbra de la propia oscuridad. Un vestido de verano le envolvía con una gracia desbordante aquel cuerpecito que estaba al ralentí esperando una marcha más larga y comenzar a soñar sin sueño. Así daba una imagen modesta y de frescor de manantial, que favorecía a los deseos originales a que se transformasen en atracción natural.
Unas miradas de conspiración se intercambiaron antes de que Joan se acercase raudo y decidido sobre aquel pedestal donde todas las muchachas esperaban la visita del gracioso caballero, para invitarlas a bailar.
Entre ambos se entabló una magia de atracción que les llevó al punto de cautivarse por mimetismo. _Hola, me llamo Joan, ¿Me concedes este baile?_ Tanto se acercó a ella, que ésta no tuvo más remedio que inspirar aquel perfume varonil, que desprendía con naturalidad. Se alzó de la butaca que ocupaba y al mismo tiempo le dijo con ese lenguaje corporal que utilizan tan bien las damas, que: ¡Sí! …le otorgaba la danza que estaba pidiendo.
Salieron a la pista central, la música ensordecía y al tomarla de la mano para comenzar a rumbear aquella canción de moda: “Mis brazos en tu cintura”, finalizó la pieza, quedando frente a frente mirándose a los ojos, sin la más mínima cobardía. La sonrisa de ambos se dibujó en sus retinas y sin dar tregua ella, con una prudencia exquisita, le propuso: _Imagino que estarás interesado en bailar la ¿pieza que viene? _Por supuesto, la que viene y todas las que tú quieras_ respondió Joan sin titubear.
Aquella tarde no se separaron y bailaron hasta el final del espectáculo, con visitas a la barra del restaurante, para refrescarse con limonada y conocerse con más detalle, dando comienzo a una relación continuada, que duraría lo que el destino, les tuviese deparado.
Roger, por su parte, esperaba en el acceso del Ateneo a Ángela, que había conocido en aquella asociación obrera, una señorita graciosa, con el cabello lacio que se extendía a lo largo de la espalda, algo retraída y no dada a las excentricidades, entre ellos había cierta cordialidad, ya que Roger, había estado ayudando a la muchacha en momentos depresivos por una dificultad que padecía en a laringe, dando muestras de comprensión ante ese tránsito que se le presentaba a la joven. En una edad en la que todas las complicaciones físicas sean del orden que sean, no ayudan a una relación natural. Hablaba con voz rota, uno de los repliegues vocales le impedía tener claridad en la fonética, la disfonía era perenne y tanto así que estaba previsto pasar en breve por el quirófano para mitigar esa afonía.
Ángela, bien parecida y orgullosa, no admitía de buen grado aquella disfunción en sus cuerdas vocales que le perjudicaban en su carácter. Morena, muy femenina, rodeada de sus amistades, con las clásicas ilusiones de las muchachas de su edad, alegres en su interior y con una vida expectante por delante.
Bailaba con Roger a menudo en el mismo Círculo y les encantaba la misma música por lo que la disfrutaban sin llegar nunca más allá de lo que la cortesía daba permiso. Ella, no quería llegar más lejos con Roger, a pesar del encantamiento de este por aquella mujer. Tampoco era motivo su ronquera invariable, su tono de voz débil, o la claridad en la expresión de la palabra. La joven se sentía atraída por otra persona y bailaba y confiaba en su amigo, sin dar pábulo ni opción a que la cosa llegara más lejos. Ángela tenía fijación por otro sujeto, que estaba bien establecido y venia de familia adinerada. Roger viendo el desinterés no puso nada de su parte y se limitaba a que Ángela se luciera sin deshacer toda aquella madeja y, aprovechando su compañía esperaba paciente le llegara el momento, de encontrar una muchacha que se acomodara a sus ilusiones y limitaciones para poder regalarle todo el cariño y el arrimo que otras no necesitaban. De ahí que conducía a Ángela para que ella lo reluciera en la pista central bailando el Vals de las Mariposas.
Manuela, estaba enamorada de Joan, le esperaba todas las tardes a las seis en la entrada del Ateneo, ambos se dirigían a la pista y se perdían entre los pasodobles y las bachatas. Sin embargo, Joan había perdido pujanza desde que cambió de empresa. Fenomenal empleo, en unos almacenes de muchísimo prestigio de la ciudad y por arte de “birlí biloque” una compañera se había cruzado en su camino. Hija de uno de los delegados principales del negocio, con casita de veraneo en la costa playera y promesas de contrato fijo y aumentos de sueldo anuales.
Había llegado el final del verano y Ángela expulsó a Roger con sumo cariño y con el más sencillo de los despidos. Le dijo que las hojas estaban desmayadas y ya habían muerto. Eligió al enamorado con dinero y posición, coche despampanante y tarjeta de crédito sin limitaciones, para comenzar un camino indeleble en pro de la felicidad, del apasionamiento y de las realidades que la vida entrega. Dejando plantado a su acompañante de baile y partícipe en sus momentos de depresión, al consejero y quita penas. Al cómplice que lo hubiese dado todo por conducirla en la travesía de una existencia.
Tras cuarenta años de lo sucedido un buen día Roger, con bastante pena hubo de personarse en una mortuoria para agilizar los trámites de una desgracia familiar y se encontró a Ángela, tras una mesa de funcionaria, tramitando los documentos de los actos fúnebres de la barriada. Por su tono vocal y su fonética pudo conocerla, ya que la imagen que lucía en el verano de 1970, había desaparecido como si de una quimera se tratase. Mofletuda, oronda y dejada era la tarjeta de visita que mostraba, aparte de otras lindezas como son suciedad y dejadez en sus ropas y falta del sentido de la pulcritud. Se reconocieron perfectamente y sin mediar palabra ella, dibujó en su rictus una mirada de compunción imposible de rehabilitar. _ ¿Qué tipo de sepelio elegirás? _ Preguntó Ángela a Roger_, mostrando un catálogo de sarcófagos y mirándole con desánimo a los ojos. _Me declino por el modelo “Desmayo de Hojas”_ Adujo Roger recordando un comentario de hacía muchos años ella misma había pronunciado. “las hojas estaban desmayadas y ya habían muerto.
Por motivos de encontrar un buen regalo para su nieto Manuela, bajó al centro de la ciudad al mejor de los establecimientos y con su agrado y buenas maneras se acercó a preguntar en información dónde podía dirigirse para comprar lo que precisaba. Una vez que tuvo el conocimiento ascendió dos plantas hasta llegar al lugar que le habían indicado y adquirió un muñequito de peluche. El dependiente, le indicó que se lo envolverían para regalo, que no padeciera que pronto la atendían. Él mismo le envió al mozo de los envoltorios.
Se fijó en él, por la dificultad de sus brazos al tomar el osito para embolsarlo con papel de regalo. La misma aparatosidad para colocarlo sobre el mostrador, que para tomarla hace años en el baile por la cintura. Joan, cuando la miró supo que era ella, menos joven, pero estupenda, guapa y encantadora. Siguió arrugando aquel osito para colocarlo dentro del papel de regalo, mientras por los altavoces de la tienda, sonaba aquella melodía de: … y tus brazos en mi cintura y mírame con dulzor, porque tendré la alegría de ser … tu primer amor.
1 comentarios:
los primeros amores y lo difícil de verlos y las respuestas de la vida....una historia bonita y con mucha realidad
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