Siempre había huido del calor, prefería de todas formas el tiempo del fresco. Para Allison el invierno era, además de mucho más refrescante para el cerebro, más permisivo para lucir vestiduras atractivas, que permitían presumir de su palmito y porte. Y no el clásico chaleco veraniego, y los pies calzados con las clásicas albarcas marineras. Sosegándote en cada esquina y secando el sudor que le derretía el maquillaje facial y le desbarataba el rímel en la frontera de sus párpados. Mostrando al mundo que era también una persona normal, como tantas otras. Que sudaba, se cabreaba con según que situaciones y que le molestaban en demasía las personas incompetentes. Las que debía tratar sin ganas. Por la educación y el respeto al ser humano. Aquellas que existen en todos los lugares del cosmos, y ahora temporalmente había dejado en la ciudad, antes de trasladarse a la villa donde solía permanecer los meses a los que le falta la letra erre en su pronunciación.
Aquel lapso de julio venía
cargado de calores y tormentas que a buen seguro iban a trastocarle la
tranquilidad habitual. Al mirarse al espejo veía que el cuerpo le iba ganando
de forma pausada gramos en su enjundia personal. No es que se atiborrara a
comer, pero la edad, ya no era la de aquellos tiempos de dulzura presencial. De
gustarse a sí misma y de aquellos años verdes que reverberaban de entre todas
sus amigas.
No gastaba tantas
calorías en los ejercicios habituales y ese estado le molestó. Dejando en el
alero la obligación de quitarse de su régimen los helados, las fritangas y los
cocteles afrodisiacos que tanto le gustaban. En la actualidad ya no necesitaba
del trabajo para comer y mantenerse.
Había llegado a la
jubilación y después de toda una vida de trasiegos, de prisas y evitaciones
pasaba de todo. De no tener que conducir por la ciudad perdiendo el tino para
llegar a tiempo al complejo sanitario donde trabajaba, bajó el nivel de
compromiso. Pretendía disfrutar de todo aquello que se había privado en sus
últimos cuarenta años.
Los vecinos de su pueblo,
parecía que les molestaba que paseara y luciera aquel cuerpo cuidado. El mismo
que cuando se graduó en la escuela donde iban todas las niñas de su leva.
Aquellas que ahora la trataban con desidia y distancia. Las que no tan cuidadas
como Allison, la ponían a caer de un burro en cuanto se daba la vuelta. Envidia
marrana.
Su pueblo, aquel enclave
precioso de la ribera seguía teniendo las mismas cortapisas y prohibiciones que
cuando iba a la escuela. Era el lugar de su nacimiento, y el de sus padres,
pero aquel lugar no había prosperado ni en libertades, ni en avances sociales,
como lo había hecho el resto de la nación. Seguía siendo un vecindario
asustadizo y mediocre, que más se aproximaba a una población tribal cerrada,
que no permitía que la modernidad violara sus costumbres. Ni aceptar a nadie de
buen grado que no fuera de los límites del poblado.
Jamás le perdonaron a Allison,
el que saliera en sus años mozos, de los límites del pueblo y fuera a la
universidad de la capital de la provincia. Ciudad, que ellos despreciaban,
precisamente por esa falta de erudición que adolecían.
Las pocas amigas que le
quedaban de la niñez, a duras penas le dirigían la palabra, con lo que tuvo que
traerse amistades de las ciudades donde Allison había triunfado como cirujana y
médico de especial nombradía. Sin ningún problema que le perturbara Allison
pasaba allí su periodo vacacional, sabiendo que, si le apetecía, tomaba las de Villa
Diego y se trasladaba a cualquier lugar donde decidiera. Dado que en aquel
lugar no tenía familia.
Sus padres ya no existían
y sus hermanos todos habían emigrado del lugar por motivos profesionales o por
el destino de la propia vida. Le quedaban unos primos carnales que más se
mostraban como extraños y alejados desconocidos.
En aquella villa no existían
los domingos. Una vez que la feligresía salía de la misa de las doce, y
disfrutaba del vermut en el bar restaurante de la rambla, volvían a sus
viviendas. Se metían y encerraban en sus domicilios, para desaparecer del
bullicio del lugar. Dejando las calles de la localidad vacías, sin vida y
llenas del aire que levantaba el polvo, semejantes a las imágenes vistas de las
películas tradicionales del oeste americano.
Aquella noche calurosa y tropical,
Allison paseaba tranquila por la vereda. Intentando hurtar el fresco que
produce el relente en las últimas horas de la jornada. Tomando asiento con sus
pensamientos en uno de los bancos de aquella rambla repleta de vegetación y de
aquellos llamados plataneros. Árboles que dan mucha brisa y permiten que la
gente se acomode para disfrutar del fresco nocturno.
Vestía como ella
detestaba, debido a la temperatura que registraba el termómetro de la plaza. Cuando
sin esperarlo frente a ella se detuvo Marvin, sentándose en el mismo reclinatorio.
—Buenas noches. Allison.
Dijo el recién llegado pidiendo permiso para ocupar aquel lugar. —Hola. Buenas
noches. Respondió sorprendida la mujer, diciéndole con guasa.
—Puedes sentarte, si es
que no te doy miedo y te atreves.
—Sabes quién soy,
preguntó el recién aparecido.
—Pues claro que sé quién
eres. Lo mismo que tú sabes quién soy yo y me ves por la calle y ni me miras.
Debes ir bebido, o estás desquiciado. Atreviéndote a sentarte a mi lado. Aunque
ya lo comprendo. Dadas las horas y la oscuridad de la noche, ya imaginas que no
te ven, y estás equivocado, porque aquí lo saben todo y te ven sin que tú los
veas.
—Siempre has sido una
mujer con carácter. Apostilló Marvin, con una sonrisa forzada y meciéndose el
plateado cabello, como escusa. Ofreciéndole una explicación a lo antedicho.
—Cualidad que jamás he
tenido y por la que sigo penando ya sin remedio. Acotó Marvin.
—¡Vaya!... —Con un
rezongo dijo Allison.
—A buenas horas mangas
verdes. Ahora me vas a venir con excusas baratas.
Mira que como se entere
tu madre. Te la monta. O es que ya no recuerdas lo vivido. Aquellas tardes
aburridas que me regalabas, sin que te atrevieras a besarme, y algo más, que
prefiero no decir, por no molestarte, ni ofenderte en tu dignidad de caballero.
Para finalizar y siguiendo con una duda preguntó Allison.
—Porque tu madre…, aún
vive. ¡¿Verdad…?! —esperó un gesto de afirmación de Marvin y siguió.
—Me pareció verla el
lunes pasado, regalándome una mirada de las suyas. De las que funden y dañan
por ese odio, que jamás la deja.
La vi anciana y cruel
como siempre. Quizás el veneno no la deja ser. Sin querer entrar en aquel trapo
el recién aparecido expresó.
—Hacía mucho que no
hablábamos. Formuló Marvin, con una congoja evidente. Detalle que alteró la
paciencia de la mujer que sin pensarlo le atacó con dolor.
—Tendrás valor de decirme
semejante disparate. Disparó sin bala. Cuando me ves y giras la cara, o te
mudas de acera para no saludarme. Tan mala catadura puedes tener después de lo
que me hiciste. Eres un tipo acojonado y cobarde, que no mereces más que lo que
te ha pasado. Aunque lo ocultes y finjas que eres feliz.
—La verdad, es que llevas
razón. Confesó Marvin.
—Por dejarme llevar por
mi madre, mis amigos y por lo que decían cuando me veían contigo. Te traicioné,
y no supe cómo salir de aquella situación. He perdido tanto. Que estoy
convencido y lo creo sin dudarlo. Por la ausencia de la felicidad que jamás he
tenido. Aquella sensación de sentirme lleno contigo, tus caricias imaginarias y,
sobre todo. Lo que quien sabe, hubiese pasado o llegado a suceder. De haber
proseguido aquella incipiente relación nuestra. Marvin, sobrecogido continuó
temblándole la voz.
Llegaron a amenazarme,
los chaveas y las jóvenes de mi quinta, aquellos que componían mi peña de
juventud. Si me veían acercarme a ti, cuando volvías por vacaciones de tus
estudios en los meses veraniegos, dejarían de hablarme durante el invierno.
Fui cobarde, como lo sigo
siendo ahora ya maduro. Confesó sin reparos ni cortapisas el arrepentido Marvin.
Dejando que Allison tomara la palabra.
—No solo te ha pasado a
ti, tener ese miedo por los aldeanos que te rodean. Es un mal, más que eso. Es un
defecto intrínseco por falta de seguridad, que imagino se disipará con la
mezcla, que se está dando en el país. Aunque para que desaparezca esa conducta
en este lugar, han de pasar aun dos o tres generaciones. Siguió aduciendo la
esbelta y preciosa Allison. Indicando el suceso habido con su hermana.
—Mirren, se enamoró de Robert,
desde la escuela, de bien chiquitos, y por los consejos de las demás nenas,
diciéndole que se iría a estudiar a la ciudad, y por detalles que no me atrevo
a difundir si no lo hace mi propia hermana, me callo.
—Lo sé, de primera mano—Dijo
sin preámbulos Marvin.
—Karel mi hermana pequeña
ayudó a que se enfadaran, porque a ella, también le iba el amigo Robert, y no
paró hasta seducirlo y que se olvidara de Mirren.
Se casaron y fueron de lo
más infelices y desgraciados que puedas llegar a imaginar. El pobre acabó
siendo un beodo, y no digo borracho por respeto. Olvidado por mi hermana que
después de tanto desprecio que les hacía a los forasteros. Acabó enredándose
con un honrado, trabajador y buen africano. Sin importarle nada más que su
bragadura.
Allison aun no entendía
la valentía de su vecino y conocido de la infancia, y siguió indagando con una
ferocidad exportada.
—Te has atrevido a
sentarte en el mismo banco que yo. Junto a mí. Esto no es por una casualidad,
aunque sea noche casi cerrada. Sabiendo de tu arrojo, ya me dirás que se te
ofrece.
—Simplemente quiero que
sepas que no tengo compasión posible. El que no es valiente y no se enfrenta a
quien sea por su futuro, su felicidad y su dicha, no merece más que el
desprecio y el insulto. Y ese soy yo.
Me gustabas de chiquita,
de jovencita y no te digo como me ponías a tus quince años, poco antes de
marcharte a estudiar a la ciudad.
Lo más seguro es que tu
ni me valorabas, ni tan siquiera te hubieras fijado en mí, pero si me hubiese
atrevido a poner freno a los detractores, y declararte mi pasión. Igual
podríamos haber tenido algún momento de ilusiones, de caricias y de amor
platónico.
Lo digo con prudencia
porque tú jamás me hiciste señal alguna de tener apego por mí.
Con eso quiero que veas
lo atrevida que es la vida y lo desgraciados que somos muchos de los que nos
creemos algo. Allison no lo interrumpió y dejó que prosiguiera con aquella
confesión en el descansadero de la rambla.
—Me casé con la hija del
notario. Sin quererla, pero en casa me decían que era buen partido. Que ya me
enamoraría de la lozana y morena de buenas caderas para engendrar, y así poder mantener
el estatus de macho. Y dejar de ser uno de las tantas docenas de solteros del
pueblo. Casi me obligaron a agarrar ese tren, y comprimir todas mis necesidades
fisiológicas. Me decían…Aprieta los ojos o mira a otra parte. Cuando veas algo
que no te gusta. Acotaba el hombre con desprecio hacia sí mismo.
Lo merezco todo. —confirmó
sentenciando Marvin.
—Nuestra unión duró menos
de lo que imaginaba mamá.
Me abandonó por un
comercial de mercería nacido en Bolivia. Un buen día se marchó del pueblo. Sin
dejar pliego notarial. Sus padres jamás entendieron el proceder de Laya. No nos
dio tiempo a tener descendencia cosa que agradezco al cielo por lo que hubieran
sufrido. Ahora vivo solo, sin el apego de todos aquellos que me aconsejaban que
tú serías mi perdición. Los que querían favorecerme diciéndome que me alejara
de ti, y te dejara. Que no dudara en olvidarte, porque tú, eras una paloma de
muchos comederos.
Ellos sí que han sido mi
perdición. A parte de mi cobardía indecente. Los primeros en olvidarme en los
momentos malos. Dios les ha castigado a todos, sin dejarse a uno en el tintero.
Todos son unos desgraciados como yo. Los que veo y noto que tampoco tienen
dicha. Siempre hay alguna excepción, pero a la mayoría no los noto venturosos. Se
quedó mudo por unos instantes, y Allison aprovechó para atacarle.
—Cómo es que te atreves
ahora—le dijo Allison—al cabo de cincuenta años de todo aquello. A confesar tus
sentimientos. Cuando sabes que ya nada es posible. Le interrumpió Marvin la
palabra a la doctora y con energía apuntó.
—Porque creo que no
tendré otra oportunidad de hacerlo, —dijo compungido—y quiero pasar la
vergüenza que me toca y más si pudiera. Tan solo por haberte dicho lo que llevaba
en mi corazón y por el castigo que estoy penando desde hace años. Saber cómo te
ha ido a ti durante este tiempo en el que has triunfado.
Se hizo una especie de
impás aletargado que rompió Allison sin cortapisas.
—Pues no sé si debo ser
sincera. Ya que confianza no has tenido jamás conmigo. Y contestando a las
dudas que mencionabas antes. Decirte. Que igual te excitaba en aquel tiempo y quedabas
fuera de quicio. Como has alegado hace un minuto, pero ni tú, ni tu entorno
permitía que llegara a imaginar esos deseos ocultos que sufrías en silencio.
Por lo cual después de
intentar seducirte con mucho cuidado y al ver que no se despertaba tu pasión
por tenerme. Miré hacia otro lugar y me olvidé del despertar de mis ilusiones.
He de decir que de entre todos los nenes de la escuela, eras el que me apetecía
pudiera acercarse a mí, y me rozaras con tu piel en los juegos que nos
permitían.
No me importa decírtelo
ahora que paso de todo. Sin embargo, esperaba con ansia, quisieras besarme alguna
tarde de aquellas que nos quedábamos solos bajo aquella higuera. Que me
empotraras con todo tu deseo, en el tronco de aquel árbol grandioso y me
hicieras ver las estrellas a media tarde.
Jamás sucedió y vi que
serías siempre un buen hijo y un mal compañero de vida. Te faltaba arranque, y
era porque seguías los consejos de tu mamá, que te limitaba en tus libertades
sobre todo si eran referentes a mí.
Yo no estaba para
aguantar las costumbres de las gentes que pretendían guiarme en mi conducta. Incluidos
hábitos familiares, que también los había, y eran de pronóstico.
Decidí una vez estaba
graduada en medicina, no curar a las gentes que siempre me habían despreciado. Hizo
un detente en su charla y se miró a Marvin, que bebía sus palabras como un
poseso. Para seguir con la cháchara.
—Quedándome en la ciudad,
a iniciar mi vida. En contra de mis padres, que tan solo buscaban su comodidad.
Arranqué sola como la persona abierta y decidida que creo que soy. Conociendo
gentes con sus defectos y malicias, pero lejos de las maquinaciones de los familiares,
conocidos y aldeanos de nuestro pueblo.
Conocí a Jeremy y siendo
de carácter más o menos como el mío, ese que uso a diario y con esfuerzos
sobrellevo, nos entendimos. Creímos que no hacía falta casarnos para compartir
las sábanas. Con el hecho de socorrernos en el lecho, dábamos por conclusa esa alianza
de orgasmos futuros y ese cooperar en la vida. Sin celos, ni mezquindades. Sin
promesas, con las mínimas normas de urbanidad, y sobre todo sin mentiras.
Hijos jamás quise tenerlos,
pero esa es otra historia, que no viene al caso.
Duró el idilio hasta que
me enamoré de mi ayudante. Un doctor veinte años más joven que yo, que me
cuchicheaba guarrerías en el laboratorio y el romance comenzado con Jeremy se
acabó, quedando como colegas alejados sin trato.
Una noche de fiesta pillé
a Friedrich follándose en nuestro apartamento a una farmacéutica que decía ser
amiga. Esperé que finalizaran de disfrutar en un coito prolongado y allí mismo puse
fin a todas las andanzas habidas y por haber. De eso hace ahora quince años,
los que me dedico a vivir y a pulular como puedo con la gente que me cae, y sin
querer cometer errores de bulto. Hasta que deba entrar en la residencia de los Desmayos
de la población donde vivo.
Marvin quiso rematar
aquellas confianzas confesando a Allison el porqué del despecho de su madre,
hacia con ella. Y se lo contó.
—Que sepas Allison, que
todo el odio que le notas a la anciana de mi madre cuando te mira y del deseo
de fundirte, obedece a un hecho que sucedió. En un principio yo tampoco
comprendía aquella rabia desmedida que obraba contra mí, cuando yo le decía que
me gustabas y te quería.
Viene dado por una causa
que desconoces y yo pude enterarme una noche que estaba completamente bebida.
Según habló entre dientes, confesándole a mi hermana, un secreto de alcoba
entre mi mamá y tu padre. Ambos estaban enamorados, y él le había prometido
matrimonio. De hecho, en alguna ocasión la midió en la era, montándola a placer
tantas veces como decidieron. Según dice era pasión y deseo desde hacía años,
Ella enamorada lo
permitió, hasta que tu madre se puso por delante y se llevó al hombre al que
amaba, sin más.
Que sepas que mi hermana
mayor Ros Mery, es hija de tu padre, el que no quiso reconocerla y mamá, tuvo
que apañárselas para arreglarse con el mozo que todos despreciaban en el pueblo.
Al que jamás amó y fue mi padre fisiológico. De ahí posiblemente mi falta de
valor, justicia y arrebato.
Por ello comprenderás que
cuando mamá te mira, te escucha y te ve, igual imagina que tu podrías ser hija
suya. La conversación quedó salpicada por los desconocimientos de ambos que tan
solo se miraron y archivaron sus opiniones.
—Tenía que confesarte
este detalle, —le adelantó Marvin a Allison y a continuación le expresó.
—Aparte de todas las
noticias desenmascaradas, que con seguridad no conocías y entre otros motivos
los cuales he procurado dejarte claro. Siempre te quise. Con seguridad no me
hubieses aguantado y eso lo sé. No soy tu tipo, quizás ni te llego a la altura
de tus pretensiones, me falta educación, por lo que te hubieras cansado de mí. De
mi presencia y de todo lo que me rodea. Con seguridad. Se frenó en su emoción
evitando sollozar delante de Allison y prosiguió.
—Esta noche me he sentado
en este banco junto a ti. Mi hermana sabe cómo yo, lo que acabo de contarte,
pero ella jamás lo divulgará a nadie. Sin embargo, me ha dicho para que te lo
participe a ti personalmente. Frenó Marvin, ante aquella revelación y cayéndole
un par de lágrimas por sus mejillas, mientras Allison temblaba por desazón, le
confesó.
—Si tengo el valor de
hacer lo que acabo de contarte. Te diga que si la necesitas nada más tienes que
buscarla, sin dar explicaciones.
Marvin se levantó del apoyo
donde estaba acomodado y sin mediar más conversación se fue alejando de
Allison, sin que esta pudiera reaccionar.
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