viernes, 25 de julio de 2025

La estrella y la suerte.

 









La necesidad obliga. Dice el refrán.

¿Y cómo se remedia?

—Se preguntaba Tino, y le respondía su ilusión sin que él; pudiera percatarse. O sea que se rebatía así mismo. Sin hacerle caso a su delirio.

Emprendió la marcha hacia su destino inmediato. Encaminándose a validar los boletos de aquella semana y a la vez comprobar si la deidad Fortuna, le había acariciado por mera casualidad, en lo jugado con fecha de la semana pasada.

Bajaba la Avenida, y seguía en su mundo, a la vez que se saludaba con los que se tropezaba sin percatarse tan siquiera de ello. El hola y adiós que no falte. Cumplía con la cortesía y su educación miméticamente y seguía elucubrando refranes.

El que juega por necesidad, pierde por obligación. Y por ser una máxima siempre se cumple. Aquí sí que no hay “tú tía”.

Sin embargo, el propio Tino no hacía caso a las pocas posibilidades de conseguir un premio extraordinario, y cada lunes desde hacía años, iba a cambiar aquellos boletos con los números exactos por si sonaba la flauta.

Pretendiendo acertar, con la misma combinación. Que jamás cambiaba, con guarismos que conocía de memoria, y que la suerte nunca los disponía como él los situaba en su pronóstico de juego, ni aparecían en el mismo orden.

Juntos y unidos por la gracia de Dios. Hermanados como confidentes y vecinos, en buena compaña.

En el caso que alguno de los dígitos escogidos apareciera, siempre faltaba el resto. Y pensaba, para no desanimarse. A la próxima va la vencida. 

Imaginando en su alveolo mental. “Qué haría” … ¡Sí de verdad tuviera en su papeleta, el pleno de aciertos!  

Si por aquellas casualidades… Algún día “Se despertaba con la tonadilla de las Mañanitas” y pudiera disfrutar de una de las situaciones más improbables de la existencia de los humanos.

—Se contestaba solo y nervioso, y sin hallarse se decía repantingándose burlón.

—Para mí no quiero nada.

¡Mentira! …lo decía con la boca pequeña.

 ¡Bien lo sabe Dios!! Pero …se lamía los labios con fruición y volvía a soñar con los ojos abiertos. Fantaseando en nada y con todo.

Imposible no era. Difícil sin dudarlo. Darse en el cálculo de probabilidades se presentaba arduo. Aunque y si el milagro proveyera, sería bienvenido.

De repente quedó inerte. Sin el alucino necesario y el encandilo que imaginaba.

Ya estaba frente a la tiendecita de Matilde, la que regentaba aquel almacén de víveres.

El negocio de ultramarinos heredado de sus abuelos, y ahora con la modernidad transformado. Además del negocio de toda la vida, Matilde era la que suministraba la felicidad en el barrio. Regentaba en el mismo local, la nueva administración de Loterías.

En el colmado había otros clientes antes que él, con lo que tuvo que pedir tanda y esperar, como es natural.

<Pensaba en la situación, en el tiempo, en el dolor de piernas y en su caminata diaria. Para nada en temas políticos, ni en algo que tuviera que ver con ellos.

Porque de verdad, esos personajes sí que no han de jugar en ningún tipo de tómbola, ya que por lo que sea. Están bendecidos.

Alguno de los denominados vulgarmente como “¡Redentores del pueblo!” No necesitan de rifa alguna, ni de esa puñetera suerte.

Esa bicoca de vivir medrando, la encontraron en las urnas de su camino y ninguno la suelta.> 

Volvió al mundo real, para hacerse comprobar aquellos boletos pertenecientes a la semana anterior. Esperando como siempre todo lo más, alguna terminación con una mínima devolución de lo gastado y punto.

Tenía asumida que con los sorteos no levantaría cabeza, ni podía afrontar la vejez, que se le iba acercando inexorablemente y sin demoras.

Le llegó el turno, y Matías que iba delante de él, salía jurando en hebreo.

Ni siquiera el reintegro. ¡Mala leche! Decía el amigo, mientras desaparecía por la esquina.

Ya frente al despacho blindado por aquellos cristales antibalas y anti todo, le saludaba Matilde.

—Hola Tino, que tal. Preguntó la dependienta con el agrado y simpatía acostumbrado.

—Ya ves Mati. De nuevo por aquí. A repetir la combinación y esperar a ser tocado por la varita de la dama de la suerte.

—Vamos a ver que nos dice el lector de premios. Los voy pasando uno a uno y lo vemos. Los tres primeros tickets pasaron y aquella información repetía incansable NO PREMIADO.

Siguió leyendo los resguardos por el lector, y en la cuarta papeleta de apuestas del señor Constantino la guapa Mati. Sonreía viéndole la cara al cliente.

Aquel señor también leía en la pantalla, el anuncio de NO PREMIADO, y seguía siendo lo acostumbrado. De pronto de buenas a primeras.

Aquella pantalla comenzó a parpadear indicando la información explícita de Combinación Premiada. Boleto agraciado de primera categoría. Sin indicar la cantidad recompensada. Que podía estar entre los dos mil euros hasta quien sabe cuánto.

—Caramba Tino, le dijo Matilde en voz baja. Sin que los que esperaban ser atendidos escucharan el mensaje.

—Puede haberte tocado un buen pellizco, Fíjate que pasa de los dos mil euros y así no te lo puedo abonar aquí. Has de ir al banco y que ellos lo tramiten, y lo puedas cobrar, o te lo ingresen en tu cuenta.

Acto seguido y con disimulo le hizo a Tino un mohín gestual de silencio absoluto para que ninguno de los que esperaban tras de él, conocieran el detalle.

—Pero que me estás diciendo. Respondió el agraciado, completamente nervioso mirando a su alrededor por si había alguien que lo pudiera escuchar. Y siguió preguntando a Mati, con el tono más bajo de lo habitual.

—¿Sabes cuanto me ha tocado nena…? Puedes decírmelo. ¿Es muy gordo?

—Eso no lo sé. Tino. Mejor calla, y no preguntes dijo Mati.

A nadie le importa ese dato. No lo divulgues por si las moscas. Con la de cosas que están pasando, mejor contén tu alegría y ve para casa, sin mostrar este boleto a nadie.

En un par de días lo llevas a la sucursal bancaria y allí te lo facilitarán todo.

Aunque igual tan solo son dos mil euros, pero eso ya lo sabrás en su momento.

Tino enganchó el sobre, donde la señorita Matilde había introducido el resguardo de su apuesta y se fue directo para su casa, más contento que un tonto con un lápiz. 

Al día siguiente en la programación de las loterías del primer canal de la televisión estatal, la presentadora decía que había habido un solo acertante al pleno de la lotería Primitiva, en Santa Isabel de Pertrechife, con un premio que ascendía a treinta y tres millones de euros, para un único acertante. No daba más referencias.

Nadie ha vuelto a ver a Constantino Sorbellano Expósito, ni a su hija María, que es con la que vivía desde la muerte de su esposa.

Ni Matilde la empleada de la Administración de Loterías de aquella localidad, haya comentado en modo alguno la suerte que tienen algunos y la alegría que sufren cuando no la esperan.

En el puesto de loterías han colgado un cartel que dice: El premio de la lotería Primitiva de la semana pasada, fue expedido aquí. ¡Dimos 33 millones de euros!













Autor: Emilio Moreno
25 de julio de 2025

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