La
necesidad obliga. Dice el refrán.
¿Y cómo se
remedia?
—Se
preguntaba Tino, y le respondía su ilusión sin que él; pudiera percatarse. O
sea que se rebatía así mismo. Sin hacerle caso a su delirio.
Emprendió
la marcha hacia su destino inmediato. Encaminándose a validar los boletos de
aquella semana y a la vez comprobar si la deidad Fortuna, le había
acariciado por mera casualidad, en lo jugado con fecha de la semana pasada.
Bajaba la
Avenida, y seguía en su mundo, a la vez que se saludaba con los que se
tropezaba sin percatarse tan siquiera de ello. El hola y adiós que no falte.
Cumplía con la cortesía y su educación miméticamente y seguía elucubrando
refranes.
—El que juega por necesidad, pierde por obligación. Y por ser una máxima siempre se cumple. Aquí sí que no hay “tú tía”.
Sin
embargo, el propio Tino no hacía caso a las pocas posibilidades de conseguir un premio
extraordinario, y cada lunes desde hacía años, iba a cambiar aquellos boletos
con los números exactos por si sonaba la flauta.
Pretendiendo
acertar, con la misma combinación. Que jamás cambiaba, con guarismos que conocía
de memoria, y que la
suerte nunca los disponía como él los situaba en su
pronóstico de juego, ni aparecían en el mismo
orden.
Juntos y unidos
por la gracia de Dios. Hermanados como confidentes y vecinos, en buena compaña.
En el caso
que alguno de los dígitos escogidos apareciera, siempre faltaba el resto. Y
pensaba, para no desanimarse. A la próxima va la vencida.
Imaginando
en su alveolo mental. “Qué haría” … ¡Sí de verdad tuviera en
su papeleta, el pleno de aciertos!
Si por
aquellas casualidades… Algún día “Se despertaba con la tonadilla de las
Mañanitas” y pudiera disfrutar de una de las situaciones más improbables de la
existencia de los humanos.
—Se
contestaba solo y nervioso, y sin hallarse se decía repantingándose burlón.
—Para mí no
quiero nada.
¡Mentira! …lo
decía con la boca pequeña.
¡Bien lo sabe Dios!! Pero …se lamía los
labios con fruición y volvía a soñar con los ojos abiertos. Fantaseando en nada
y con todo.
Imposible
no era. Difícil sin dudarlo. Darse en el cálculo de probabilidades se
presentaba arduo. Aunque y si el milagro proveyera, sería bienvenido.
De repente
quedó inerte. Sin el alucino necesario y el encandilo que imaginaba.
Ya estaba
frente a la tiendecita de Matilde, la que regentaba aquel almacén de víveres.
El negocio
de ultramarinos heredado de sus abuelos, y ahora con la modernidad transformado.
Además del negocio de toda la vida, Matilde era la que suministraba la
felicidad en el barrio. Regentaba en el mismo local, la nueva administración de
Loterías.
En el
colmado había otros clientes antes que él, con lo que tuvo que pedir tanda y
esperar, como es natural.
<Pensaba
en la situación, en el tiempo, en el dolor de piernas y en su caminata diaria.
Para nada en temas políticos, ni en algo que tuviera que ver con ellos.
Porque de
verdad, esos personajes sí que no han de jugar en ningún tipo de tómbola, ya
que por lo que sea. Están bendecidos.
Alguno de
los denominados vulgarmente como “¡Redentores del pueblo!” No necesitan de rifa
alguna, ni de esa puñetera suerte.
Esa bicoca de vivir medrando, la encontraron en las urnas de su camino y ninguno la suelta.>
Volvió al
mundo real, para hacerse comprobar aquellos boletos pertenecientes a la semana anterior.
Esperando como siempre todo lo más, alguna terminación con una mínima devolución de lo
gastado y punto.
Tenía
asumida que con los sorteos no levantaría cabeza, ni podía afrontar la vejez,
que se le iba acercando inexorablemente y sin demoras.
Le llegó el
turno, y Matías que iba delante de él, salía jurando en hebreo.
—Ni siquiera el reintegro. ¡Mala leche! Decía el amigo, mientras desaparecía por la esquina.
Ya frente
al despacho blindado por aquellos cristales antibalas y anti todo, le saludaba
Matilde.
—Hola Tino,
que tal. Preguntó la dependienta con el agrado y simpatía acostumbrado.
—Ya ves
Mati. De nuevo por aquí. A repetir la combinación y esperar a ser tocado por la
varita de la dama de la suerte.
—Vamos a
ver que nos dice el lector de premios. Los voy pasando uno a uno y lo vemos.
Los tres primeros tickets pasaron y aquella información repetía incansable NO PREMIADO.
Siguió
leyendo los resguardos por el lector, y en la cuarta papeleta de apuestas del
señor Constantino la guapa Mati. Sonreía viéndole la cara al cliente.
Aquel señor
también leía en la pantalla, el anuncio de NO PREMIADO, y seguía siendo lo acostumbrado. De pronto de buenas a
primeras.
Aquella
pantalla comenzó a parpadear indicando la información explícita de Combinación Premiada.
Boleto agraciado de primera categoría. Sin indicar la cantidad recompensada. Que
podía estar entre los dos mil euros hasta quien sabe cuánto.
—Caramba Tino,
le dijo Matilde en voz baja. Sin que los que esperaban ser atendidos escucharan
el mensaje.
—Puede
haberte tocado un buen pellizco, Fíjate que pasa de los dos mil euros y así no
te lo puedo abonar aquí. Has de ir al banco y que ellos lo tramiten, y lo
puedas cobrar, o te lo ingresen en tu cuenta.
Acto seguido
y con disimulo le hizo a Tino un mohín gestual de silencio absoluto para que
ninguno de los que esperaban tras de él, conocieran el detalle.
—Pero que
me estás diciendo. Respondió el agraciado, completamente nervioso mirando a su
alrededor por si había alguien que lo pudiera escuchar. Y siguió preguntando a
Mati, con el tono más bajo de lo habitual.
—¿Sabes
cuanto me ha tocado nena…? Puedes decírmelo. ¿Es muy gordo?
—Eso no lo
sé. Tino. Mejor calla, y no preguntes dijo Mati.
A nadie le
importa ese dato. No lo divulgues por si las moscas. Con la de cosas que
están pasando, mejor contén tu alegría y ve para casa, sin mostrar este boleto
a nadie.
En un par
de días lo llevas a la sucursal bancaria y allí te lo facilitarán todo.
Aunque
igual tan solo son dos mil euros, pero eso ya lo sabrás en su momento.
Tino
enganchó el sobre, donde la señorita Matilde había introducido el resguardo de
su apuesta y se fue directo para su casa, más contento que un tonto con un
lápiz.
Al día siguiente
en la programación de las loterías del primer canal de la televisión estatal,
la presentadora decía que había habido un solo acertante al pleno de la lotería
Primitiva, en Santa Isabel de Pertrechife, con un premio que ascendía a treinta
y tres millones de euros, para un único acertante. No daba más referencias.
Nadie ha
vuelto a ver a Constantino Sorbellano Expósito, ni a su hija María, que es con
la que vivía desde la muerte de su esposa.
Ni Matilde
la empleada de la Administración de Loterías de aquella localidad, haya comentado
en modo alguno la suerte que tienen algunos y la alegría que sufren cuando no la
esperan.
En el puesto
de loterías han colgado un cartel que dice: El premio de la lotería Primitiva
de la semana pasada, fue expedido aquí. ¡Dimos 33 millones de euros!
25 de julio de 2025
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