—No quería ir a denunciar mi propio delito. Le comentó al comisario
de Bruselas.
—Me costaba reconocer la verdad del porqué he cometido semejante barbarie.
Jamás había actuado así, y me imagino que he ido en este
desequilibrio a buscar a la mujer que más daño me ha hecho, desde que la
conocí.
A pesar de haber pasado momentos inigualables con ella.
Era la madre de Berry La Fontaine. Mi ex pareja.
Con ellas, pasé numerosos instantes deleitables. Con las dos.
Primero al conocer a la madre por casualidad, y después en mi relación con su
hija.
Siempre fue por separado, y cada cita se dio en su momento. La
verdad es que se hubieran complementado magistralmente, lo que adolecía una, le
sobraba a la otra. Las casualidades de la vida.
La madre, era una mujer atractiva, adúltera y avispada. Bastante
indecente, por ello los descalabros que recibí de su parte, eran merecidos y
quizás hasta esperados.
Los fue acopiando por celos, hasta que encontró el momento de
airearlos, para que causaran mucho dolor.
Su hija la señorita de la Fontaine, como le gustaba que la
nombraran, era de la misma pasta que la madre, pero algo más vergonzosa, con lo
cual a momentos sentía rubor por las cosas que pretendía hacer.
Ambas eran una piña, pero jamás creí fueran familia. Llegué a
pensar que no eran madre e hija. Buscaban diferentes ansiedades. Sin embargo, pude
concretarlo de forma fehaciente. Hizo una pausa y prosiguió hablando el amigo
Guorry.
—A la primera que conocí, fue a Madeleine Steve, en la “boulangeríe”.
O sea, la panadería del barrio. Una mujer atractiva, que se dejaba mirar sin
poner cortapisas. De las que daba motivos para que babearas si persistías en su
foco.
No tardó en invitarme a tomar un refresco en la cafetería de Moulin
Rouge, que quedaba a tiro entre mi casa y la suya. Pronto noté su ambición. Acepté
la colación creyendo que sería cosa de un tropezón y punto. Mas que nada por la
edad.
Aunque las disimulaba con talento, casi no se le notaban las
arrugas, pero las tenía. Debía llevarme algo más de quince años, a pesar de la
cirugía que resistía su cuerpo.
En la cama, era una especie de gacela instruida, pausada en el
sexo, pero insaciable en su ingesta de vodka, que la mantenía a tono la primera
media hora. Después era una especie de guiñapo pellejudo.
Sin imaginarlo y al cabo de un par de semanas, por aquellas eventualidades
fui a tropezar con su hija, en una de las salas de baile del zoco. Pronto coincidimos
en muchas cosas, tanto fue así que nos fuimos de jarana y acabamos en el catre.
Me dijo que era una niña medio desahuciada, que su papá las había
abandonado a ella y a su madre y gracias al empleo en una farmacia, de su
progenitora pudieron sacar la cabeza en una ciudad como aquella.
Mi relación con Berry fue creciendo y ya convivíamos en mi
departamento hasta que un día quiso presentarme a su mamá. Aquello fue el temblor
más grande que haya parido el universo.
En cuanto me vio, le dijo a su hija, que se había acostado conmigo.
Que se buscara otro manso que yo le pertenecía. Algo inaudito.
Berry no la creyó y por ello estuvieron un tiempo enfadadas.
Nosotros seguimos con nuestra relación una temporada muy amplia.
Hasta que volvimos de Nairobi. O sea, bastante más de dos años.
Nos separamos como pareja Berry y yo. Los alegatos por parte de
ella fueron varios y ninguno aclaratorio. Sin embargo, la causa fue por
influencias maternales sin lugar a dudas. Siendo el detonante que al final
desequilibró la balanza el haber rehecho a mis espaldas su relación con Brian Swanson,
un amigo cercano con el que en su día tuvieron una historia sexual. Anterior a mí
relación con ella. Los pretextos aportados eran los que se suelen aplicar
siempre… que la comprendía y mimaba mejor que yo.
Madeleine se dedicó a provocarme siempre, esperando sacar tajada de
ello. No le importó mi relación con su Berry, y desde que su hija le dijo que no
la creía por embaucadora, y alegó muy segura que en mí; había encontrado su
media manzana. No dejaba de ofrecerse dulcemente. No podía ser de ningún modo,
la relación con las dos mujeres y me negué.
Para poner tierra por medio, nos fuimos a Nairobi, aprovechando una
oportunidad profesional que se me presentaba y debía aceptar. Berry vio una
salida y un distanciamiento con Madeleine y me acompañó. Claro estaba. A la
madre, no nos la llevábamos.
Primero porque queríamos sentirnos independientes y rescatados de
aquella especie de control absoluto, que provocaba sobre su hija. Que sin
quererlo revertía en mí.
En otro orden de cosas, para poder administrar la delegación de la
firma de corsetería que representaba desde hacía años y donde era un destacado
comercial.
Me ofrecían un contrato espectacular, vivienda, y transporte con un
solo cometido. Reactivar en aquel país, Kenia y concretamente en Nairobi su
capital. La marca “Pointreclaire” en una de sus boutiques.
En un continente donde entonces no existía la costumbre en las
mujeres de modelar sus bustos y figuras.
Con ello nos alejábamos de Madeleine. Y a mí de verdad, me causaba una alegría manifiesta.
Guorry estaba frente al comisario policial denunciando la tropelía
que había hecho en la noche del 31 de diciembre del año 1999. Fecha en la que había
perpetrado aquella tragedia.
Delito por lo visto tan bien llevado a cabo y tan exactamente
cometido sin fallos, que incluso se les pasó por alto a todas las autoridades
de Kenia. Navidades en las que habíamos invitado a Madeleine a pasar con
nosotros.
Sin encontrar cadáver, ni móviles incriminatorios, ni ausencias de
la tal Madeleine, y sin denuncias ni tan siquiera recabar posibles culpas o
venganzas que hubieran sido vertidas sobre aquella mujer. Nadie me acusó ni
detuvo por semejante homicidio.
Dado el tiempo que pasó, y el remordimiento que le causaba a Guorry
quiso dar a conocer los hechos y pagar su falta.
Una vez habían retornado a su país de origen, y ya establecidos en
la Europa central, que es la zona de donde la familia al completo procedía. Se deshizo
el compromiso entre Guorry y Berry, distanciándose para siempre.
Los motivos por los cuales aquel hombre, sereno, cabal y justo asesinó
a su suegra, jamás se esclarecieron. Como si no hubiese sucedido. Acabando con
aquella mujer madura a espaldas de la propia hija. Que actuaba como si su madre
estuviera viva, no queriendo ver la presión sexual, que su mamá le ofrecía a su
esposo, cuando ella se encontraba alejada del marido.
Decidió a denunciarse a sí mismo. Por los motivos de remordimientos y de gestión de su tranquilidad personal, aun y en contra de la pérdida de su libertad.
—Así que usted—le preguntó el comisario belga.
—Me dice y asegura que en la noche vieja del año noventa y nueve,
acabó con la vida de Madeleine Steven, y según confirma que era madre de la que
entonces era su esposa, la señora Berry. Esperando la respuesta de aquel hombre,
el policía parecía no creerse la mitad de lo que le estaba confesando el que
pretendía ser acusado. Que estaba decidido a cumplir con la pena que le
otorgara el Tribunal de Justicia del país.
—¿Asesinato dice sin más?
Presionó de nuevo el agente.
—Y que es lo que le llevó a semejante acto. Le recriminó aquel delegado
después de haber escuchado toda su declaración. Que Guorry Patsow había manifestado
con antelación en aquellas dependencias policiales.
—Después de lo averiguado una vez hecha su manifestación y tras
haber recabado en la embajada de Nairobi, la capital de Kenia. No les consta muerte
de nadie en tales fechas. Según detectan tras las averiguaciones realizadas. Nadie
conoce a Madeleine Steven. Porque jamás pisó el suelo keniata.
Sí; les aparece deceso natural, tras una noche de abusos y de copas
sin control de un agregado congoleño. Habiéndose cerrado el óbito como un fallecimiento
natural.
Es más, su propia hija no denunció la muerte de su madre. Por otra
parte, añadió el jurista presente.
—La voluntariedad de un hecho acaecido en otro país, sin que haya
pruebas de lo sucedido y habiendo pasado muchos años de aquella fecha. Queda sobreseído.
—Tranquilo Guorry, no se volvió loco. Todo sería consecuencia del
champán y perdió el mundo en una borrachera. Sin pensar en las consecuencias de
sus actos. Quedándose con esa flema. Sufrida durante los veintiséis años que
han pasado.
El comisario dudando de su relato, volvió a exigir.
—Está usted seguro que la mató, que era ella y que no fuera un
engaño entre Madelaine y Berry.
—Ya no creo nada. Sin duda estoy loco. Porque mi forma de actuar según
me contaron fue brutal. Es más, fue una elucubración paranoica de alguien que
no rige con normalidad. Y yo siempre me he tenido como una persona equilibrada
y cuerda.
—Esa historia venida de un
tipo sereno y criminal, como quiere usted aparentar, no se sostiene.
Guorry ya sereno y sosegado no sabía que alegar o añadir a lo
confesado.
Cuando el policía volvió a detener el inicio de la manifestación mostrándole
dos fotos, que Guorry reconoció al instante.
—Son Madeleine y Berry, algo retocadas por los botos, pero son
ellas.
El comisario sonrió y le dijo con serenidad.
—No son madre e hija. Ni se llaman como le dijeron. Tranquilo amigo
no se violente más con asesinato alguno cometido. Estas dos timadoras están presas
en la penitenciaría de Lausana, por el mismo engaño al que le sometieron a
usted. Con el agravante que esta vez se les fue la mano y cometieron un grave delito
contra Brian Swanson, aquel amigo cercano con el que en su día tuvieron una
historia sexual.
Se las conoce como las “Desabrigadas”. Purgan condena de
diez años.
Autor Emilio Moreno
fecha 23 julio 2025
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