El corresponsal
de la revista Solución Política. Publicación dedicada a la información de la
honradez de cuantos hombres y mujeres estaban dentro del Partido HD, siglas de su significación simplista. Honrados y
Decentes. Que se ocupaba normalmente de los acontecimientos y beneficios del
futuro del pueblo, pretendía comer aquel domingo con su prometida. Lejos de
noticias y rumores, alejado de cuantas miserias existían en el mundo.
Servando
era un descendiente de aquella localidad, y había cosechado el éxito en la
capital, a base de tesis contrastadas con amplia repercusión y sin ayudas externas.
Un joven
prometedor, que en un breve espacio de tiempo había saltado a la palestra
nacional, demostrando tener madera de líder y ser en breve un prometedor
politólogo. Por sus aportaciones analíticas en las cadenas de radio y televisión
del país.
Aquella
tarde estaba con su prometida la señorita Rosinda Riñón, sentado en la mesa número
doce del comedor de la fonda Ángel de las Tetas. Esperando le sirvieran el menú
de la jornada. Que previamente había escogido al llegar al refectorio, como
tenía por costumbre en jornadas destacadas, al visitar la población.
Aquel festivo
había escogido de entrante, una ensalada de espárragos y queso de cabra.
Seguido por un segundo plato, consistente en una ración de bacalao en su jugo
con crema de espicanardos. La novia por aquello de la línea, le bastaba con una
ensalada de verduras y un caldo de gallina caliente. Que solicitaron al amigo Serge,
que era el que servía a los huéspedes en aquel comedor.
Aquella
pareja comenzaba a disfrutar, inhibidos del ruido externo y concentrados en sus
cosas. Lejos de vivir una situación semejante que le sobrevendría en breve, sin
imaginar lo que puede llegar a dar de si el destino de cada cual.
Departía enamorado,
con Rosinda de lo que habían escogido de la carta, pudiéndole llamar como
sustento del día. Su menú de fin de semana. Tras el habitual esfuerzo
voluntario, y después de haber disfrutado recorriendo las alamedas y lugares
que para Servando eran entrañables. Mostrándole a su prometida, con orgullo el
lugar en donde había nacido y se había criado.
Ya
esperaban y en breve serían servidos, llevaban sobre diez minutos a la espera
del entremés que les pusiera manos en las cucharas para disfrutar de aquellos
manjares.
Fue de
sopetón, de forma impensable y del todo vulgar. Sin apreciar su llegada, se
sentó con ellos y sin permiso saludó. Era el emisario local. Que no era otro
que el llevador de los sucesos acaecidos en la villa.
Un tipo bastante despreciado por sus vecinos, pero que lo soportaban sin venir a cuento, como suele suceder cuando nadie quiere tomar cartas en los asuntos que no son directamente competencia personal.
Un tipo de los que se ganan solos, el cometido de protagonizar el papel
del tipo malo del pueblo.
El
paragolpes de los errores del consistorio. El que se enfrentaba siempre con los
que faltaban a las normas de la villa, defendiendo a la alcaldía. Hubiera razón
o sin ella.
El confidente
del actual corregidor y del principal funcionario de la asamblea. Un ejemplar
que desempeñaba un empleo del que se suelen beneficiar los ejecutores y
presidentes de los cabildos faltos de carácter y de mando.
Un personaje
que obtuvo el puesto, como lo consiguen aquellos que están al acecho y
aprovechan la calva oportunidad que les proporciona el destino.
Un acoplado
de la asamblea local. El hombre adecuado por carecer de escrúpulos, de valores
y nociones, que además tenía una hermana que había mediado en la aquiescencia
de su puesto. Conseguido gracias a las miserias y maniobras de la que fue
burócrata del partido y que en un momento administró en la localidad. Llegando
a ser disputada, que no diputada, en una de las listas de la candidatura del HD
de la jurisdicción de la Comarca.
Esa tarjeta
de visita le otorgó el puesto sin más. Saltándose a los que optaban al empleo,
pero que carecían de lazos fraternos en la junta. Interrumpiendo toda
conversación se dirigió al periodista.
—Servando,
perdona que te moleste, pero he de informarte de algo muy importante, que de
hecho no lo sabe ni el alcalde.
—Oye mira, le
comentó Servando. Sin ganas de escuchar lo que fuera a decir, ni tener apenas
interés por tener en cuenta sus miserias.
—Ahora no
estoy en disposición de poder atenderte, estoy con mi prometida a punto de
comer y no es el momento mas adecuado.
—Por lo
menos escucha de que se trata y después me dices, si me marcho o me quedo a
comer con vosotros. Dejó caer con suficiencia aquel chivato.
—No sé si
no me entiendes, pero no quiero mezclar mi vida privada con el periodismo, me
niego a continuar escuchándote. Has el favor de buscarme en otro momento y
hablamos.
—Es que es
un tema del que no puedo retardarlo, por su importancia. Asintió Fustero.
— Pues mira
compañero no me interesa más de lo que tengo previsto hacer ahora, con lo que
ruego te vayas y me busques esta tarde a partir de las seis y media en el
Casino.
Un tanto
molesto el comensal quiso quitárselo de encima.
—Bueno pues
me voy a los gendarmes a dar parte del asesinato.
—Bien... Me
parece justo. Has lo que tengas que hacer. Es más. Si se trata de un asesinato
como dices, lo mejor es que primero lo trates con la gendarmería. Que después
se complican las cosas y nos encontramos los periodistas metidos en fregados
difíciles de control.
Se levantó
de la mesa y se arremolinó junto a la barra de la cantina, mirando a la pareja
de tanto en cuando, creyendo que por fin el amigo Servando, llevado por la publicación
en exclusiva de la noticia le llamaría para interesarse de lo que le quería
confesar.
Rosinda,
preocupada le preguntó a su prometido, creyendo que igual debería haber hecho
una pausa o incluso invitarle a comer, y de esa forma a la vez que le escuchaba
la sobre mesa sería diferente. Dando un rumbo desigual a lo que normalmente
repetían, y según que noticias fueran, igual podía aprovecharlas para
publicarlas en el rotativo donde colaboraba.
—Servando
igual debías haber escuchado a Fustero, no viene al caso que os tengáis que
reunir después, llámale y lo dejas que coma con nosotros.
Servando,
después de pensarlo y aun sin ser de su agrado, tan solo por conceder a Rosinda
aquella determinación, llamó a Fustero con una seña. El “corre ve y dile”
se acercó, y con desdén preguntó.
—Que pasa,
no puedo quedarme en la barra, o también te molesta. El periodista, dudó en si
lo mandaba de nuevo al carajo, y por un toque sutil de Rosinda hecho bajo la
mesa, con un simple golpe en su pierna, supo reaccionar.
—Anda,
siéntate con nosotros y come algo. Y mientras lo hacemos me cuentas eso que es
tan importante que llevas discretamente.
Servando
llamó de nuevo a Serge y pidieron menú para el amigo Fustero, que ya complacido
se amoldaba a situarse en plan confesor.
—Bien,
cuenta. Le propuso Servando para que comenzara a denunciar la gravedad del
secreto que llevaba el amigo Fustero.
La comida
estaba servida y los tres comenzaron a degustar las viandas, sin prisa alguna,
y sin preámbulos el informador le dijo al cronista.
—Creo que Faustino
ha matado a su madre, la señora Garcilasa. Indicó Fustero mientras saboreaba
las migas que le habían colocado frente a su barbilla.
—Así sin
más, he de creerlo porque tú me lo digas. Le contestó Servando, mirándose a Rosinda,
que por poco se le escapa la risa. Notando aquella pareja que a Fustero le
faltaba un reajuste en su proceder. Sin alharacas le siguieron la corriente no
haciendo caso a lo que contaba sin ton ni son.
Servando le
interrumpió y quiso que se lo aclarara con detalles.
—Todo lo
que me cuentas es cierto Fustero, o te lo estás inventando. Asintió El cronista
muy serio y viendo que se había equivocado al seguir el consejo de Rosinda.
—No sé si
lo sabrás, pero Faustino es un criminal, aunque sea el jefe de la policía. Yo
le vi como mataba a su madre, y desde entonces nadie la ha visto por el pueblo.
Te lo puedo asegurar. Matizó el nervioso Fustero y reanudó su charla.
—No porque
yo te lo diga, te lo puede decir cualquiera. Hace más de dos semanas vi como
Faustino agredía a su madre desde la esquina de la calle de la Muerte. ¿Conoces
esa calle verdad? Le preguntó al desencajado Servando que estaba a punto de
reventar.
—Claro que
conozco la calle, —asentó Servando— pero no me estás descubriendo detalles
probatorios.
En
realidad, no sabes nada, creo que te lo estás imaginando. De eso que me dices
del jefe de policía seguro que fue ayer. ¿Verdad? Volvió a interrogar Servando y
ya nadie le contestó a la duda.
Faustino
frente a la mesa del Ángel de las Tetas, detenía a Fustero, para llevarlo al
psiquiátrico más cercano, por una demencia galopante que le agredió sin
miramiento en la última semana, y rondaba por el pueblo dando tumbos y acusando
de falsos crímenes inverosímiles a quien le parecía.
Veintiuno de julio del año 2025
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