lunes, 21 de julio de 2025

Lo detuvieron en la fonda.

 











El corresponsal de la revista Solución Política. Publicación dedicada a la información de la honradez de cuantos hombres y mujeres estaban dentro del Partido HD, siglas de su significación simplista. Honrados y Decentes. Que se ocupaba normalmente de los acontecimientos y beneficios del futuro del pueblo, pretendía comer aquel domingo con su prometida. Lejos de noticias y rumores, alejado de cuantas miserias existían en el mundo.

Servando era un descendiente de aquella localidad, y había cosechado el éxito en la capital, a base de tesis contrastadas con amplia repercusión y sin ayudas externas.

Un joven prometedor, que en un breve espacio de tiempo había saltado a la palestra nacional, demostrando tener madera de líder y ser en breve un prometedor politólogo. Por sus aportaciones analíticas en las cadenas de radio y televisión del país.

Aquella tarde estaba con su prometida la señorita Rosinda Riñón, sentado en la mesa número doce del comedor de la fonda Ángel de las Tetas. Esperando le sirvieran el menú de la jornada. Que previamente había escogido al llegar al refectorio, como tenía por costumbre en jornadas destacadas, al visitar la población.

Aquel festivo había escogido de entrante, una ensalada de espárragos y queso de cabra. Seguido por un segundo plato, consistente en una ración de bacalao en su jugo con crema de espicanardos. La novia por aquello de la línea, le bastaba con una ensalada de verduras y un caldo de gallina caliente. Que solicitaron al amigo Serge, que era el que servía a los huéspedes en aquel comedor.

Aquella pareja comenzaba a disfrutar, inhibidos del ruido externo y concentrados en sus cosas. Lejos de vivir una situación semejante que le sobrevendría en breve, sin imaginar lo que puede llegar a dar de si el destino de cada cual.

Departía enamorado, con Rosinda de lo que habían escogido de la carta, pudiéndole llamar como sustento del día. Su menú de fin de semana. Tras el habitual esfuerzo voluntario, y después de haber disfrutado recorriendo las alamedas y lugares que para Servando eran entrañables. Mostrándole a su prometida, con orgullo el lugar en donde había nacido y se había criado.

Ya esperaban y en breve serían servidos, llevaban sobre diez minutos a la espera del entremés que les pusiera manos en las cucharas para disfrutar de aquellos manjares.

Fue de sopetón, de forma impensable y del todo vulgar. Sin apreciar su llegada, se sentó con ellos y sin permiso saludó. Era el emisario local. Que no era otro que el llevador de los sucesos acaecidos en la villa.

Un tipo bastante despreciado por sus vecinos, pero que lo soportaban sin venir a cuento, como suele suceder cuando nadie quiere tomar cartas en los asuntos que no son directamente competencia personal.  

Un tipo de los que se ganan solos, el cometido de protagonizar el papel del tipo malo del pueblo.

El paragolpes de los errores del consistorio. El que se enfrentaba siempre con los que faltaban a las normas de la villa, defendiendo a la alcaldía. Hubiera razón o sin ella.

El confidente del actual corregidor y del principal funcionario de la asamblea. Un ejemplar que desempeñaba un empleo del que se suelen beneficiar los ejecutores y presidentes de los cabildos faltos de carácter y de mando.

Un personaje que obtuvo el puesto, como lo consiguen aquellos que están al acecho y aprovechan la calva oportunidad que les proporciona el destino.

Un acoplado de la asamblea local. El hombre adecuado por carecer de escrúpulos, de valores y nociones, que además tenía una hermana que había mediado en la aquiescencia de su puesto. Conseguido gracias a las miserias y maniobras de la que fue burócrata del partido y que en un momento administró en la localidad. Llegando a ser disputada, que no diputada, en una de las listas de la candidatura del HD de la jurisdicción de la Comarca.

Esa tarjeta de visita le otorgó el puesto sin más. Saltándose a los que optaban al empleo, pero que carecían de lazos fraternos en la junta. Interrumpiendo toda conversación se dirigió al periodista.

—Servando, perdona que te moleste, pero he de informarte de algo muy importante, que de hecho no lo sabe ni el alcalde.

—Oye mira, le comentó Servando. Sin ganas de escuchar lo que fuera a decir, ni tener apenas interés por tener en cuenta sus miserias.

—Ahora no estoy en disposición de poder atenderte, estoy con mi prometida a punto de comer y no es el momento mas adecuado.

—Por lo menos escucha de que se trata y después me dices, si me marcho o me quedo a comer con vosotros. Dejó caer con suficiencia aquel chivato.

—No sé si no me entiendes, pero no quiero mezclar mi vida privada con el periodismo, me niego a continuar escuchándote. Has el favor de buscarme en otro momento y hablamos.

—Es que es un tema del que no puedo retardarlo, por su importancia. Asintió Fustero.

— Pues mira compañero no me interesa más de lo que tengo previsto hacer ahora, con lo que ruego te vayas y me busques esta tarde a partir de las seis y media en el Casino.

Un tanto molesto el comensal quiso quitárselo de encima.

—Bueno pues me voy a los gendarmes a dar parte del asesinato.

—Bien... Me parece justo. Has lo que tengas que hacer. Es más. Si se trata de un asesinato como dices, lo mejor es que primero lo trates con la gendarmería. Que después se complican las cosas y nos encontramos los periodistas metidos en fregados difíciles de control.

 

Se levantó de la mesa y se arremolinó junto a la barra de la cantina, mirando a la pareja de tanto en cuando, creyendo que por fin el amigo Servando, llevado por la publicación en exclusiva de la noticia le llamaría para interesarse de lo que le quería confesar.

Rosinda, preocupada le preguntó a su prometido, creyendo que igual debería haber hecho una pausa o incluso invitarle a comer, y de esa forma a la vez que le escuchaba la sobre mesa sería diferente. Dando un rumbo desigual a lo que normalmente repetían, y según que noticias fueran, igual podía aprovecharlas para publicarlas en el rotativo donde colaboraba.

—Servando igual debías haber escuchado a Fustero, no viene al caso que os tengáis que reunir después, llámale y lo dejas que coma con nosotros.

Servando, después de pensarlo y aun sin ser de su agrado, tan solo por conceder a Rosinda aquella determinación, llamó a Fustero con una seña. El “corre ve y dile” se acercó, y con desdén preguntó.

—Que pasa, no puedo quedarme en la barra, o también te molesta. El periodista, dudó en si lo mandaba de nuevo al carajo, y por un toque sutil de Rosinda hecho bajo la mesa, con un simple golpe en su pierna, supo reaccionar.

—Anda, siéntate con nosotros y come algo. Y mientras lo hacemos me cuentas eso que es tan importante que llevas discretamente.

Servando llamó de nuevo a Serge y pidieron menú para el amigo Fustero, que ya complacido se amoldaba a situarse en plan confesor.

—Bien, cuenta. Le propuso Servando para que comenzara a denunciar la gravedad del secreto que llevaba el amigo Fustero.

La comida estaba servida y los tres comenzaron a degustar las viandas, sin prisa alguna, y sin preámbulos el informador le dijo al cronista.

 

—Creo que Faustino ha matado a su madre, la señora Garcilasa. Indicó Fustero mientras saboreaba las migas que le habían colocado frente a su barbilla.

—Así sin más, he de creerlo porque tú me lo digas. Le contestó Servando, mirándose a Rosinda, que por poco se le escapa la risa. Notando aquella pareja que a Fustero le faltaba un reajuste en su proceder. Sin alharacas le siguieron la corriente no haciendo caso a lo que contaba sin ton ni son.

Servando le interrumpió y quiso que se lo aclarara con detalles.

—Todo lo que me cuentas es cierto Fustero, o te lo estás inventando. Asintió El cronista muy serio y viendo que se había equivocado al seguir el consejo de Rosinda.

—No sé si lo sabrás, pero Faustino es un criminal, aunque sea el jefe de la policía. Yo le vi como mataba a su madre, y desde entonces nadie la ha visto por el pueblo. Te lo puedo asegurar. Matizó el nervioso Fustero y reanudó su charla.

—No porque yo te lo diga, te lo puede decir cualquiera. Hace más de dos semanas vi como Faustino agredía a su madre desde la esquina de la calle de la Muerte. ¿Conoces esa calle verdad? Le preguntó al desencajado Servando que estaba a punto de reventar.

—Claro que conozco la calle, —asentó Servando— pero no me estás descubriendo detalles probatorios.

En realidad, no sabes nada, creo que te lo estás imaginando. De eso que me dices del jefe de policía seguro que fue ayer. ¿Verdad? Volvió a interrogar Servando y ya nadie le contestó a la duda.

Faustino frente a la mesa del Ángel de las Tetas, detenía a Fustero, para llevarlo al psiquiátrico más cercano, por una demencia galopante que le agredió sin miramiento en la última semana, y rondaba por el pueblo dando tumbos y acusando de falsos crímenes inverosímiles a quien le parecía.






Autor: Emilio Moreno
Veintiuno de julio del año 2025


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