sábado, 26 de abril de 2025

Por si suena... la flauta.

 









Las historias se repiten con frecuencia, aunque tengan entre ellas diferencias mínimas, haciendo recordar a menudo, relatos vividos o contados que nos sobrecogen. 


Magnolia y Crisanto vivieron durante todo su matrimonio vilipendiados, con insultos, descalificaciones, ejemplos irrepetibles y mal trato entre ellos. Sufriendo por parte de ambos, adulterios sangrantes, y lo peor de todo, es que a sus hijos no les dieron suficientes alimentos cuando lo necesitaban. La educación precisa y oportuna para hacerlos gentes de provecho. Ni tan siquiera el cariño necesario para que se sintieran queridos.
Ahora, en su vejez con sus achaques se quejan que están olvidados por sus dos hembras y su varón. Exigiéndoles un imposible. Que cumplan con sus obligaciones de buenos hijos, de forma gratuita. Aquello que ellos, no hicieron jamás. Magnolia, sufre de una depresión justificada, venida por los últimos resultados médicos obtenidos. Nada tranquilizadores, ya que ella sabe, que se le acaban los días y quiere de forma tardía, pero honrosa, justificar el porqué de lo inaudito en su proceder.
De sus descendientes no sabe nada. Ni tan siquiera donde paran, y se acoge a un programa de la televisión estatal, a ver si por casualidad los encuentran, y les llevan un mensaje de lo que les quiere decir.
 
Corrían los años setenta del siglo pasado. Cuando María Magnolia, hija de una mujer desequilibrada y viciosa, caza en último extremo al que sería su descastado marido, durante lo que le quedara de vida. Lo conoció casualmente en casa de una prima de este, y sus conductas sexuales compulsivas, mezcladas con el vodka barato y un fermentar agitado por tocamientos los llevó aquella misma noche al despelote. Siendo el comienzo de sus desquiciadas decisiones y de los futuros infortunios persistentes. Sufridos por los dos, y que sus consecuencias las traspasaron a sus sucesores.
Sin apenas quererlo, y sin estar enamorada del ebanista Crisanto, aquella mujer grotesca sin atractivos femeninos actuó para taponar el retroceso a un hombre que hubiera huido, de no poner remedio.  Sabiendo que para ella, dada la edad, y su escasa belleza se le escapaba el tren de su oportunidad. Su mocedad se finiquitaba y no contaba con atractivos para seducir a nadie. Ató en corto al que creía era un memo pueblerino. El recién conocido. No renunciando a que siguiera babeando con sus artimañas eróticas, tras los caldeos afectivos a los que le sometía.
Crisanto era un tipo suspicaz y neurasténico. Apenas un émulo de los descritos como hipocondríacos. Un falso y flojo gandul, enemistado con los esfuerzos de cualquiera de las ocupaciones laborales.
Retornado de Alemania, al notar que allí, para comer había que trabajar, y ese detalle le proveía de picazones en su gruesa epidermis. Provocándole a su holgazanería, molestias enfermizas.
Había nacido en Alhaurín. Donde aprendió el oficio llegando a ser un destacado artesano de la madera, que por su indolencia no atesoró. En su pueblo natal, tan solo vivió en su infancia y juventud, acudiendo a la escuela y aprendiendo el oficio que el destino le puso por delante. Artesanía no aprovechada por su condición de flojo e indolente. Desdeñando todo lo que se movía y repudiado por todos los que le conocieron.
Hijo de unos padres semejantes al susodicho, los que se habían ganado la vida, mal, tarde y poco. Por ese ácido nucleico, que es la molécula que contiene la información genética dentro de las células del adn. Laxo en toda la descendencia de la familia.
El joven carpintero, siguiendo los pasos de su antecesor, y creyendo que él, tendría más suerte al expatriarse, se equivocó. Al repetir la misma hazaña en buscarse la vida fuera de sus fronteras. Aquella que inició su padre sin éxito. Que se embarcó a principios de siglo, con destino a la nación más popular de la tierra. Llegando a la Florida. Uno de los cincuenta estados del país. Con su porte de señoritingo fanfarrón y engreído guaperas, con la intención de vivir de las señoritas de buen apellido, tan solo por su hermosura y arrogancia.
En Punta Gorda, cerca del golfo de México, se empleó como dependiente y vendedor, de telas y tejidos. Fracasando por su haraganería y absentismos al trabajo. Al no practicar las normas de los que pretendían sobrevivir, y sin aplicar los muchos esfuerzos, que requiere defender un trabajo siendo un emigrante. Desconocer el idioma y carecer de la actitud necesaria.  Por lo que tuvo que regresar a su tierra, sin un dólar y desencantado, para medrar toda la vida dentro de la zona de su comunidad. Mal viviendo de la caridad y de los bonos que la Junta Política, donaba a los vagabundos.
De igual forma Crisanto queriendo mejorar el milagro de su papá, un buen día agarró su hatillo y cambiando de fronteras repitió historia. Yendo donde en aquel tiempo era moda, para poder comer y hacerse de un futuro. La Alemania Federal.
Recalando, como destino inicial en la tierra que le da fama a las Hamburguesas. En busca de fortuna. Enfrentándose a un idioma crudo y lleno de declinaciones agrias, a unas comidas muy diferentes a las acostumbradas y a unas mujeres que no estaban por las mierdas de los fantasiosos señoritos seductores, que tan solo demostraban fuerza, desnudos en la cama, para después vivir del cuento sin trabajar.
Aguantó tres años y medio mal contados, ocupando una plaza en una industria maderera cerca del Elba. Río emblemático que atraviesa la ciudad y desemboca en el Mar del Norte. Lugar donde jamás se habituó con sus costumbres y en cuanto pudo, hizo el camino de vuelta. Con su lacia cola entre los muslos. Tan solo un mérito se trajo consigo que jamás supo aprovechar. La lengua germánica, que casi conjugaba a placer y que a posteriori la usaría para poder defenderse en una ocupación.
Así pudo casi subyugar el difícil idioma teutón, porque lo que se dice fortuna, debió perderla al arribar en la Hamburg Deutsche.  La estación Central de Ferrocarril de la ciudad. Desde donde harto de engañar a cuantas mujeres conoció, y sin cumplir con el empleo que obtuvo, huyó tras un periodo más o menos dilatado.


Un día, de buenas a primeras dejando trabajo, futuro y amantes desapareció. Buscando de sopetón aquel sol que anhelaba, y poder reanudar sus precarios desatinos. Ocupándose en una mueblería del cinturón de la gran ciudad. Pernoctando de momento hasta que resolviera su acomodo definitivo, en casa de su primo. Que fue el lugar donde conoció a María Magnolia.
Cuando regresó de Alemania, Crisanto traía unos cientos de marcos en efectivo. Aquel dinero que ahorró, y que no quiso gastar de momento. Economizado por haber estado acomodado por Frau Mildred. Una divorciada, algo mayor que él, que a cambio de sus caricias y meneos nocturnos, le alimentaba y le daba cobijo. El capital que tenía ahorrado, pretendía usarlo en la reactivación de unas tierras estériles que poseía su padre con olivos y viñedos y con ello vivir con poco esfuerzo. Reservando aquella posibilidad por si no cuajaba, su pretensión.
Recién llegado a tierras castellanas estuvo viviendo con sus primos mientras laboraba en la casa de muebles. Sin poder soportar la presión que le ofrecía María Magnolia, que estaba muy mucho por engancharlo.
Crisanto queriendo liberarse de ella, tras haberla medido suficientemente, volvió a su tierra. Donde pretendía retomar las relaciones que había tenido con una muchacha bien dotada y con bienes suficientes como para vivir del cuento.
 
Antonia no lo había esperado. Aquella joven había tenido en su juventud, una relación más o menos cercana, hasta que detectó que Crisanto no era un tipo legal. Olvidándolo en cuanto desapareció del pueblo, al que no esperó y en cuanto pudo se casó con un legionario malagueño.
En una de las poblaciones colindantes a las playas gaditanas, encontró gracias al idioma importado, un generoso empleo, en un complejo veraniego. Conquistando la plaza de delegado de las salas nocturnas de juego y de recreo. Era lo que le hacía feliz, y le venía al dedillo. Cada noche una mujer diferente sin menoscabo y sin obligaciones. Apartamento incluido en el sueldo y dietas en comidas y demás.
Comenzaba a gozar de la buena nueva, cuando una tarde le llamaron de la conserjería de la discoteca Alkaufawen. Empresa donde laboraba, y se encontró con María Magnolia, anunciándole que estaba preñada de cinco meses, y esperaba descendencia. Que era suyo el bebé y que venía a cobrarse la factura.
Nadie iba a indultar a Crisanto, de la misma forma como lo habían condonado en las tierras arias. Aquella mujer tenía los planes bien preparados y no cejó hasta que lo tuvo en el altar, con padrinos, testigos y velas. Además de restaurante discreto reservado.
Contrajeron matrimonio, y sufrieron mucho. La arpía de Magnolia pasados los meses no tenía síntomas maternos, pero Crisanto ya estaba cazado. Los problemas no tardaron en llegar. Ninguno de los dos preparó documentos para el divorcio, y con el devenir de la vida, parieron a tres hijos. A los que le dieron una vida de perros. Los que en cuanto cumplieron su mayoría de edad, dejaron de tratar a los que supuestamente eran padres. Desterrándolos de sus vidas.

 
Un martes de febrero, el cartero de un programa de televisión, que busca a seres cercanos eclipsados, y reencontrarlos en feliz unión. Visitó a la pequeña de las hijas. Invitándola a protagonizar en el plató de la cadena un encuentro vital con sus padres y hermanos.
María Magnolia y Crisanto, se quedaron esperando sin entender, que ninguno de sus hijos, quisiera abrazarlos.
No se presentaron y no pusieron excusa alguna.
El presentador del espacio ofreció a la pareja, una opción por si querían enviar un mensaje a los que habían rechazado la invitación.
Crisanto, se dirigió a la cámara y plañidero quiso anotar, diciéndoles.
 
Hola soy papá, que sepáis que estamos pagando con creces lo que os hicimos sufrir. Entiendo que no queráis saber nada de nosotros. Recurrimos en última instancia a vosotros, mostrando nuestra pena, por si suena la flauta.  



autor: Emilio Moreno
26 de abril de 2025.

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