Alma Lucía,
más conocida por Alucine, es una mujer moderna que
no tiene problemas con nada ni miedo por nadie. La vergüenza es la gran
desconocida en su día a día, y jamás se ha encontrado ruborizada por algo que
haya tenido que dar un paso atrás. Alucine es una mujer desprendida, hermosa y
elegante. Además cuenta con algo que no todo el mundo puede presumir de ello.
Es muy culta, y desinteresada. Moderna y elocuente y del todo divertida. Es una
dama flamante con detalles inimaginables, que pueden dejar sin aliento a la
mayoría de los que la conocen. Lo disfruta, porque además lo presume con
elegancia y donaire. Ha podido
comprobarlo a lo largo de su juventud por los gestos envidiosos de sus
compañeras de oficio, amigas del instituto y universidad, y de las que son o
dicen ser muy allegadas.
Todas las
situaciones vanas y supercherías a Alucine, la llevan al pairo, y como
inteligente mujer, hace dentro de sus posibilidades las cosas que le apetecen,
cuando ella quiere y sin dar ningún tipo de explicaciones. Es una persona
allegada a lo que cree, y siempre se decanta por lo que vale la pena. Como norma
en sus costumbres, pasea por el barrio con esa sonrisa amplia, que tanto gusta
a los que la aprecian. Y tanto disgusta a los muchos celosos, que rabian por su
felicidad natural. Entre sus costumbres y desde hace bastante tiempo le atrae
muy mucho un tal Liang, y espera que de un momento a otro le declare su amor,
ya que ella nota que se la mira con pasión.
Desde que
inauguraron el bazar, compra sus artículos de escritorio en la botica Nocky,
que es un comercio de todo a euro. Sita en la Avenida de la noche.
Su
propietario precisamente es el protagonista principal. Con el que sueña.
Un pequinés
nacido en los suburbios de la capital China, venido con sus padres a comienzos
de los noventa, y que está completamente adaptado a las costumbres europeas.
El joven
oriental, se ha enamorado de la mestiza Alucine. Sin embargo, no tiene
suficiente valor para exponérselo y sufre por ello.
Alucine, es
hija de una española de Cuenca y de un esquimal de Groenlandia, de los
indígenas “Kalaallit Nunaat” que se conocieron en Dinamarca a finales de mil
novecientos noventa. Ambos eran olímpicos y estaban a punto de viajar con la
delegación Danesa de patinaje artístico, para celebrar las Olimpiadas.
Matilde, la
madre de Alma Lucia. Desesperada por no ver el sol y estar lejos de su terruño,
arrastró en cuanto pudo al amor de su vida a una tierra más cálida, donde
disfrutar de sus caricias.
El bueno de
Amaqjuaq, nombre que significa en su lengua, “el macho fuerte”. Fue imbuido por
el amor de Matilde, a la tierra de los zarajos, donde poder mutar sus caricias
heladas en arrumacos tórridos.
Tras las
Olimpiadas, ya no regresaron a Dinamarca, se quedaron a vivir juntos en la
península ibérica.
Asentándose
en la tierra del buen vino, el mejor aceite y el sol penetrante.
De ahí. De
esa conjunción nació un buen día esa belleza. La guapa Alucine, tan enigmática
y singular, que manifiesta su beldad innata, y que no pasa desapercibida a
nadie.
Al que no
le pasa imprevista es a Liang, y cuando va de compras al bazar, la guapa
Alucine, vestida con sus ropas más veraniegas, el chinito mandarín se pone a
temblar.
Como muelle
destensado al pretendiente se le aflojan los tornillos y pierde el sentido
comercial que posee.
Ella, la
astuta Alucine. La artista principal de la trama. Se muestra descarada, entre
los focos cenitales, y presenta su casi desnudez primorosamente. Aún y siendo los
meses del puro invierno, se pasea en pelotas por el escenario, siendo el tiempo
riguroso del frío.
Destemplanza
que ella no puede demostrar ni percibir, por su procedencia resistente al hielo
y a los registros rasos. Por haber heredado el aguante a los termómetros muy
por debajo del cero. Espíritu del bueno de Amaqjuaq, su padre. Criado como
ella, en las extensiones heladas entre el Atlántico y el glaciar Ártico.
Alucine no
siente el frío europeo y tiene capacidad para soportar bajas temperaturas
estoicamente, por ello le regala zalamerías y le ofrece garbo al amigo de los
ojos rasgados, aquel joven oriental, por el que bebe los vientos.
Deseos y
monerías le brinda directamente, esperando se decida el joven. Cacareando con
su carne fresca y atrayente, vivencias de ensueño. Que le muestra a Liang y concede,
para despertar su persuasión. Su piel blanca como el manto de una alborada,
está moteada de algunos tatuajes, bien pertrechados en su cuerpo, para el
disfrute del enamorado que encandilado, rezuma pasión.
Tatuajes
que le adornan su cuerpo, pecho y espalda sin contar sus ingles, y bajo de su abdomen.
Grabados en tonos anaranjados por la tinta roja de los salmones del mar del
Norte. Prohibiendo ver aquellos dibujos eróticos, de modo abierto y descarado. Haciendo
aquellas tomas frenéticas para el espectador.
Evitando a
su enamorado que aún no ha descubierto ni se imagina, aquellas zonas que son
imposibles de exponer. Si no se baja la ropa interior, o se sube los ropajes
que cubren su cuerpo. Mostrando toda su enjundia corporal al quedarse
completamente despojada de cubrimientos de ropa, y pasar a dar paso a su
desnudez inmaculada.
Aquella tarde
Alucine, visitó el Bazar Nocky, con una excusa, que disfrazó con una posible
compra. Buscaba una prenda de vestir intima, en un color tan especial, que no
encontraba en las boutiques de lencería fina del barrio. Sabiendo que la
encontraría en los reservados del comercio. No siendo a primera vista, debería
buscarla primero en la botiga y tras esperar el momento, apretar a Liang, para
que el mismo le ofreciera su apoyo.
En realidad
Alma Lucía, estaba decidida a tener un rato placentero con el primer actor.
De hecho lo
tenía resuelto. No era más que llevarlo a su terreno y dejar de visitarse en
los pasillos del cuchitril. Así que la primera vedette, pasó al ataque. Se
enrolló hipotéticamente la manta a su cabeza y atacó descaradamente al ciudadano
chino que pretendía fuera su pareja de hecho. Volvió al guión del film.
Al entrar
le saludó muy despejada y fue en su busca directa. Anduvo por entre las espesas
rinconeras de la lonja, queriendo hallar el sujetador color cian, que no
encontraba, hasta que harta de recorrer aquel tenderete le aseguró al amable dependiente
protagonista.
—Liang, de
hoy no te libras. Tu no eres capaz de hablar con tu media lengua, dejas que tus
ojos y tus gestos me provoquen y ahí lo dejas esperando sea yo la que dé un
paso al frente. Liang Chipien, encantado por la decisión de Alma Lucía se dejó
llevar por los sucesos, y escuchó toda la retahíla que aún no había comentado. Entrando
en los primeros diálogos del desarrollo.
—¡Oye guapo!
Busco unos sostenes para mi pecho, de la talla media pero los quiero en color azul
pestaña. ¡Ya sabes.! En el mundo de la fotografía le llaman color Cian. Eso sí;
asintió.
—Los quiero
con la copa mullida, para que me recoja la teta y marque suficientemente el
pezón. Que haga lucir mis senos. Sabes dónde están. Preguntó sin la más mínima
cortedad.
—Igual
estoy pidiéndote un imposible, y no los vendéis aquí, o los tienes protegidos
en lugar privado.
—Pues si
los tengo—dijo Liang. —¡Ah… el color cian. Te harán aún más preciosa!
—Exclamó el
oriental y profirió unos suspiros profundos que evitaron pudiera aquella mujer
pronunciar una palabra, y sin pausa continuó.
—Eres más
presumida de lo que imaginé. Ese color energiza a las mujeres guapas. No los
tengo a la vista de cualquiera. Los almaceno, y reservo apartados del surtido
para clientes selectas. Alucine lo interrumpió y preguntó descarada.
—Tú me
imaginabas menos presumida de lo que soy. Me lo estás diciendo de verdad, o es
un agasajo gratuito que le das a todas tus clientes femeninas. Sin freno
lingüístico siguió interrogando la decidida enamorada.
—Me
consideras a mí una mujer selecta. —volvió a interpelar Alma Lucía—, mirándole
a los ojos. Liang sonrió y no respondió con el verbo, dejó que lo afirmado,
volara hacia su imaginación. Planteándole una duda entre el deseo y la lujuria.
Añadiendo un mensaje muy preciso para Alucine.
—Te
encuentro preciosa. Iba a proponerte te quedaras conmigo desde hoy mismo. Creo que
eres mi musa europea. En cuanto a los sujetadores, creo que son una excusa.
Quizás quieres ponerme a caldo. Y mi flema oriental se dispare más deprisa. Sin
embargo tendrás que probártelos. Los estrenarás tú. Hizo un stop lingüístico y ya
sin mirarla añadió.
—Vienen
desde Ámsterdam, aunque no sé yo, si son de tu talla. Arrugó el ceño con mucha
broma y siguió.
—Veo que
tienes unos pechos recios y muy bien construidos. Ella los mostró de forma
evidente para que se notasen entre lo difuminado de aquellos decorados—y siguió
el chino declamando.
—Pero el aro
de los sostenes, desconozco si encajarán en tu talle, por medida. Sin dejar de
mirarla continuó hablando prohibiéndole rompiera con palabras otras cuestiones,
dejándola boquiabierta de gusto al acariciarla muy sensual y apasionado.
—La
cazoleta de sujeción no sé qué dimensiones tiene. Tendrás que probártelos y
decides. Te los llevas a casa y con tranquilidad lo verificas. Yo tendré tiempo
en otra ocasión para disfrutarlos y ver como los luces.
—Eso para mí
no es problema—dijo Alucine—Además tendrás que ayudarme para abotonarlos en la
espalda, ya que no tengo medios para ajustarlos sola. No quiero decidir sin que
nadie opine. Con lo que me agradaría pudieras ayudarme en semejante acto.
—Ya te he
comentado, que puedes llevártelos a tu casa y te los pruebas con tranquilidad.
Creo será más cómodo para ti. Así evitas sonrojos y prisas.
—Nada de eso Liang. Has de verlo, me refiero a mi entorno. Me gustas y quiero saber si me deseas. Ya que creo es un deseo recíproco. Mi cuerpo de mujer, no es de ficción. Es auténtico.
De pronto y
con malos modos. A lo lejos se escuchó una voz gruesa y ronca. Despectiva.
¡Corten!
¡Corten!
Paren el
rodaje.
¡Corten! ¡Corten!
Mal muy mal. Rematadamente mal. ¡Hay que ponerle más dureza y pasión.
¡Esto ha de
ser una película de amor y seducción!
No me gusta
nada. ¡Parece que sea una memez, entre dos falsos amantes, con cuerpos
descafeinados.
¡Vamos a
repetir las tres últimas tomas!
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