Filiberto es una persona muy dedicada a la gente de fuera de su familia. Es una especie de ilusorio encantador invariable, con pretensiones de nobleza falsa, desagradable y servil. Lo que se conoce como un “sinvergüenza”.
Si estas
condiciones se refieren a sus allegados, es otro cantar. Con ellos se comporta
como si fuera una simple comedia obligada. Mero compromiso de atención
pasajera. Como si su gente, la que lo trata y lo conoce, les importase menos
que aquellos que considera sus amigos. Y todo obedece a que el cariño que por
ellos siente, no es de la fortaleza que invierte para quedar bien con el
prójimo cercano, en el intento de su presunción.
A sus
allegados los acepta de una forma rara, siempre que no les comporte
obligaciones ni esfuerzos. Es tan egoísta, que se cree, que el único que existe
es él. Viviendo para representar un papel que no le corresponde.
Este dilema
se suscitó en uno de los pasajes de su vivencia que acabó de forma
intempestiva, pero que Filiberto pretende disimular como suele hacer las cosas.
Siempre quedando o tratando de quedar como <Salvador del Mundo>.
Llevando
muy en secreto su doble subsistencia. Aquella que compartía con la mujer que
nadie hubiese imaginado, a escondidas de Gertrudis su esposa.
La verdad
es que después de la boda de su sobrina Virtudes, quedó a la vista de todos que
no era tan profundo y encantador como pretendía.
Consiguió
entablar una relación fortísima con los padres de Ildefonso, novio de la
sobrina, que en breve iba a contraer matrimonio. Erigiéndose como embajador
familiar, y dejando a la altura del ribete a Madrona y Segismundo su cuñada y
su hermano, padres de la novia.
Conformando
una relación casi umbilical, y anti natura con Torcuata y Donato, que rayaba lo
sublime por lo elevado de su confianza y trato cercano, con un beneplácito
extraordinario. Tan solo para medrar de vez en cuando con los padres de los
consuegros de su hermano y tener acceso a visitarlos cuando le apeteciera.
Cubriendo aquellos momentos donde no sabía dónde colocarse. Aun y cuando los
espacios de tiempo fueran extemporáneos
Virtudes
hija primogénita de su hermano, estaba para casarse con un mozalbete muy
apocado y servicial. Un chaval que parece ser del todo corriente. Atento y
educado y sobre todo enamorado de la promiscua doncella. Con unos padres que lo
querían, y atendían todas sus necesidades, al ser hijo único. Estando
dispuestos a ayudar en todo lo que surgiera siempre, y ahora más por la
proximidad de la celebración de su matrimonio. Actividad que jamás la dejaron
de lado, tratándose de Ildefonso.
Los futuros
suegros de Virtudes, Donato y Torcuata, adoraban a su niño, y procuraban
complacerle siempre. Por estar profundamente abocados a sus gustos, caprichos y
necesidades. Aquellos padres estaban encantados con la novia que había escogido
su angelito. A la que desde un principio respetaban y querían, con un afecto
insoslayable. Estando dispuestos a hacer lo que se pusiera por delante con tal
de complacerla.
Aquella
joven, prometida de su Ildefonso, les caía tan bien que para ellos no era una
nuera. Era una hija más. Para Donato era algo extraordinario y sublime, tener
en la familia a la guapa que encandiló a su chiquillo. La culpable que le
mejoraba como persona, como suegro y como hombre.
Por lo que
llegado el momento de casarse, Donato no repararía en gastos, por lo que ayudó
a preparar un bodorrio extraordinario.
Buscando un
lugar impar y celeste que fuera un paraíso asombroso. No demasiado alejado, que
a la vez, no representara locura alguna, y que pudieran acomodarse los amigos y
conocidos. Haciéndose cargo de las costas, y como no, que ofreciera garantías,
para el disfrute de semejante celebración. Dentro de lo que se podían permitir
por su economía.
Contrajeron
matrimonio, con aquella alegría impostada de pretensión esperada, con algunas
dudas razonables en ambos desposados.
El ambiente
enrarecido, y las típicas reacciones de envidia entre alguno de los asistentes
pululaban cortantes, mezclando el aura climática. Protagonizando la credencial
de amenizador de la fiesta, el inefable Filiberto. Como no podía ser de otra
forma. Dejando en un segundo plano a los padres de sendos protagonistas, que no
movieron un dedo para evitar aquella pantomima.
El tiempo
pasó y la relación carnal, se presentía floja. No existía pasión en aquella
pareja. Parecían estar hechos de hiedras secas y sedimento enlodado. Ocupaban
un apartamento conveniente a ellos, sin lujos. En una zona de la ciudad, que a
los padres de la esposa no les gustaba. Por el vicio de no poder presumir de
cierta opulencia, que a la postre era inexistente.
La pareja
intentaba hacer su vida, siempre con las molestias provocadas por su tío
Filiberto, que de tanto en cuando, se presentaba sin previo aviso, en casa de
los sobrinos para perturbar su bienestar, con sus métodos de incauto indecente.
Aquel matrimonio trabajaba como es natural en las mismas ocupaciones, que
defendían cuando eran solteros. Por lo que cada uno de ellos, acudía a sus
respectivos puestos laborales. En turnos que no se complementaban, cosa que no
les permitía relacionarse demasiado en la cama. Existiendo detalles en el
entorno que no acababa de funcionar.
Quizás
faltaba la suficiente atracción varonil, o el necesario deseo para compartir
por parte de la joven esposa. No dejando que el deseo, el sexo y la lujuria
llegasen al complemento y a la consumación ideal.
Ildefonso
trabajaba en una empresa de componentes de equipos electrónicos, defendiendo su
oficio, desde una de las cadenas de montaje de piezas para la inteligencia
artificial. Donde se encontraba lo suficientemente bien, como para seguir
cumpliendo y subsistiendo. Su esposa abrigaba su ocupación profesional desde
las instalaciones de un gran supermercado. Donde ocupaba la plaza de reponedora
y cajera del establecimiento.
Aunque a
vista de los demás, y con la pretensión de seguir falseando y presumiendo.
Decía ser la delegada del negocio, estando al cargo de un equipo de señoras y
señoritas bajo su tutela. Imaginación preñada desde las hendeduras de sus
fantasías. Pretendiendo demostrar, que ellos eran los escogidos de entre la
gente más superlativa. Sin precisar que sus conocidos sabían desde donde
procedía toda aquella estirpe fantasiosa de embusteros.
Como quiera
que sea que aquella relación de pareja no cuajaba, no llegaban hijos al
matrimonio. Virtudes, no estaba por la labor de ser madre, ni tan siquiera por
la dignidad de dar placer a su Ildefonso, que pasaba días y noches sin el roce
ni el pálpito de su compañera. Encontrándola a faltar en casa, en la cama, y en
su devenir próximo. Con y por motivos infundados e irreales, que comenzaban a
ser inauditos, y del todo sospechosos.
Excusas que
no se podían achacar a la negación, y con ello quedarse en cinta. Detalles y
relaciones sensuales evitadas con su propio marido, provocadas por la joven
esposa, sin motivo declarado. Y que afectaba mucho a sus suegros, al ver que no
les llegaba el ansiado nieto.
Cosa que
les hubiera encantado, según decía con presunción la buena de Torcuata, madre
del joven esposo, que esperaba esa buena nueva con agrado infinito.
Ofreciéndose
a la crianza, caso de llegar, y dejarles tiempo a ellos, a los jóvenes, para
defender sus ocupaciones y disfrutar de su diversión. Cuidándoles a sus
descendientes, al no poder atenderlos ellos, por los motivos que fueran.
Sin embargo
todo esto era pura ficción y engaño. Ella aprovechaba los festivos para dormir,
medrar y fingir que hacía la faena de la casa. Teniéndolos a todos engañados.
No quería
salir a ningún sitio con su marido. Lo evitaba descaradamente, y sin
miramientos ni vergüenzas lo repudiaba. Apenas visitaban a Madrona y Segismundo, padres de la desenfrenada
Virtudes.
Sin embargo
Donato cada vez se acercaba más a la alcoba de su nuera. A la que sin
demasiadas locuras sedujo hasta meterla en la cama. En secreto, sin alharacas y
con frecuencia.
Llevando sumo cuidado en no dar escándalos. Sobre todo no fuera a llegar al conocimiento del tío Filiberto, al que no se le escapaba detalle. Demostrando a todas luces que Ildefonso, y sin saberlo llevaba una cornamenta taurina de campeonato.
Sin percatarse el tiempo se esfumó, pasando más de lo imaginado. Hasta que un buen día la noticia cae en principio en la familia, como una bomba de gas pimienta tan destructora como real.
Virtudes e
Ildefonso, se han separado.
Todos lo
sabían, sin embargo con falsedad, se preguntaban qué había pasado.
Su entorno
lo imaginaba, pero creían que no sería capaz la “Virtuditas”, la buena esposa,
de romper con su marido, esperando que el timorato dada su timidez tomara la
decisión de callar y seguir fingiendo. Quedando ella libre de todos sus excesos
y evitar las explicaciones que tendría que dar al mundo, sobre el atropello
cometido con el esposo. De momento no se había descubierto el que la arrimaba
con pasión. No se sabía con quién.
La relación
se había hecho insoportable, por tantas y tantas faltas graves dentro de la
normalidad. Sin contar con aquella relación que Virtudes contrajo en secreto y
que de momento llevaba sin dar a conocer.
Algunos
creían que se entendía con uno de los jefes del almacén donde trabajaba. Cosa
que estaba muy lejos de la realidad, ya que el desempeño de la empleada, no
llegaba a tanto. En su dedicación a reponer estanterías y ser cajera suplente
de la cadena de nutrición.
Siendo el
esposo el que puso punto y final a aquella relación tan sumamente engañosa. El
primer afectado por la tragedia fue el tío Filiberto, que le sobrecogió la
noticia y no le dio tiempo material para poder frenar aquella decisión tan
imprevista para él.
Preguntándose
el propio Filiberto, como actuaría, con la buena relación que mantenía con los
padres de Ildefonso. La de visitas que les llegaba a hacer al cabo del mes y
las tantas noches que se quedaba a cenar con Donato y Torcuata. La compañía que
hacía a la esposa de Donato, mientras el marido iba a jugar su partida al
billar al local del centro.
Se le
desmontaba el chiringuito al bueno del tío, que trató de mediar primero con su
hermano y cuñada Segismundo y Madrona.
Hablar de
Virtudes y de la ruptura con Ildefonso es una cosa que todos en realidad la
podían imaginar. El joven es un tío tranquilo, un chaval ordenado que le
gustaba el pop y salir de vez en cuando con su mujer. Tal y como hacían cuando
eran solteros. Les gustaba ir a ver algún partido de fútbol. Un joven muy bueno
dentro de lo que se conoce como normal, porque sus padres lo habían criado de
una forma honrada. Sin embargo todo fue distinto al mes de aparear a su esposa.
Cambió como de la noche al día, dejando a parte al tonto de marras.
Los
parientes de Virtudes venían de una familia obrera. Una gente sin genio, y muy
servidores por la costumbre que tenían al haber servido a señoritos y gente de
posición desalmada, que les había robado su personalidad.
Una estirpe
sumisa a niveles de enfermedad.
De las que
no gusta, pero sabe tratar las consecuencias como se debe. Venían del oriente
agreste y seco de la nación. Precarios todos ellos por la poca preparación
académica y la escasez vivida en su infancia y juventud. Por aquella
insolvencia en el modo de ganarse la vida y llevar el pan a su mesa. Todos
ellos campesinos, y pastores del monte profundo, con ganas de crearse un futuro
resistente y dejar de ser el denostado y clásico sirviente. El esclavo del
señorito de la hacienda y el “siete pelos” de las señoras caprichosas de la
heredad. Aquel mezquino y servil empleado al servicio de los caprichos de sus
amos.
Patrones y
dueños de las vivencias de sus criados. Siempre con la palabra en la boca para
rebajarse a los señoritingos de entonces
— “< lo
que usted diga señorito Don Patricio...> y de las declamaciones hacia la
marquesa del bohío,
—“<lo
que usted mande buena y dulce señora de las Mercedes.>
Frases
declamadas y conocidas en los esclavos de finales del siglo XVII y principios
del XVIII, en las serranías de los latifundios.
Gentes que
se bajaban los pantalones, y eran exigidos por el principio de pernada hacia
los pudientes. Tan solo por agradecer a sus bienhechores que les dejaran vivir
en la casa de los peones camineros.
Campesinos
que habían pasado miles de necesidades hasta que migraron a otra comunidad más
alejada, donde nadie los conocía y podían evitar el relato de todo lo que
habían soportado.
La ruptura
definitiva de Virtudes y de Ildefonso fue un buen día laborable, en el que la
esposa hacía fiesta del super, y medraba por su casa con su amante.
Por motivos
de salud, tuvo que salir de la empresa Ildefonso, buscando reposo en su
domicilio, sin que la esposa lo imaginara.
Al llegar
el enfermo confiado a su residencia, carente de fuerzas, la sorpresa fue
monumental. Llevándose el disgusto y el escándalo de su suerte. Hallando su
cama ocupada con Virtudes y Donato. Disfrutando del sexo que ella le privaba.
La gripe y
la fiebre se caducó de inmediato, y sin saber donde ir se acercó desesperado en
busca de su madre para informarla del penoso asunto.
Su
decepción fue inaudita, al encontrar a Filiberto desnudo, en la suite de
matrimonio de Madrona, desabrigada, descalza y sin vergüenza, encima del cuerpo
del amante en relaciones íntimas con el tío carnal de su esposa.
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