Benedict hacía años que
pertenecía a la firma inglesa de modas Short Camufles y tenía una relación
estupenda con Bendy Smith, la diseñadora especial y reconocida en medio mundo.
La que por confianza solía, explicarle a Benedict, todas las alegrías, penas y
efemérides de su existencia.
En aquel taller se
confeccionaban vestidos y trajes para celebridades, con lo cual, aquello de la
apertura siempre fue un estandarte para los propietarios de la sastrería.
La magnífica firma,
regentada por el insigne creador de tendencias, Cecilio Delgatto, dejaba
agradecido a sus clientes por la calidad y diseño de los modelos que
fabricaban, que agradaban a modelos de pasarela y como no, a todos los que allí
colaboraban y cumplían, obteniendo un éxito sensacional.
El nombre de Benedict,
era un apodo artístico del buen costurero Benito Cayuela, un tipo sencillo de
moral innata y de principios serenos. Algo egoísta y poco hablador, rendido por
las mujeres sin excepción. Todas, todas. A las que callado, con su mirada baja,
y tantos suspiros disimulados, consumía con la vista. Por ser decenas de
bellezas, las que con gusto les probaba la ropa y a menudo solía verlas sin
ella.
Aquellas mujeres
preciosas, lo veían y lo determinaban como un profesional de los mejores y más
destacados de la tijera europea. Al artista de la aguja y el hilo, se le iban
siempre las miradas, tras los escotes y las faldas cortas. Damas, señoras, y señoritas
que pasaban por aquellos obradores de confección, unas a probar modelos, otras
a adquirir nuevos vestidos y todas por la presunción y la buena presencia.
Atraído por las curvas,
perfumes y poses de tanta belleza femenina, vivía en el mundo de la pasión no ensayada.
Deseos impíos y aspiraciones vorágines sombrías, lo desquiciaban a menudo.
Tratándolas con la resignación de su dulzura, y con una atrevimiento y gozo,
cada vez más inconfesable.
En ciertas ocasiones se
le iban las manos más de la cuenta a lugares corporales, que quizás eran
prohibidos, pero que aquellas damas, lo admitían de buen grado, sin
exaltaciones ni brusquedades.
Permanecía soltero y ya
contaba con más de cuarenta años. De los cuales según decía el silencioso
modisto, a su amiga Bendy Smith, en una de las confidencias que solían tener a
menudo.
—No he podido disfrutar con mujer alguna. No sé lo que es tener tacto sincero con mozas ajenas. A parte de algún que otro escarceo que como norma aparecen sin más y a espaldas de mamá. Le comentaba con muy poca pena a su colega y guapa compañera.
Como suele suceder, es
mejor proyectar los yerros a terceros, para evitar el enfrentarse con la propia
responsabilidad. Así que Benedict, le echaba las culpas de su miedo a mamá, que
lo tuvo siempre marcado, y no le permitía ni mínimos gozos, ni excesos máximos
con amigas. Mucho menos con cualquiera de los disfrutes con chicas de su
tiempo.
A no ser que aquellos deleites
los compartiera con ella misma. Con su propia madre. De ahí su falta de rigor
con las señoritas por su inacción. Acostumbrado a compartir el sexo de forma
incestuosa.
Había sido un hijo
excesivamente timorato y corto. Falto de carácter para enfrentarse libremente al
sexo, padecía sus ridículas aspiraciones.
En la actualidad al
quedarse huérfano, comenzaba a querer abrirse y vivir con retraso todo aquello
que se había quedado en su nexo.
Ocupaba el pisito de sus
papás y pretendía llenarlo con alguna mujer que lo entendiera y no le
complicara mucho la vida.
Bendy sabiendo del percal, lo atosigó preguntando a ver que respondía, y en una de las charlas amistosas, le exigió que le confesara sus inclinaciones y respondiera con certidumbre a su pregunta directa.
— Entonces Benito, cuando me miras el escote de forma furtiva, o te inclinas bajo la mesa para verme el final de mis muslos, disfrutas o padeces. Ya que no son vistas cómodas, ni son carnes de tu madre.
— Gozo de tu talle. Te has dado cuenta que te miro cuando estás despistada. Me encantas. Eres casi una obsesión, pero se que eres una mujer comprometida y no hay más que hablar. Te debo respeto, aunque miro siempre lo que enseñas. Que además sé que lo disfrutas, porque te encanta mostrar tu cuerpo. Bendy sin cortarse le respondió cual amante sumiso, queriendo satisfacerlo.
— Lo hago para ponerte a tono. Cuando lo consigo lo disfruto como no puedes imaginar. Te transformas, y eres más recíproco. Y sé que tú, te has dado cuenta. A menudo, lo forjo para disfrutar de ti. Viendo cómo te gusto y te humedeces. Lo preparo descaradamente para advertir, y deleitarte por lo ciego que te pones conmigo. Confesó la descarada Bendy, con una sonrisa picante.
—Has de perdonarme. —Le solicitó Benedict. —Procuraré evitar ese contratiempo. Sin embargo quiero que sepas que tienes un talle precioso. Dejó que respondiera su colega.
—Fíjate que bien sabes ponerme fogosa. Todas las clientas lo han notado. Y algunas me preguntan si estamos liados. No saben que esas acciones quedan reservadas para cuando se dan los instantes pertinentes. Que yo tramito y reservo para ocasiones originales. Si se dan fuera de mi matrimonio. Comentó con descaro aquella mujer, y siguió confesando a su colega Benedict, con aquella impronta de la que solía presumir.
—Lo sé, amigo Benito. ¡Que te gusto! Aunque jamás has tenido valor para decírmelo. Me hubiera emocionado saberlo de tu boca. ¡No solo te gusto yo, como sabemos y se nota! Sin embargo, has de ir con talento, y procurar llevar cuidado, con tus reacciones. Siguió argumentando la señorita Smith.
—Cuando le pruebas los vestidos a según que clientas, pon mucha atención. Hizo un preámbulo y le advirtió amigable.
—Esos tipazos que se creen son lo mejor de la huerta. Tienen peligro y saben montar escándalos para sacar partido y salir en las revistas. Siguió aconsejando.
—Se muy talentoso, y no te pases ni abuses en los roces ni caricias. Alguna puede acarrearte dolores de cabeza, por abusos. ¿Me entiendes? Acabó su locución la compañera y no tardó Benito en responder con agrado.
—Procuro, ser profesional, y no dejarme llevar por mis reacciones mundanas. —ilustró aclarando la respuesta.
—De todas maneras quiero darte
las gracias por ser tan cordial y comprensiva conmigo. Me sirves de mucha
ayuda, y lo sabes. Le conminó Benedict, dejando que siguiera confesando sus
secretos.
Bendy en un alarde de revelación le adelantó una noticia que el modisto, desconocía y con seguridad en el momento de conocerla, le iba a hacer temblar las piernas.
—Sabes, que las mujeres todo lo hablamos. Y ayer sin ir más lejos en el vestuario, probándole el corsé a Palmira Ronces, me dijo. Hizo una pausa comedida y sustentó.
—¡Sabes de quien te
hablo! La conoces verdad.
Lo miró con sorpresa, pensando que se hacía el tonto. Esperó tras la interrogación la respuesta en forma de gesto y siguió.
—Es la dama que lleva tatuado un plátano en la teta izquierda. ¡Sabes de quien te hablo. El amigo respondió con un gesto de cabeza y succionándose los labios, dejó que finalizara.
—Imagino que has disfrutado mirando aquella teta de Palmira. Y por supuesto, plácido si te hubiese permitido comerte su fruta, que en su punto debe estar. Siguió riendo y señalando.
—Quien sabe lo que llevará doña Palmira, dibujado en partes invisibles al público. Hizo un mínimo mohín y siguió.
—¡Es una tigresa. Una tía que está muy buena, aunque ya es madura! Y bebe los vientos por ti. Se frenó para proseguir y adujo jocosa.
—No te hagas el estrecho. Que las mujeres tenemos ansias. —dejó que se impresionara y vaciló.
—Como te iba diciendo. Palmira
con descaro me preguntó por tu situación. Si eras potente, ardiente y sensual porque
servicial si te ve. Quiso saber si estás en pareja o casado. En fin ya sabes.
Por lo visto le gustas más como tío que como sastre.
Me hizo jurar que jamás te lo diría. Se lo prometí con la boca medio vana. Ya me conoces. Si puedes acercarte a ella, y le sacas algo, eso es lo que te llevas. Añadiendo una sonrisa continuó.
—Cartera tiene, y de lo demás le sobra, aunque ya está en una edad como la tuya.
Quizás sea algo mayor, pero las carnes las tiene bastante duras. Imagino quiere conseguir alguien que la caliente en las noches de frío y la engrase en las madrugadas de verano. De pronto se frenó y aclaró.
—Fuera bromas. Te digo y
pude ver que le vas y la desquicias. Casi la vuelves loca con tus caricias.
Sabiendo ponerla a caldo. —añadió. —Me confesó que cuando tú la desnudas para
probarle la ropa, se excita. Entra en un gozo sensual y queda más tibia de lo
normal. Cuando la palpas con esa maestría seductora, se deshace a chorros de
gusto, y a veces con descaro y gestos se te ha insinuado para que la acaricies.
Incluso se ha brindado a que
siguieras con los arrumacos y tú no le has hecho caso. Detuvo la conferencia de
pronto y muy seria le manifestó.
Un consejo que te doy. Puso énfasis en el final de su perorata y anunció.
—Creo que si te lo
propones, y le entras, te la llevas al catre y posiblemente algo más.
No te haría ascos, si tú le
ofrecieras unas relaciones serias. ¡Lo está deseando! Está por la labor, para
que la seduzcas, la enamores y por supuesto la fecundes.
¡Claro!, como es natural me
lo dijo en una charla privada. A modo de aviso.
Ya sabes, siempre es así.
Aunque lo anunció, para que me quedara con el cuento.
Tuve que jurarle que no
te lo diría. ¡Creo que mentía! Lo hizo con la boca pequeña, a ver si se me
escapaba y te llegaba el mensaje.
Autor: Emilio Moreno
Marzo de 2025, día 22.
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