domingo, 9 de marzo de 2025

Imaginación dañina.

 








 

— Ya ni te acordabas de mí—le dijo Doña Defunción. — Es posible que jamás pensaras en que en algún momento vendría a buscarte. Lo he retrasado tanto que no mereces seguir desdibujando la realidad de tus semejantes. ¡Ya está bien! …Siguió argumentando y tomando otra postura más incómoda, pero más visible para Boris. Dando explicaciones inmediatas.

— Entonces no fui a buscarte a la plaza, porque te validaron la vida. Algo ocurrió que trastocó los planes y se te dio más tiempo para, no lo sé. En definitiva; hacerte sufrir. Volverte loco, desquiciarte sin que apreciaras la pérdida de conciencia. Usarte como lo hacías tú, con tus semejantes. Continuó acechando y sin perder tiempo adujo.

— La peor parte la llevó ella, Casidy, que me la llevé por delante. Era una chica guapa, pero de seguir con vida hubiera sido muy desgraciada por disgustos que ahora no vienen al caso, pero que a poco te apriete, recordarías.

La transporté a una época remota, junto a los Toltecas, o quizás los Mayas. No me apetece darte más detalles. Ahora ya es tarde, para que uses esta información.

El plan era que los dos debíais morir en aquel bancal. Para ser más exacto, y mejor expresado, debíais partir para el jardín de los callados. Más conocido por cementerio.

Era una de esas situaciones delicadas, y no reales que solía adentrarse a menudo el neurótico Boris, con más frecuencia de lo que deseaba. — Decía aquel enajenado pensando en voz alta.

Se desdecía de todo lo que se le ocurría, tras haber leído, uno de los capítulos del libro que tenía en sus manos, y de lo disconforme que estaba con su autor. Que por cierto era la misma persona.

Lo poco de acuerdo que quedaba con esa insigne pluma, que presentaba su tesis definitiva en aquellos días. Estaba loco de atar, y aunque la gente que le rodeaba lo intuía. Nadie se veía capaz de enviarlo a curarse.

Igual aquel ensayista, se creía por encima de su propia conciencia y pensaba en su fuero interno, ser el “Regente de una de las ciencias Olmecas”, del linaje de aquellas culturas mexicanas, que después de haber denostado la conducta de aquella raza, quería enmendar todas las discordancias que había escrito y que no se correspondían con lo conocido. Al tratar de eximir a tanto desinformado bárbaro y exculparlos por mantener sus tradiciones ancestrales.

 

La crítica viendo que no le podían hacer cambiar de opinión, dejó de defender sus argumentos y demostrar sin conseguirlo, que esa tendencia era por motivos políticos y por efectos de propaganda, para generar nuevas y grandes ventas. Desconociendo su demencia creciente y fatal.

Aunque la opinión lectora de la nación, y en referencia al sacrificio de tantos inocentes inmolados no se aclaraba.

Aquellos nativos que les sacaban el corazón de cuajo y lo ofrendaban aún caliente a su tótem. Desgajándolo de sus pechos. Quedaba sin respuesta clara. 

Pretendía hacer que creyéramos fueron actos irreales, que distribuían por aquella vasta España, tan rancia y tan poco educada del tiempo. Para desprestigiar a los llamados “Descubridores”, y fomentar entre el vulgo, que los llegados al nuevo continente, aun eran más brutales que los aborígenes del lugar.

Que llevaron maldad y crueldad al llegar a las américas, y en lugar de expandir la fe en el nombre de Dios, tan solo trasladaron abusos y desmanes.

Arguyendo sin apenas certidumbre ni convicción y a tenor de ese relato, que no podía explicarlo y demostrar la realidad de sus acotaciones.

Sin embargo a momentos, quedaba imbuido como si él mismo estuviera protagonizando las acciones ocurridas, junto a los Toltecas, Aztecas y Mayas.

Viviendo en si los diversos episodios y desventuras que navegaban por su cabeza, ya muy debilitada y un tanto enferma.

Derivaciones en su salud mental, que lo llevaron a la enésima visita de la consulta del Psiquiatra. El que le estaba atendiendo psíquicamente de sus esquizofrenias, hacía más de un año.

 

Aquella mañana se sentó en el diván del neurólogo, su doctor analista y una vez calmado y en su tono, con las pulsaciones recuperadas comenzó a entrar en el éxtasis provocado y arrancó de forma natural a declamar, parte de lo que contenía su cabeza.

 

— Me llevaron de malas maneras a una de las celdas para que en el momento que ellos dispusieran, fuera sacrificado. Como sacrílego y detestado. Creyendo que era algo parecido a un demonio. En aquella especie de celdas, hechas de caña y cordajes, hacinados y hambrientos como seres inmundos estábamos un grupo de apestados. Los siguientes en pasar por el matadero. Entre ellos una muchacha lozana, que no parecía ser de la misma raza. Era bastante más alta que ellos, con sus ojos desorbitados y desencajados de las cuencas por tanto lloro.

El mero hecho de haber sido elegida como mujer prominente y bella, la hacía merecedora del castigo y debía morir en el cadalso, cara arriba. Destripada de pecho para extraer su corazón en ofrenda. Siguiendo la praxis que tenían aquellos oriundos para brindar el fruto y la sangre al dueño de sus vidas y de la tierra idolatrada. 

El lugar apestaba de forma inmunda, cuasi como el desatendido matadero de cualquiera de las ciudades atrasadas de países ignotos. El suelo húmedo y empapado de casta humana, de sufrimiento, de gérmenes corporales concretos y asesinos. Olía a muerte inminente.

La muchacha intentaba zafar su falta de ropajes, ya que al esperar su fin inmediato, la habían despojado de su ropa y yacía desnuda.

Su cabellera sucia y desmelenada le caía por los hombros, disimulando sus pechos que pendían sin alma y sin deseo. Hombros estrechos, cintura frágil y redonda. Daban paso al desvelo por dos extremidades inferiores y curtidas muy largas. Que hacían de esos muslos en cualquier mercado, un producto valiosísimo. Por lo blanco de su piel y por el erotismo encarcelado en las medidas que poseía aquella mujer. En sus manos extendidas se veían las callosidades en los dedos por haber intentado zafarse de todos aquellos grilletes que le habían provocado aquellas heridas.

Al Principio trató de tapar sin conseguirlo, sus vergüenzas que torpemente y sin control derramaban detritos propios de su cuerpo. Sobresaliendo sus heces del borde de su esfínter. Por el gran temblor que tenía en todo su organismo. Producido por el martirio y el terror de lo que se avecinaba. 

Dejó la narrativa general, para evidenciar una conversación irreal, que creía mantenía con su interlocutora. 

— Cuando me arrojaron desde la puerta de la celda, quedé a sus pies, boca abajo, y fue ella la que me reconoció. Permanecí de una pieza sin sentido por varios minutos. Al verme en aquel lugar infecto, y con la última persona imaginable. Quedé perplejo. La miré y nos reconocimos. ¡Claro que nos reconocimos!

No tuvo más remedio que preguntarme. No sin rabia. 

— ¡Qué haces aquí! — inquirió mirándome sin dar crédito a lo que veía. 

— ¿¡Cómo has llegado hasta mí!? 

— No lo sé. ¡jamás lo pretendí! No es por mi gusto. Y ¿tú cómo estás desnuda y tan afligida en esta caverna infecta? Contestó el espíritu de Boris 

—Voy a morir. Me van a ejecutar. — Sollozó la mujer. — Me ofrecen como sacrificio, al dios de esta plebe de irracionales. La joven intentó comprender, como aquel tipo estaba allí y continuó interrogando.

— De algún modo habrás llegado a esta situación, tan poco normal. A pesar de que normalidad en ti, no suele encontrarse. Miró desencantada alrededor por si alguien los escuchaba y volvió a replicar.

— Como has llegado hasta aquí. — Increpó despreciativa Casidy la mujer descalza y quiso finalizar con otro desagravio.

— No entiendo como hemos coincidido. Ni como ha sido que el destino brutal nos volviera a mezclar en la hora de mi muerte. Es una desdicha, que seas tú, el último mal nacido que vea antes de partir. 

— No lo sé. Creo que yo no estoy aquí presente contigo, en este lugar para ver cómo te asesinan. Es una presencia de muy mal gusto. He llegado por mi tendencia. Y eso es mucho decir. Sin embargo no tengo explicación que darte. Hago esfuerzos para salir de este mal sueño. Es energía que intento, quitarte de mí pensar, de mi existencia y de mi sueño. Sin querer inmortalizar nada de tu persona.

Hacía años que no te recordaba ni me interesabas para nada. Dejaste de estar presente en los episodios de mi vida. Ya no pienso jamás en aquellos tiempos, ni me mortificaba con tus promesas incumplidas. Tampoco me apetecía por otra parte. —recalcó. — Ni siquiera en los excesos que cometiste, y según parece, en ocasiones todo se paga en quebranto. El destino a veces lo decide así. 

— Yo estaba en la plaza del centro. La Universal, y te esperaba aquella tarde. Así quedamos en vernos un día como aquel, de hace… tanto que lo olvidé. Ni sé los años que han pasado. La hora era la habitual; las cinco, y el deseo grande en verte. Hacía que la espera se dilatara. Aquel remoto y fatídico día, que esperaba a que llegaras. Dejó la charla y esperó respuesta, sin saber si la obtendría. 

— Hace tanto como treinta años. — dijo ella. — que no aparecí por el banco de la plaza, donde esperabas dispuesto con aquel traje azul que tan bien te quedaba. —Acabó la frase y añadió.

— Aquella tarde que debíamos escapar con destino desconocido. Sin dar aviso a nadie. ¡Escapar para vivir! — reanudó su elocución la mujer descalza. — No hubiésemos sido felices. Dejó la palabra y se refugió entre sus desgracias. 

— Me cansé de esperar. — dijo Boris, el inventor de cuentos. — Jamás apareciste, y no llegaste tampoco. En ningún tiempo supe una palabra sobre tus pasos, donde estabas, donde fuiste, con quien te marchaste. En tu casa poco a poco fueron muriendo por un padecimiento raro, que la medicina no sabía a qué se debía y el médico no supo pronosticar ni detener aquella enfermedad, y acabó con la salud de la familia en pocos años. Todos cayeron. 

— ¿Qué has hecho. Que te veo tan desmejorada?, jamás te había visto desnuda. No estás mal. Si estuvieras más adecentada. Aunque me dices que estás al borde de perder la vida, que cosa escondes. Que no explicas. A que se debe tanto secretismo. ¿Eres una bruja que aparece en mis sueños?


— No escondo nada. — Soy la misma de siempre, más vieja y caduca, pero sigo siendo la misma. Comprenderás que yo no puedo perder algo que jamás he tenido. Deja de jugar con las palabras y por una vez en tus días, sé un caballero y si no estás en tu plena salud, mira de solucionarlo. 

 La muerte no tiene vida. Y yo soy la enviada. La que porta la guadaña, aquella que elegante viste y calza en ocasiones. Con firmas famosas de tanto modisto servil. Sin ruidos, sin llamar la atención a nadie. Vestida de negro parduzco, o de rojo esmeralda. Deseando triunfar, desde siempre, aunque ni yo misma lo pretendo de hecho. Nunca soy bienvenida en ningún sitio. Sin embargo, tu Boris, morirás antes que yo, lo sé de buena tinta. 

—Eres muerte que viene a llevarme, sin más. Adujo aquel que dormía en el salón del psicoanalista.

No tengo fuerza para seguir. Me dejaré llevar por ti, siempre que sea dulce mi partida. Acabó refiriendo aquel demente. 

— ¿Fuiste el escritor falso de la última obra dramática en el Chaplin Arena, ¡Triunfaste como un canalla! Sin merecerlo, inquietando a tus camaradas, presentando una obra sin pies ni cabeza, que pretendías fuera el colmo del placer. 

La hora y media de su relato había llegado al cabo de lo que tenía previsto el doctor y lo despertó de su revelación. No le comunicó ningún pronóstico, pero si, le cambió la medicación y lo citó en el Hospital de curas a severos mentales.









Autor: Emilio Moreno
Marzo, 9 del año 2025

 


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