Aquel
taxista recogió a dos mujeres muy tapadas. Excesiva y exageradamente cubiertas
con el velo musulmán, debidamente ajustado. Donde tan solo se les advertía
parte de la frente, y los dos ojos. Por lo que bien podían ser musulmanas, o
disimularlo.
El auto se
detuvo en la puerta del Liceo y ascendieron al precioso Mercedes negro de
inmediato. El reloj de la Rambla de las Flores marcaba las tres y dieciocho minutos
de la madrugada. De un viernes santo, reincidido en aquel 7 de abril, del año
2023. Cuando accedieron al vehículo y se acomodaron, con cierto escándalo.
Una de las dos
sarracenas. Muy asustada, indicó muy seria y con un acento desconocido, dónde pretendía
dirigirse llevadas por aquel transporte público.
—Vamos a la
calle Montaner número 9012. —Con voz lejana, se dejó oír.
El taxista
a la vez que proveía con un gesto, haber escuchado donde las llevaría, las saludó
tocándose la frente en señal de cortesía.
—Buenos
días. Ante todo saludarlas con pretensión de servirlas. Tienen preferencia por
alguna ruta hacia Muntaner, o prefieren que el “GPS” automático del vehículo
haga su oficio. Ustedes dirán. —esperó respuesta el chófer, sin resultado.
Aquellas señoras
vestidas con aquella prenda tradicional, que la denominan Burka, y les cubre
todo el cuerpo y la cabeza, no contestaron. Con mucha parsimonia, ajustaron el
volumen de su atuendo dentro de la parte trasera del vehículo y cerraron la
puerta de acceso. Creyendo el taxista, al no recibir respuesta, que ni tan
siquiera entendieron por dónde preferían ir a la dirección de destino. Sin más arrancó
y se puso en marcha de inmediato sin dar explicaciones.
Las dos
pasajeras no hablaban en un idioma conocido, y sabiendo que el cochero no las
entendía, comenzaron su diálogo. En tono alterado y pesaroso. El conductor, quiso
aminorar un poco aquel nivel de agresividad, interviniendo. Les dirigió la
palabra, con la presunción de entablar conversación y aflojar aquel arrebato.
Preguntando con mucha gracia y eufemismo.
—De dónde
sois, porque en esta ciudad, no habéis nacido. Apostilló mirándolas por el
retrovisor. Aprovechando el semáforo rojo de la confluencia y continuó hablándoles.
—¡Eso, no
lo podría jurar, pero es casi seguro.! ¡Estoy en lo cierto.! ¿Verdad, o me
engaño sólo? —aclaró con glamour y sin dejar la palabra les dijo.
—Porque el
idioma que utilizáis. Si es que no es un galimatías, y no sea una graciosa
forma que tengáis de contender entre las dos. No es ni inglés, ni francés. Ni tan
siquiera árabe. ¡Es más! Yo diría que ni es idioma. Soy nacido en Ceuta, hijo
de musulmanes y como imagináis he tenido mucho trato con diversas formas de
hablar, y lo que vosotras utilizáis es tan raro como increíble. Acabó la interpelación
y sorprendidas, contestaron con poca gana y menos garbo.
—Somos de
muy lejos. —Por qué lo pregunta. Indicó la “Nahif”, de la túnica clara y siguió
con su jerigonza.
—No es
normal que suban a su taxi personas de otras latitudes?... interrogó la mujer
ofendida.
—Nada de
eso. Respondió el chófer y matizó. —¡Para nada.! Entiéndanme. Se me hace
extraño. A estas horas en el día de dolor de la Semana Santa, atender a
personas que parecen extranjeras, que no extrañas. A deshoras, tomando un taxi
a la puerta de un teatro, cuando la religión que practican les prohíbe semejantes
hechos. Aclaró el guía.
—Venimos de muy lejos como le decía. Nuestro
país queda muy lejano. Entre el sur de China y el norte de Rusia. —Volvió a
decir, aclarando, aquella “Shabun”. La misma que había entablado conversación
anteriormente y siguió argumentando, mientras el pillo del taxista oía.
—Pertenecemos
al país de Gengis Kan. Aunque parezca que venimos de la rusia fría, no es de
ahí donde procedemos. Se detuvo para escuchar la respuesta del incrédulo
conductor.
—¡Uy qué lejos!
— dijo el chófer y siguió exprimiéndoles para que hablaran.
—No os da
reparo—preguntó— Salir tan de madrugada con la cantidad de chorizos que
recorren la ciudad. No lo veo muy normal.
La muchacha
que aún no había pronunciado vocablo, respondió acompañando la palabra con una
sonrisa invisible, queriendo reflejar el blanco de sus dientes entre el
entramado del tocado que llevaba y el espejo retrovisor, expresando en tono
coloquial.
—A veces no
queda más remedio que exponerse. Aunque habiendo delincuencia como imagino que hay
en esta ciudad. No llega ni por asomo, a los niveles de infracción, que se
consiguen donde nosotras hemos nacido. Sin dejar pasar dos segundos el conductor
les preguntó.
—¡Pero de dónde
venís muchachas! Por cierto me llamo Ayeiron, para serviros. Que sepáis que si debéis
hacer cualquier otro trayecto, llamadme, mis servicios son pulcros, secretos, medidos
y baratos. Os recojo frente donde estéis, y sin cargo excesivo os facilito el
viaje donde sea. A la hora que sea. Os dejo mi tarjeta.
Les acercó
el cartoncillo y la que viajaba tras de él, la recogió y sin aclarar nada más,
la guardó. Volviendo a reprochar Ayeiron el no haber escuchado su país de
procedencia.
—Perdonad,
pero no recuerdo el país donde dijisteis venís.
—No puedes
haber escuchado ese dato porque no lo hemos dicho. Sin embargo no creo que
tenga demasiada trascendencia en este instante. Hizo un inciso y sin pensarlo
demasiado le aclaró pronto la misma “sayida”, la que poco antes había recogido
la tarjeta de visita.
—Somos de
Mongolia. Yo soy Mirna y mi hermana se llama Narnia. Se miraron las dos y
siguieron discutiendo disimuladas, en lo que decían ellas. Era su idioma
original. La jerga de origen de su país. Mezclando palabras gallegas, con las
valencianas y las procedentes de Baracaldo. Un disloque vergonzante. Una chapuza
de timo el que preparaban. Notando Ayeiron, que estaban fingiendo, que ni eran
mongoles ni mucho menos. Eran dos entretenidas que salían de un cabaret dispuestas
a quedarse con lo que no era suyo. El chófer viendo la hora que era, se dejó
llevar por ellas, a ver hasta donde llegaba la broma. Conectando la conversación
del taxi con la Central y la Dirección Comarcal de la Policía, para que
estuvieran al tanto, de aquellas hembras peligrosas.
De pronto y sin más, queriendo sorprender, recriminó Narnia a Mirna, que hubiera dado una información privada a un desconocido. Replicando ésta en el idioma en el que Ayeiron, pudiera entender que es lo que les estaba ocurriendo.
—Estamos en peligro. Alguien tendrá que
ayudarnos, o es que nosotras podemos o sabemos. Debería ser alguien que
conociera la ciudad, para poder encontrar a Moxa
Ayeiron, que
no perdía puntada escuchó el mensaje de espanto que daba Narnia y pronto les
preguntó.
—No es que
deba meterme donde no me llaman pero veo y observo que estáis en una situación
algo rara. He notado a Narnia que te decía con mucha pena que tu hermana ha
desaparecido y estáis muy preocupadas. Ya que hace algo más de un mes y medio
que falta de vuestra casa.
Interrumpió
de malos modos y de golpe Narnia, a Ayeiron exigiéndole aclaración inmediata.
—Oye amigo, y tú cómo sabes que mi hermana me ha dicho semejante recado. Si en todo momento ha hablado en dialecto Jalja, idioma oficial Mongol. Quien eres tú. Que buscas. No lo entiendo. Respondió con temor Mirna.
Ayeiron ya hacía
muchos minutos, que estaba dando una vuelta soberbia para llegar al punto donde
aquellas mujeres le habían contratado. Sin que ellas hubiesen apreciado la de
vueltas y retrasos que el taxista le estaba propinando al servicio, para llegar
al número doce de la calle Montaner.
El fino Ayeiron
en un acto de ayuda, y por llegar al fondo de la tomadura de cabello que intentaban
montarle a su propia persona fingió. Sabiendo además, que desde la prefectura
de policía ya los estaban escuchando. Les propuso una solución, para ver hasta qué
punto tenían urdido el teatro y embrollo. Planteando su ayuda, con la condición
que llegara a saber y percibir la tortura de las que decían eran hermanas.
Hallar a
Moxa, que aseguraban, faltaba de su casa desde hacía una cuarentena de
jornadas.
Narnia que era más atrevida fue la que comenzó con el relato de la desaparición de Moxa.
—Somos una familia procedente de Zaporiyia en
Ucrania, que nos afincamos en Ulán Batór, capital de Mongolia. Evitando los
rigores de la guerra, y además y sobre todo. Intentar desaparecer para siempre de
las vejaciones, violaciones y desmanes, de nuestros esposos. Subrayó suficiente
su alevosía y prosiguió.
—Nuestra
hermana Moxa fue la primera que huyó de Ulán Batór, hacia España, sin papeles,
sin dinero. Sin nada. Tras asesinar a su esposo en defensa propia.
Después de
una agresión criminal, que por poco no la deja sorda y parapléjica.
Otgonbayar, sin
saberlo nosotras, pertenecía a una entidad de delincuentes y embaucadores. Ese tipejo
Otgonbayar, era el marido de Moxa. Sus compinches, al descubrir que lo habían
dejado seco y faltarle la vida sin haber podido liquidar todas las cuentas
pendientes. Lo buscan para recuperar lo que es suyo. —suspiró mirando por la
ventana del Mercedes y exclamó.
—Según hemos podido llegar a averiguar, le debe mucho a esa panda de sinvergüenzas, que por lo visto les hacía la pirula. Dejó de hablar para respirar y fue cuando Mirna, reanudó con la charla, matizando muy mucho.
—Nos buscan
a todos creyendo que nos hemos apoderado del dinero, de las drogas y de las
comisiones habidas. Por lo que creemos que vinieron tras de ella, a buscarla.
Se la han
llevado y no sabemos su paradero, faltando ya de su casa desde hace casi dos
meses.
El taxista
se hizo cruces y les preguntó a las “(mughataaa)”, mujeres tapadas.
—Entonces
vosotras dos, como os pudisteis liberar de vuestros esposos.
—Del mismo
modo que lo hizo Moxa, —adujo Mirna—pero nosotras los acuchillamos, antes de
que nos mataran ellos a palos, golpes y vejaciones. Los enterramos en dos
sarcófagos de piedra antiguos que es difícil encuentren si no los buscan con
esmero.
El taxi llegó a Muntaner, y frente al numero nueve mil doce, se detuvo el Mercedes. Donde les esperaba una vieja muy acicalada con la piel acartonada, que les hacía desde lejos señales, que llegaba en nada. Ya a la altura del taxi, aquella mujer le preguntó al taxista.
—Que te han
contado estas dos nietas mías, que son más embusteras que Maleni Medrano, la
bruja de Cáceres. ¡Que esa soy yo! Presumió la mujer sin menoscabo.
Ayeiron el
conductor, sonrió y no hizo más que conectar la emisora con su auricular, indicando
el fin de carrera. Caso de alguna acción oportuna y por si tuviera que tomar
medidas. Atendiendo desde su radio frecuencia que llevaba minutos conectada directamente
con las urgencias de la Asociación de Taxistas. Acciones que se usan para
evitar robos, atracos y demás fechorías a los conductores y en casos extremos conectan
directamente con la policía.
Lo dispuso
todo con mucho disimulo, dejando abierta la sesión mientras aquellas listillas presumían.
—Verá usted
chófer, —dijo la yaya— la vida está muy cara y el coche que conduces, no está
nada mal, para venderlo por piezas en el mercado africano. Además la caja que
has hecho esta noche nos la quedaremos. Siempre que no te sepa mal, y no quieras
salir herido. No pienses en acciones salvadoras. Estás pringado y te estoy
apuntando con un revólver. Lo teníamos atado y todo pensado y diseñado por mi
que he sido la que les enseñé el oficio. Miró a sus nietas disfrazadas, que se
iban despojando de las telas que cubrían sus cuerpos, esperando mínimamente
Ayeiron, tranquilo ni se inmutó, y dejó que aquellas trotaconventos hablaran, desfogaran y escupieran todas las bravatas que habían imaginado mientras él, les seguía la corriente.
—¿Ha salido
bien el plan de engaño? —les dijo la abuela a las nietas.
—No me vais
a decir que este pavo no se ha tragado la trola. Miranda, la que se hacía pasar
por Mirna, le dijo a su abuela.
—Pues mira,
que no es tan memo como creíamos. Ha dudado de nosotras, pero ha sido incapaz
de llevarnos a la comisaría y denunciarnos. Igual no se lo imaginaba. Siguió
apostillando
—Lo más
gracioso que he estado a punto de mandar el plan al garete por la risa.
Ha sido cuando hemos imitado el lenguaje que nos dijiste. No se lo ha tragado para nada. El tuno, entendía la mezcla del valenciano, del vasco, el Chapurriàu y del gallego. Tiene muchos tiros pegados este tipillo. Absolutamente todo lo ha entendido. Por lo que no creo que sea tan pavo. ¡Verdad!
—Me vais a
decir, que no me he dado cuenta del peine que llevabais. Nada de lo que habéis
contado es cierto—dijo Ayeiron.
—Sin embargo, tanto la compañía de taxis, como la guardia civil, os ha estado escuchando todo el relato, mientras me iban dando indicaciones por el pinganillo que llevo puesto en el oído izquierdo.
—Creíamos
que no eras tan listo. Le dijo Mirna al chófer, que en realidad se llama
Miranda y es una ladrona infeliz.
Junto a
ella poco antes del susto, Narcisa, la que hizo las veces de Narnia su hermana.
Se le cortó la sonrisa de los labios. Al ver tras del Mercedes, dos furgonetas
de la policía que les rodeaba y ya no se atrevió a soltarse el moño.
Por la
espalda detuvieron a la abuela, y la desarmaron. De la pistola de plástico que
portaba. Las dos gacelas mongolas bajaron del auto, invitadas por los agentes.
Autor; Emilio Moreno
26 de marzo de 2026
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