lunes, 10 de junio de 2024

El deseo y el sexo de la señora Kinterbwole - entrega seis.

 





 

 

Fue mínima la estancia al aterrizar en Bogotá. Pronto los traficantes ilegales recogieron a la comitiva procedente de los Estados Unidos y los metieron en otro vuelo privado con destino a la Guajira, buscando el norte del país, que era dónde aquel Cártel, tenía además de sus plantaciones de cultivo las ingenierías para la transformación de aquella materia prima de la sutil carcoma blanca.

Nadia, no intentó si quiera, recabar ni visitar a sus parientes consanguíneos. Franqueando de puntillas por la urbe de su recordada Riohacha.

Resonando en su memoria aquella preciosa y alegre juventud, cuando se sentaba en los bancos de la iglesia, en aquella coqueta plaza del Almirante Padilla, dónde ella misma había contraído matrimonio con Pier Paolo. Ni quiso encontrar a su familia para abrazarla, como la reina pródiga que era para todos ellos.

Una vez cerrados los acuerdos en la plantación de la Tía Amalia, se volvieron Tucson y Nadia, a los alojamientos que disponían en la propia ciudad. Sin modo alguno de quedar fuera de la vigilancia de aquellos matones, que los custodiaban siempre junto a ellos, hasta que se concluyera el negocio.

Cerrando uno de los tratos más amplios habidos en aquellos años entre el país más poderoso del mundo con aquel semillero de sustancias para su reventa.

 

En la consulta de la Psicóloga García, esperaba ser atendido Tucson aquella tarde por la doctora, para ponerle en cuanto pudiera las cartas sobre la mesa. Intentando desmontar los pufos que parecía tener aquella licenciada, con traficantes habituales en su devenir.

A los que le debía pleitesía, por cómo se desarrollaban los acontecimientos. Utilizando a la mayor parte de sus pacientes como conejillos de laboratorio en pro de sus ensayos y análisis médicos. Todos ellos fuera de la ley. Rayando la criminalidad y la usurpación acometida en personas, con el principio de apoderarse de sus voluntades, por el vicio, la droga, la extorsión, y el robo de valores con propiedades a cuantos caían en sus redes.

 

Fue recibido por la toxicóloga García. Se había presentado en su consulta sin cortapisas, para sacar algún detalle claro de lo que la titulada guardaba en sus archivos.

Apoyo lo tenía sin dudar. Al otro lado de la puerta esperaba su nuevo correligionario. El hombre de la recepción del edificio.

Un tal Cornelio, conocido de la doctora por los servicios comunitarios prestados a lo largo de más de medio año. El que serviría de nexo de enlace si el momento lo requería y si tuviera que intervenir.

Acabó la licenciada de revisar un falso informe y datos, que le habían acercado de un imaginario paciente, como excusa para ser recibido el bribón que tenía acomodado en el diván por la titular del consultorio.

Tucson la miraba con atención, con gesto negligente esperando tener uso de la palabra.

— Usted señor, realmente a que viene a esta consulta y de qué modo podemos ayudarle. No le veo la relación entre lo que acabo de leer y su presencia — Preguntó cariñosamente García, viendo que la persona que tenía frente a ella, la miraba con escepticismo.

— Mire usted licenciada. — replicó Tucson desorbitado.

— No puedo perder el tiempo con este cuento que lleva desde hace meses, y con según que pacientes. Sé de qué va todo esto y quienes son los que están detrás de este engaño. — Se frenó algo en su exposición para tomar aire y prosiguió. Mientras era escuchado por la terapeuta con interés y desazón.

— Sé de buena tinta, que están tratando a la señora Kinterbwole, que por no ser cierto; ni siquiera ese es su verdadero nombre. A cuento del capricho de Andreas Georgious, el heleno fallecido y que lo mismo usted, nos puede aclarar alguna cosa del crimen.

Persona que apareció asesinado en el muelle de esta ciudad y de momento nadie sabe realmente la causa de esa violación.

La doctora quiso interrumpir de facto lo que estaba pasando, sin poder argüir de momento, ya que el tono de voz de Tucson y las amenazas veladas surgieron en aumento, para acabar aquella síntesis.

— Por tanto, tan solo deseo, que me ponga al corriente y al completo de todos los entresijos y barbaridades que le están haciendo a quien me he referido antes.

Nadia Kinterbwole, como creo que la tiene referenciada en su fichero.

— ¡Oiga usted! ¡De dónde emerge y quien es! —. preguntó García con tono agresivo—. No sé de qué me está usted hablando. Ni puedo dar datos de ninguno de mis pacientes, por lo que le ruego salga de mi despacho si no quiere que llame a la seguridad del edificio para que lo saquen a patadas de esa silla.

Acabó muy enojada la doctora tras aquellas palabras, que con mucho acento no alarmaron al matón.

El visitante sonrió y sin nervios quiso calmar a la médico, que fuera de entonación, no sabía dónde mirar.

— Doctora no se ponga así. Si es que valora su vida y siempre que quiera mantenerse ilesa y sin daños corporales. Evitando desperfectos en esta consulta y seguir con su rutina, sin que nadie altere su camino. Por lo que volveré a preguntarte, quien es el jefe de su organización, y porqué están sometiendo a una paciente suya llamada Nadia.

— Le repito que no sé qué me está hablando, y además no tengo porqué darle semejante información ni a usted ni a nadie. Voy a llamar ahora mismo a la seguridad.

Hizo el gesto para pulsar la llamada de emergencia, cuando recibió un bofetón que le cruzó la cara a la médica, desplazándole las gafas graduadas hacia la izquierda, evitando la alarma. Quedando aterrorizada movida brutalmente y mal sentada en su butaca.

De inmediato y siguiendo lo pactado se abrió la puerta del despacho de la psicóloga, entrando el amigo Cornelio, que con lenguaje corporal informaba a su jefe que le dejara en sus manos aquella interrogación.

Accediendo Tucson que el recién aparecido tomara el relevo.

Cornelio, desposeyó a su jefe de las riendas de las preguntas y ella, lo miraba con desprecio al conocerlo y haber conversado tantas veces en el cubículo del ascensor. Durante tantos meses, sin sospechar que fuera uno de los delincuentes que ahora la amenazaban.

Este sin miramientos y con dolo, presionó con uno de los lápices del escritorio, una de sus tetas y preguntó.

— Díganos que dolencias le trataba a Nadia, de existir alguna. Antes de que se nos acabe la paciencia y pasemos a mayores.

La coacción sobre la licenciada era brutal y aquella experta de la medicina a sueldo, se vino abajo y comenzó a relatar.

— El tal Andreas Georgious. Estuvo casado antes, por lo menos que yo sepa.

 — expresó avergonzada García. — Con dos mujeres a las que no les tenía respeto.

Nadia era la tercera con la que contraería nupcias en breve. Mujeres engreídas todas, que mantenía engañadas y con las que probaba sus nuevos fármacos y medicamentos, procedentes de su laboratorio —. Siguió apuntando mientras temblaba de miedo.

—Yo soy empleada suya, o por lo menos lo era antes de que lo asesinaran.

En el último crucero, navegando por alta mar, se inició una discusión muy fea con amenazas incluidas. Todo por la custodia de la niña de Nadia.

Lo que se vinculó después y llegó a mi conocimiento es que al ateniense lo habían asesinado.

—Quien crees tú que lo hizo — interrogó Cornelio.

—Dicen que fue la nueva novia, por lo menos es la impresión que circulaba a bordo. — sentenció García y añadió.

—Ya le habíamos suministrado un par de dosis del medicamento nuevo y ella creyó perder el oremos. Se le fue la pinza se apoderó de un pánico mortal y sintió un miedo atroz de perder la vida y a su Rita.

Una preciosidad de criatura. Además de simpática muy inteligente y hasta ese instante ahijada por el armador Andreas. El que quiso arrebatarle la niña a Nadia, para quizás venderla en el mercado asiático. Una vez tuvo certeza que no era su padre biológico.

— Cómo estás tan segura que la asesina fue Nadia. — indagó Cornelio a la licenciada y esta respondió sin titubeos.

— Porque yo también viajaba en ese velero. Fuera de la presencia de todos, escondida para poder ejercer el plan que Andreas había elaborado y administrar cuando fuera necesario, medicamentos no autorizados, drogas de diseño y el cloroformo a los pasajeros y rehenes para su desvanecimiento antes del intercambio. — Interrumpió el parloteo y curioseó, queriendo matizar Cornelio.

 

— ¡Pasajeros!!... ¡Rehenes!!... ¡Dime quien iba a bordo de aquel cascarón! Desconocemos ese punto. Habla sin mentir, que se me acaba la paciencia. Le atusó sin menoscabo aquel desquiciado.

— No lo parece. —Siguió tartamudeando la doctora—, pero el Nautilos tiene noventa metros de eslora y viajaban además de Nadia, bastantes invitados más. Yo era otro componente de la dotación.

Cómo les he comentado. Además de eso, un grupo amplio de azafatas que transportábamos como diversión sexual del Mustafá Alí Ratmed Manya y su séquito. Para su pasatiempo hasta arribar a puerto.

 

 

Continuará


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