Fue
mínima la estancia al aterrizar en Bogotá. Pronto los traficantes ilegales recogieron
a la comitiva procedente de los Estados Unidos y los metieron en otro vuelo
privado con destino a la Guajira, buscando el norte del país, que era dónde
aquel Cártel, tenía además de sus plantaciones de cultivo las ingenierías para
la transformación de aquella materia prima de la sutil carcoma blanca.
Nadia,
no intentó si quiera, recabar ni visitar a sus parientes consanguíneos. Franqueando
de puntillas por la urbe de su recordada Riohacha.
Resonando
en su memoria aquella preciosa y alegre juventud, cuando se sentaba en los
bancos de la iglesia, en aquella coqueta plaza del Almirante Padilla, dónde
ella misma había contraído matrimonio con Pier Paolo. Ni quiso encontrar a su
familia para abrazarla, como la reina pródiga que era para todos ellos.
Una
vez cerrados los acuerdos en la plantación de la Tía Amalia, se volvieron
Tucson y Nadia, a los alojamientos que disponían en la propia ciudad. Sin modo
alguno de quedar fuera de la vigilancia de aquellos matones, que los
custodiaban siempre junto a ellos, hasta que se concluyera el negocio.
Cerrando
uno de los tratos más amplios habidos en aquellos años entre el país más
poderoso del mundo con aquel semillero de sustancias para su reventa.
En
la consulta de la Psicóloga García, esperaba ser atendido Tucson aquella tarde
por la doctora, para ponerle en cuanto pudiera las cartas sobre la mesa.
Intentando desmontar los pufos que parecía tener aquella licenciada, con traficantes
habituales en su devenir.
A
los que le debía pleitesía, por cómo se desarrollaban los acontecimientos.
Utilizando a la mayor parte de sus pacientes como conejillos de laboratorio en
pro de sus ensayos y análisis médicos. Todos ellos fuera de la ley. Rayando la
criminalidad y la usurpación acometida en personas, con el principio de
apoderarse de sus voluntades, por el vicio, la droga, la extorsión, y el robo
de valores con propiedades a cuantos caían en sus redes.
Fue
recibido por la toxicóloga García. Se había presentado en su consulta sin
cortapisas, para sacar algún detalle claro de lo que la titulada guardaba en
sus archivos.
Apoyo
lo tenía sin dudar. Al otro lado de la puerta esperaba su nuevo correligionario.
El hombre de la recepción del edificio.
Un
tal Cornelio, conocido de la doctora por los servicios comunitarios prestados a
lo largo de más de medio año. El que serviría de nexo de enlace si el momento
lo requería y si tuviera que intervenir.
Acabó
la licenciada de revisar un falso informe y datos, que le habían acercado de un
imaginario paciente, como excusa para ser recibido el bribón que tenía acomodado
en el diván por la titular del consultorio.
Tucson
la miraba con atención, con gesto negligente esperando tener uso de la palabra.
—
Usted señor, realmente a que viene a esta consulta y de qué modo podemos
ayudarle. No le veo la relación entre lo que acabo de leer y su presencia — Preguntó
cariñosamente García, viendo que la persona que tenía frente a ella, la miraba
con escepticismo.
—
Mire usted licenciada. — replicó Tucson desorbitado.
— No
puedo perder el tiempo con este cuento que lleva desde hace meses, y con según
que pacientes. Sé de qué va todo esto y quienes son los que están detrás de
este engaño. — Se frenó algo en su exposición para tomar aire y prosiguió. Mientras
era escuchado por la terapeuta con interés y desazón.
— Sé
de buena tinta, que están tratando a la señora Kinterbwole, que por no ser
cierto; ni siquiera ese es su verdadero nombre. A cuento del capricho de
Andreas Georgious, el heleno fallecido y que lo mismo usted, nos puede aclarar
alguna cosa del crimen.
Persona
que apareció asesinado en el muelle de esta ciudad y de momento nadie sabe
realmente la causa de esa violación.
La
doctora quiso interrumpir de facto lo que estaba pasando, sin poder argüir de
momento, ya que el tono de voz de Tucson y las amenazas veladas surgieron en
aumento, para acabar aquella síntesis.
—
Por tanto, tan solo deseo, que me ponga al corriente y al completo de todos los
entresijos y barbaridades que le están haciendo a quien me he referido antes.
Nadia
Kinterbwole, como creo que la tiene referenciada en su fichero.
—
¡Oiga usted! ¡De dónde emerge y quien es! —. preguntó García con tono agresivo—.
No sé de qué me está usted hablando. Ni puedo dar datos de ninguno de mis
pacientes, por lo que le ruego salga de mi despacho si no quiere que llame a la
seguridad del edificio para que lo saquen a patadas de esa silla.
Acabó
muy enojada la doctora tras aquellas palabras, que con mucho acento no
alarmaron al matón.
El
visitante sonrió y sin nervios quiso calmar a la médico, que fuera de entonación,
no sabía dónde mirar.
—
Doctora no se ponga así. Si es que valora su vida y siempre que quiera
mantenerse ilesa y sin daños corporales. Evitando desperfectos en esta consulta
y seguir con su rutina, sin que nadie altere su camino. Por lo que volveré a
preguntarte, quien es el jefe de su organización, y porqué están sometiendo a
una paciente suya llamada Nadia.
— Le
repito que no sé qué me está hablando, y además no tengo porqué darle semejante
información ni a usted ni a nadie. Voy a llamar ahora mismo a la seguridad.
Hizo
el gesto para pulsar la llamada de emergencia, cuando recibió un bofetón que le
cruzó la cara a la médica, desplazándole las gafas graduadas hacia la izquierda,
evitando la alarma. Quedando aterrorizada movida brutalmente y mal sentada en
su butaca.
De
inmediato y siguiendo lo pactado se abrió la puerta del despacho de la psicóloga,
entrando el amigo Cornelio, que con lenguaje corporal informaba a su jefe que
le dejara en sus manos aquella interrogación.
Accediendo
Tucson que el recién aparecido tomara el relevo.
Cornelio,
desposeyó a su jefe de las riendas de las preguntas y ella, lo miraba con
desprecio al conocerlo y haber conversado tantas veces en el cubículo del
ascensor. Durante tantos meses, sin sospechar que fuera uno de los delincuentes
que ahora la amenazaban.
Este
sin miramientos y con dolo, presionó con uno de los lápices del escritorio, una
de sus tetas y preguntó.
—
Díganos que dolencias le trataba a Nadia, de existir alguna. Antes de que se
nos acabe la paciencia y pasemos a mayores.
La coacción
sobre la licenciada era brutal y aquella experta de la medicina a sueldo, se
vino abajo y comenzó a relatar.
— El
tal Andreas Georgious. Estuvo casado antes, por lo menos que yo sepa.
— expresó avergonzada García. — Con dos
mujeres a las que no les tenía respeto.
Nadia
era la tercera con la que contraería nupcias en breve. Mujeres engreídas todas,
que mantenía engañadas y con las que probaba sus nuevos fármacos y
medicamentos, procedentes de su laboratorio —. Siguió apuntando mientras
temblaba de miedo.
—Yo
soy empleada suya, o por lo menos lo era antes de que lo asesinaran.
En
el último crucero, navegando por alta mar, se inició una discusión muy fea con
amenazas incluidas. Todo por la custodia de la niña de Nadia.
Lo
que se vinculó después y llegó a mi conocimiento es que al ateniense lo habían
asesinado.
—Quien crees tú que lo hizo — interrogó
Cornelio.
—Dicen que fue la nueva novia, por lo
menos es la impresión que circulaba a bordo. — sentenció García y añadió.
—Ya le habíamos suministrado un par de
dosis del medicamento nuevo y ella creyó perder el oremos. Se le fue la pinza
se apoderó de un pánico mortal y sintió un miedo atroz de perder la vida y a su
Rita.
Una preciosidad de criatura. Además de
simpática muy inteligente y hasta ese instante ahijada por el armador Andreas.
El que quiso arrebatarle la niña a Nadia, para quizás venderla en el mercado asiático.
Una vez tuvo certeza que no era su padre biológico.
— Cómo estás tan segura que la asesina
fue Nadia. — indagó Cornelio a la licenciada y esta respondió sin titubeos.
— Porque
yo también viajaba en ese velero. Fuera de la presencia de todos, escondida
para poder ejercer el plan que Andreas había elaborado y administrar cuando
fuera necesario, medicamentos no autorizados, drogas de diseño y el cloroformo
a los pasajeros y rehenes para su desvanecimiento antes del intercambio. — Interrumpió
el parloteo y curioseó, queriendo matizar Cornelio.
— ¡Pasajeros!!...
¡Rehenes!!... ¡Dime quien iba a bordo de aquel cascarón! Desconocemos ese punto.
Habla sin mentir, que se me acaba la paciencia. Le atusó sin menoscabo aquel
desquiciado.
— No
lo parece. —Siguió tartamudeando la doctora—, pero el Nautilos tiene noventa metros
de eslora y viajaban además de Nadia, bastantes invitados más. Yo era otro
componente de la dotación.
Cómo
les he comentado. Además de eso, un grupo amplio de azafatas que
transportábamos como diversión sexual del Mustafá Alí Ratmed Manya y su séquito.
Para su pasatiempo hasta arribar a puerto.
Continuará
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