jueves, 8 de febrero de 2024

Desnuda en Carnaval

 




Aquel año quiso disfrazarse en carnaval. Jamás lo había hecho, no porque no tuviese ganas, sino porque estuvo en su infancia medio prohibido y además, por representar un gasto extraordinario en el seno familiar. No se lo podían permitir.

En una de las muchas apuestas que hacían entre camaradas, dudaron en si tenía valor y agallas para exhibirse en el séquito y la comparsa que concurriría aquel año.

Sus amigos, aquellos que decían eran allegados le animaban para que tomara la decisión de buscar un disfraz singular que pudiera competir con los participantes del concurso. Ese certamen que elegiría a los más destacados.

Dudó con proseguir con aquella idea, sin embargo, se arriesgó al devenir futuro que le pudiera propinar semejante decisión, sin haberla sopesado antes y decidirla con la suficiente seguridad, en que era algo apropiado para ella.

Era una mujer bien puesta en el suelo ocupando un perímetro sagaz, poseía de una inteligencia amueblada con principios legales y leales que sin tener que hacer grandes esfuerzos al expresarse, lucía de entre los muchos que la rodeaban.

Su corazón rebosaba néctares decisivos de coherencia y le daban validez en ser muy humana y comprensiva.

Quería participar pasando desapercibida de modo coherente a su génesis. No le faltaba ninguno de los atributos estándares de belleza, por lo que su cambio de imagen, su disfraz debía ser discreto, medido y amplio.

Comenzando por su cabello que debería disimular, por lo rubio natural y reconocido en muchos ambientes, por lo bien tratado y lacio que lo presumía. Su cutis impregnado con la suavidad y la tersura de una muñeca de porcelana, resurgía de entre las epidermis más excelsas de la ciudad. Labios prominentes pulposos que al hablar hacían destacar a una dentadura pulcra y nítida como los copos de nieve recién parados.

Quizás si cupiera tenía que aplicarse más en el dibujo falsario de su nariz, chiquita y respingona, fácilmente achacable a su diseño por lo singular de su tamaño y esbozo. Ambos equidistantes a sus orejas que estando tapadas por la caída de su cabello no destacaban a la vista de los que la envidiaban.

El conjunto de su presencia estaba tan cuidado y reservado que pocos conocían que albergaba su figura del cuello hacia abajo, quitando ambas extremidades que normalmente las llevaba al aire, calzando unos zapatos diáfanos super elegantes. Sus manos nítidas muy perfiladas con dedos extra finos y rectilíneos acabados en unas escuetas falanges de uñas decoradas y sutiles. Sin extravagancias dando certeza de garantía. Jamás había destacado por grandes escotes ni por ropa suelta y abierta que hubiera revelado ni una pulgada del espacio de su piel. Manteniendo siempre el perímetro de su cuerpo oculto, secreto y opaco, llegando a ser anónimo a los que les atraía normalmente y la escoltaban pretendiendo descubrir lo que ella reservaba como anónimo. Definiendo en la imaginación de quien la observaba, tener unas medidas optimas femíneas que ficticias, llegaban a ser inconcebibles, por aquellos que la adoraban o despreciaban. Reduciendo esa quimera a ceder en lo ignoto.

Ágata como siempre muy sola, decidió participar no descubriendo la forma de su concurso. Sin dar noticia ni pista a los más allegados a ella. Tomando la decisión que días antes a la fecha de ese paseo carnavalesco, desaparecería para poder mutarse en quien quería implantar.

Algún detalle o pesquisa, tenía que mostrar en el momento de aparecer, que no podía camuflar con trapos o con atuendos artificiales.

Su voz, peculiar y registrada por todos, sus ojos y cejas llamativas y luminosas con el acabado de ese manto añil que parpadea y perfila las oquedades de sus pestañas, haciendo viajar al mundo de la belleza.

Debía esconder evitando la descubrieran, por viajar sin boleto al mundo de la evidencia, en un éxtasis de mimetismo inusitado.

 

Los componentes de aquella sociedad cambiaban opiniones y unos a otros hablaban sugerían y criticaban sobre el embozo que lucirían el día del gran festejo. Algunos se ayudarían en el momento de vestirse y del paseo, como queriendo ocultar cierto recato o vergüenza al cruzar por la pasarela roja de doscientos metros. Donde juezas y magistradas de la pomposidad, la moda y el glamour darían su veredicto tanto al personal femenino como al opuesto.

La contribución en aquel evento se hacía mediante una inscripción un tanto reservada en evitación de posibles detalles que pudiesen descubrir a los participantes.

Ágata la había suscrito por correo, no dando apenas detalles de su concurso al presentarse con un seudónimo no conocido por nadie, pretendiendo fuera lo más anónimo posible. En las bases del certamen y al ser una fiesta privada entre colegas, amigos y compañeros estaba permitido absolutamente todo.

Dejando que cada cual tratara su atuendo, su figura corporal y sus gustos preferenciales muy libres y exentos de prohibiciones. Sin trabas a la hora de la exposición, del instante del paseo y del fin de acto. Siendo desvelados y descubiertos todos aquellos que aun no se conociera su persona al no ser desenmascarados.

Dando el premio final, los emblemas, diplomas y agasajos al término del acto.

El andamiaje con la reluciente alfombra morada estaba inerte sobre el longo desfiladero del ateneo esperando el inicio del espectáculo, bordeado por dos filas de butacas para acomodar a los componentes del escogido público asistente, debidamente seleccionado de entre sus amistades más allegadas, colegas de trato frecuente, compañeros habituales y gente afín a los pertrechados.

Exceptuando familia, vecinos y detractores. Entre damas y caballeros actuantes, se contaron setenta y tres personas a desfilar. Cuarenta y nueve féminas y veinticuatro varones.

En el tiempo previo a la adquisición de vestidos, maquillajes y demás, Ágata jamás comentó en que forma iría disfrazada. Ni se hizo acompañar de las muchas amigas que tenía en el trayecto de la compra de telas o perfiles. Necesarios todos para componer un atavío singular y seductor y llegada la fecha aquella beldad femenina desapareció del mundo y ninguno de sus cercanos, sabía donde paraba, ni donde residía temporalmente. Evitando tener que dar detalles de su puesta a punto.

 

La noche mágica llegó a su álgido culmen. Tanto los participantes como el respetable que estaba invitado al acto entraban al recinto. Los primeros se alojaban en el “Back Steys” y el resto se acomodaban en las butacas al efecto. Los protagonistas departían y enseñoreaban sus tapados y vestimentas, riendo a mandíbula batiente y disfrutando del momento tratando de descubrirse entre ellos para saber quien era cada cual.

Alguno de los presentes, tan solo con el acento, con la silueta de su cuerpo, con los ademanes que usaban, se descubrían al instante. Otros era empresa harto difícil, saber quién alternaba, y los menos que también los había era meramente imposible detectar de quien se trataba. Quienes eran los que bajo aquel hábito disuasorio se ocultaban.

Nadie descubría a la que más interés suscitaba, la famosa Ágata que todos querían y pretendían localizar cuanto antes para compararse entre rivales. Había premura por saber bajo que ironía habitaba la popular compañera, pero ni por su estatura, ni por su timbre de voz, ni por sus grandes aspavientos pudieron detectarla. Creyendo que no se habría presentado, aunque en la lista de apariencia, tan solo quedaron por exhibirse tres de los competidores anotados en acta, que al ser baile de disfraces, las normas y los organizadores, no pudieron ofrecer ni más información, ni más detalle de quienes no hicieron acto de presencia.

La más complaciente y atractiva, era la gata morena. Alguien que de momento no se conocía su personalidad, por sus medidas, su impronta y su luz. Que no era factible relacionarla con nadie, por detalles físicos que no se podían alterar.

La misma que conversaba con todos los allí presentes, con un acento afrancesado nada localizable, con entidad acreditada.

Iba ataviada de minina azabache, abrigada con un albornoz semi transparente y bajo ese capuz, lucía el cuerpo de una felina desnuda completamente en cueros. Tan solo y no era poco, ostentaban por sobresalientes los bigotes de una gatuna, tocada por un lazo en la cintura de color verde, dejando todas sus medidas y recovecos a la vista de quien quisiera observarla, por llevar sus gracias al aire.

Cuando desfiló por el par de cientos de metros de alfombra, ya sin albornoz, lució su razón y palmito sin prisa con aptitud donosa. Mostrando todas las arrogancias físicas de su conjunto corporal. Haciendo como marcan las ediciones en cada presentación de cualquier desfile con modelos. Sus giros repentinos, sus gestos apabullantes, y ternezas espontáneas mientras vagaba con alegres y sensuales meneos. Al finalizar la caminata por el estrado, todos los ataviados entraban de nuevo en el salón de aguardo, hasta que el tribunal de la comparsa llamara a los premiados a recibir su distinción.  Setenta personas esperaban, quitados las tres ausencias habidas, y algunas aun no habían sido descubiertas.

Resolviendo el jurado, que el primer premio se lo daban a la felina doméstica y descalza, por su sencillez nada fingida, la valentía y el rigor en mostrar un cuerpo tan especial, simplemente decorado con un lazo en el bajo vientre.

Al despojarse de los bigotes y de la máscara de la cara, comprobaron que aquella mujer tan sumamente bella, era la que todos consideraban, la menos agraciada, y menos presumida. La única que no se jactaba de sus curvas por ser la más inteligente.

Ágata, participó de lleno en aquel bonito espectáculo, sin presentarse a la cita concursal, por motivos obvios. Al haber sido elegida Presidenta del Comité del Jurado de aquel carrusel Carnavalesco.


Emilio Moreno

Carnaval año 2024

febrero, del mismo año

 

 

 

 

 


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