Aquel año quiso disfrazarse en carnaval. Jamás lo había hecho, no porque no tuviese ganas, sino porque estuvo en su infancia medio prohibido y además, por representar un gasto extraordinario en el seno familiar. No se lo podían permitir.
En una de las muchas
apuestas que hacían entre camaradas, dudaron en si tenía valor y agallas para exhibirse
en el séquito y la comparsa que concurriría aquel año.
Sus amigos, aquellos que
decían eran allegados le animaban para que tomara la decisión de buscar un
disfraz singular que pudiera competir con los participantes del concurso. Ese
certamen que elegiría a los más destacados.
Dudó con proseguir con
aquella idea, sin embargo, se arriesgó al devenir futuro que le pudiera
propinar semejante decisión, sin haberla sopesado antes y decidirla con la
suficiente seguridad, en que era algo apropiado para ella.
Era una mujer bien
puesta en el suelo ocupando un perímetro sagaz, poseía de una inteligencia
amueblada con principios legales y leales que sin tener que hacer grandes
esfuerzos al expresarse, lucía de entre los muchos que la rodeaban.
Su corazón rebosaba
néctares decisivos de coherencia y le daban validez en ser muy humana y
comprensiva.
Quería participar
pasando desapercibida de modo coherente a su génesis. No le faltaba ninguno de
los atributos estándares de belleza, por lo que su cambio de imagen, su disfraz
debía ser discreto, medido y amplio.
Comenzando por su
cabello que debería disimular, por lo rubio natural y reconocido en muchos
ambientes, por lo bien tratado y lacio que lo presumía. Su cutis impregnado con
la suavidad y la tersura de una muñeca de porcelana, resurgía de entre las
epidermis más excelsas de la ciudad. Labios prominentes pulposos que al hablar
hacían destacar a una dentadura pulcra y nítida como los copos de nieve recién parados.
Quizás si cupiera tenía
que aplicarse más en el dibujo falsario de su nariz, chiquita y respingona,
fácilmente achacable a su diseño por lo singular de su tamaño y esbozo. Ambos
equidistantes a sus orejas que estando tapadas por la caída de su cabello no
destacaban a la vista de los que la envidiaban.
El conjunto de su
presencia estaba tan cuidado y reservado que pocos conocían que albergaba su
figura del cuello hacia abajo, quitando ambas extremidades que normalmente las
llevaba al aire, calzando unos zapatos diáfanos super elegantes. Sus manos
nítidas muy perfiladas con dedos extra finos y rectilíneos acabados en unas
escuetas falanges de uñas decoradas y sutiles. Sin extravagancias dando certeza
de garantía. Jamás había destacado por grandes escotes ni por ropa suelta y
abierta que hubiera revelado ni una pulgada del espacio de su piel. Manteniendo
siempre el perímetro de su cuerpo oculto, secreto y opaco, llegando a ser
anónimo a los que les atraía normalmente y la escoltaban pretendiendo descubrir
lo que ella reservaba como anónimo. Definiendo en la imaginación de quien la
observaba, tener unas medidas optimas femíneas que ficticias, llegaban a ser
inconcebibles, por aquellos que la adoraban o despreciaban. Reduciendo esa
quimera a ceder en lo ignoto.
Ágata como siempre muy
sola, decidió participar no descubriendo la forma de su concurso. Sin dar
noticia ni pista a los más allegados a ella. Tomando la decisión que días antes
a la fecha de ese paseo carnavalesco, desaparecería para poder mutarse en quien
quería implantar.
Algún detalle o
pesquisa, tenía que mostrar en el momento de aparecer, que no podía camuflar
con trapos o con atuendos artificiales.
Su voz, peculiar y registrada
por todos, sus ojos y cejas llamativas y luminosas con el acabado de ese manto añil
que parpadea y perfila las oquedades de sus pestañas, haciendo viajar al mundo
de la belleza.
Debía esconder evitando
la descubrieran, por viajar sin boleto al mundo de la evidencia, en un éxtasis
de mimetismo inusitado.
Los componentes de
aquella sociedad cambiaban opiniones y unos a otros hablaban sugerían y
criticaban sobre el embozo que lucirían el día del gran festejo. Algunos se
ayudarían en el momento de vestirse y del paseo, como queriendo ocultar cierto
recato o vergüenza al cruzar por la pasarela roja de doscientos metros. Donde
juezas y magistradas de la pomposidad, la moda y el glamour darían su veredicto
tanto al personal femenino como al opuesto.
La contribución en aquel
evento se hacía mediante una inscripción un tanto reservada en evitación de
posibles detalles que pudiesen descubrir a los participantes.
Ágata la había suscrito
por correo, no dando apenas detalles de su concurso al presentarse con un
seudónimo no conocido por nadie, pretendiendo fuera lo más anónimo posible. En
las bases del certamen y al ser una fiesta privada entre colegas, amigos y compañeros
estaba permitido absolutamente todo.
Dejando que cada cual
tratara su atuendo, su figura corporal y sus gustos preferenciales muy libres y
exentos de prohibiciones. Sin trabas a la hora de la exposición, del instante
del paseo y del fin de acto. Siendo desvelados y descubiertos todos aquellos
que aun no se conociera su persona al no ser desenmascarados.
Dando el premio final,
los emblemas, diplomas y agasajos al término del acto.
El andamiaje con la
reluciente alfombra morada estaba inerte sobre el longo desfiladero del ateneo
esperando el inicio del espectáculo, bordeado por dos filas de butacas para
acomodar a los componentes del escogido público asistente, debidamente
seleccionado de entre sus amistades más allegadas, colegas de trato frecuente,
compañeros habituales y gente afín a los pertrechados.
Exceptuando familia,
vecinos y detractores. Entre damas y caballeros actuantes, se contaron setenta
y tres personas a desfilar. Cuarenta y nueve féminas y veinticuatro varones.
En el tiempo previo a la
adquisición de vestidos, maquillajes y demás, Ágata jamás comentó en que forma
iría disfrazada. Ni se hizo acompañar de las muchas amigas que tenía en el
trayecto de la compra de telas o perfiles. Necesarios todos para componer un
atavío singular y seductor y llegada la fecha aquella beldad femenina
desapareció del mundo y ninguno de sus cercanos, sabía donde paraba, ni donde
residía temporalmente. Evitando tener que dar detalles de su puesta a punto.
La noche mágica llegó a
su álgido culmen. Tanto los participantes como el respetable que estaba invitado
al acto entraban al recinto. Los primeros se alojaban en el “Back Steys” y el
resto se acomodaban en las butacas al efecto. Los protagonistas departían y
enseñoreaban sus tapados y vestimentas, riendo a mandíbula batiente y
disfrutando del momento tratando de descubrirse entre ellos para saber quien
era cada cual.
Alguno de los presentes,
tan solo con el acento, con la silueta de su cuerpo, con los ademanes que
usaban, se descubrían al instante. Otros era empresa harto difícil, saber quién
alternaba, y los menos que también los había era meramente imposible detectar
de quien se trataba. Quienes eran los que bajo aquel hábito disuasorio se
ocultaban.
Nadie descubría a la que
más interés suscitaba, la famosa Ágata que todos querían y pretendían localizar
cuanto antes para compararse entre rivales. Había premura por saber bajo que ironía
habitaba la popular compañera, pero ni por su estatura, ni por su timbre de
voz, ni por sus grandes aspavientos pudieron detectarla. Creyendo que no se
habría presentado, aunque en la lista de apariencia, tan solo quedaron por exhibirse
tres de los competidores anotados en acta, que al ser baile de disfraces, las
normas y los organizadores, no pudieron ofrecer ni más información, ni más detalle
de quienes no hicieron acto de presencia.
La más complaciente y
atractiva, era la gata morena. Alguien que de momento no se conocía su
personalidad, por sus medidas, su impronta y su luz. Que no era factible
relacionarla con nadie, por detalles físicos que no se podían alterar.
La misma que conversaba con
todos los allí presentes, con un acento afrancesado nada localizable, con
entidad acreditada.
Iba ataviada de minina
azabache, abrigada con un albornoz semi transparente y bajo ese capuz, lucía el
cuerpo de una felina desnuda completamente en cueros. Tan solo y no era poco, ostentaban
por sobresalientes los bigotes de una gatuna, tocada por un lazo en la cintura
de color verde, dejando todas sus medidas y recovecos a la vista de quien
quisiera observarla, por llevar sus gracias al aire.
Cuando desfiló por el
par de cientos de metros de alfombra, ya sin albornoz, lució su razón y palmito
sin prisa con aptitud donosa. Mostrando todas las arrogancias físicas de su
conjunto corporal. Haciendo como marcan las ediciones en cada presentación de cualquier
desfile con modelos. Sus giros repentinos, sus gestos apabullantes, y ternezas espontáneas
mientras vagaba con alegres y sensuales meneos. Al finalizar la caminata por el
estrado, todos los ataviados entraban de nuevo en el salón de aguardo, hasta
que el tribunal de la comparsa llamara a los premiados a recibir su distinción.
Setenta personas esperaban, quitados las
tres ausencias habidas, y algunas aun no habían sido descubiertas.
Resolviendo el jurado,
que el primer premio se lo daban a la felina doméstica y descalza, por su
sencillez nada fingida, la valentía y el rigor en mostrar un cuerpo tan
especial, simplemente decorado con un lazo en el bajo vientre.
Al despojarse de los
bigotes y de la máscara de la cara, comprobaron que aquella mujer tan sumamente
bella, era la que todos consideraban, la menos agraciada, y menos presumida. La
única que no se jactaba de sus curvas por ser la más inteligente.
Ágata, participó de
lleno en aquel bonito espectáculo, sin presentarse a la cita concursal, por
motivos obvios. Al haber sido elegida Presidenta del Comité del Jurado de aquel
carrusel Carnavalesco.
Emilio Moreno
Carnaval año 2024
febrero, del mismo año
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