Su aprendizaje había comenzado. Debía
cambiar de formas y conceptos para entrar en el mundo de los adultos; dejar los
pantalones cortos, y la bata gris rayada, tragar todo aquel miedo a lo
desconocido, que a todo muchacho en algún momento de su vida le ha de pasar.
Corría el año 1967, en aquella ciudad
se vivía con aquel frenesí que comenzaba a ser natural. Las familias intentaban
despegarse de las miserias acarreadas de antaño, a base de esfuerzo supremo
horarios sin fin y pocas diversiones.
Las horas extraordinarias eran
habituales en la clase obrera, y ayudaban a vivir y ahorrar para la compra del
terrenito a las afueras, y del sueño futuro en poseer un Seat 600, como ilusión
que al llegar sería un logro.
El deporte rey ya era el fútbol. Lo
fue siempre. Daba tema y ayudaba a conversar a los que eran parcos en
conocimientos y en lenguaje. El billete de metro costaba seis reales. <Una
peseta y cincuenta céntimos>. Ahora sería casi 0,009 centésimos de euro.
El periódico de la Vanguardia, suponía
pagar dos pesetas siendo el rotativo más vendido en la zona. Los trolebuses aún
funcionaban. El clásico tranvía nº 29, el de la circunvalación daba la vuelta
por toda la ciudad. De ahí le viene el dicho popular. <Das más vueltas que
el 29>
En las carteleras se anunciaba el
estreno “El Graduado”, y “Adivina quien viene esta noche”. En
aquel cine de barrio. El Virrey, por un módico precio podías entrar a una
butaca de platea. Las sesiones eran continuas y era un lugar reservado y
discreto donde las parejas aprovechaban para revolverse en penumbras, siempre
en las filas traseras, o en el anfiteatro.
La televisión comenzaba a ser compañía
habitual de las familias. Había recalado en los hogares con furor, y dejaba a
la onda media, con la radiodifusión, momentáneamente en segundo plano.
Como anunciando en breve, un cambio de
tercio, designando de alguna manera a aquellas frecuencias como vehículo
informativo del pasado. Motor viejuno con sabor a naftalina y alcohol de
quemar.
El nuevo anhelo y recreo, “La Primera cadena
de la televisión española”, la única que podíamos sintonizar hasta que no llegó
la segunda en UHF, como preámbulo o desenlace de la libertad ansiada, con los
programas de concurso, con aquellos Festivales de la Canción, con las
retransmisiones de los partidos y corridas de toros, y con aquellas
presentadoras del telediario en blanco y negro, tan formales y tan estrechas.
El camino hacia su <porvenir>
así le denominaban entonces a la ocupación de un puesto de trabajo. Era un
calvario. Aún no se había hecho la idea de ser aprendiz.
El niño de los recados y el meritorio
de aquel despacho.
Ya no habría patio del colegio, meriendas
de pan con chocolate, ni jugaría con los amigos de siempre, mascando el chicle
bazooka. No cambiaría cromos de fútbol, ni leería tebeos de Hazañas Bélicas.
Echando en falta aquellas comidas reunido y discutiendo con sus hermanos. Era
un principio y un final, un descubrir a marchas forzadas, la revelación de la
pubertad y el compromiso en ayudar en la casa aportando la semanada.
- Quién eres- Preguntó. Sin dejarle
contestar, añadió
- Eres el chavalín nuevo que
¿esperábamos?
Presto contestó con mucha educación
¡Si señora! - Buenos días me llamo…
No le dejó finalizar, ni dar su
nombre, haciéndole un gesto de autoridad con las señas de que la siguiera y dándole
la espalda inició el regreso por el pasillo estrecho y largo, por el que había
venido. Al llegar a la sala amplia le dijo.
- Espera aquí, no se puede fumar, ni
comer hasta la hora que se te diga, ahora vienen y te atenderán; no te muevas.
- Muchas gracias. - Respondió y se las
dio al aire. Aquellas palabras no fueron escuchadas, porque en un plis plas,
había desaparecido aquella mujer.
Quedó a la espera, y por fin, asomó un
señor que llegaba desde el final de los hangares muy sosegado y observándole
desde la distancia.
- Hola. Tú debes ser González. ¡No es así!
- Si señor. Me llamo Arturito para
servirle y estoy aquí para colaborar como meritorio en esta empresa.
- De Arturito nada. Comprendes. Aquí
no estás en el colegio, ni en tu casa, aquí te llamaremos González. A lo sumo chaval.
Te queda claro
- Si señor. Lo que usted mande.
- Bien pasa, ven conmigo, que te iré
presentando a tus nuevos compañeros, y te indicaré la mesa desde dónde debes ubicarte.
Llegaron
dentro de un nuevo recinto. Una sala amplísima, dónde estaban distribuidos los
bufetes de forma equidistante, bajo unas ventanas amplias sin cortinas que
dejaban pasar toda la luz diurna, sin peligro que perturbaran los rayos
solares, ya que se orientaban al norte y necesitaban ser limpiadas con premura.
Los
compañeros, estaban esperando a ser presentados, y uno a uno, fue saludando a
medida que llegaba a la altura de sus pupitres. Los veteranos más sonrientes, las
secretarias muy comedidas, se limitaban a saludar, pero todos ellos, impolutos,
sin estrechar sus manos y poco expresivos.
Al final del recorrido, llegaron a un escritorio,
que era el destinado a ser el que ocuparía mientras estuviera en aquel
departamento. Una lámpara supletoria y una calculadora, la máquina de escribir
Underwood, esperaba paciente a la izquierda sobre el pedestal de su carro
involca.
La silla de madera recia, sin apoya
brazos, relucía por lo barnizada y por lo limpia.
Al cabo; aquel responsable le miró a
los ojos, y le dijo sin más.
- Todo lo que no entiendas, pregúntalo
a tu encargada. Ya la conoces. En cuanto pueda te atenderá, y estarás al cabo
de todas tus obligaciones.
- Perdone. No conozco a la encargada.
No nos han presentado.
- Claro que la conoces. quien crees
que te ha abierto la puerta y te ha llevado por el pasillo de las
complicaciones.
Con una media sonrisa patética y sin
dejar de observarle, siguió advirtiéndole.
- Me llamo Miguel; y soy el gerente
del negocio. Espero que pronto asimiles tu trabajo y te encuentres a gusto con
nosotros. Que no seas un zorritonto de esos que nos envían las oficinas de
selección y cumplas con tu cometido.
Le dejó a su suerte, a la espera de la
visita de aquella persona que le había dado una impresión tan especial y
despectiva.
Al poco uno de los ayudantes, que
tenía en la mesa del lado derecho, se acercó y le dijo: González, no tengas
miedo, que no se come a nadie. Es mucho peor la arpía perversa de la bruja pelocha.
- No conozco a nadie. Como sabes acabo
de llegar y no sé de qué va este invento, sin embargo, no creo que esto sea una
cárcel. ¡Vamos! ¡Digo yo!
- ¡Dices que no es para tanto! Pues prepárate, que estos son unos capullos y
tratan de asustarnos a la mínima. Vemos cosas que no comprendemos y hemos de
mantener la boca cerrada. Cuando comenzó a presumir, de inmediato tuvo que
dejarlo. Vio venir a la apoderada y con un miedo atenuante dejó de jactarse.
Sin dar definición dejó con la palabra en la boca a González y volvió a su
mesa.
La mujer que se presentó no era ni
mucho menos, la doncella que le había abierto la puerta, ésta era alta, morena,
con clase y una educación concisa.
- Hola. Me llamo Marisol
Gaztinagarreta, pero me has de llamar Señorita Gaztinaga. Ya nos conocemos,
pero no habíamos podido conversar.
Se quedó perplejo y sorprendido,
porque ni idea de haberla visto antes para nada, no la recordaba, ni por asomo.
Sin dejarle pronunciar vocablo continuó diciendo.
- González, es tu apellido.
El mocillo, asentó con un gesto,
mientras pensaba el lío que tenía montado en su cabeza, no descubriendo donde
había conocido a la tal Marisol. Ya acomodada en el canto de la mesa, mostraba
su delgadez manifiesta, y su cuidado personal, que disentía de forma clara, con
la que le había recibido en la entrada del edificio. Aquella mujer siguió
expresando su mensaje tratando de explicar, las bases a las que se tenía que
ceñir. Siguiendo con su alocución.
- La jornada de trabajo es de las ocho
hasta las seis, de lunes a viernes. El sábado solo se trabaja hasta las dos de
la tarde. Cada día se interrumpe una hora para comer. Sobre las trece horas.
En tu caso sales a las cinco y media
para ir a clases, viajarás con el bus de la empresa junto a los compañeros
hasta la universidad industrial.
De momento, acomódate, que en cuanto
pueda te daré instrucciones para que poco a poco entres en las tareas que
desempeñarás. Que sepas; nosotros lo sabemos todo, incluso hasta lo que te
acaba de decir Martínez Castillo, tu compañero. El de la mesa justo a la tuya.
Ese que ahora me está mirando las piernas de reojo, creyendo que no lo sé. Lleva
cuidado con él. Tan solo te advierto.
- Tienes alguna pregunta, – inquirió
antes de acabar.
- Si; estoy pensando en lo que usted
me ha comentado y no llego a descubrir de qué me conoce. Que yo sepa jamás
habíamos coincidido y no nos conocíamos. La verdad y perdone mi falta de
consideración, pero no alcanzo a reconocerla.
Aquella persona cambió el color de su
cara y respondió queriendo disimular su genio por no ser el momento indicado
para exponerlo.
-Tú. ¿No has tomado el autobús nº 109?,
en la Plaza de España; sobre las 7 de la mañana, ¿en dirección a la Zona
Franca?
-Sí señorita Gaztinaga. En efecto.
-Pues; la que iba sentada frente a ti,
y más tarde la que te ha abierto la puerta y te ha dado la bienvenida, he sido
yo misma. Has de ser un poco más atento, si quieres conservar tu puesto de
trabajo, tener imaginación, ser laborioso y sobre todo tener fe en aquello que
te resuelva el futuro
Se
marchó del lugar con un gesto de guasa en el rostro, mostrando los perfilados
dientes, y definiendo la clase y calidad de persona a la que se enfrentaba.
- Autor Emilio Moreno
- segunda version actualizada del relato en 28-2-2024
- la primera se hizo el 12-03-2009
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