Subo el repecho del Carmen, la cuesta
Eterna. Se alza sin traza y con huella.
Me conduce al castillo, con su estrella,
y antes, la iglesia quieta, calma y gesta.
En La plaza, diviso yuxtapuesta,
La imagen del
Calvario, con su mella;
que me obliga
a pensar, siempre en aquella
sugestión, hilarante sin respuesta.
Arrodillado
en el templo, ¡Clemencia!
Imploro con fe, a los cielos
rotos,
por todos
los que yacen sin presencia.
Luego, ya
en el Castillo, los devotos
notan cuál es su embrujo, sin
ser ciencia,
y orgulloso estoy, con mis
alborotos.
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