viernes, 18 de febrero de 2022

Luz de Mateo, quedó difusa.

 


Era su cumpleaños, ya no era una mocita, pero desde hacía más de un lustro los celebraba a su lado, con mucho cariño. Sin olvidar la fecha y sin dejar pasar ni uno. Dando calor y alegría, brindando con la agasajada, como si fuera parte de ella. Vivian engañados, de lunes a viernes, se tenían, pero al llegar el fin de semana, cada cual se iba a bailar con sus amigos.

Si les hubiesen apoyado, o ellos se hubieran decidido a tenerse, ahora estarían separados, eran diferentes y nunca lo supieron.

Cada cual, tenía sus obligaciones, pero jamás se separaban en ese día, aunque igual durante el año se trataban haciendo planes quiméricos a distancia.

Los meses pasaban y se convencieron que aquella situación era la mejor que disponían para tratarse, y sin darse cuenta se percataron que no iban a ninguna parte juntos.

Mateo soltero con más de cuarenta años, y Gladys divorciada por tres veces, con dos hijos y no sé cuántos nietos.

Todas sus alegrías las disfrutaban desde una pantalla, y al cruzar al otro lado, no había nada.

Sin tocarla, sin besarla, sin olerla. ¡Nada, de nada! 

Vivian en continentes distintos, países muy diferenciados, muy alejados por la geografía. Sin amigos comunes, y sin haberse palpado jamás. ¡En verdad! ni se conocían.

Tan extraños, cómo son aquellas metáforas anónimas.

Ese mismo día, en el que ella, cumplía cincuenta años, Mateo le dijo que era el último cumpleaños.

Había ingresado en un oncológico, sin posibilidad de pervivencia.






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