martes, 10 de marzo de 2020

La casa de la Fiesta - Museo de Gigantes, cabezudos y otros incunables.


La salida, fue a primer hora del día, aunque tuvimos que soportar, a aquellos que siempre se retrasan y no respetan el horario, dando que hablar a los que madrugan y cumplen con las normas establecidas por el emprendedor






La marcha hacia Torredembarra, a tomar el primer bocado del día en el restaurante Clamar, donde el bocata de súper jamón nos esperaba, con el trago de vino y para rematar el café, que nos puso en una nueva onda, para ir a Tarragona a ver el Museo de los muñecos, abandonados, ese que guarda, como almacenaje toda la batería de muñecos que ya no están en uso, que se han hecho antiguos, y aprovecha para aparcar a los que aun están en servicio, El gigante y la Giganta, los arlequines de las Antillas, haciendo honor a aquellos que se marcharon a Cuba a principios del Siglo XXIX y que volvieron mas que millonarios y otros claro está, que no tuvieron el mismo deparar y vinieron enfermos y caducos, hasta morir. Después el tiempo libre se aprovechó para visitar el Circo Romano, lo vimos desde la distancia, ya que está de obras y no se permite el accesos a los turistas.



Es creo uno de los pocos lugares que si estuvieran activos, no habría problema en poder visitarlo, al estar al completo pairo. O sea al aire puro y duro. 
Comento estos datos porque y puesto que ahora estando bajo el síndrome del Virus «Cobid19», vulgarmente llamado el Corona-virus, es difícil contagiarse en semejante lugar, con tanto aire y tanta naturaleza. Además es un lugar donde se puede toser sin que nadie te mire mal, y compruebe que estás echando la «mascá» entre la parte inversa al codo, entre el antebrazo y el propio brazo. 
El resto del personal, el que no dice nada, el más peligroso, porque después habla lo que no debe criticando al organizador, al vecino de la izquierda, al amigo de la vida, y al que incluso ni conoce. Trabajo que realiza sin más, tan solo para hacer daño. Refiriendo las faltas de los imponderables, o sea aquello que es imposible de prever, de ahí que se le llame «imponderable» pero piensa en lo que no le gusta, o no debería darse. Por eso siempre lo digo, y lo corroboro: echamos de menos a un guía diplomado, que nos alegrara la cultura.
Así que distrajimos nuestra inquietud en y bajo el sol y el buen día que nos deparó, al cabo enganchado al rebufo de unos cuantos nos tomamos una cerveza en una de las terrazas de la plaza del Ayuntamiento de la Ciudad Romana, Tarraconense.
Poco más he de agregar sobre todo para no hacer aburrido este reportaje, El Museo de Gigantes y cabezudos, es para recorrerlo, y escuchar las explicaciones que ofrecen los «Coach», o asistentes del guarda rarezas, que sin duda las hay y si no te paras a pensarlo, de verdad que pasan desapercibidas y llegan incluso a olvidarse entre las consignas y referencias del tiempo.
















Con el Bus grandioso, nos trasladamos de nuevo al Clamar de Torredembarra, a comer, con gusto y con hambre, que más de uno ya soportaba con dificultad.
La comida buena y completa, después del apetito un baile no demasiado grande, y largo nos acogió para que a las cinco de la tarde nos volvimos












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