domingo, 7 de abril de 2019

Capt. nº 8.-.Tipo femenino de lujo.



capitulo ocho: Un tipo femenino de lujo

Historia : Cuarentena entre Timadores

capitulo anterior: Años de votos y dos abortos








No quedó sin castigo del cielo aquel gazmoño que forzaba a las monjas de aquel convento extremeño, entre ellas a la ferviente y curtida sor Marta. Un amanecer se lo encontraron en su celda, completamente lirondo y cadáver, con parte de su pena descuidada en su camastro y desangrado por una habilidosa brecha mortal entre el pene y los testículos, que fue la causa del deceso por asesinato de aquel miserable y engañoso prelado. 

Suceso que se tapó como tantas docenas de acaecidos entre aquellas paredes mudas y celestiales. Nadie supo jamás nunca donde reposan los restos de aquel come culos con sotana. Pronto se tramitaron los permisos de la reverenda Marta, para que sin faltar subiera a la nave que la transportaría hacia Filipinas, para apoyo de los misioneros que por aquellas tierras sufren y mueren dando sus vidas por los demás

La que cerraba el trío proveniente de Extremadura, era la madre Remedios, una sufridora y venerable mujer, que cumplía con los votos de silencio. Los de castidad no se sabe si podría defenderlos sin que le diera vergüenza, porque forzada había estado bastantes años, mientras sus carnes estuvieron prietas rodeando un tipo femenino de lujo.

También le suministraron los documentos para partir, dado que “Rémedy”, como la llamaban en su círculo más próximo tenía la boca muy floja y contaba detalles espeluznantes de cuantos habían traspasado sus fronteras vaginales y aquellos que además se sentaron sobre sus caderas mientras le acariciaban los senos.
Dejó de ser una piadosa mujer y pronto aquellos diseñadores de la moralidad y jueces del pecado, creyeron que ahora se había transformado en carne de cañón y urgía sacársela de aquel ambiente tan silencioso, tan enigmático y tan sumiso que ellos regentaban.


De los cinco matrimonios con hijos que viajarían en la Dulce el primero que subió a bordo era la pareja compuesta por Casimiro y Eugenia, procedentes de San Pedro del Pinatar, un pescador a sueldo del mar que no se ganaba el pan con suficiencia para alimentar a su plebe, casado con Eugenia, una mujer de su casa, lavandera de la ropa de alguna señora de postín que le daba trabajo continuo. Unidos desde hacía algunos años, habían tenido tres hijos, en edades de catorce, once y nueve, tres niños preciosos que ayudaban a sus padres en la venta ambulante de verduras y frutas en el mercado de abastos. Los cuales decidieron después de pasar muchas penurias que irían en busca de una nueva vida allá donde estuviere y al enterarse de la botadura de las Tres Marías de Cartagena, se precipitaron en viajar hasta el puerto de la ciudad del Arsenal y solicitar el ingreso para el pasaje de ida a las Indias.


Adrián y Olegaria era el segundo clan que ascendía a la Dulce, estos venían desde Yecla y eran agricultores y medieros. Con problemas en la crianza de sus niños, por el poco trabajo y lo escasamente remunerado que estaba. Este matrimonio también tenia tres criaturas, un varón y dos chicas. Supieron del embarque, porque iban ambulantes camino de Valencia buscando comida y trabajo y en una de las ventas del camino, oyeron que un pastor contaba lo que se preparaba no muy lejos de donde ellos pasaban, con lo que se desviaron de su ruta y también fueron admitidos para llegar al continente Asiático.


Juan y Felicidad de Albacete, llegaron al puerto después del mes que llevaba sin hacer nada en su casa, después de haber cumplido condena y salir del presidio de Murcia, por el robo de unos tocinos y el estropicio que Juan hizo al dueño de aquella pocilga, para robarle cinco cerdos ya criados para la venta.

Tras haber estado un año y medio dentro de la trena, Felicidad que es la que llevaba la casa y a sus tres hijos, montó la marcha para encauzarla hacia donde su Juan volvería a ser persona y donde nadie les conocería y podrían emprender una nueva vida, con sus dos hijas ya crecidas y un varón de quince años.


Romano y Paca, eran amancebados, vivían juntos pero no estaban casados con papeles, en cualquier caso tenían tres hembras de mediana edad, las cuales ya menstruadas, buscaban como sus padres trabajo digno para poder comenzar o en su caso continuar sus vidas. Venían de Tomelloso y además esta pareja traía a dos abuelas con ellos, que eran la madre de Romano y la de Paca. En aquellos tiempos los abuelos eran los cabezas de familia y nadie osaba en dejarlos solos a su ventura y menos desampararlos a su suerte. Romano se dedicaba al transporte de ganado. Era carretero y Paca se encargaba de las labores de su casa y el cuidado de niñas y abuelas.

Los que cerraban el cupo en aquella embarcación eran Medín y Lucía, que tenían cuatro hijos, dos del primer matrimonio del hombre y dos del matrimonio inicial de Lucía, se habían conocido ya viudos y se enamoraron después de una fiesta borrachera flamenca en la que se enredaron y acabaron en el rio mas desnudos que los pescados. Aunando esfuerzos, sacrificios y amoríos. La descendencia de ambos eran dos niñas de doce y diez años de Medín y la de su nueva pareja, dos chicas de once y nueve, que de momento eran todos muy felices.

Todos decidieron al enterarse por un bando llegado hasta Guadalajara, en viajar hasta ese punto para embarcar con destino a Manila, para abrirse un camino que en su tierra, se les negaba.











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