capitulo
ocho: Un
tipo femenino de lujo
Historia
:
Cuarentena entre Timadores
capitulo
anterior: Años
de votos y dos abortos
No
quedó sin castigo del cielo aquel gazmoño que forzaba a las monjas
de aquel convento extremeño, entre ellas a la ferviente y curtida
sor Marta. Un amanecer se lo encontraron en su celda, completamente
lirondo y cadáver, con parte de su pena descuidada en su camastro y
desangrado por una habilidosa brecha mortal entre el pene y los
testículos, que fue la causa del deceso por asesinato de aquel
miserable y engañoso prelado.
Suceso
que se tapó como tantas docenas de acaecidos entre aquellas paredes
mudas y celestiales. Nadie supo jamás nunca donde reposan los restos
de aquel come culos con sotana. Pronto se tramitaron los permisos de
la reverenda Marta, para que sin faltar subiera a la nave que la
transportaría hacia Filipinas, para apoyo de los misioneros que por
aquellas tierras sufren y mueren dando sus vidas por los demás
La
que cerraba el trío proveniente de Extremadura, era la madre
Remedios, una sufridora y venerable mujer, que cumplía con los votos
de silencio. Los de castidad no se sabe si podría defenderlos sin
que le diera vergüenza, porque forzada había estado bastantes años,
mientras sus carnes estuvieron prietas rodeando un tipo femenino de
lujo.
También
le suministraron los documentos para partir, dado que “Rémedy”,
como la llamaban en su círculo más próximo tenía la boca muy
floja y contaba detalles espeluznantes de cuantos habían traspasado
sus fronteras vaginales y aquellos que además se sentaron sobre sus
caderas mientras le acariciaban los senos.
Dejó
de ser una piadosa mujer y pronto aquellos diseñadores de la
moralidad y jueces del pecado, creyeron que ahora se había
transformado en carne de cañón y urgía sacársela de aquel
ambiente tan silencioso, tan enigmático y tan sumiso que ellos
regentaban.
De
los cinco matrimonios con hijos que viajarían en la Dulce el primero
que subió a bordo era la pareja compuesta por Casimiro y Eugenia,
procedentes de San Pedro del Pinatar, un pescador a sueldo del mar
que no se ganaba el pan con suficiencia para alimentar a su plebe,
casado con Eugenia, una mujer de su casa, lavandera de la ropa de
alguna señora de postín que le daba trabajo continuo. Unidos desde
hacía algunos años, habían tenido tres hijos, en edades de
catorce, once y nueve, tres niños preciosos que ayudaban a sus
padres en la venta ambulante de verduras y frutas en el mercado de
abastos. Los cuales decidieron después de pasar muchas penurias que
irían en busca de una nueva vida allá donde estuviere y al
enterarse de la botadura de las Tres Marías de Cartagena, se
precipitaron en viajar hasta el puerto de la ciudad del Arsenal y
solicitar el ingreso para el pasaje de ida a las Indias.
Adrián
y Olegaria era el segundo clan que ascendía a
la Dulce, estos venían desde Yecla y eran agricultores y
medieros. Con problemas en la crianza de sus niños, por el poco
trabajo y lo escasamente remunerado que estaba. Este matrimonio
también tenia tres criaturas, un varón y dos chicas. Supieron del
embarque, porque iban ambulantes camino de Valencia buscando comida y
trabajo y en una de las ventas del camino, oyeron que un pastor
contaba lo que se preparaba no muy lejos de donde ellos pasaban, con
lo que se desviaron de su ruta y también fueron admitidos para
llegar al continente Asiático.
Juan
y Felicidad de Albacete, llegaron al puerto después del mes que
llevaba sin hacer nada en su casa, después de haber cumplido condena
y salir del presidio de Murcia, por el robo de unos tocinos y el
estropicio que Juan hizo al dueño de aquella pocilga, para robarle
cinco cerdos ya criados para la venta.
Tras
haber estado un año y medio dentro de la trena, Felicidad que es la
que llevaba la casa y a sus tres hijos, montó la marcha para
encauzarla hacia donde su Juan volvería a ser persona y donde nadie
les conocería y podrían emprender una nueva vida, con sus dos hijas
ya crecidas y un varón de quince años.
Romano
y Paca, eran amancebados, vivían juntos pero no estaban casados con
papeles, en cualquier caso tenían tres hembras de mediana edad, las
cuales ya menstruadas, buscaban como sus padres trabajo digno para
poder comenzar o en su caso continuar sus vidas. Venían de Tomelloso
y además esta pareja traía a dos abuelas con ellos, que eran la
madre de Romano y la de Paca. En aquellos tiempos los abuelos eran
los cabezas de familia y nadie osaba en dejarlos solos a su ventura y
menos desampararlos a su suerte. Romano se dedicaba al transporte de
ganado. Era carretero y Paca se encargaba de las labores de su casa y
el cuidado de niñas y abuelas.
Los
que cerraban el cupo en aquella embarcación eran Medín y Lucía,
que tenían cuatro hijos, dos del primer matrimonio del hombre y dos
del matrimonio inicial de Lucía, se habían conocido ya viudos y se
enamoraron después de una fiesta borrachera flamenca en la que se
enredaron y acabaron en el rio mas desnudos que los pescados. Aunando
esfuerzos, sacrificios y amoríos. La descendencia de ambos eran dos
niñas de doce y diez años de Medín y la de su nueva pareja, dos
chicas de once y nueve, que de momento eran todos muy felices.
Todos
decidieron al enterarse por un bando llegado hasta Guadalajara, en
viajar hasta ese punto para embarcar con destino a Manila, para
abrirse un camino que en su tierra, se les negaba.
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