Capitulo diez: noche de sexo y homicidio
Historia
:
Cuarentena entre Timadores
capitulo
anterior: Un
celibato inadmisible.
publicado
el : 28 de abril de 2019
Aquel joven marinero que además de pretender organizar su vida y huir de la nefasta y cruel infancia que le había tocado padecer, escuchó con mucha calma a la cenobita Palmira y los beneficios que recibiría a cambio del enorme acto de valor que ésta le iba a pedir, que no era otro, que rescatar a Brígida. Secuestrar a la hija de su amiga y protegida. Sor Luisa. Aquella niña que le habían arrebatado a la ferviente religiosa, violada por semejante anacoreta, sería la causa de su desquicio cerebral. En cuanto la parió, mantuvo a la recién nacida en sus brazos por breves instantes, para que la pupila tomara el calor de su madre y el diapasón del mecanismo de su corazón, comenzara a latir tras el alumbramiento.
Después
de cortarle el cordón umbilical, la despojaron y apartaron de su
lecho sin contemplaciones.
A
la recién nacida, la bautizaron con el nombre de Brígida, por la
ventura del pueblo de nacimiento de su avaladora y querida Sor
Palmira, la religiosa sanitaria. Nacida en la localidad Canaria de
Santa Brígida, muy cerquita de la capital de la isla, y por el
constante amparo y vigilancia que desde fuera; le había
proporcionado a la chiquita, que jamás perdió de vista. Controlando
su crecimiento mientras pudo y esperando el momento en que la pudiera
unir a su verdadera mamá.
La
jovencita, desde hacía poco tiempo y, sin la posibilidad de poder
evitarlo Palmira, se encontraba prohijada por una familia muy
descastada que la utilizaba tan solo con seis años, para labores de
limpieza y de servicio en la cantina que regentaban. Dándole una
existencia precaria sin alimentos adecuados, sin higiene y fuera de
una instrucción reglada y de una formación femenina esmerada,
propia de cualquier muchacha. Trabajando mil horas sin apenas
descanso, aguantando ofensas y tratos fuera de lo común. Sin evadir
las obligadas labores de “quitamierdas” y vejaciones paralelas,
nada propicias para una jovencita.
Policarpo
estaba acostumbrado a hacer fechorías de grado medio, pero
aventurarse a poder rescatar a Brígida, en la forma que Palmira,
proponía al mozalbete, era demasiado grande para su experiencia y su
vileza
de maleante. Tampoco
quería negarse a la fechoría malsana que planteaba su
destino,
porque sin
más; solucionaba
de una forma segura, primero: su bolsillo
y su futuro,
después comenzar una nueva vida lejos de aquellas calles de
ignominia,
pudiendo dejar
de
ser
un delincuente y
hacerse con un prestigio de hombre honrado.
Palmira
le proporcionaría pasaje asegurado
en
la travesía a las Indias
desde
la singladura
llamada: Las
tres Marías de Cartagena,
con nueva documentación, ropa
limpia y
nombradía
dignificada.
Tras
concluir
con
el
secuestro de Brígida.
Embarcarla
en
la Dulce,
junto a Luisa, su madre fisiológica.
No
se podía permitir rechazar semejante oportunidad, sin embargo
Policarpo, asustado
y con poco oficio
sabía que no lo conseguiría si no pedía ayuda a Evelio, un
allegado querido,
muy coligado
a
él, que
siempre había velado por su
suerte en
su calamitosa infancia y al que le dispensó
el apego de un hermano mayor.
Su
amigo, el
denominado “Velio” aquel
bendito que la suerte olvidó con
todos sus derivados y consecuencias. Huía
precisamente por el
dicterio
del
asesinato infringido
a
Ginés de
Gonzalo,
el
más tunante
y
engreído criminal del
sureste español.
El mayor “Padrino”
en la
trata
de blancas, que
fue ajusticiado por alguien
que le odiaba y a la vez organizaba y rodeaba a las hembras
con las que comerciaba, entre
Cavite, cerca
de Manila,
y Cartagena en la España rancia de los Austria y los Borbones.
Degollado
en uno
de los
camerinos
del lupanar más afamado de la franja marina de Cartagena, el
prestigioso “Sueño del Moño”. Una
noche de
excesos con las
putas de
aquel
congal.
Alternando
con alcohol, drogas, sexo
salvaje
y
delitos. Placer mezquino
mezclado con el humo del burdel. Adherido
al tufo mal oliente de un esperma rezumante y proscrito tan podrido
como aquella clientela
y la pólvora mojada de los testículos embolsados en
el
interior del escroto de tantos borrachos y puteros empedernidos.
Cuando
hallaron el cadáver
de Ginés yacía frente
a
las tres prostitutas, en
una pose grosera y figurada de antemano por el homicida.
Encarceladas,
Clara, Paca y Toña que medio aturdidas y completamente fuera de sí,
apechaban
atadas entre si, en
la otra punta del gabinete.
Esperando
que alguien les pudiera echar un apoyo y sacarlas de aquel barranco,
separarlas del muerto y borrar toda clase falsas
pruebas
incriminatorias.
Todas
ellas habían sido violentadas de forma brutal, con desgarros
visibles en sus genitales y heridas contuso sangrientas en las mamas
y en bajo vientre.
Evitando
además, el hacedor de aquella tragedia, que el Capo concluyera con
el terror sexual
que mantenía
con las
tres
fulanas,
lo
asesinó de forma vulgar, como si se tratara de un soez
gorrino
presto para la matanza.
A
las
tres Marías, las
esclavas que antes,
acogotaba
sin ningún tipo de respeto
y contemplación,
flagelándolas
y violándolas como tal asesino, las
dejó maltrechas como estaban después del resultado erótico del
tratante de mujeres.
Las
acusadas
estaban presas,
indefensas
e incomunicadas.
Esperando
el sainete de un
juicio
sumarísimo
y el fallo
de un juez corrupto,
nada
honrado que las llevaría posiblemente
al
patíbulo o de viaje en aquella bogadura, como
botín
en carne
de cañón de alguno de los gerifaltes de aquel pueblo desposeído de
compasión que
esperaba en las Filipinas.
Aguardando
estaban
las
encausadas,
con
la fe puesta en cual
sería su destino inmediato. Incomunicadas
entre
las diez reclusas más peligrosas ya
embarcadas.
Custodiadas
en los
camarotes de la Doña y
vigiladas
muy de cerca por las dos palafreneras
a
su cargo. Las celadoras sin
escrúpulos Sinforosa y Rosenda, que
eran
las carceleras de las compañeras más sanguinarias del viaje.
Al
Capitoste brutal, lo
hallaron decapitado sosteniendo y abrazando con
sus propias
extremidades,
su cabeza y dentro de una asquerosa boca descuidada, sus
propios genitales. Con parte
de las
cavidades
que cubren y alojan a los testículos. Un
escroto
tullido
por una cuchilla cortante, dejando visionar parte de las
glándulas
que asomaban sangrientas
por
la grieta producida por el estilete usado.
Aparte
de su pene,
que mutilado salvajemente
le
colocaron mordiéndolo
entre
los dientes. Apareciendo
colgante confundido
con la lengua.
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