capitulo
nueve:
Un celibato inadmisible.
Historia
: Cuarentena entre Timadores
capitulo
anterior: Un
tipo femenino de lujo
publicado
el : 17 de abril de 2019
Todo
o casi todo estaba decidido y la reverenda Luisa, ya embarcada en la
Dulce, se valió de Policarpo, un grumete descastado. Un trasto
perseguido por la necesidad y el hambre, que por unas monedas y un
antiguo rosario de bagatela lo convenció y pudo enviarlo con un
mensaje urgente y secreto dirigido a Sor Palmira, la monja que en su
tiempo fue la madre sanitaria. Con la que siempre había tenido mucha
familiaridad y apego.
Confianza
nacida a base de sufrimientos y secretos, desde que castigaron a
Luisa y la encerraron sin posibilidad de ver ni el cielo y por la
comprensión que le mostraba la castigada y sufridora Luisa a
Palmira, cuando la monja
facultativa,
le pedía ayuda al ser también trasteada por aquellos prelados
famélicos de sexualidad, que ya ni respetaban a las protegidas.
Entre las dos había nacido una especie de cariño fraterno, por
compartir pesadumbres y como no; haber sido la partera de Brígida,
hija de Luisa, aquella extremeña, a la que Palmira nunca le perdió
el contacto y jamás dejó de saber como y dónde se encontraba, por
si algún día la podía rescatar y llevar junto a su madre.
Residiendo
desde su alumbramiento en el hospicio municipal, muy vigilada por las
nodrizas, que alentadas por la madre sanitaria, velaban por aquella
pupila hija de un cenobita rufián y de una piadosa violada, que
ahora en breve cumpliría los seis años.
Remedios
la que cerraba el trío de las venidas del grupo pacense, aquella
hembra preciosa que destacaba por lo que llevaba de femineidad y
sutileza. La bella mártir y egregia mujer, que cumplía como nadie
con todo el testimonio de mutismo, que había jurado.
Refrendo
que no le habían permitido proteger aquellos ínclitos y falsos
indecentes que oculta el credo. Enmascarados con los hábitos de una
castidad falsa y de un celibato inadmisible.
Aquella
religiosa que forzaron en tantas ocasiones y durante bastantes años
trataron de desquiciarla, sin conseguir el propósito.
Remedios
estuvo al antojo de cuantos ministros monacales pertenecían al
convento, hasta que lo creyeron oportuno aquellos salvajes
hipócritas, todos ellos invisibles y cobardes ocultos, fingiendo ser
unos apasionados y fervientes apóstoles. Creyentes catequistas,
cuando realmente eran todo lo contrario. Unos tipos salvajes e
intolerables, sementales apócrifos que explotaban las noches para
follarse a las reverendas como si fuesen concubinas baratas de
viciosos lupanares. Para luego romperse el pecho con sus falsos
ataques de penitencia promulgando los mandamientos de Moisés.
La
dejaron quieta y sin mirársela más, cuando se cansaron y su cuerpo
se mustió, y sus tetas dejaron de estar tiesas y duras, abandonando
el precioso perfil femenino que retuvo durante tantos años.
Intentándola
desquiciarla, por las profecías que Remedios, la conocida Remedy
hablaba. Sin hacerla desaparecer del convento, porque ella misma
tenía muchas amistades que llegado el caso, hubieran hecho demasiado
ruido. Por lo que era más efectivo y práctico subirla en un barco
que navegara muy lejos y perderle la pista.
La
vigilaban sin fiarse, porque poseía cantidad de información de
todos aquellos abadengos que incluso intentaron dejarla fuera de su
propia vida.
Aunque
Remedy, poseía un nivel de inteligencia superior a la media de todo
el que la había montado y su experiencia le valdría para subsanar
las malas experiencias que su dios, le había propiciado.
Languideció
fingiendo que se le había escapado un piñón consiguiendo que
creyeran estaba poseída por locura transitoria, muy afectada por
depresiones y desvinculaciones emocionales. Llegándole a
diagnosticar enajenación permanente peligrosa, por tal y como ella
misma había teatralizado su conveniencia.
Por
lo que de forma enfermiza, fingía escenificando siempre que alguno
de aquellos abducidos estaba presente.
Una
vez en la nave, viendo que ya más o menos estaba todo controlado por
otras urgencias, aun y llevando cuidado, ya se mostraba con según
quien con una claridad infinita. Sabiendo lo que quería y lo que en
verdad buscaba.
Fue
Policarpo el grumete despiadado, que cumplió con el recado urgente
que Luisa le había encargado, encontrando a Palmira y esta una vez
recibidas las ordenes, por un escrito en pergamino, muy doblado y
lacrado que el muchacho le entregó. Supo que debía hacer, puesto
que conocía de ante mano los movimientos hablados con sor Luisa, y
la monja sanitaria, muy querida por todas las religiosas, pasó sin
perder tiempo a cumplir aquello que tanto deseaba Luisa.
Sabía
dónde se encontraba en aquellos momentos la persona a la que debía
embarcar y la nave en que la esperaba su madre fisiológica.
Así
que la reverenda que recibió el mensaje, aún no despachó al
muchacho porteador de la noticia, esperando de él, una nueva acción.
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tipo femenino de lujo
continuará
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