miércoles, 17 de abril de 2019

Capt. nº 9.-. Un celibato inadmisible


capitulo nueve: Un celibato inadmisible.
Historia : Cuarentena entre Timadores
capitulo anterior: Un tipo femenino de lujo
publicado el : 17 de abril de 2019





Todo o casi todo estaba decidido y la reverenda Luisa, ya embarcada en la Dulce, se valió de Policarpo, un grumete descastado. Un trasto perseguido por la necesidad y el hambre, que por unas monedas y un antiguo rosario de bagatela lo convenció y pudo enviarlo con un mensaje urgente y secreto dirigido a Sor Palmira, la monja que en su tiempo fue la madre sanitaria. Con la que siempre había tenido mucha familiaridad y apego.

Confianza nacida a base de sufrimientos y secretos, desde que castigaron a Luisa y la encerraron sin posibilidad de ver ni el cielo y por la comprensión que le mostraba la castigada y sufridora Luisa a Palmira, cuando la monja facultativa, le pedía ayuda al ser también trasteada por aquellos prelados famélicos de sexualidad, que ya ni respetaban a las protegidas. Entre las dos había nacido una especie de cariño fraterno, por compartir pesadumbres y como no; haber sido la partera de Brígida, hija de Luisa, aquella extremeña, a la que Palmira nunca le perdió el contacto y jamás dejó de saber como y dónde se encontraba, por si algún día la podía rescatar y llevar junto a su madre.
Residiendo desde su alumbramiento en el hospicio municipal, muy vigilada por las nodrizas, que alentadas por la madre sanitaria, velaban por aquella pupila hija de un cenobita rufián y de una piadosa violada, que ahora en breve cumpliría los seis años.

Remedios la que cerraba el trío de las venidas del grupo pacense, aquella hembra preciosa que destacaba por lo que llevaba de femineidad y sutileza. La bella mártir y egregia mujer, que cumplía como nadie con todo el testimonio de mutismo, que había jurado.

Refrendo que no le habían permitido proteger aquellos ínclitos y falsos indecentes que oculta el credo. Enmascarados con los hábitos de una castidad falsa y de un celibato inadmisible.

Aquella religiosa que forzaron en tantas ocasiones y durante bastantes años trataron de desquiciarla, sin conseguir el propósito.

Remedios estuvo al antojo de cuantos ministros monacales pertenecían al convento, hasta que lo creyeron oportuno aquellos salvajes hipócritas, todos ellos invisibles y cobardes ocultos, fingiendo ser unos apasionados y fervientes apóstoles. Creyentes catequistas, cuando realmente eran todo lo contrario. Unos tipos salvajes e intolerables, sementales apócrifos que explotaban las noches para follarse a las reverendas como si fuesen concubinas baratas de viciosos lupanares. Para luego romperse el pecho con sus falsos ataques de penitencia promulgando los mandamientos de Moisés.

La dejaron quieta y sin mirársela más, cuando se cansaron y su cuerpo se mustió, y sus tetas dejaron de estar tiesas y duras, abandonando el precioso perfil femenino que retuvo durante tantos años.

Intentándola desquiciarla, por las profecías que Remedios, la conocida Remedy hablaba. Sin hacerla desaparecer del convento, porque ella misma tenía muchas amistades que llegado el caso, hubieran hecho demasiado ruido. Por lo que era más efectivo y práctico subirla en un barco que navegara muy lejos y perderle la pista.

La vigilaban sin fiarse, porque poseía cantidad de información de todos aquellos abadengos que incluso intentaron dejarla fuera de su propia vida.

Aunque Remedy, poseía un nivel de inteligencia superior a la media de todo el que la había montado y su experiencia le valdría para subsanar las malas experiencias que su dios, le había propiciado.

Languideció fingiendo que se le había escapado un piñón consiguiendo que creyeran estaba poseída por locura transitoria, muy afectada por depresiones y desvinculaciones emocionales. Llegándole a diagnosticar enajenación permanente peligrosa, por tal y como ella misma había teatralizado su conveniencia.

Por lo que de forma enfermiza, fingía escenificando siempre que alguno de aquellos abducidos estaba presente.

Una vez en la nave, viendo que ya más o menos estaba todo controlado por otras urgencias, aun y llevando cuidado, ya se mostraba con según quien con una claridad infinita. Sabiendo lo que quería y lo que en verdad buscaba.

Fue Policarpo el grumete despiadado, que cumplió con el recado urgente que Luisa le había encargado, encontrando a Palmira y esta una vez recibidas las ordenes, por un escrito en pergamino, muy doblado y lacrado que el muchacho le entregó. Supo que debía hacer, puesto que conocía de ante mano los movimientos hablados con sor Luisa, y la monja sanitaria, muy querida por todas las religiosas, pasó sin perder tiempo a cumplir aquello que tanto deseaba Luisa.

Sabía dónde se encontraba en aquellos momentos la persona a la que debía embarcar y la nave en que la esperaba su madre fisiológica.

Así que la reverenda que recibió el mensaje, aún no despachó al muchacho porteador de la noticia, esperando de él, una nueva acción.






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