jueves, 21 de marzo de 2019

Levando anclas desde Cartagena


capitulo cinco: Levando anclas en Cartagena
Historia : Cuarentena entre Timadores
capitulo anterior: Ninfómana prudente
publicado el 14-03-2019





La tripulación estandarte de la Doña, la que iría en cabeza, estaba capitaneada por el Almirante Don Francisco Garrote Punzón.
Natural del municipio de Berja. Un almeriense con fama de valiente.
Descendiente del aguerrido capitán de fragata Don Aníbal Bermudez de Palafox, marqués de la Rinconeta de Malagón.
Asistido por los oficiales Cristobal Carvajal Marin, Teniente de Navío y Fabián Riquelme Tronchón, Alférez de Fragata, ambos de Alicante y que serían los bastones de apoyo del Capitan de Corbeta Lucas López de Sariquiegui, natural de Vizcaya y el Contralmirante Francisco Moreno Mojica, natural y afincado en la ciudad del Arsenal.
Todo el personal de mando en la cabina estaba pertrechado. Suboficiales y subalternos, subtenientes, sargentos cabos marinos y cadetes, todos dispuestos con lo necesario para surcar los mares con la garantía de aportar el máximo indispensable para que, cada cual en su puesto, pudiera desarrollar su cometido, cumpliendo las órdenes recibidas por los mandos. Consiguiendo en cada puerto se descargaran las provisiones traídas desde la península y se almacenaran aquellas que se debieran transportar a otros lugares, con el éxito que se esperaba de aquellos mercantes tan acostumbrados. Acariciando siempre el sueño de poder regresar en una fecha no demasiado lejana y la esperanza clara de reencontrar a sus seres queridos en sus hogares. Rezando siempre al cielo y a la naturaleza para que se dieran las condiciones optimas en alta mar y que las inclemencias del tiempo fuesen respetuosas con sus vidas.
El ritual y protocolo establecido seria siempre el mismo para las tres embarcaciones y en las dos naves restantes iría un oficial de rango superior al mando de cada una de ellas, pero en la expedición tan solo habría un solo Comandante, que había recaído en Don Francisco Garrote, y sería el mandamás de aquella aventura hacia las Indias.
El capellán asignado a la Doña, era un hombre de mediana edad, misionero de las antípodas que había evangelizado parte de las Filipinas y Mindanao, un santo varón natural de Camas de Sevilla, que sería el encargado de llevar los rezos y las almas de cuantos fuera menester.

La Dulce, era la segunda embarcación en importancia de la botadura con destino al continente asiático. Era mucho más grande que ninguna de las que restaban la aventura. En ella irían los mismos mandos y especialistas que en las demás, con la excepción del control general, que navegaba en la nave La Doña, que a la vez era la nave nodriza.
Además de la letrada religiosa, irían dos especialistas en labores de Comisarias, para dar apoyo a la destinada como Jueza de la Nave.
Plácida Matamoros Luque, reverenda y estimada madre superiora a pesar de su juventud, procedente del Noviciado de Vinaroz, donde ejerció desde su tierna infancia primero, como novicia y después ya ordenada monja. Ascendiendo por méritos propios y con un prestigio inusual dentro del escalafón eclesiástico, hasta llegar a ser nombrada “predilecta” y que en su afán de cristianizar a indígenas, solicitó el poder ejercer su beatitud en mundos lejanos, concediéndole la iglesia permiso de evangelizadora y médico cirujano en la travesía bautizada como: Las tres Marías de Cartagena.
La portavocía de su trabajo en aquel viaje, iría sustentada por dos expertas colegiadas. Elegidas entre las voluntarias que participarían de la peripecia a las tierras no catequizadas.
Designadas ambas como intelectuales y educadoras, sobresalientes en el espectro nacional, por sus prestigiosas trayectorias, que fueron a pesar de aquel tiempo encanijado que se vivía, imparables en el seno de tanto machista convencido.
La enseñante en precepto policial Doña Virtudes Calasancio, primera ejecutiva y directora de las cárceles femeninas instauradas en el Nuevo Mundo, voluntaria y reclutada por los empresarios marítimos de la nueva colonización, se encargaría de la instrucción y de la urbanidad de las enviadas a las Indias y a Filipinas, procedentes del Hospicio de San Joshué. Muchachas descarriadas que se habían criado todas ellas en ese instituto. Sin el calor de madre alguna que les pudiera aportar y enseñar atribuciones necesarias para compartirlas con la sociedad.
La otra académica sería Doña Eduviges Martínez Maroto. Virtuosa mujer procedente de la Cátedra de señoritas descarriadas en la ciudad de Caspe, a la que le precedía una fama inigualable, por sus cuantiosos esfuerzos, todos ellos dirigidos y predestinados a la nueva mujer, que ya se pretendía tímidamente; existiera en nuestras vidas.
Aquella que parecía comenzar a despertar de ese sometimiento ancestral practicado por los machos españoles. La mujer, de entonces que ya comenzaba a despuntar y a reclamar de forma timorata lo que le pertenecía.
La precursora Eduviges. Invitada a distintos foros referenciales de la época, por sus conocimientos en la materia, en defensa siempre del mal llamado sexo débil, que hasta de la casa Real, fue llamada en diversas ocasiones para solventar algunas inconveniencias del servicio de asistencia de la propia Reina y del comportamiento entre sus damas de honor.
Cinco matrimonios compuestos por tres hijos cada uno de ellos, excepto la pareja que llegaba desde Guadalajara, casados en segundas nupcias y que estos aportaban, un hijo más al recurso.
Cuatro niñas de diferentes edades. Dos las aportaba el marido, nacidas en su primer matrimonio, y dos señoritas más las sumaba la esposa, del enlace que tuvo del inicial desposorio.
Sumando entre todos los menores dieciséis chavales, los cuales además, recibirían instrucción por parte de las dos comisarias de abordo.














Continuará


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