Habían
preparado aquel viaje, con una ilusión desmedida, las dos parejas
solas. Guillermo Astrain y Aurora Peláez, junto a sus inseparables
Mateo Lanuza y Adela Galindez.
Amigos
desde la infancia y ahora mucho más. Les había unido muchísimo las
peripecias estudiantiles y las extravagancias de los deseos
irrefrenables del sexo y de las drogas.
La
conducta licenciosa, el trato universitario, los secretos de alcoba,
el amor desmedido, el cambio de parejas y la estancia en la Escuela
Mayor en la ciudad de Sevilla. Donde vivían y pernoctaban mientras
cursaban la carrera de Biología y les acogía durante toda la
semana, desde el lunes tempranito hasta el viernes noche, que era
cuando volvían a sus casas.
Si
es que el tiempo lo permitía y les apetecía desplazarse hasta San
Esteban de Gormaz, en la provincia de Soria, para estar con la
familia.
La
confianza que se dispensaban era sobre dimensionada, y el cariño y
apego fuera de toda duda. Lo que se dice inseparables. Más que
hermanos.
Desde
la tierna infancia tenían relación y mucho trato, y a pesar de que cuando
eran mocitos y durante toda su pubertad Guillermo, bebía de los
labios de Adela, que le había prometido amor a chorros. Ahora
ella, vivía y compartía cama y sexo con su amigo Mateo.
Sin
querer recordar, los buenos y fenomenales momentos de sus meneos e
impudicias completamente desnudos follando
sobre
el heno, de aquella finca apartada que
era propiedad de su familia. Alojamiento discreto que les servía
como recinto personal para tantas y tantas bacanales.
Aurora,
la
otra muchacha en cuestión; era
una joven calculadora muy empollona y aplicada en ese tiempo de
adolescencia. Vivía muy sujeta por unos padres que les daban poca
cancha a ella y a sus hermanos. Por lo que ahora, se había
desmadrado de forma visceral, siendo una mujer inhibida y
despreocupada que solo le apetecía divertirse y vegetar profundamente a lo loco. Todo aquello que no había probado y que a
medida que se le presentaba lo saboreaba hasta la extenuación.
Sabía
que Guillermo, no le llegaba a la altura de sus pretensiones, ni la
dejaba feliz ni satisfecha, cuando la pretendía y trasteaba en la
cama. Era un egocentrista facilón con poco aguante físico sexual,
y de momento, le faltaba el recambio con quien pudiera juntarse, para obtener el calor, sufragar su deseo y extenderse en el gozo de un coito, en las interminables noches de invierno, de la ciudad
de la Giralda.
Decidieron
salir aquel fin de semana dirección a las playas del mediterráneo, teniendo intención de quedarse en la provincia de Tarragona. En Altafulla, un pueblito pescador precioso, que se deja bañar por el
Mediterráneo; para continuar si se daban las ganas y el antojo,
acercarse hasta la propia ciudad romana.
La
alegría desbordante por el comienzo de un fin de semana estupendo se
precipitaba en los deleites y velos de aquellas parejas tan llenas de
vida.
Arrancaron
a la vez, el deseo, y el motor de su vehículo, muy temprano para
aprovechar toda la jornada en el viaje.
Pensando
que de todos modos debían hacer casi mil kilómetros desde Sevilla,
que tampoco era una distancia corta, y se debía estar al tanto, mientras durase el traslado por carretera.
Al
principio en el volante se puso Guillermo, y de copiloto iba su
actual pareja Aurora, que muy serios tomaron la iniciativa del inicio
del trayecto, sin
casi dirigirse la palabra, por la propia concentración que intentaba
llevar el conductor.
Tras
más de dos horas de viaje, ya circulando por la Nacional 420, en
dirección norte. A la altura del puerto de Despeñaperros, donde
finaliza Andalucía y comienza Castilla la Mancha. Notaron que el
tráfico era de pronóstico y a
pesar de no coincidir con festivo alguno, el
pavimento hervía. Se antojaba con una circulación excesiva. Pleno
de vehículos y de contingencias.
Habían
establecido que durante las primeras cuatro horas, conducía Guillermo
y tras un descanso tomaría el volante Mateo, que ahora en los
asientos traseros, iba provocando y metiéndole mano a su acompañante en la blusa. Incitando con
tocamientos a la señorita Adela, que tampoco hacía ascos y se
dejaba toquetear entre las piernas y demás lugares eróticos.
A
la vez que ella hacía lo propio con su deseo voraz, de dejarse montar
y
a ratos tomar iniciativas poco acomodadas, para disfrutarlas desde los
asientos de un utilitario mas bien reducido.
Aurora,
desde el espejo retrovisor no se perdía el festejo de los dos
amigos, que ya sin disfraz estaban comiéndose descaradamente, en un
acto sexual certificado y con las exageraciones y
dificultades que
suelen comportar el joder a una hembra en los asientos de un coche
incómodo.
Dada
la desconcentración
Guillermo; hacía un adelantamiento imprudente, que acabó en
tragedia, al colisionar mortalmente con un camión de transporte de
áridos.
Aquel
coito iniciado por Mateo y Adela, quedó paralizado —ipso facto.
Inmediatamente inmovilizado,
en aquel mismísimo segundo. Muriendo en ese instante Guillermo, el
conductor y responsable del brutal
golpe.
Se
armó la tragedia en tres segundos. El tiempo que usó
Guillermo, para volver la cabeza, y extraviar la mirada hacia atrás. Dejando de observar
la carretera en un adelantamiento temerario. Por vislumbrar a su
amiga desnuda, mientras se la tiraban en lugar y tiempo no propicio.
El
chófer
del camión también se quedó en el sitio. Murió en el acto. Segundos después de colisionar frontalmente con el turismo. Sin darse ni cuenta, que
perdía su vida, por el antojo de la insensatez de unos desconocidos.
El vehículo conducido por Guillermo Astrain, quedó en casi un amasijo de
hierros, plástico y sangre.
Perdiendo
la vida él
mismo.
Los
daños de
Adela Galindez la
desenfrenada,
fueron irreversibles.
Aferrándose
a su existencia
por un hilo, en el momento que disfrutaba de su último orgasmo.
Después
de varias operaciones mantuvo sus entrañas y con dificultades, pudo
salvar el pellejo, quedando parapléjica.
Ningún
órgano de su cuerpo funcionaba, excepto su cabeza, su inteligencia y
sus remordimientos.
Su
novio, Mateo, el que la hacía disfrutar y perder el lamento mientras
copulaba debajo de ella. Amortiguó el golpe y a parte de las
magulladuras y hematomas deformes, fue el único que salió ileso del
encontronazo. Al evitar el daño el propio cuerpo desnudo de Adela y
las molduras y esponjas del molludo
asiento trasero.
Aurora,
que desde la tribuna preferencial de copiloto, envidiaba como
hurgaban a su amiga. Disfrutaba
del
espectáculo y
del regocijo que le provocaba. Ver a Mateo desnudo y potente, fuera de sí, dándole gozo a su amiga, se le fundió la vista repentinamente.
Quedó en coma, durante meses.
Tampoco evitó sufrir deformaciones graves y ciertos desgarros de consecuencias impensables. Pasando obligatoriamente por el quirófano varias veces, para reconstruirle el rostro,
piernas
y brazos despedazados, subsanando
a su vez, delicadas fisuras
en el cráneo.
Pasados los años, Aurora recordaba en sus pensamientos, con acritud desmedida, aquella visión trágica, y comparaba
la última
gozada
sexual
que disfrutó su amiga Adela. Tan distinta de las que ella aquejaba
en aquellas noches sevillanas, en
compañía de su difunto.
Sin
adivinar como finalizaría su existencia.
Fue
ardua la recuperación de las lesiones, llevándole
por más de dos años de curas
y operaciones,
mientras la familia de Adela, la internaron en un alojamiento
de personas con dificultades físicas y
atención
parapléjica.
Mateo
y Aurora, se volvieron a ver con el tiempo en la residencia donde
Adela está ingresada y jamás le dijeron, que en la actualidad,
Aurora duerme
y es
valida
por quien fornicaba con Adela, en el trágico accidente.
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