jueves, 13 de agosto de 2015

Sabor a vainilla y fresa


 Normalmente, en la placita que está en mi suburbio, en el barrio de San Pedro, hay un rincón que desde chiquitín, visitaba cuando la alegría o la congoja podían conmigo, o cuando debía tomar una decisión de las que en aquel tiempo para mi eran transcendentes. Me sentaba en el recodo del banco, solo con mis dudas y tras creer que todo lo tenía claro, me levantaba y a otra cosilla palomilla


En él han estado sentados mis mejores amigos, los de verdad, esos que solo se cuentan con los dedos de una mano. Algunos ya faltan, es ley de vida, te dejan su ausencia que notas más de lo que imaginas cuando estamos plenos.
Aquellas niñas que me gustaban tanto, que me atraían y me despejaban de cualquier enfado, de tanta ausencia de comodidad, de tanta mentira y prohibición y que también las invitaba al banco, o quizás me llevaban ellas a mí.
Canturreándome aquella canción Those Were The days, más conocida por nosotros por el título de: “Que tiempo tan feliz”, haciendo votos por ilusiones imposibles para un futuro inmediato. Las cuales ninguna se cumplió.
Hermosos momentos, vivencias y aquel suceder de tantas experiencias con su implícito éxtasis me regalaron; y que tantas ilusiones pudiera albergar dentro de aquel corazón que entonces funcionaba sin pastillas. Haciendo que de una forma u otra, parte de mí, haya que agradecérselo a ellas.
Ahora cuando los años han pasado, las que quedaron por el barrio, siguen siendo respetables y preciosas, porque lo son y además guardando tantos misterios los mismos que alberga en su secreto el famoso bancal de la plaza.  

Cuando he tenido tristezas he ido solo y allí he discutido conmigo mismo. La mayor parte de las veces, sin darme la razón, porque muchas de las cuestiones las resuelves dejándote llevar por una ilusión, que después se transforma en ridículo error. Criticándome con dureza, si venía a cuento, cuando tenía la necesidad de solicitar algo. ¡Ya sabes...!  Al cielo.
Me sentaba y muy serio charlaba con nuestro socio, ese que dicen no existe; pero que todo el mundo pretende en los instantes que agotas todas las vías posibles de solución. Ese que a veces cierra los ojos y deja que me estrelle y después espera con ese talento implícito, que me queje.
 Ya me entiendes ¿verdad?

Hacía años que no le hacia una visita al banco de la zona izquierda de la placita; y el otro día pasé; no tenía más remedio que ser justo, salomónico con una determinación que me atañía de pleno, imposible delegar ni excusarme, y sin darme cuenta mis pasos me llevaron al mismísimo lugar que años atrás elegí como garaje de emociones,  me senté en él, viendo como los muy jóvenes paseaban en pareja, otros con sus hijos, todos en sus mundos. Otros demasiado ancianos apoyados en sus bastones, hincados en sus pensamientos, fuera del mundo, en la estación finita del camino.

Como siempre, en la glorieta disfrutaban unos pocos, con el fresco de la mañana, compraban esas chucherías en el kiosco de la esquina, algunas personas conocidas saludaban, otras aunque saben muy bien quien eres, de que familia eres, hartos de su desdicha, o por aquello que se llama envidia, dejaron de consumirte con la vista, pues no son capaces de un saludo, ni siquiera de un gesto con la cabeza, para reconocer que saben quién eres. Son los de siempre, los que normalmente han creído que son superiores a los demás. Los más infelices del barrio sin dudar.

Ya llevaba un buen tiempo allí descerebrándome y en uno de los momentos que parecía estaba más  tranquilo en mis reflexiones. Se acercó el heladero, un individuo ya muy mayor, el hombre más fresco del barrio, y me dijo tan solo una cosa, que me hizo mucha gracia. __ ¡Te haces primitivo nene!  Ese banco tiene imán y te ha estado abduciendo siempre  ¡cuánto tiempo sin verte!

_ ¡Si ya ve usted don Pepe!, años, ya. Nos hacemos veteranos.

_Uy viejo tú, aún te falta nene, no te enfades, te he llamado así toda la vida. Has sido de los más asiduos al lugar, de los que te has confesado tantas veces en desierto, que en muchas ocasiones llegué a pensar que tu felicidad no la llegarías a conocer y si te llegaba sería fugaz, como aquella canción que tanto te gustaba, no sé si aún la recuerdas:
Nights in White satin, traducida a lo nuestro: Noches de blanco satén.

_Si, lo sé, don Pepe, no me enfado por el mote que sigue perpetuando de mí. La felicidad es una sensación pasajera, y la canción la sigo asociando con el lugar y con el tiempo. Solo descansaba y pensaba. ¡Solo eso!

_No amigo, ahora ya son problemas diferentes_, dijo el heladero_, ya no son pasiones pasajeras, ni siquiera amores tuyos. Ahora los problemas ajenos los que debes resolver ya no son tuyos, son de los que te rodean, de los que están contigo ¿No me mientas? Pero quien sea, cuando los traigas junto a ti, cuando los sientes a tu derecha, invítalos al helado que siempre te ha resuelto los dilemas. ¿Recuerdas?_ preguntó Pepe y siguió con su jerga_ Engáñales, como solías hacer de jovencito, déjales que disfruten mientras puedan, sé útil para ellos, y no les pongas trabas.

_ ¿El de vainilla y chocolate?_ pregunté, afirmando y recordando cómo eran aquellos escarchados_.  Pero no es eso Don Pepe_ intenté justificarle a él, que quien sabe de dónde viene y quien es en realidad_. Solo pasaba y me entró nostalgia y vine a recordar.

_Porque quieres engañarme. Estás pensando en resolver una ecuación irresoluble; esos ojillos no me engañan, te he visto crecer y vivir, y falta tu alegría. Hagas lo que hagas, digas lo que digas, te dejaran desinflado, porque tu opinión no la valoran.
No te canses, que no vale la pena. Son así, han nacido sabiendo y creen que todo lo saben.
Me reí y agradecí sus palabras_, Pepe quien eres, siempre has sido un adivinador de secretos que jamás te he contado, ¿Quién eres? ¿Eres un demonio alado vestido de vendedor de frigos?_. Me miró tras sus lentes profundas por las dioptrías y casi me arranca una lágrima seca. Esa que se suele llevar en el alma, y se ha petrificado de tanta espera.

_No te preocupes nene; no te ha visto nadie, ellos duermen, y cuando decidas no le gustará a nadie, ¡sabes que siempre pasa así!
_ Quien ha de despertarse, quien había de verme, quien duerme. Dime quienes son que ya sabes de antemano. No me has contestado Don Pepe, eres algo especial?
_  Nadie sabrá nada, no te delataré. Desde el principio de los tiempos siempre ha sido así. Me pusieron en este lugar para dar fresco a la gente, antes que tú; pasaron tus mayores, y después de ti vendrán los que te sucedan.
A ti no puedo engañarte, todos me llaman Pepe el heladero, pero tú sabes quién soy realmente. Que sepas que todo se repite, nada es por casualidad, ni la suerte existe. Nos volveremos a encontrar en otra dimensión; seguro, que nada es del color como se muestra, ni la mentira es tan gruesa como creemos, ni la verdad es tan certera a ojos de otras gentes.
Dile que… ¡para qué!   No le digas nada, se dará cuenta que se ha equivocado con el tiempo, pero entonces tú ya no estarás. ¡Es así, siempre lo ha sido!

Se dio la vuelta, y siguió con sus cantares_; helados, caramelos, palomitas de maíz para los nenes y las nenas; al rico helado para la señora.


Crucé la avenida sonriendo mientras escuchaba su cantinela.





1 comentarios:

Vicente Corachán dijo...

PRECIOSO. Un relato con mucho sentimiento, una retrospección en el tiempo. Me encanta. Felicidades.

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