Viene del capítulo anterior _ Búscame en Zihuatanejo
Sinvergüenzas tapados que
esperan su oportunidad para gozarla sin que nadie les vea y disfrutar como el
caimán más feroz de la guarida.
La interpretación de Cinta
en el Convento de las Trinitarias con el manejo de las virtudes del wáter cósmico
fue de lo más real y convincente. Consiguiendo que más de uno de los clérigos
presentes se pusieran tensos y más rezumados que las morcillas de Valle Santo, que
sus orificios se distendieran y volvieran a contraerse mil veces, a medida que
ella iba lavándose y enjuagándose su sexo laxo, llegando algunos de los presentes
a deleitarse con el derramamiento de su propio suero.
El resto de monjas y
novicias llegaron a empapar sus ropajes interiores con acalambres vertiginosos
inesperados. Dejando bragas y taparrabos mullidos por el empuje de su propia
esencia de esperma.
Ayudada en aquella intervención
por Severiano Simón Campos, que también supo ganarse el óscar al mejor festival
de limpieza intima. Siendo uno de los actores de la presentación del artilugio
en el convento.
Por su actuación desnudo
frente a tantas beatíficas monjas y tanto desconsolado monje, que se soportaba
las ganas de secreción dándose pellizcos en las nalgas para evitar que les hipase
su glande
Todos los presentes en
aquel hotel de Managua, esperaban con mucho deseo que la representación se
llevara a cabo cuanto antes y que además se cumplieran las expectativas.
Manolo hacía bastante que
esperaba pacientemente a Mechthild, la oía que hablaba con alguien por teléfono
estando en el baño, desde hacía ya un buen trecho, parecía que aún le quedaban
flecos por contar de cuanto le había ocurrido en las últimas horas. Imaginaba
que sería con alguien de su familia, allegados o amigas, que sabían de su
primera noche de amor compartida con él mismo.
Se reclinó sobre el diván
del salón y sus pensamientos se escaparon a España, imaginando entre muchos y
variados recuerdos, que sin duda le habían dejado un saldo negativo y doloroso.
Su casamiento con su
exmujer, la abogada, ahora fiscal de Vinaroz, Mercedes, que lo abandonó por un
futuro ministro y en la actualidad profesor de la Universidad de Valencia. Sin
motivos claros ni causas tangibles, sencillamente dejó de amarlo. Se le acabó
el amor y no quisieron continuar con una farsa indecente.
Sin malos tratos, sin
recriminaciones, sin lamentos dejaron de verse y pusieron fin a su relación
hasta que les llegara el divorcio, que por cierto llevaba ella misma la propia
Mercedes Piedra Roqueta desde su despacho de abogados de la capital Vinarocense.
A la familia, le dieron la
noticia, con sencillez, sin ataduras, ni zarandajas, Manolo explicó su versión frente
a una familia de la vieja guardia, que quiso disimular los acontecimientos
frente a sus amistades y vecinos, sin éxito puesto que por la otra parte, la
familia de Mercedes, dieron un comunicado exiguo a la prensa local, aduciendo
motivos increíbles y falaces. Ruptura y divorcio.
Mechthild entretanto ya
había finalizado de acicalarse y salía desnuda por la habitación de hotel, mientras
Manolo estaba inserto en sus cavilaciones con los ojos medio entornados, a la
vez que ya se deleitaba del cuerpo de su nuevo y estrenado amor, que le tenía
emocionado.
_ ¡Manolo, vida mía! ¿Qué
piensas? _ preguntó la mujer con descaro clavándole sus ojos en la abertura del
jubón que llevaba medio desabotonado, por donde asomaba parte del pectoral, a
la vez que conjugó con gracia su deseo, metiéndole mano en su pernera hasta
tocar con aplomo su glande, que ya comenzaba a inflamarse.
_ Pues, fíjate cielo_, dijo
Manolo con dulzura_, mientras hablabas por teléfono y te bañabas, me han venido
unos pensamientos arcaicos que han hecho comedir y volver a vivir instantes escandalosos.
Los cuales, no quisiera repetir por nada del mundo. ¡Observa! _ comentó
Manolo_, acercando a Metchild y tomándola por la cintura hasta juntar sus
cuerpos y sus labios_. Con lo dichoso que me hace tu compañía y lo ardiente que
me tienes.
_ ¿Amores pasados? _ sondeó
Mechthild, arqueando las cejas y esperando una respuesta convincente tras un recado
corporal que pedía soborno inmediato y sexo continuado lindante y muy urgente_
Te apetece uno rapidito antes de ir a ver a mamá, o quizás otro más prolongado
y lo dejamos, la visita para más tarde.
No hubo frases expresas,
ella iba desnuda, y no medió ni minuto para quedar entrelazados por sus sexos y
subyugados en una satisfacción._ Dentro de ti; deseo estar_, le manifestó la
joven a Manuel, atrayéndoselo para que la poseyera.
Se tendieron sobre aquel
diván y quedaron íntimamente trabados por su desenfreno, que derrochaban ellos
mismos, sudando y follando como posesos, como si el mundo hubiera de extinguirse
en breves minutos y no diera tiempo a llegar a un apogeo relajado y paciente, a
una eyaculación nerviosa, a un orgasmo desenfrenado.
Manolo se dejaba llevar por
la nica y ésta lo portaba en volandas imaginarias al mundo sutil de unas nubes
rosáceas, donde solo notaba el frote, la fricción de su cuerpo penetrado en
ella. La cabeza no pensaba, el talento no existía, la mentira se había
evaporado, quedaba únicamente el deleite, la prisa desmedida que coronaba desde
los infames fondos sensuales para convertirse en una especie de locura
indescriptible por los beneficios del gozo y de sus disemines orgánicos, hasta
una excitación inaudita. Soplidos exagerados de pasión inundaba la sala, un
incesante mete y saca, como muelle automático, semejante a un interruptor automático
de ascensor con dos movimientos; los clásicos el sube y baja, el entra y sale,
el rompe y rasga.
La besaba como un poseso, y
ella, mordía los labios y la lengua de un Manolo que se dejaba fornicar por un
placer desconocido, descubriendo un perfume, el proveniente de los recovecos de
Metchild, su aliento roto por el despertar matinal, sus axilas recién perfumadas
daban ese alegre incitar al deseo incontrolado, sus pechos erótico bailables
por la potencia de unos músculos ejercitados, potentes danzaban arriba y caían
después hacia abajo, haciendo el ruido de las campanas sordas cuando crujen la
propia carne del cuerpo sano y fornido y que bajo sus conos mamarios,
aromatizaban las pituitarias del susodicho amante, que aspiraba cuanto bueno
destilaba el cuerpo maduro de aquella hembra nicaragüense.
Aromas ardientes y a la vez
agrios, confundidos con la transpiración corporal que le embelesaba, y
necesitaba consumir sin demora juntamente y a la vez que su jadeo batiente y
nervioso, tan propio de una mujer que tiene prisa por auto desperdigarse encima de su propio orgasmo.
Se lo comía, lo absorbía en
vivo, sin sutilezas, para que el mismo Manuel, sacara fuerzas de flaqueza y avasallara
su vagina una y otra vez sin descanso hasta debilitar, y volver a consumar en
los segundos precedentes otra versión y otro polvo, otro meneo más, otra corrida
en la cima del sumo placer, hasta que muriera de gusto genital, provocado por
los tuétanos endurecidos de su macho amante y Mechthild quedara completamente exhausta,
despeinada y enrojecida de tanto balanceo y temblor suministrado por la
jodienda.
Manolo, ya carecía de esperma,
de pujanza y de pericia, había desfallecido por la carencia de semen, sus
poluciones nocturnas habían anexado la decena, pero sí; le quedaba ternura para seguir dándole antojo
a una mujer necesitada de todo el bálsamo erótico, de todas las succiones
bucales que hizo sucumbir sus deseos más escondidos y a la vez más ansiados.
_ Nena, me pones jugoso, te
veo tan guapa, tan elíptica, tan físicamente sabrosa, que sin dudar estaría encaramado,
o debajo de ti, días enteros más húmedo que una lombriz parasitaria. Hueles a
romero, o quizás a hierbas asilvestradas, sabes a papaya anaranjada, tocas y ejerces
la caricia que enervas mis escamas y me comes con la vista con ese encanto
femenino que no puedo negarte absolutamente nada. Miedo me das, dado el caso
que te aburras de mí, me abandones, como ya me sucediera hace unos años.
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