En una de esas situaciones delicadas y no reales que solía adentrarse
más a menudo de lo que deseaba_, decía aquel hombre pensando en voz alta_, todo lo
que se le ocurría tras haber leído uno de los capítulos del libro que tenía en
sus manos y de lo disconforme que estaba con su autor, lo poco de acuerdo que
estaba con ese alto señor, protagonista de la novela y jefe de la tribu y,
viendo que no le podían hacer cambiar de opinión, en cuanto al sacrificio
de los inocentes, que les sacaban el corazón de cuajo y lo ofrendaban a su
tótem, aún caliente desde el pecho del inmolado_ siguió a tenor de ese guion,
pensando en diversas cuestiones que navegaban por su cabeza, ya un tanto
enferma.
Me llevaron de malas maneras a una de las celdas para que en el momento
que ellos dispusieran también fuera sacrificado, como sacrílego,
como detestado y creyendo que era un poco menos que un demonio.
En las celdas hacinados y como seres inmundos estaban un grupo de apestados, y entre ellos una muchacha, lozana, con sus ojos desorbitados y desencajados de las cuencas de tanto lloro como había vertido. El mero hecho de haber sido elegida como mujer prominente y bella, la hacía merecedora del castigo y debía morir en el cadalso, cara arriba, y destripada de pecho y estómago, que era la praxis que tenían aquellos indígenas para ofrecer como fruto la sangre a la tierra de sus idolatrados.
El lugar olía de forma inmunda, cuasi como el desatendido matadero de
cualquiera de las ciudades atrasadas de países ignotos. El suelo impregnado de casta
humana, y de enfermedad, de los bacilos asesinos, y del fallecimiento inminente
que pululaban ciertamente por sus fueros.
La muchacha intentaba zafarse, su falta de ropajes, ya que al esperar
el fin de sus días inmediato, la habían despojado de su ropa y permanecía
completamente desnuda. Su cabellera sucia y desmelenada le caía por los hombros,
disimulando dos grandes tetas que le pendían sin alma y sin deseo.
Hombros estrechos, y cintura frágil y redonda, daban paso al desvelo
por dos extremidades inferiores, largas que hacían de esas piernas, en
cualquier mercado, un producto valiosísimo; por lo blanco de su piel y por el
erotismo encarcelado en las medidas que poseía aquella mujer.
En sus manos extendidas se veían las callosidades en los dedos al
intentar zafarse de todos aquellos grilletes que le habían provocado aquellas
heridas. Al Principio trató de tapar sin conseguirlo, sus vergüenzas que
torpemente y sin control derramaban detritos propios de su cuerpo y sobresalían
sus heces del borde de su esfínter, debido al gran temblor que tenía en todo su
cuerpo, producido por el martirio. Mostrándose ajada y rota.
Cuando me arrojaron desde la puerta de la celda, quedé a sus pies, boca abajo, y fue ella la que me reconoció; permanecí de una pieza sin sentido y al reencontrarme en lugar infecto como aquel, y con la última persona imaginable, no tuvo más remedio que preguntar no sin rabia. _ ¡Qué haces aquí! _ inquirió mirándome sin dar crédito a lo que veía.
_ ¿¡Cómo has llegado hasta mí!?
_ No lo sé, no es por mi gusto y ¿tú, como estás desnuda y tan afligida
en esta caverna infecta?
_Voy a morir, me van a ejecutar, me ofrecen como sacrificio, al Dios de
esta chusma de irracionales.
_ De algún modo habrás llegado a esta situación tan poco normal; a
pesar de que normalidad en ti, no suele encontrarse.
_ Como has llegado hasta aquí_, volvió a increpar la mujer desnuda_ no
entiendo como hemos coincido ni como ha sido que el destino nos volviera a
mezclar.
_ No lo sé, he llegado con el pensamiento; con la fuerza de la concesión,
pero sin querer recordar nada de tu persona, hacía años que no me interesabas y
para nada te he tenido presente en los episodios de mi vida; ya no pienso en
aquellos tiempos ni recordaba tus promesas incumplidas ni siquiera en
los excesos que cometiste, y según parece todo se paga en quebranto,
el destino a veces lo decide así.
_ Yo estaba en la placita, y no te esperaba aquella tarde. Así quedamos
en vernos un día como hoy de hace ¿Cuántos… años?; La hora era la habitual;
las cinco, y el deseo de verte hacía aquel remoto día; te esperara a que
llegaras.
_ Hace tanto como treinta años, que no aparecí por el banco de la
plaza, donde esperabas dispuesto con aquel traje azul que tan bien te quedaba,
aquella tarde que debíamos escapar con destino desconocido, sin dar aviso a
nadie. ¡Escapar para vivir!
_ Me cansé de esperar y no llegaste, jamás supe una palabra sobre tus
pasos, donde estabas, donde fuiste, con quien te marchaste. En tu casa poco a
poco fueron muriendo por un padecimiento raro, que nadie sabía a qué se debía y
el médico no supo pronosticar ni detenerla. Todos cayeron_ ¿Qué has hecho, que
te veo tan desmejorada?, y tan a punto de perder la vida, que cosa escondes.
_ No escondo nada, yo no puedo perder algo que jamás he tenido, la muerte no tiene vida, yo soy la enviada, la de la guadaña, la que viste ahora, con firmas famosas de tanto modisto servil. Sin ruidos de negro parduzco o de rojo esmeralda y solo he deseado triunfar, desde siempre, aunque ni yo misma lo pretendo de hecho, cuanto hace que no me veías; sin reconocerme.
Ya ni te acordabas de mí, es posible que jamás pensaras en que en algún
momento vendría a buscarte. Entonces no fui a aquella plaza, porque te
validaron la vida, algo ocurrió que trastocó los planes y se te dio más tiempo
para, en definitiva; sufrir. La peor parte la llevó ella, que me la llevé por
delante. Era una chica guapa, pero de seguir con vida hubiera sido muy
desgraciada por disgustos que ahora no vienen al caso. El plan era que los dos
en aquel banco debíais morir, o mejor expresado, debíais partir para Jojondo.
¿Fuiste el galán de la última
obra en el teatro Capítol?, ¡Triunfaste como un canalla! fastidiando a tus
compañeros de reparto, por la jodida pretensión de ser la única figura del
teatro.
_ Lo sé, era por mí que la gente iba a ese Capítol, a ver mi arte, mi
innata posesión de la comedia, mi arte escénico.
_ ¿Tantos años como dices? Son los que no nos veíamos, cuando fui a recoger
a tu amiga antes de que llegara ¿al banco de la plaza? Ni te enteraste de su
fallecimiento accidental, todo quedó difuso, como pretendía su familia. Fui muy
limpia al llevármela, nadie se inmutó. Otra vez mi segadera funcionando a
placer.
_Nos estamos retando toda la vida, sin saberlo, nos encontramos, cuando
menos lo esperamos, cuando la esperanza comenzaba a morir en mis manos, cuando
los médicos ya no me dan más tiempo de vida. Lo noto, antes de que tu llegaras,
que poco a poco, mis funciones declinan como la llama que se apaga. Lo que
disponga el cielo
_ Entonces, sin una caricia, quieres desistir de esos compromisos que me haría prolongar la batalla de llevarte de inmediato, o quizás quieras acabar aquella historia con la dama desconocida de la obra teatral_ siguió argumentando la muerte_ y que como aquel que dice, me hacían tener las manos atadas, a aquel guion que estaba interpretando y que sus personajes, vivían en mí, y me ofrecían aquel espectáculo irreconocible y apesadumbrado.
_Se me escapó el tranvía de la vida y tuve que venirme andando desde mi
último deseo, dejando a mi vida, que fue efímera, ¿tú sabes, que me ha pasado?
¿A todos nos pasa lo mismo? Porqué nos aferramos a la vida, si dicen que
después está el descanso. Nadie lo sabe ¿verdad? No quiero sufrir, ni que los
demás soporten. Me doy pena y a la vez tengo mucha rabia.
_ Debemos ir acabando, el tiempo apremia, y dentro de cinco minutos he de estar en otro lugar_ dijo doña Defunción_ luego te llamaran desde algún recodo de la creación y te preguntaran para valorarme, del uno al nueve, si te he tratado bien o crees que debemos mejorar. Si quieres, si te apetece, si decides no hacerlo, lo entenderé.
El libro se le cayó de las manos, como la propia vida comenzaba a
viajar hasta quien sabe dónde, entonces emprendió su elucubración sin sentido
ni conexión. Dejó que se explayara y dijera todo lo que llevaba dentro y quedó
escuchando sin saber qué es lo que le pasaba, porque no dejaba de encontrarse
desubicado, raro y fuera de su propio cuerpo.
_Sí; porque, se había asustado.
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