Érase
una vez en un país imaginario, donde las alegrías se veían muy destacadas, y
los enredos muy feos, donde las gentes educadas sobresalían sobre las que
adolecían de esta virtud, y lo bonito de las personas se dibujaba al trasluz,
como si se tratara de una película exquisita.
A
pesar que la verdad es tan complicada, pues se iba sobrellevando, no sin
ciertas dificultades en aquel grupo de conocidos, amigos otros, vecinos algunos
y paisanos los menos.
Se
juntaron que no revolvieron en un gran avión en viaje de placer para pasarlo en
grande, iniciando una salida vacacional no inferior a tres días. Con
destino al pueblo de los elegidos.
Tras
diez horas de vuelo surcaron Europa del norte llegando a rozar el continente
asiático.
Para
disfrutar cada uno de ellos de su verano particular, de la vida y de
las alegrías personales y ajenas.
Aquella
mañana despertó con muchos grados en el termómetro, lo que significaba que
el sueño de la noche anterior habría sido sin duda, dificultoso. Todo indicaba
que su dormir no había sido normal, porque no quería llegar
tarde a la hora del embarque.
Los
turistas todos se presentaban para llegar al punto de recogida más cercano, a
su hora y dando tiempo a que los organizadores pudieran completar el inicio del
deseado viaje.
Para
transportarlos a todos al aeropuerto de Castellón que iniciaba su periplo, tras
haber estado cerrado tras su inauguración, sin viajes de salidas ni llegadas.
¡Por fin! Se abría aquella majestuosa instalación aeroportuaria.
Tras
el mayúsculo gasto que habían realizado aquellos que imaginaban que la burbuja
seguiría llenándole los bolsillos y recuperarían con creces la inversión de aquellas
obras faraónicas.
Allí en
la esquina de la plaza, donde confluye la calle Avenida de San Antón,
con la plaza Catalejos, la gente se saludaba dándose unos abrazos ensayados,
carentes del verdadero cariño, faltos de toda realidad y falsos a todas luces.
Regalando
achuches de bienvenida, besando en los mofletes, para darse los
buenos días y para que se viera claramente cuanta alegría genera aquel acto de
madrugar y esperar a un transporte que les llevará donde tenían pactado.
Otros
más comedidos y menos artistas, muchísimo menos actores, más prudentes y
sinceros; pues eso, se saludaban sin estridencias ni disgusto. Manteniendo la
educación y no dispensando embustes, ni reproches al que no estaba presente.
¡Vamos
lo que suelen hacer algunos, que se creen que no les conocemos!
Alrededor
de aquella famosa plaza quedaron, como siempre alborotando y exagerando entre
ellos de las cosas más vulgares que uno puede llegar a imaginar.
Hasta
que llegó el transporte y ascendieron cada cual a sus asientos.
Las
plazas vacías que esperaban se irían ocupando a medida que el vehículo fuera
coleteando por las calles de la villa, recogiendo a la gente.
Todos
los viajeros con ganas de partir cuanto antes, como si la prisa sandunguera les
fuera a impedir aquel sueño atrasado que soportaban. Eso ¡Sí!, con ganas de
pasarlo bien todo el mundo.
Como
está escrito en los anales de los libros de educación, simplemente cumpliendo
las normas básicas del comportamiento fraternal, que permítanme decirles con
todos mis respetos, algunos no las conocen, y lo peor es que no están
interesados en aprenderlas.
La
excusa para ellos, puede ser que ya en sus casas sus educadores, no se las
inculcaron y por la falta de conocimiento, algunas personas se portan como
verdaderas fieras.
El
gran transporte especial, fue recibiendo paulatinamente al grupo de viajeros de
otros enclaves, todos fueron acomodándose en sus espacios y sujetándose los
estómagos con aquel cinturón de seguridad que instalados ahora poseen las cada
vez más estrechas plazas de los autocares.
El
motor se notaba que ya comenzaba a trabajar y que a la par que ascendían
turistas, más fuerza sacaba de aquellos caballos sobrantes de potencia que la física quántica escondía.
Un
gran y precioso bus turístico, con sus cortinas azules de blonda en las
ventanas para evitar las durezas del sol, cerraban las grandes cristaleras del
convoy. Que en su mejor disposición se componía inclusive de lavabos para
facilitar a las personas incontinentes, por aquellas prisas que a veces se
generan tras la toma de los fármacos, de las famosas pastillas de la tensión,
que obligan a ir a miccionar sin falta, aunque sean dos gotas las que eches al
excusado. Todo estaba previsto.
El
recorrido y la recepción de los clientes iban de maravilla, hasta llegar al
último punto de servicio, cuando el organizador, notó que faltaban dos
usuarios.
Y ¿cómo
es eso? Faltan dos de la lista de origen.
¡Vamos
a repasar quien falta!
No
tardaron demasiado en averiguar quiénes eran los ausentes.
Pensaron
todos, pues claro, ¿Quiénes podrían ser? Los que hacían retrasar la partida y
obligar al gran bus turístico a dar marcha atrás, para recibirlos como si
fueran reyes o marqueses.
¡Pues
quien serían! _ pensaban los distraídos. ¡Quienes podían ser!
Eran
los más graciosos_ según ellos_, y admirados por todos los amigachos de su
grupo. Por las palabrotas que decían, porque de todo sacaban guasa y se mofaban
de quien se les ponía por delante. Siempre para mofarse, jamás para tener una
comprensión.
De
todos los viajeros de aquel del bus, eran los que se pasan las normas de
urbanidad por el forro de los caprichos y aquellos que únicamente piensan en
estar bien ellos, comer ellos, bailar ellos y molestar ¡Ellos!
A
los demás que los zurzan. Aunque el resto de la comitiva habían madrugado para
hacer el viaje sin prisas y sin hacer esperar a los amigos y compañeros.
Ellos
los rezagados; pues tenían que tomarse un café tranquilamente y así demoraron
la partida.
Claro
que los comentarios que utilizaron los infractores de la puntualidad; para excusarse
y demostrar que había sido un lapsus, fue: teníamos
que tomarnos un café, tampoco viene de un minuto.
Todo
el mundo cerró el pico por prudencia y decoro, y al ocupar sus plazas en la
parte trasera del convoy, se desató una especie de grosería flotante que no se
acabó en todo el viaje.
Recordaba
aquella gran película titulada_: con
ellos llegó el escándalo. El griterío,
los malos modos, los gestos soeces les divertían a todo aquel grupeto.
El
autocar era tan sumamente cómodo que incluso, no hubo que hacer cambio de vehículo.
Subieron el autocar con pasajeros
incluidos al Airbus, para que después, cada cual bajara de su plaza y fuera a
sentarse en la parte turista del avión, ayudados ya por las azafatas de la
compañía aérea.
Cuando
se llegó al destino, a la hora de aterrizar. Antes de que el Airbus tomara
tierra, los dos pasajeros nerviosos_ aquellos que habían retrasado la partida_ Los
que se tomaban el café y formaron la de Dios, a la hora de la recogida, pues
saltaron al pasillo de la nave, con un apremio manifiesto y tan urgente como para
mandarles a ellos a donde pican los pollos.
Cojonazos
los suyos.
¡Tenían
pipí! y corrían por el pasillo, aguantándose sus partes bajas, como amenazando
a todo el mundo_ ¡Mira que me meo aquí mismo!
Las
azafatas locas por el viaje que les habían regalado los dos impresentables,
aquellos ejemplos de la educación exquisita, fueron en su ayuda de mala gana, indicándoles
peyorativamente que el avión aterrizaba y debían tomar asiento, aunque se
mearan encima, hasta que el aparato estuviese parado, ya en la terminal.
En
aquel preciso instante y antes de que se mearan; desperté de un mal sueño, de
una pesadilla, que me habían explicado cuando tenía seis años y todo podía ser
mentira o ser verdad.
Creerlo,
porque las cosas eran maravillosas, o no aceptarlo por ser una exageración
desmesurada.
A
esa edad, cuando a mí me contaron el sueño, a lo mejor no había gente tan mal
educada como ahora. ¿No creen? Igual, yo
nací en el seno de una familia de adinerados y la exageración con los
maleducados no viene a cuento.
Por
eso tal como reza su título, pueden o no creerlo.
Hemos
dicho que veníamos a contar disparates excedidos y mentiras que podrían
ser medias verdades y así lo hemos trasladado a esta narración, con el respeto y
la imaginación de un contador de historias imaginadas que no dejan dormir cuando
se cumplen en la realidad.
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