Viene del capítulo anterior.
Los
tres primeros meses de maniobras pasaron de forma inexorable sin apenas bajar a
la ciudad, a la civilización más acostumbrada para ellos, sin contacto con
nadie, exceptuando el correo tradicional, el de papel y sello franqueado, que
es el que hacía su cometido y el que llevaba y traía las noticias, tanto de la
familia, como las novedades del mundo real.
Con
un subyacente pasar los días de una acampada militar, sin apego de nadie, sin
sentimientos cercanos, sin familia próxima. Solo cielo, tierra y agua, la
mínima indispensable. Dificultades de una preparación pertinente, en defensa
del suelo patrio.
Pensamientos
religiosos influidos todos los días a la soldadesca, desde los mandos
superiores con el propósito de prevenir y por si volvieran lo que ellos
denominaban; las hordas rojas. Evitando así a toda costa implantar sus gustos,
sus políticas populares y sus libertades.
Cortadas
de cuajo, por el General de todos los Ejércitos, al ganar la guerra civil de
hacía algo más de treinta años.
De
ese modo, con esas premisas, y una vez instalados en la Base de Autos en Sant
Boi, fue captado por un imaginativo y talentoso suboficial, Don Eladio Díaz
Martín, más como contadero de sucesos de su propia compañía, que como fusilero
para hacer refuerzos y guardias. Empleo que este sargento insinuó al capitán,
una vez destinado como chupatintas en la Base de Operaciones.
Tras
haber requisado por el cabo de guardia y entregado a Don Eladio, una libretilla
en una batida de registro habitual cuartelera. El cuadernillo que siempre
portaba Lucas, bajo el sobaco izquierdo con poemas, ideas y referencias de
leyendas referentes a la fábula en general y en particular a los Iberos,
Vándalos y Alanos.
Fue
leído con toda la curiosidad por el asistente del capitán, y creyendo que
semejantes ideologías debían ser conocidas por el jefe del batallón le hizo
llegar esa carpeta sucia y raída, de comentarios escritos en hojas de papel
higiénico de la marca Elefante, a las manos del Comandante.
Cartilla
con anotaciones singulares que atrajeron la curiosidad de aquel Militar
Laureado, que rasgó su fisgoneo, queriendo conocer más detalles de la
procedencia de aquellas literaturas y a su valiente y denodado autor. Que ya se
atrevía a desdecir a los eruditos y a los textos oficiales en cuanto a la
pulcritud de la historia contada, publicada siempre para agradar a las
tendencias más conservadoras.
Objetándose
en esas letras confiscadas mil detalles necesarios que, de conocerse ayudarían
a adivinar mejor la secuencia de los sucesos. Hechos acaecidos y jamás
contados. Detalles que dan veracidad real, que además sería de obligado
cumplimiento el que fuera conocido por el pueblo.
Controladas
a menudo, por los archiveros oficiales y antropólogos del ministerio competente.
Descaradas
y en contraposición con lo que nos cuenta el sistema sobre la trayectoria y la
autenticidad de docenas de hechos, en especial denunciados en aquella carpeta
asquerosa, sobre las migraciones Celtas, enconadas con el pueblo Romano, y que
a la postre fueron los autores de aquellas batallas épicas, que según Lucas, no
se parecían a la realidad, no eran fehacientes. Habían sido transcritas al
papel de forma torticera y dando pábulo siempre a quien estaba interesado en
modificar por el capricho que fuese, la conducta de los pueblos y la
trayectoria de los lugares.
Esas
bibliografías abocaron a Lucas a una charla legendaria con el estratega
condecorado, jefe de los destinos de aquellos soldados que ofrecían forzosos su
prestación en el deber y defensión de la entonces indivisible Patria.
Dando
principio aquel embargo, a generar en aquel cuartel de paisanos militarizados y
de soldados de leva, auspiciado por el ínclito y enaltecido oficial, una publicación
periódica a modo de diario cuartelero. Revista interna donde se publicitasen,
todas y cada una de las noticias del escuadrón, del pelotón y del Batallón del
Parque de Talleres de Automovilismo del Ejército de Tierra, denominada;
Efemérides Vertidas.
Divulgación
mensual a gusto del comandante y puesta en marcha, en las instalaciones de
comunicación del fortín. Una especie de libelo que se instauró en aquellas
dependencias militares, donde se facilitaban las noticias que convenían y que
pasadas por la criba salvaban la censura.
No
sin dejar de forma vigilada, que el apasionado periodista pudiese dar un punto
de vista implicado sobre lo que dejaba ciertas dudas, o por lo menos, diversas
maneras de concebir razonablemente lo que se daba por legítimo. Descubriendo versiones
inversas y consensuadas con datos y cifras que no se corresponde con lo que se
conoce como certificado.
Orígenes
lejanos que nos depararon acontecimientos pasados y que con tonos desiguales,
nos decían lo contrario a lo que habíamos aprendido y nos inculcaron. Fechas no
fiables, dilemas y tratados que no se ajustaban al protocolo que siempre nos
han imbuido. Sucesos políticos dados por infalibles o leyendas que están fuera
del dogma de fe.
Vertientes
diversas y puntos de vista ajenos y jamás contados, por no ser adecuado
mantener dentro de las conductas naturales y que se debía a toda costa
desterrar de los libros. Dejando así muchas lagunas y una gran estela de
vacilación sobre la memoria.
Lucas
había salido de permiso ese domingo del reducto, tras solventar una guardia en
las cocinas de la entidad táctica, y junto con unos camaradas reclutas de la
misma promoción que él, se aventuraron a ir a bailar al precioso ateneo. Lugar
afamado por su categoría, donde por aquellas fechas iban y venían tropel de preciosidades
femeninas y turba de gallardos mozos de todos los pueblecitos de la comarca.
Gentes
que buscaban contacto, que les era preciso tras aquellas jornadas brutales de
trabajo, hambre y extenuación, distraer sus mentes y su sexo a poder ser
bailando con una señorita más o menos atractiva, que era de las pocas cosas que
estaban permitidas, caso de no alterar el derecho de admisión de los locales y
bares.
Bebiendo
tranquilos, destrozando sus gaznates con aquellos cubatas de ron de garrafa,
que servían por costumbre a la gente poco adinerada.
Esfera
indicada para hacer amistades, relacionarse con jóvenes mujeres de la zona, o
más bien de una proximidad no alejada. Bailar con derroche de excitación. Proponer
relaciones y sueños erótico sensuales, certificar noviazgos y ser punto de
origen de tantos casamientos. A la vez sitio especial para desengaños y rollos
de una noche, masturbaciones aceleradas y chascos descomunales.
Él,
no era buen bailarín, sacado de aquellas jotas regionales aflamencadas de su
tierra, no sabía llevar el compás ni tan siquiera conocía como se había de
acercar a una señorita para silbarle un requiebro o decirle un piropo. Ni estaba
al tanto de la templanza adecuada que usan los varones, para incitar a una
mocita, sacarla a la pista, y envolverla
al compás de la música.
A
Reme la conoció esa misma tarde, actuaba un tal Antonio Machín, cubano afincado
en España, y que había tenido mucho éxito con sus guarachas, trovas y maracas a
lo largo de años en la cúspide de la flor y nata de los intérpretes populares.
Angelitos
Negros. Un bolero de desamor, desprecio y
quejumbre, que animaba a cuantos jóvenes lo bailaban a pegarse cuanto
más mejor a su pareja. Intentando rozarse con diplomacia, campar con el gusto
sin demostrar deleite, notando y acariciando el cuerpo femenino que acarrea ese
ímpetu de posesión a niveles pasmosos. Con la malicia de “al descuido con cuidado”.
Allí
estaba esperando Reme, que la invitara a bailar. En la esquina, detrás de la
barra del bar de la pista de verano. Lo miraba descaradamente. Se lo comía con
sus ojos, sin esconder su sedición impúdica desde hacía un rato largo y con ese
lenguaje corporal que subyugan las damas. Lo estaba hiriendo e incitando sin
palabras, para que se arrancara como un toro bravo, y se acercara a cortejarla.
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