lunes, 18 de mayo de 2015

Los poetas lloran tinta_ episodio dos_




Viene del capítulo anterior.




Los tres primeros meses de maniobras pasaron de forma inexorable sin apenas bajar a la ciudad, a la civilización más acostumbrada para ellos, sin contacto con nadie, exceptuando el correo tradicional, el de papel y sello franqueado, que es el que hacía su cometido y el que llevaba y traía las noticias, tanto de la familia, como las novedades del mundo real.
Con un subyacente pasar los días de una acampada militar, sin apego de nadie, sin sentimientos cercanos, sin familia próxima. Solo cielo, tierra y agua, la mínima indispensable. Dificultades de una preparación pertinente, en defensa del suelo patrio.


Pensamientos religiosos influidos todos los días a la soldadesca, desde los mandos superiores con el propósito de prevenir y por si volvieran lo que ellos denominaban; las hordas rojas. Evitando así a toda costa implantar sus gustos, sus políticas populares y sus libertades.
Cortadas de cuajo, por el General de todos los Ejércitos, al ganar la guerra civil de hacía algo más de treinta años. 

De ese modo, con esas premisas, y una vez instalados en la Base de Autos en Sant Boi, fue captado por un imaginativo y talentoso suboficial, Don Eladio Díaz Martín, más como contadero de sucesos de su propia compañía, que como fusilero para hacer refuerzos y guardias. Empleo que este sargento insinuó al capitán, una vez destinado como chupatintas en la Base de Operaciones.

Tras haber requisado por el cabo de guardia y entregado a Don Eladio, una libretilla en una batida de registro habitual cuartelera. El cuadernillo que siempre portaba Lucas, bajo el sobaco izquierdo con poemas, ideas y referencias de leyendas referentes a la fábula en general y en particular a los Iberos, Vándalos y Alanos.
Fue leído con toda la curiosidad por el asistente del capitán, y creyendo que semejantes ideologías debían ser conocidas por el jefe del batallón le hizo llegar esa carpeta sucia y raída, de comentarios escritos en hojas de papel higiénico de la marca Elefante, a las manos del Comandante.


Cartilla con anotaciones singulares que atrajeron la curiosidad de aquel Militar Laureado, que rasgó su fisgoneo, queriendo conocer más detalles de la procedencia de aquellas literaturas y a su valiente y denodado autor. Que ya se atrevía a desdecir a los eruditos y a los textos oficiales en cuanto a la pulcritud de la historia contada, publicada siempre para agradar a las tendencias más conservadoras.
Objetándose en esas letras confiscadas mil detalles necesarios que, de conocerse ayudarían a adivinar mejor la secuencia de los sucesos. Hechos acaecidos y jamás contados. Detalles que dan veracidad real, que además sería de obligado cumplimiento el que fuera conocido por el pueblo.

Controladas a menudo, por los archiveros oficiales y antropólogos del ministerio competente.
Descaradas y en contraposición con lo que nos cuenta el sistema sobre la trayectoria y la autenticidad de docenas de hechos, en especial denunciados en aquella carpeta asquerosa, sobre las migraciones Celtas, enconadas con el pueblo Romano, y que a la postre fueron los autores de aquellas batallas épicas, que según Lucas, no se parecían a la realidad, no eran fehacientes. Habían sido transcritas al papel de forma torticera y dando pábulo siempre a quien estaba interesado en modificar por el capricho que fuese, la conducta de los pueblos y la trayectoria de los lugares. 

Esas bibliografías abocaron a Lucas a una charla legendaria con el estratega condecorado, jefe de los destinos de aquellos soldados que ofrecían forzosos su prestación en el deber y defensión de la entonces indivisible Patria.
Dando principio aquel embargo, a generar en aquel cuartel de paisanos militarizados y de soldados de leva, auspiciado por el ínclito y enaltecido oficial, una publicación periódica a modo de diario cuartelero. Revista interna donde se publicitasen, todas y cada una de las noticias del escuadrón, del pelotón y del Batallón del Parque de Talleres de Automovilismo del Ejército de Tierra, denominada; Efemérides Vertidas.

Divulgación mensual a gusto del comandante y puesta en marcha, en las instalaciones de comunicación del fortín. Una especie de libelo que se instauró en aquellas dependencias militares, donde se facilitaban las noticias que convenían y que pasadas por la criba salvaban la censura. 
No sin dejar de forma vigilada, que el apasionado periodista pudiese dar un punto de vista implicado sobre lo que dejaba ciertas dudas, o por lo menos, diversas maneras de concebir razonablemente lo que se daba por legítimo. Descubriendo versiones inversas y consensuadas con datos y cifras que no se corresponde con lo que se conoce como certificado.

Orígenes lejanos que nos depararon acontecimientos pasados y que con tonos desiguales, nos decían lo contrario a lo que habíamos aprendido y nos inculcaron. Fechas no fiables, dilemas y tratados que no se ajustaban al protocolo que siempre nos han imbuido. Sucesos políticos dados por infalibles o leyendas que están fuera del dogma de fe. 
Vertientes diversas y puntos de vista ajenos y jamás contados, por no ser adecuado mantener dentro de las conductas naturales y que se debía a toda costa desterrar de los libros. Dejando así muchas lagunas y una gran estela de vacilación sobre la memoria.


Lucas había salido de permiso ese domingo del reducto, tras solventar una guardia en las cocinas de la entidad táctica, y junto con unos camaradas reclutas de la misma promoción que él, se aventuraron a ir a bailar al precioso ateneo. Lugar afamado por su categoría, donde por aquellas fechas iban y venían tropel de preciosidades femeninas y turba de gallardos mozos de todos los pueblecitos de la comarca.
Gentes que buscaban contacto, que les era preciso tras aquellas jornadas brutales de trabajo, hambre y extenuación, distraer sus mentes y su sexo a poder ser bailando con una señorita más o menos atractiva, que era de las pocas cosas que estaban permitidas, caso de no alterar el derecho de admisión de los locales y bares.
Bebiendo tranquilos, destrozando sus gaznates con aquellos cubatas de ron de garrafa, que servían por costumbre a la gente poco adinerada. 

Esfera indicada para hacer amistades, relacionarse con jóvenes mujeres de la zona, o más bien de una proximidad no alejada. Bailar con derroche de excitación. Proponer relaciones y sueños erótico sensuales, certificar noviazgos y ser punto de origen de tantos casamientos. A la vez sitio especial para desengaños y rollos de una noche, masturbaciones aceleradas y chascos descomunales.

Él, no era buen bailarín, sacado de aquellas jotas regionales aflamencadas de su tierra, no sabía llevar el compás ni tan siquiera conocía como se había de acercar a una señorita para silbarle un requiebro o decirle un piropo. Ni estaba al tanto de la templanza adecuada que usan los varones, para incitar a una mocita, sacarla a la pista,  y envolverla al compás de la música.


A Reme la conoció esa misma tarde, actuaba un tal Antonio Machín, cubano afincado en España, y que había tenido mucho éxito con sus guarachas, trovas y maracas a lo largo de años en la cúspide de la flor y nata de los intérpretes populares.
Angelitos Negros. Un bolero de desamor, desprecio y  quejumbre, que animaba a cuantos jóvenes lo bailaban a pegarse cuanto más mejor a su pareja. Intentando rozarse con diplomacia, campar con el gusto sin demostrar deleite, notando y acariciando el cuerpo femenino que acarrea ese ímpetu de posesión a niveles pasmosos. Con la malicia de “al descuido con cuidado”. 

Allí estaba esperando Reme, que la invitara a bailar. En la esquina, detrás de la barra del bar de la pista de verano. Lo miraba descaradamente. Se lo comía con sus ojos, sin esconder su sedición impúdica desde hacía un rato largo y con ese lenguaje corporal que subyugan las damas. Lo estaba hiriendo e incitando sin palabras, para que se arrancara como un toro bravo, y se acercara a cortejarla.



Continuará

To be continued....

0 comentarios:

Publicar un comentario